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Coronavirus

Despedidas o forzadas a trabajar con COVID persistente: "Es muy triste llegar a los juzgados pero no me queda otra"

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Una mujer se lleva las manos a la cabeza cansada
Una mujer se lleva las manos a la cabeza, cansada, en una imagen de archivo

El coronavirus entró en la vida de Chus Fresno hace más de un año y se llevó su salud y su oficio. Tras un año de baja por COVID persistente, la despidieron del restaurante en el que trabajaba. "Han alegado bajo rendimiento laboral, cuando yo llevo un año y un mes de baja", cuenta a RTVE.es desde Castilla y León.

En este tiempo, ha sufrido diarreas, taquicardias, dolores de cabeza, un cansancio extremo, pérdida de cabello, olfato, memoria... "El dolor es muy intenso. El día que lo tienes, da igual lo que te tomes, que no hay manera de quitarlo". Enumera las razones que le han impedido seguir ejerciendo de jefa de cocina y han justificado la baja. Pero poco después del despido, llegó el segundo golpe, el Instituto Nacional de la Seguridad Social (INNS) le comunicó que no le prorrogaba la incapacidad temporal.

Más cerca - El desamparo laboral de las personas con Covid persistente - Esuchar ahora

Ahora, Chus ha recurrido a la vía judicial tanto el despido como el alta forzosa. "Es muy triste tener que ir a juzgados, pero no me queda otra. No estoy para trabajar, no puedo ir a trabajar", sostiene, como lo hacen otras pacientes de COVID persistente que claman por una solución "excepcional".

Esta vez, hablamos en femenino porque la enfermedad tiene un "sesgo de género importante", como indica el doctor Lorenzo Armenteros, de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG). Según sus datos, ellas suponen casi ocho de cada diez pacientes de COVID persistente. Con una media de 43 años, están "en una edad activa", con notables cargas familiares, por el cuidado de hijos y mayores. Y ahí radica el desamparo que sienten las mujeres y hombres afectados. A muchos no les queda más remedio que volver a trabajar.

Forzadas a trabajar

Es el caso de Kris Jausoro, que se contagió de coronavirus en la primera ola de marzo de 2020 y hoy sigue en seguimiento médico por problemas cardiológicos, respiratorios, neurológicos y digestivos.

Tras completar un año de baja y una prórroga de seis meses, recibió el aviso del INSS un viernes por la noche: el martes debía reincorporarse. "Un mazazo, fue recibir el SMS y ponerme a llorar, (...) tenía la esperanza de que me dieran otra prórroga, como se hace con enfermedades oncológicas, pero también me lo temía", confiesa. No entiende por qué con los mismos síntomas y aún con pruebas pendientes, hace unos meses el INSS prolongaba la baja y ahora le da el alta.

Kris recibió un mensaje del INSS el viernes por la noche que le informaba que debía reincorporarse a su trabajo en cuatro días.

Kris recibió un mensaje del INSS el viernes por la noche que le informaba que debía reincorporarse a su trabajo en cuatro días Pantallazo cedido por Kris Jausoro

Pero no podía arriesgarse a perder su empleo y volvió. Kris califica de "agotadoras" las jornadas de estas últimas semanas como trabajadora social en País Vasco, aun habiendo conseguido cierta flexibilidad horaria, menos de la que pidió. Las pérdidas de memoria y la niebla mental de la fatiga crónica impiden que se pueda concentrar en los documentos, a lo que se suman las situaciones de estrés y urgencia que tiene que gestionar. "Adoro mi trabajo, pero me gustaría estar en condiciones. Nuestra vida no se puede convertir en trabajar enfermas y con dolores para luego meternos en la cama para recuperarnos algo para el día siguiente", expone.

Soluciones "excepcionales" para no ser "expulsadas" del mercado laboral

Ante estas perspectivas, Carolina Latorre, desde la Comunidad Valenciana, asegura vivir con "ansiedad" y sin "esperanza". "Yo no puedo dejar el trabajo, soy familia monoparental y necesito el trabajo", admite, aunque sufra dolores y un importante deterioro cognitivo. Ella todavía sigue de baja, pero teme tener que retomar pronto su labor en un centro de menores cuando no puede seguir una película, tiene la casa cubierta de Post-it con recordatorios o cocina siempre con una alarma programada que le avise del paso del tiempo. Muchos de estos ejemplos coinciden en los relatos de las tres mujeres, como el hecho de añorar su fuerza y su vocación.

Por ello, muchos no quieren una incapacidad laboral permanente revisable, sino que se dispongan "medidas excepcionales para una situación excepcional", como bajas prorrogadas, adaptaciones de puestos, incorporaciones paulatinas o más flexibilidad. Lo contrario, opina Kris, supone cientos de caminos separados, desiguales, porque solo llega a los tribunales "el que tiene medios, el que tiene posibilidades, el que su trabajo se lo permite".

O como denuncia Chus: "somos expulsadas del mercado laboral en una edad a la que va a ser superdifícil reciclarse y muy difícil una reincorporación".

¿Quién se acuerda de los supervivientes?

En ese sentido, el doctor Lorenzo Armenteros se acuerda de los profesionales afectados por COVID persistente en la primera ola de coronavirus en España. "Es bastante duro que, después de haberte contagiado haciendo un trabajo por los demás, encima no se reconozca que te contagiaste (trabajando), que tuviste una enfermedad grave y ahora tienes consecuencias de esa enfermedad", sostiene, y pide que se reconozca como enfermedad profesional para todos los esenciales: sanitarios, limpiadoras, cajeros de supermercados, policías, conductores…

Y es que muchos de los contagiados al comienzo de la pandemia tienen el doble castigo de sufrir los síntomas y estar en entredicho. "Los que no tuvieron acceso a pruebas diagnósticas se han quedado en una tierra de nadie, porque no pueden demostrar que tuvieron la enfermedad", continúa Armenteros. Así, desde la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia reclaman que se reconozca la COVID persistente con o sin prueba fehaciente de que el paciente estuvo infectado, como vienen reivindicando desde hace meses y ahora indica la Organización Mundial de la Salud.

Reconocer y codificar la enfermedad, nos dicen facultativos y pacientes, puede facilitar los problemas laborales de los afectados en la actualidad y en el futuro. También puede acabar con la "incredulidad de algunos profesionales" médicos, escépticos al no encontrar fallos en el organismo. Y aun con la esperanza que pueden traer los nuevos tratamientos antivirales y los anticuerpos monoclonales para los crónicos, nos recuerdan: no debemos olvidar a los "supervivientes", aumentan con cada nueva ola y todavía esperan respuestas, meses después de que empezara todo y se llevara su salud y su oficio.