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La vuelta al mundo de la ciencia en 16 entrevistas de Eduard Punset en 'Redes'

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Tras 18 años de emisión, Eduard Punset despide Redes

Leonard Susskind (n. 1940), físico y cosmólogo estadounidense.

Max Tegmark (n. 1967), cosmólogo sueco-estadounidense.

Juan Maldacena (n. 1968), físico argentino.

Lawrence Krauss (n. 1954), físico y cosmólogo estadounidense.

Roger Penrose (n. 1931), físico y matemático británico.

Daniel Dennett (n. 1942), filósofo estadounidense.

António Damásio (n. 1944), neurocientífico portugués.

Richard Dawkins (n. 1941), biólogo y etólogo británico.

Lynn Margulis (1938-2011), bióloga estadounidense.

Stephen Jay Gould (1941-2002), paleontólogo y biólogo y estadounidense.

Edward O. Wilson (1929-2021), biólogo y naturalista estadounidense.

Jane Goodall (n. 1934), naturalista y primatóloga británica.

Frans de Waal (1948-2024), etólogo holandés.

Steven Pinker (n. 1954), psicólogo y científico cognitivo canadiense.

James Lovelock (1919-2022), químico y naturalista británico.

Mario Molina (n. 1943), químico mexicano.

Se nos ha ido a los 82 años el polifacético Eduard Punset. Fue economista, político y escritor, pero la mayoría de los españoles siempre lo recordará como divulgador científico por su monumental programa Redes en La 2, del que fue director y presentador desde 1996 hasta 2014.

En los casi 18 años de emisión de Redes en TVE, Punset tuvo el privilegio de formular cara a cara a muchos de los mejores científicos del mundo preguntas acerca del origen del Universo y la vida, la evolución biológica, la mente y la conciencia, la naturaleza humana y animal o el destino del Homo Sapiens, la Tierra y el Cosmos. Sus respuestas se colaron semanalmente en nuestros hogares, alimentando la curiosidad de muchos profanos y despertando vocaciones científicas entre los jóvenes.

Hemos seleccionado 16 entrevistas de Redes que nos permiten hacer un amplio recorrido por los principales campos del saber científico. Estudiosos de la Física, la Cosmología, la Biología, la Química, la Paleontología, la Neurociencia, la Psicología evolutiva y la Etología nos dan pistas acerca de dónde estamos, de dónde venimos, adónde vamos, quiénes somos y cómo somos. En el camino también nos saldrán al paso otras ediciones de un programa de ciencia convertido en un clásico e indisolublemente unido a la memoria de Punset.

Un Universo inimaginablemente raro

En todo este tiempo en antena han sido frecuentes las alusiones a los dos grandes pilares de la física moderna: la teoría de la relatividad (la especial y la general) de Einstein y la mecánica cuántica, tan exactas como difíciles de conciliar entre sí. Aunque formuladas hace casi un siglo, sus postulados y profundas implicaciones siguen siendo desconocidas para la mayoría de la gente: la concepción del tiempo como una dimensión más, su ralentización a medida que nos acercamos a la velocidad de la luz (a la que se paran todos los relojes), la curvatura del espacio-tiempo tetradimensional por acción de la materia (¡la gravedad no es más que una manifestación de la geometría!), la visión de la realidad como una especie de niebla en la que moran todas las posibilidades y que solo se decanta en una de ellas cuando hay un observador consciente, la incertidumbre intrínseca a la naturaleza del Universo (la mecánica cuántica solo puede ofrecernos probabilidades), el entrelazamiento cuántico (merced al cual la interacción con una partícula afecta instantáneamente a otra entrelazada, da igual que se encuentre a un centímetro de distancia o a mil millones de años-luz)...

