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Juzgan este lunes a 20 activistas de Greenpeace que asaltaron una fábrica de bombas racimo

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El juzgado número 10 de Madrid juzga este lunes a los 20 activistas de Greenpeace que en mayo de 2008 asaltaron la empresa Expal, fabricante de bombas racimo, como protesta por la producción de este tipo de armamento en España.

Esta protesta formaba parte de la campaña que Greenpeace llevó a cabo contra las bombas racimo, en la que la organización ecologista documentó las actividades de las empresas que producían estas bombas en España, según un comunicado.

Greenpeace ha destacado que, tras esa campaña, se consiguió la prohibición total de este armamento en España, que fue uno de los primeros países en ratificar el Tratado de Prohibición de las bombas racimos y uno de los pioneros a la hora de incorporar la norma a su ordenamiento legal.

"Bombas que mutilan"

En mayo de 2008 los activistas lograron acceder hasta el vestíbulo de la empresa, donde depositaron siluetas de personas mutiladas y prótesis de brazos y piernas.

También desplegaron una pancarta gigante en la fachada con la imagen de un niño mutilado y la inscripción: "Expal fabrica bombas de racimo que mutilan".

El director general de Greenpeace, Juan López de Uralde, ha asegurado que "deberían sentarse en el banquillo los que se han enriquecido produciendo y comercializando estas armas repugnantes y no nuestros activistas".

López de Uralde ha señalado que en lugar de llevarles a juicio "deberían darles las gracias a los activistas".

Diseñadas para matar

Una bomba de racimo está formada por una bomba 'contenedor' que puede ser lanzada desde tierra, mar o aire y que, al abrirse durante la trayectoria, expulsa cientos de submuniciones que se dispersan por amplias superficies.

En teoría, estallan cuando alcanzan el suelo, pero esto no siempre es así, actuando de forma indiscriminada y con altas tasas de error, incluso años después del fin del conflicto.

Entre el 5 y el 30% de las municiones no estallan y quedan dispersas sobre el territorio, actuando después como minas antipersonales. Están diseñadas para matar y no sólo para herir o mutilar y en países como Laos la gente sigue muriendo como consecuencia de las bombas de racimo 30 años después de la guerra.

Afectan sobre todo a la población civil, que son el 98% de sus víctimas, en especial los niños, que son atraídos por sus colores y formas llamativas.