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Tres retos sociales y una encrucijada política de cuya solución dependerá el futuro de la UE

  • La desigualdad entre los ciudadanos ha aumentado desde el inicio de la crisis
  • Será vital gestionar los flujos migratorios sin reducir derechos de la población

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Día de puertas abiertas en la sede del Parlamento Europeo en Bruselas
Un grupo de personas espera para visitar la sede del Europarlamento en Bruselas en el día de puertas abiertas.

La salida definitiva de la crisis económica que sacude a la Unión Europea (UE) desde hace más de cinco años se presenta como el reto más evidente para el Parlamento Europeo elegido en las elecciones de este domingo y la nueva Comisión Europea que se pondrá en marcha el próximo 1 de noviembre. Pero detrás de esas cuestiones económicas laten varios problemas sociales y políticos, cuya gestión también es urgente si se quiere poner solución a las grietas de la economía europea.

Desigualdad creciente

La Estrategia Europa 2020 -lanzada en 2010 con las principales iniciativas económicas de la UE- se proponía que a finales de esta década hubiera 20 millones menos de personas en riesgo de pobreza que en 2010. Sin embargo, con la crisis, el número de ciudadanos en esa situación no ha disminuido, sino que ha aumentado en 10 millones respecto al que había cuando se redactó esa, según ha admitido este mes de marzo la propia Comisión Europea. En 2012, ese colectivo sumaba ya 124 millones de personas.

Esto, unido al empobrecimiento de las clases medias y al adelgazamiento del Estado del bienestar, está generando una situación social tensa que puede acabar estallando en diversos países europeos.

En un estudio de 2013, el Sistema de Análisis de Políticas y Estrategias Europeas colocó la desigualdad como el desafío número 1 de la UE. “Los paquetes de austeridad  han tenido un efecto desproporcionado en las rentas más bajas y parecen haber exacerbado las diferencias. La previsión es que la desigualdad dentro de la UE aumentará más en los próximos años”, concluye el informe.

Desde la Fundación Bertelsmann (un think tank alemán), el director de su oficina en Bruselas, Thomas Fisher, recuerda que, a finales de 2013, la Comisión Europea colocó los asuntos sociales como otra dimensión de la unión económica y monetaria. “Se han dado cuenta de que hay una creciente interdependencia entre las políticas económicas y las sociales. El paro juvenil, por ejemplo, no solo es una enorme tragedia personal, es también una pérdida masiva de capital humano en Europa”.

Mantenimiento del Estado del bienestar

Los actuales desafíos económicos de los Veintiocho colocan en una difícil situación el Estado del bienestar característico de Europa, por lo que se requiere una redefinición del modelo, lo que para unos implica reforzarlo para mitigar la desigualdad y para otros, limitar los servicios garantizados.

“El único Estado del bienestar que puede permitirse Europa es el que iguale ingresos y gastos”, señala a RTVE.es David Cano, socio de Analistas Financieros Internacionales (AFI). Entre las ideas que se debaten en los foros para afrontar los problemas de los servicios públicos europeos está la de solicitar inversión privada para mantener esos servicios. “Detrás está el concepto de negocio social: una redefinición de la distribución de responsabilidades entre actores del sector privado, del sector público y del tercer sector, como fundaciones”, explica Fisher.

Sin embargo, para muchos analistas y políticos, esta vía aumentaría aún más las desigualdades. “No estaría garantizado el acceso de todos a los servicios básicos”, indica a RTVE.es José María Mella, catedrático de Economía de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de EconoNuestra y de la Red Europea de Economistas Progresistas. “Los servicios públicos son difícilmente sustituibles. El mercado puede tener un espacio, pero siempre debe garantizarse la cobertura universal”, añade este economista.

Gestión de las migraciones

El envejecimiento y la disminución de población activa que vive la UE convierten en vital la gestión de los movimientos migratorios, tanto internos -de ciudadanos de la UE- como de extranjeros que llegan desde fuera. Esa gestión deberá incluir políticas efectivas que eviten su marginación, para mitigar los problemas sociales y culturales de su acogida.

La crisis económica del bloque no ha desanimado a los inmigrantes que buscan un medio de vida lejos de sus países, aunque sí ha provocado la salida de muchos de los que se habían asentado en los países más golpeados por la recesión, como España, de donde salieron 545.980 extranjeros en 2013.

Según la Agencia Europea de Control de Fronteras Exteriores (Frontex), en 2013, se registraron 170.000 ingresos irregulares en la UE, lo que supone un aumento del 48% respecto a 2012. También aumentaron un 32% las solicitudes de asilo, hasta sumar 350.000.

El mayor incremento se registró en el sur de la UE, entrada directa desde África y el Mediterráneo oriental. Ese mayor peso de la llegada de inmigrantes sobre los países del sur europeo, los más castigados por la crisis, les ha llevado a solicitar un reparto de las cargas que suponen el control de fronteras y la llegada de inmigrantes.

Respecto a la movilidad de la mano de obra europea, el desafío es compaginar con la legislación europea sobre igualdad y no-discriminación comportamientos como los de algunos países ricos, que abren sus puertas a los emigrantes cualificados, mientras rechazan dar protección social a otros menos preparados o más vulnerables.