Leonard Susskind es uno de los artífices de la teoría de cuerdas, nacida a principios de los años 70 para intentar unificar la mecánica cuántica (que se aplica a lo microscópico) con la relatividad (que se aplica a los objetos grandes) en un único corpus explicativo de todo. Esta rama teórica de la Física supone que todas las partículas son simples vibraciones en diferentes modos de minúsculas cuerdas, que serían los verdaderos componentes elementales del Universo. La teoría también apunta la existencia de dimensiones extra que no se han desplegado en nuestro Universo. Pero quizá sí en otros, que serían inhabitables: como Susskind explica a Punset, “no se podría vivir en un mundo que tuviese una dimensión más. Todo tipo de cosas irían mal, particularmente por lo que respecta a la química”. Susskind nos recuerda al final de su entrevista que somos polvo de estrellas: "Estas explotaron y crearon supernovas, y nosotros estamos hechos de ese material".

Lo cierto es que la mayoría de los físicos teóricos y cosmólogos considera plausible la hipótesis del Multiverso, o sea la existencia de infinitos universos que daría respuesta a la intrigante pregunta que subyace al principio antrópico: ¿Por qué vivimos justo en un mundo que permite que estemos aquí como sus observadores conscientes? Pues, sencillamente, porque habría infinitos universos y nosotros habitamos en alguno de ellos que lo hace posible. “Si existe un número infinito de lugares donde las cosas pueden empezar aleatoriamente”, dice Max Tegmark en su entrevista, “entonces cualquier cosa que pueda suceder, o cualquier cosa que podría haber sucedido pero no lo ha hecho... sucederá en otro lugar. Por ejemplo, hay otro universo donde hablo español mejor que aquí, porque he nacido en España”. Para Tegmark, que concibe el Cosmos como una estructura matemática, sin el Multiverso “todo se volvería muy complicado, muy arbitrario”.

Juan Maldacena es el autor de un modelo dentro de la teoría de cuerdas que da respaldo matemático a una suposición asombrosa: que nuestro Universo podría ser un gigantesco holograma. Sería lo contrario a la visión de Platón, que concebía nuestra realidad como una caverna en la que se proyectaban las sombras del mundo eterno y perfecto de las ideas. El primer indicio de este supuesto Universo-holograma fue el hallazgo hace décadas por Jacob Bekenstein y Stephen Hawking de que la información de un agujero negro está codificada en su borde, una superficie de dos dimensiones conocida como horizonte de sucesos más allá del cual nada puede escapar -ni siquiera la luz- del influjo gravitatorio de la singularidad (especie de pozo infinito) existente en el centro del agujero negro. Esa singularidad sería como aquella que detonó hace 13.700 millones de años en el big bang para dar comienzo al espacio y el tiempo. “Uno podría pensar que la teoría fundamental que describe el Universo es una teoría tan compleja que nunca la vamos a poder entender. Es como tratar de enseñar matemáticas a un perro", señala el físico argentino. "Podría ocurrir eso. Pero la historia en cierto sentido nos demuestra lo contrario”.

Para los físicos, la nada es algo en permanente ebullición de lo que brotan partículas de muy efímera existencia que se aniquilan mutuamente. Lawrence Krauss cree precisamente que el Universo pudo haber surgido de la nada, fruto de una fluctuación cuántica en ese vacío donde mora la misteriosa energía oscura responsable de la expansión acelerada del Cosmos (energía oscura y materia oscura componen el 95% del Universo). Esta expansión acelerada, explica a Punset, hará que un futuro muy remoto no nos llegue la luz de las galaxias más lejanas. “Los científicos tendrán buenas nociones de Física, conocerán la teoría de la mecánica cuántica, aprenderán relatividad general... pero mirarán al firmamento y los datos del Universo les darán una respuesta incorrecta, porque el resto del Universo habrá desaparecido”. O sea, que vivimos justo en el único momento de la historia del Cosmos que permitiría descubrir su origen y destino.

