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La invasión que sembró el odio en Oriente Medio

  • RTVE entrevista a Mónica G. Prieto y Javier Espinosa, autores de La semilla del odio
  • La guerra de Irak no sólo destruyó el país, abonó el caos en toda la región
  • Hoy se cumplen tres años de la proclamación del califato de terror del Dáesh

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'La semilla del odio': de la invasión de Irak al surgimiento del Estado Islámico

Hambre y miedo. Imaginemos un país atenazado por esas dos emociones. La mitad de los niños nunca han visto un plátano, las sanciones internacionales ahogan la economía, las fotos del dictador cuelgan en todas las calles. Son las fotos de un hombre que ha ordenado asesinar a 250.000 personas. Estamos en el Irak de Sadam Husein, el país al que la periodista Mónica G. Prieto llegó en 2002, cuando el régimen concedió visados a algunos reporteros extranjeros. La invasión ya se veía venir y quería mostrar su versión.

En ese Irak había mucha miseria y mucha represión, pero también mucho orgullo nacional. "El pueblo no era favorable a una intervención armada bajo ninguna circunstancia", cuenta Mónica a RTVE, "y cuando finalmente sucede la invasión me sorprendió la poca resistencia que presentaron los iraquíes. Muchos me lo explicaron con esta frase: 'No estamos dispuestos a morir por el dictador'. Por nuestro país sí podemos morir, pero no por el dictador".

En ese régimen de hambre y de miedo, cabía pensar que, al irse el dictador, las cosas iban a mejorar, pero no. "Todo lo que parecía que no podía empeorar empeoraba, si antes había poca electricidad pasó a haber casi nada, el suministro de agua también empeoró... Fue muy duro ver cómo en un año la invasión americana había hecho bueno a Sadam Husein. Las tropas ni siquiera garantizaron la seguridad. Los saqueos de ministerios y de instituciones, los saqueos de hospitales con los heridos de los bombardeos aún hospitalizados, se producen delante de los ojos de los norteamericanos que no mueven un dedo para parar aquella situación", explica Prieto.

La semilla del odio

Mientras Mónica G. Prieto presenciaba la invasión en Bagdad, Javier Espinosa entraba en el país desde la frontera con Kuwait. Sobre su trabajo como periodistas aquellos años en Irak han escrito La semilla del odio, un libro en el que explican cómo la invasión "destruyó el país de la noche a la mañana" y sembró el caos que sigue sacudiendo a Oriente Medio. Un caos que fue terreno abonado para la violencia sectaria o para el nacimiento de un grupo sanguinario, el autodenominado Estado Islámico, que hace una década ya implantó su primer califato de terror, muy parecido al que hemos visto ahora.

Los estadounidenses sólo se protegen a sí mismos

Varias decisiones de los invasores sembraron ese caos. La primera: no garantizar la seguridad. "Cualquier militar te dice que cuando ocupas un territorio lo primero que decretas es un toque de queda" -explica Espinosa- pero "eso no se hizo en Irak, al contrario, se permitió el saqueo y ese saqueo desmanteló literalmente el país en cuestión de días. En un mes y pico fábricas enteras fueron desmanteladas en trozos y se las llevaron a Irán, al Kurdistán...". "Los estadounidenses tienen en teoría el único poder, pero no lo ejercen para proteger a la población, sino sólo para protegerse a sí mismos, y eso genera resquemor, la gente empieza a retomar armas para encargarse ellos mismos de la seguridad", añade Prieto.

Segunda decisión caótica: desmantelar el ejército y el funcionariado. Se aparta a los militares y a los cargos del Baaz, el partido de Sadam. "Se creó un vacío de poder gigantesco, el país dejó de existir de la noche a la mañana". Explican que todo un sector de la sociedad iraquí, con conocimientos militares y de dónde están los arsenales, "se queda en el paro y criminalizado, y empieza a organizarse". Un antiguo coronel, Samir Abd Mohamed al Jlifawi, "un excelente estratega, amargado y desempleado", idea una alianza sorprendente: "Se da cuenta del potencial de los voluntarios árabes que vienen a luchar por el islam, para echar a los invasores". Y de esa extraña pareja, baazistas laicos con yihadistas radicales, una alianza por el poder, nacería el Estado Islámico. Prieto recuerda cómo años después, "las reuniones de la organización se volvieron muy incómodas, por lo visto se le dieron varios toques a los baazistas para que dejaran de afeitarse y de beber alcohol".