Desafección de los ciudadanos

“Cuando tantos europeos se enfrentan al paro, la incertidumbre y la desigualdad creciente, se ha instalado algo así como una ‘fatiga europea’, acompañada por la falta de comprensión de la UE. ¿Quién hace qué? ¿Quién decide qué? ¿Quién controla a quién? ¿Y adónde nos encaminamos?”. Con estas palabras, el actual presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, trataba de explicar en abril de 2013 el desapego de millones de ciudadanos con la UE. Según el político portugués, esto amenaza “el sueño europeo” porque aviva “el  resurgimiento del populismo y el nacionalismo”.

Los propios comicios han servido para comprobar las crecientes críticas de los ciudadanos al proyecto europeo: del 43,09% de personas que han votado en los Veintiochocasi un 15% ha optado por dar su apoyo a formaciones antieuropeas, la mayor proporción de la historia de la UE. En Reino Unido, Francia, Italia y Dinamarca, los partidos euroescépticos más radicales han superado el 25% de los sufragios y en Alemania y Suecia han rozado el 10%. En España, la participación ha alcanzado el 45,84%, más alta que en la anterior cita electoral europea.

Pero los expertos en política europea advierten que esa desafección se explica por algo más que los efectos de la crisis, por lo que la recuperación económica no devolverá las adhesiones automáticamente.

“La UE es una unión de reglas donde la Comisión [Europea] es el policía que vigila que se cumplan. Es una tecnocracia donde solo hay una forma de hacer las cosas, pero no es una unión política. Los ciudadanos consideran que no pintan nada porque, si ya están fijadas todas las reglas, para qué votar”, señala a RTVE.es José Ignacio Torreblanca, profesor de la UNED y director en Madrid del European Council on Foreign Relations (ECFR).

Como señala este analista, “otro problema es que el Parlamento Europeo [única institución salida directamente de las urnas] se ha ocupado de pequeñas cosas, mientras que las decisiones sobre la crisis se han tomado en otro sitio”, en referencia a las continuas reuniones entre gobiernos de la UE.

"El euroescepticismo va a acobardar aún más a los Estados, que tienen miedo porque la gente está enfadada y, por eso, hacen todo por la puerta de atrás", resume Torreblanca a RTVE.es. Una impresión compartida por José María Mella, que opina que "se han limitado constitucionalmente las competencias fiscales de los gobiernos -con la imposición, por ejemplo, del déficit público cero, en el caso de España-, pero sin participación de los ciudadanos, quebrando su derecho a decidir en materias que competen a sus propias condiciones de vida. Se imponen normas y decisiones -técnicas, se dice- para hurtarlas al debate de los electores y a la legitimación democrática". Y pese a todo ello, concluye David Cano, "en Europa se llega tarde para impulsar el crecimiento y el empleo".

Cómo se consigue un nuevo modelo con una soberanía nacional limitada en una UE que no esté dominada por los países más grandes

“Los eurócratas han cruzado muchas de las líneas rojas de la soberanía nacional –indicaba hace un año el diario británico The Guardian en un artículo sobre el euroescepticismo-, “extendiendo su control mucho más allá de regulaciones sobre seguridad alimentaria, para ejercer el control sobre pensiones, impuestos, salarios, mercado laboral y empleos públicos”.

Para José Ignacio Torreblanca, ante esta situación, “o avanzas y completas este proceso, o se va destruir: no se puede seguir haciendo daño a la democracia, a los Estados y a los ciudadanos”. “Los Estados parecen dispuestos a una unión fiscal y más coordinación económica, pero lo que no se sabe es cómo hacer que eso sea aceptable para los ciudadanos”, concluye este analista, que apuesta por politizar el debate europeo, “que haya confrontación, que no se piense que las políticas de austeridad son las únicas y están atadas, sino que se sometan a consulta, que se vea qué otras alternativas hay”.

Sin embargo, el presidente de la Fundación Bertelsmann , Aart de Geus, advirte de que ceder a Bruselas poderes nacionales claves "podría ser un boomerang, volverse en contra". “El apoyo público a la UE ha caído desde 2007. Por eso es muy arriesgado ir hacia el federalismo, ya que eso puede causar una reacción negativa y desencadenar un mayor populismo”, avisa este analista.

En abril de 2013, la canciller alemana, Angela Merkel, apostó por dar más poderes a la UE. “Si queremos tener una moneda común, una Europa común, tenemos que estar dispuestos a renunciar a costumbres que nos ha costado mucho ganar. Eso significa que tenemos que estar preparados a aceptar que Europa tiene la última palabra en ciertas cosas”, señaló la jefa de Gobierno germana. Pero, a continuación y delante de ella, el primer ministro polaco, Donald Tusk, expresó el temor de muchos europeos: “No podemos escapar a este dilema: cómo se consigue un nuevo modelo con una soberanía nacional limitada en una UE que no esté dominada por los países más grandes, como Alemania, por ejemplo”.