Lawrence Krauss en 'Redes' (2009)

El misterio de la conciencia

De los fundamentos de la mente y la conciencia sabemos casi tan poco como de la materia y la energía oscuras. Roger Penrose defiende la existencia de un componente no computacional en la mente: nuestro cerebro no funcionaría como un ordenador convencional (a base de ceros y unos) sino como uno cuántico (a base de ceros y unos y también de ceros y unos simultáneamente), trabando contacto con una supuesta realidad matemático-platónica (¿que acaso informe el Cosmos?). Esto es lo que explica que solo un jugador de ajedrez, y no un ordenador por potente que sea, pueda visualizar un jaque mate con varias jugadas de antelación. Es lo que estaría detrás de las intuiciones profundas que nos presentan como certezas verdades (como las matemáticas) que una máquina jamás sería capaz de advertir. “Los ordenadores han progresado muchísimo", reconoce Penrose, "pero siguen sin existir pruebas de que lo hayan hecho a la hora de imitar a los seres humanos en actividades conscientes”.

A diferencia de Penrose, Daniel Dennett considera que los fundamentos de la inteligencia artificial y de la cerebral son los mismos. La única diferencia sería el soporte: el carbono en los seres vivos; el silicio, en las computadoras. Para Dennett, no hay un teatro de la conciencia donde se representan nuestras impresiones sensoriales conforme van entrando. Ni siquiera hay un cuartel general, ya que se trata de un fenómeno descentralizado. Nuestra mente se dedica a fabricar versiones o historias, sujetas a una revisión editorial permanente, a partir de la información llegada desde los sentidos. A veces incluso nos engaña con esas historias, siempre al servicio de nuestra supervivencia. "Ninguna de tus neuronas sabe quién eres tú y tampoco le importa", le dice Dennett a Punset. Sin embargo, gracias al trabajo en equipo de esos miles de millones de células nerviosas emerge nuestra conciencia.

Antonio Damasio subraya la importancia de las emociones para el aprendizaje, la creatividad y la acción. La emoción sería previa al pensamiento, el razonamiento y la imaginación: es la señal que los desata. "Muchos comportamientos que consideramos malvados o terribles son explicables por la forma en que está diseñado el cerebro y su interacción con el entorno", señala Damasio en Redes. Esas conductas fueron forjadas en nuestro pasado de cazadores-recolectores, cuando convivíamos con peligrosos depredadores. El hábitat humano ha cambiado mucho desde entonces, demasiado rápido para que el cerebro se haya adaptado.

La vida y su evolución

La potente luz de la teoría de la evolución de Darwin sigue alumbrando a la biología moderna dos siglos después. El trabajo de los grandes biólogos actuales se levanta sobre sus sólidos cimientos. Richard Dawkins sostiene que todos los seres vivos -humanos inclusive- son máquinas de supervivencia utilizadas para su perpetuación por los genes (mejor dicho, por la información codificada en los genes). "No hay diseño alguno en la vida y en el Universo", afirma Dawkins: se trata de una mera apariencia, desmentida por errores e imperfecciones que no existirían de haber sido diseñados. La selección natural se encarga de esculpir a los seres vivos simplemente podando aquellas mutaciones -la inmensa mayoría de ellas son perniciosas- que no permiten su supervivencia. Y esto es así desde el origen de la vida hace unos 3.500 millones de años.

Lynn Margulis, viuda del cosmólogo y gran divulgador de la ciencia Carl Sagan, sostiene que la evolución no es solo competencia -conforme a la interpretación darwiniana tradicional- sino también cooperación. Según Margulis, un suceso simbiótico acaecido hace cientos de millones de años marcó la historia de la vida en la Tierra: la fusión de una arquea (microorganismo parecido a una bacteria) y una bacteria de la que surgió el primer organismo celular eucariota (con núcleo, a diferencia de las actuales arqueas y bacterias). Un descendiente de este primer eucariota engulló posteriormente a una bacteria fotosintética en un episodio acuñado por Margulis como endosimbiosis: la bacteria engullida siguió viviendo dentro de la otra, con la que estableció una relación mutuamente beneficiosa (se convirtió en su central energética). Las mitocondrias de nuestras células, que atesoran el único ADN que está fuera de los núcleos (y que heredamos de nuestras madres, al estar dentro del óvulo fecundado), son testimonio de aquel remoto episodio endosimbiótico. "La vida es diversa en el sentido de que los desperdicios de una forma de vida, por ejemplo, la orina -que está llena de nitrógeno-, es comida para otros", comenta Margulis a Punset en la entrevista realizada en 2007, cuatro años antes de su fallecimiento.