Al Zarqawi es el primero que empieza a difundir el horror a traves de vídeos

Entre los yihadistas que aterrizaban en Irak pronto destacó uno: el jordano Abu Musab al Zarqawi. Forjó su prestigio en la resistencia de Faluya y acaparó portadas con atentados espectaculares y secuestros y ejecuciones de extranjeros. "Es el primer líder radical que comprende que no sólo hay que cometer atentados sino que se tiene que ver que los estamos cometiendo. Él elegía las horas y los lugares donde podía haber cobertura mediática, casi siempre los atentados eran en el centro de Bagdad, en la zona donde estábamos todos los periodistas, con lo cual nos daba tiempo a llegar y ver el horror", señala Espinosa

"Al Zarqawi es el primero que empieza a difundir el horror a traves de vídeos, los famosos vídeos de secuestrados con el uniforme naranja los impone él, y eso tiene un impacto brutal en la sociedad occidental". Al Zarqawi consiguió el visto bueno de Bin Laden y se hizo con la franquicia Al Qaeda en Irak, que luego se llamaría Estado Islámico en Irak.

Si no hubiesen existido prisiones estadounidenses en Irak, hoy no habría Estado Islámico

Una pareja protagonista, la yihad y el Baaz, y un escenario perfecto para captar adeptos: las prisiones estadounidenses. Funcionaron como "universidades del odio". Uno de los testimonios recogidos en el libro asegura que "si no hubiesen existido prisiones estadounidenses en Irak, hoy no habría Estado Islámico". De hecho, diecisiete de los veinticinco líderes actuales del Estado Islámico pasaron por esas cárceles entre 2004 y 2011, incluido su líder actual, Abu Bakr al Bagdadi.

La guerra sectaria: Irak se desangra

Al Zarqawi tuvo mucho que ver con la guerra fratricida. Suní, como los que habían gobernado Irak junto a Sadam Husein, empieza a cometer atentados contra chiíes, la mayoría de la población. Los chiíes contraatacan y crean los escuadrones de la muerte. Irak se sume en un baño de sangre. Las escenas son escalofriantes: "Cadáveres flotando en el río Tigris, cadáveres que colapsan las plantas potabilizadoras de Bagdad, perros que devoran cuerpos por las calles, críos que ven todo esto, críos que dejan de ir al colegio por miedo a que los secuestren...".

Hacia la guerra sectaria en Irak

En Irak "ya no es seguro salir de casa ni para ir a la morgue a identificar un cadáver". El gobierno admite cincuenta o sesenta muertos al día, pero las cifras oficiales parecen muy alejadas de la realidad. Prieto recuerda la llegada de doscientos cadáveres en un solo día a una sola morgue de Bagdad.

No es seguro salir de casa ni para ir a la morgue a identificar un cadáver

En esos días sangrientos, Yaroub acompañaba a los dos periodistas españoles, ejerciendo como traductor y guía. Su trabajo con extranjeros le acarreó problemas antes y después de la invasión. Los servicios secretos de Sadam Husein lo espiaban y lo acosaban, pero después de la invasión las cosas empeoraron: "Cambiaron dramáticamente hacia lo peor", sentencia Yaroub. Un día un grupo de policías armados fue a buscarlo a casa y lo apresaron. De nada le sirvió ser el coordinador de una ONG española y trabajar para la ONU. En su celda había 471 presos, nueve de cada diez eran suníes como él, y no consigue olvidar a un chico muerto por torturas al que vio en cuanto llegó. También recuerda el día en que "los guardias vinieron a buscar a cuatro presos, los torturaron y les hicieron confesar ser terroristas ante las cámaras de televisión. Su confesión se emitió en un programa de la televisión iraquí, 'La mano de la justicia', pero a ellos los soltaron, eran inocentes".

Yaroub nos cuenta que muchos en su familia están muertos o desaparecidos. Él salió de prisión pero empezó a recibir amenazas de muerte y decidió abandonar Irak. Huyó a Damasco con su mujer y sus hijos y allí se encontró, sorprendido, "con millones de iraquíes".

El primer Estado Islámico: un califato de terror

En medio del caos, la gente de Al Zarqawi, que ya se hacían llamar Estado Islámico en Irak, se hicieron con el control de grandes zonas del Irak suní. Ya hace una década implantaron un califato de terror, muy parecido al que luego proclamó Al Bagdadi en 2014 en su famosa aparición en la mezquita de Mosul. "Fue una réplica casi exacta de lo que ha pasado después", cuenta Espinosa, "ocuparon la misma extensión que han ocupado ahora salvo las grandes ciudades como Mosul, e instauraron el mismo régimen del terror: reventaban las tiendas que tenían maniquíes porque los maniquíes eran impuros, cortaban los dedos de los que fumaban, exigían un código de vestimenta súper estricto, las mujeres no podían salir solas... La misma dinámica de lo que estamos viendo ahora la implantaron en aquel momento".

