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Cinco años de crisis que pusieron en jaque la supervivencia del euro

  • La UE sufrió una recesión que ha disparado el número de desempleados
  • Cuatro países rescatados, más la banca española, parte del balance

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Una bandera de la UE ondea con el Partenón al fondo
Una bandera de la UE ondea con el Partenón al fondo.

Cuando en 2009 los ciudadanos fueron a las urnas para elegir el Parlamento Europeo, que ahora se renueva, pocos podían imaginar que la crisis económica que empezaban a padecer se agravaría hasta tal extremo que llegara a poner en jaque la supervivencia del euro y en evidencia la falta de un proyecto común.

Cinco años después, 400 millones de europeos vuelven a votar para elegir a sus representantes en la Eurocámara. Lo hacen después de haber sufrido una profunda crisis económica -de la que se va saliendo muy poco a poco, no sin riesgos- y que se ha llevado por delante millones de puestos de trabajo, lo que ha elevado la tasa de paro a niveles nunca vistos en algunos países.

En la UE, esa tasa ha pasado del 9% en 2009 al 10,8% en 2013 (en la zona euro un 12%). Casi 26 millones de europeos no tenían trabajo a finales de 2013. Los periféricos del euro son los que más han sufrido el incremento exponencial del desempleo, que se ha cebado entre los menores de 25 años.

La expansión de los contratos temporales y las bajadas salariales han provocado el aumento del número de trabajadores en riesgo de pobreza, según la Comisión Europea, que estima que un 25% de los empleados se encuentra en esta situación.

Una de las consecuencias de la crisis es que se ha agrandado la brecha entre norte y sur. “Esa desigualdad es incompatible con un proyecto común europeo”, señala Javier Díaz-Giménez, profesor de Economía del IESE, a RTVE.es. "Una de las cuestiones que hacen preocupante la desigualdad es que, no solo era muy alta antes de la crisis, sino que la recesión la está haciendo incluso peor", advierte el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz al analizar la desigualdad dentro de los propios países.

"No fueron políticas de austeridad, fue corregir los desequilibrios", defendía recientemente el expresidente del BCE, Jean-Claude Trichet, en la Eurocámara. “Los que no cumplían con los objetivos de deuda y de déficit se llevaron la peor parte", según el banquero francés, si bien cabe recordar que algunos países que sí cumplían con el Pacto de Estabilidad antes de la crisis fueron penalizados, como España. Trichet defiende, por eso, la política puesta en marcha en Grecia.

Atenas, epicentro del terremoto

Precisamente, la que cambió la cara de la crisis económica en Europa fue Grecia: de ser una crisis financiera con origen en Estados Unidos se pasa a una crisis de confianza y credibilidad en los Estados de la zona euro. El día clave, el 19 de octubre de 2009, cuando el Gobierno de Papandréu reconocía que el déficit público acabaría el año en el 12,7%, el doble de lo estimado.

El terremoto, con epicentro en Atenas, comenzó a sacudir a toda Europa. En especial, a la zona euro. Las agencias de calificación de riesgos -cuyo poder acotó Bruselas en 2013- comenzaron a rebajar el rating de las deudas soberanas, lo que multiplicaba los problemas de los países para acceder a los mercados. “La falta de crédito hundió las economías del sur de Europa”, señala Díaz-Giménez.

Los socios europeos no supieron reaccionar ante la situación, lo que hizo patentes las debilidades originarias del euro. En 1998 nació una unión monetaria en la que se diseñaron instituciones que buscan combatir la inflación. “Pero nadie pensó en la deflación o en la salida del euro de un país: nada de eso se contempló”, señala Díaz-Giménez sobre el Tratado de Maastricht.

Los mercados pensaron durante una década que los países se harían cargo de la deuda de otros en caso de necesidad, como ocurre en todas las uniones monetarias salvo en el euro. Pero cuando empezó la crisis griega comprendieron que el norte no estaba dispuesto a asumir la quiebra del sur.

Nadie pensó cuando se fundó el euro en la deflación o en la salida de un país de la moneda única

Finalmente, en mayo de 2010 se cerró el primer rescate heleno. No sería el último: el ataque de los mercados se llevó por delante a IrlandaPortugal –que ya han cerrado sus programas de ayuda- y (tras el segundo rescate griego) Chipre, que sufrió el primer corralito de la eurozona.

En el ojo del huracán estuvieron España e Italia: se puso en entredicho la capacidad de ambos países para formar parte de la zona euro, especialmente la de España, pero se evitó el rescate de ambas economías en buena medida por la intervención del BCE, que rebajó sus primas de riesgo.