Stephen Jay Gould es artífice de la teoría del equilibrio puntuado, conforme a la cual la evolución tiene lugar a saltos: la mayor parte del tiempo no pasa nada significativo y es solo en breves periodos de especiación y extinciones masivas cuando ocurren los grandes cambios que marcan la evolución. Gould recalca que la evolución no está necesariamente dirigida hacia algo más grande o mejor: puede que las bacterias, organismos muy simples con una gran capacidad de adaptación, estén llamadas a sobrevivirnos. Y no solo las bacterias. "Podríamos autoextinguirnos en un holocausto nuclear y no afectaríamos gravemente a la diversidad de los insectos", dice Gould a Punset. Al final de su charla en Redes, rodada cuatro años antes de su muerte (2002), el célebre paleontólogo y divulgador científico nos recuerda: "Los humanos estamos aquí gracias a un afortunado accidente".

Stephen Jay Gould en 'Redes' (1998)

Naturaleza animal, humana... ¿y biónica?

Edward O. Wilson, especializado en el estudio de las hormigas, fue el creador de la Sociobiología, un campo del saber híbrido entre la Sociología y la Biología que contempla el comportamiento social -desde los insectos hasta los seres humanos- como producto de la evolución por selección natural: ésta premia con la supervivencia las conductas que la favorezcan y condena con la extinción las que no. Los humanos se diferencian de las hormigas por haber evolucionado mucho más rápido y haber preservado su individualidad. "Las hormigas son las criaturas más belicosas del planeta. Si se les diera armas nucleares, habrían volado el mundo en una semana", afirma Wilson, para quien la cultura es un motivo de esperanza en el futuro de la especie humana, al darle la posibilidad de desprenderse de su comportamiento común a esos pequeños y laboriosos insectos.

Jane Goodall es seguramente la persona que mejor conoce el comportamiento de los chimpancés, a los que viene observando desde hace cincuenta años en una región del oeste de Tanzania. Ella ha descubierto que nuestro parecido con estos primates va más allá de lo genético (compartimos el 99% del genoma), al constatar que piensan racionalmente, experimentan emociones, tienen sentimientos morales e incluso fabrican herramientas. Además, al igual que los humanos, cada individuo posee una personalidad diferenciada. Y, como los Homo sapiens, pueden llegar a ser muy agresivos y crueles. "La violencia de los chimpancés es muy parecida a la guerra de las bandas violentas: en los dos casos luchan por el territorio, las posesiones y las hembras", cuenta Goodall a Punset. "Pero donde es diferente para nosotros es cuando el dinero entra en juego", señala, "y cuando se empieza a crear una intriga política; los chimpancés no tienen un lenguaje suficientemente sofisticado para esto y no pueden hacerlo".

Otro notable estudioso de los primates es Frans de Waal, quien en línea con el grueso de la comunidad científica afirma que las diferencias entre la inteligencia de los humanos y la del resto de los animales son solamente de grado y se explican sobre todo por el lenguaje. La empatía y los sentimientos morales tampoco son privativos de los seres humanos, ya que se generan y procesan en zonas del cerebro compartidas con el resto de los mamíferos. "Las formas más complejas de empatía se producen cuando intento entenderte, y estas solo se encuentran en algunos animales como chimpancés o elefantes", asegura De Waal en su entrevista en Redes, "pero las formas simples están en todos los mamíferos". De Waal considera que somos los primates más bipolares, puesto que podemos comportarnos más brutalmente que los chimpancés pero también más empáticamente que los bonobos (simios relativamente pacíficos que liman sus asperezas practicando el sexo en grupo, como ha podido observar en sus investigaciones).