Un año de terror del Estado Islámico

Un régimen del terror... hasta que sus súbditos se rebelaron. "Evidentemente los suníes no pretendían pasar de una dictadura a otra dictadura, porque para eso ya habían tenido una, y además se dieron cuenta de que los yihadistas no mataban a estadounidenses, sino a otros iraquíes". Estados Unidos financió a los arrepentidos de haber colaborado con el Estado Islámico y esos arrepentidos a sueldo formaron un ejército llamado Al Sahwat, "el despertar", y echaron a los yihadistas al desierto. "Quedaron desactivados. De todo el territorio que habían tenido, del poder que habían tenido, del apoyo de Bachar Al Asad en la vecina siria... pasan a ser los apestados y se quedan esperando su momento", explica Prieto.

Ese momento llega precisamente en la vecina Siria, después de las revueltas y la represión del régimen. "Esa represión brutal lleva a la gente a desesperarse y a buscar ayuda de quién sea". Pero Mónica G. Prieto se pregunta cómo es posible que el Estado Islámico volviese a Irak: "Pensábamos que una vez que habían salido ya no tenían posibilidad de volver, porque el iraquí ya sabía lo que era, pero lo que pasó es que el gobierno chií siguió reprimiendo más que nunca a la población suní, tanto que cuando el Irak suní vive su propia primavera árabe el gobierno les impone un cerco humanitario que les tiene sin alimentos y agua potable durante semanas, y de nuevo el Estado Islámico dice 'ya os decía yo que me íbais a echar de menos'. Si los suníes les abren las puertas es porque llega un momento en que se trata de 'quién me va a machacar menos: los yihadistas o el gobierno chií'. Si les estamos poniendo siempre sobre las peores opciones siempre van a tomar malas decisiones".

El círculo violencia-venganza-odio

La historia se ha repetido: en 2014 el Estado Islámico proclamó un nuevo califato, esta vez en Irak y Siria, y ahora el ejército y los aliados internacionales los están venciendo. Otra vez la ecuación represión-califato-guerra, el "círculo violencia-venganza-odio" en el que Javier cree que se ha quedado atrapado Oriente Medio. Un círculo en el que la población siempre pierde. La población de Mosul, por ejemplo. Han vivido tres años bajo el dominio de los yihadistas y ahora el ejército iraquí está a punto de reconquistar el último reducto de la ciudad. "Han perdido con el Estado Islámico y pierden ahora porque los detendrán las fuerzas chiíes y los torturarán y desaparecerán en las prisiones. Los yihadistas también se vengarán de ellos, porque siempre se vengan de los débiles... y aunque nadie se vengue de ellos, ¿qué les queda en Mosul? Sólo ruinas", lamenta Prieto.

100.000 civiles atrapados en el casco antiguo de Mosul

Espinosa destaca que algunos reporteros que cubren la batalla de Mosul ya han grabado escenas brutales de torturas de jóvenes suníes de la ciudad a manos de milicias chiíes. "Cuando veo esto pienso que es la semilla del odio otra vez, la semilla de un nuevo Estado Islámico, porque lo que va a pasar es que el territorio va a desaparecer, Mosul va a caer, Raqa va a caer, Deir el Zor va a caer y el estado, como estado territorial, va a desaparecer... pero esa idea, ese rencor, ese caldo de cultivo va a estar ahí. Si se produce más tortura, los torturados se unirán al siguiente grupo, se llame como se llame, y otra vez tendremos otro califato".

Cerrar las puertas a los refugiados también es alimentar las filas del Estado Islámico

"Cerrar las puertas a los refugiados también es alimentar las filas del Estado Islámico", reflexiona Prieto. "Si no tiene otra opción un pueblo machacado al final dice sí a lo que sea. Ahora montamos coaliciones internacionales donde prácticamente todo el mundo bombardea Siria e Irak porque el Estado Islámico es malísimo, pero a aquellos refugiados que huyen del Estado Islámico... ¿Les dejamos morir ahogados en el Mediterráneo?".

Yaroub sí ha conseguido llegar a Europa. La oficina de la ONU en Damasco se interesó por su caso y le ofrecieron asilo en un tercer país. Yaroub no tenía permiso para trabajar en Siria y a duras penas lograba que su familia sobreviviera, pero cuando llegó a la oficina para conocer la oferta y la funcionaria le dijo que el país de acogida sería Estados Unidos, Yaroub dijo no. "No podía irme a un país que comete crímenes de guerra en el mío". Meses después, en diciembre de 2008, llegó su segunda oportunidad: Noruega. El año pasado le concedieron el pasaporte y se alegró porque con él ya puede viajar a Irak, pero todos le aconsejan que no vaya. Se desmorona cuando piensa en su familia y amigos allí y en las noticias que le dan cada vez que habla con ellos. En su última llamada se ha enterado de la muerte de uno de sus mejores amigos de la infancia. Le cuentan que no hay servicios básicos y que no hay seguridad, que el hambre y miedo atenazan el país, catorce años después de la invasión.