Pero todo tiene su precio. En Italia, el entonces primer ministro Silvio Berlusconi se vio obligado a dimitir. Le relevó en el cargo Mario Monti, designado por Bruselas. Fue el segundo gobierno tecnócrata de la UE, tras el de Grecia. Allí fue Lukás Papadimos quien se puso al frente de un ejecutivo de unidad. La tecnocracia levantó dudas sobre su legitimidad entre amplios sectores de la población europea.

En España, mientras, el Gobierno de Zapatero efectúa unos duros recortes en 2010, ajustes y reformas que continuó el Ejecutivo de Rajoy desde diciembre de 2011 para reducir el déficit. Finalmente, fue la banca española la que tuvo que ser rescatada por los socios de la eurozona: más de 41.000 millones de euros para su saneamiento.

El coste de todos esos rescates asciende a más de 360.000 millones de euros. La factura no incluye ni los 90.000 millones aportados por el FMI ni los más de 100.000 millones perdonados por los acreedores en la reestructuración de la deuda helena. Tampoco las ayudas públicas que cada país ha tenido que dar para sostener sus respectivos sistemas financieros desde 2008 y que, según cálculos de la agencia Reuters, ascendían a 4 billones de euros hasta 2011, un tercio del PIB de la UE.

Y esa factura aún no está cerrada: Grecia parece estar abocada a un tercer rescate por la insostenibilidad de su deuda, que ya supera el 175% del PIB. “Un país con superávit primario como Grecia no puede ser penalizado, hay que ayudarle, hay que reestructurar su deuda, si es que se quiere un proyecto compartido”, defiende Díaz-Giménez.

La troika, protagonista de los rescates

La contrapartida exigida por la troika –formada por BCE, Comisión Europea y FMI- a cambio de esos préstamos de los socios del euro ha sido austeridad, recortes, reformas y subidas de impuestos.

La troika fue duramente criticada por, entre otros, el Parlamento Europeo, que le acusó de “agravar el paro y la pobreza en los países rescatados”. Los eurodiputados admitieron, no obstante, que logró a corto plazo el objetivo de evitar la quiebra desordenada de estos países y su salida del euro, cuyas consecuencias habrían sido todavía más graves.

Los recortes aplicados en la mayoría de los países están basados en la idea, defendida a capa y espada por Berlín, de que la única manera de recuperar la confianza de los mercados y de volver al crecimiento económico era la de recortar el déficit público.

Una idea asumida por casi todos los Estados miembros de la UE, que firmaron el pacto fiscal que obliga a los países a incluir en su Constitución o ley de rango similar la llamada ‘regla de oro’, que obliga a mantener el déficit estructural anual por debajo del 0,5% del PIB y que antepone el pago de la deuda a cualquier otro gasto. En España, el cambio de la Carta Magna se acordó y aprobó en 48 horas en agosto de 2011.

La UE, “sin instrumentos” para luchar contra la crisis

“Europa se enfrentó a la crisis sin instrumentos para combatirla, no estaba preparada”, destaca José Moisés Martín Carretero, miembro de Economistas Frente a la Crisis, a RTVE.es. “Estuvimos dos años así”, recuerda, “hasta que se vuelve a los acuerdos intergubernamentales para buscar soluciones rápidas”. Gracias a este proceso nació, por ejemplo, el fondo de rescate permanente (MEDE).

Posteriormente, desde junio de 2012, los Estados comenzaron a crear una unión bancaria -aprobada en la última sesión del Parlamento Europeo- en la que el BCE vigilará la gran banca y que establecerá un proceso similar en todos los países para las reestructuraciones o liquidaciones de bancos.

El problema de fondo, para Martín Carretero, es que hay un crecimiento económico insuficiente. “Con perspectivas de crecimiento del 1% (de media) no se pueden crear empleos de calidad ni redistribuir la renta con equidad”, subraya.

Decir que aún quedan cuatro años de crisis es una expresión generosa

Para el economista Juan Ignacio Crespo “aún quedan cuatro años de crisis”.  “Es una expresión generosa”, señala Martín Carretero, que alerta de que Europa puede seguir los pasos de Japón, que lleva 20 años estancado.

Para evitarlo, el miembro de Economistas frente a la Crisis pide una acción decidida del BCE, como una compra de paquetes de deuda pública o privada; que Alemania y los países del norte suban los salarios para que crezca el consumo; una devaluación del euro para evitar perder la competitividad ganada gracias a la rebaja salarial; y más inflación, beneficiosa para poder pagar una deuda que, a su entender, “no es sostenible”.

Javier Díaz-Giménez, profesor de Economía del IESE, apuesta por “una Europa a dos velocidades en la que el sur crezca más que el norte” y así poder converger en el futuro.