Steven Pinker sostiene que la humanidad nunca fue menos violenta que ahora: esta afirmación viene respaldada en su libro Los ángeles que llevamos dentro -publicado el año siguiente a su entrevista con Punset- por una muy amplia munición estadística. Pinker desmonta tres mitos muy arraigados en el pensamiento y la ortodoxia académica de las ciencias sociales y las humanidades: el de la tabla rasa (porque no somos una hoja en blanco al nacer, ya que venimos equipados genéticamente con un hardware y un software de serie), el del buen salvaje (porque no es cierto que nazcamos buenos y el entorno luego nos corrompa) y el del fantasma en la máquina (porque la mente es un producto del cerebro, a su vez modelado por la selección natural). "Con la violencia, como con otras muchas preocupaciones", dice Pinker, "el problema es la naturaleza humana, pero, al mismo tiempo, la naturaleza humana es la solución". Para él, se socava la violencia prohibiendo su ejercicio individual para convertirla en monopolio del Estado y creando una comunidad de intereses a través del comercio, además de fomentando el cosmopolitismo y la extensión de la educación.

Los extraordinarios avances en la ingeniería genética y la biotecnología auguran un futuro no muy lejano en el que se fusionarán lo biológico y lo tecnológico para alumbrar hombres biónicos o cyborgs, con capacidades mentales y físicas muy superiores al humano corriente. Los implantes de prótesis inteligentes y los artilugios de realidad aumentada van en esa línea. La medicina regenerativa y las terapias génicas permitirán además una medicina más personalizada y eficaz. Algunos investigadores se atreven a profetizar un futuro en el que se ganará la batalla al envejecimiento y se podrá prolongar indefinidamente la vida.

Un planeta herido

El sueño de vivir cientos o miles de años, aunque sea en forma biónica, solo será posible si se preserva la habitabilidad de la Tierra (en caso contrario solo nos quedaría la opción de colonizar otros mundos, como el vecino Marte). James Lovelock es el formulador de la hipótesis Gaia, que sostiene que la biosfera (la parte del planeta -incluida su atmósfera- donde mora la vida) es un sistema autorregulado que tiende a propiciar un entorno físico y químico óptimo para el desarrollo en su seno de los organismos vivos. Vista de este modo, la Tierra sería una especie de superorganismo (Gaia) amigable con la vida, que el hombre estaría amenazando temerariamente con su civilización agresiva y voraz. Lovelock cree que hay soluciones, pero basadas en la tecnología y no en su abandono. "Sería necesario impregnarse de un nuevo espíritu", le dice a Punset durante su conversación. "Ahora es inútil aconsejarle a la gente que no coja el coche por ser lesivo para el medio ambiente: creen que su trabajo es más importante".

Mario Molina compartió en 1995 el Premio Nobel de Química con Sherwood Rowland y Paul Crutzen por descubrir la causa del agujero de la capa de ozono sobre la Antártida: el cloro contenido en los compuestos clorofluorocarbonados (CFCs) emitidos a la atmósfera. Su hallazgo conduciría en 1987 a un acuerdo internacional para retirar progresivamente todos los productos con CFCs (presentes en aerosoles, neveras, aislantes térmicos, etc.) y contribuir así a la recuperación de esa capa que filtra radiaciones ultravioletas muy peligrosas para los seres vivos. El químico mexicano espera que el agujero desaparezca en las próximas décadas. “Estos CFC, que se emitieron sobre todo en el siglo pasado, permanecen en la atmósfera durante un siglo o más”, explica.

Otro problema más acuciante es el efecto invernadero por las emisiones de dióxido de carbono y otros gases (procedentes sobre todo de la industria y el transporte), causante del cambio climático que ya ha provocado una subida media de un grado en la temperatura de la Tierra. “Cuánto más vaya a subir depende de si responde o no la sociedad”, advierte Molina en Redes. De ello dependerá a su vez la continuidad del fabuloso desarrollo científico y tecnológico al que el programa de Eduard Punset nos ha asomado durante casi veinte años.