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Testigos del éxodo (III)

El efecto huida

  • La periodista de RNE relata el temor de las familias sirias que atraviesan Hungría
  • Una madre le quiso entregar a sus dos hijos para que les subiera a un tren
  • "No puedo imaginar una representación mayor de la desesperación", asegura

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La policía desaloja a una refugiada y a su hijo de la estación de Keleti, en Budapest, a principios de septiembre.
La policía desaloja a una refugiada y a su hijo de la estación de Keleti, en Budapest, a principios de septiembre.

El foco informativo sobre los refugiados se había ido trasladando a otros puntos de Europa cuando regresé a Kiev desde Viena. Cuatro días antes, en plena madrugada, decenas de autobuses habían desalojado la plaza frente a la estación de tren de Keleti, en Budapest, que durante jornadas se convirtió en una auténtica ratonera en forma de improvisado campo de refugiados.

Ese martes de septiembre en el que entré una vez más en el imponente edificio depositario de tantas esperanzas, descubrí que una multitud volvía a agolparse en los accesos a los andenes, como lo habían hecho durante la semana anterior. Jóvenes en su mayoría, forcejeando con los policías que formaban un cordón humano impidiendo el paso. Unos pocos traductores, voluntarios, megáfono en mano, trataban de poner algo de orden donde sólo había angustia, impaciencia y extenuación. Sirios, afganos, iraquíes pedían, entre gritos, un trato digno y humano pero, sobre todo, subirse a un vagón y salir de Hungría.

Yo grababa los sonidos de esa mañana cuando una mujer joven, menuda, de aspecto frágil, se acercó a mí y con voz suave, pausada, me preguntó si hablaba inglés. Al escuchar la respuesta afirmativa cogió mi mano y me llevó junto a su familia. Habían comprado billetes para Alemania pero no se atrevían a aventurarse a acceder a los andenes. La situación se estaba volviendo cada vez más tensa y tenían dos hijos pequeños, uno de ellos apenas un bebé. “Ayúdanos”.

Refugiados intentan abordar un tren en la estación de Keleti, en Budapest, tras su reapertura

Refugiados intentan abordar un tren en la estación de Keleti, en Budapest, tras su reapertura. REUTERS/Laszlo Balogh joh

Entra tú con los niños, a ti te dejarán pasar

Logramos llegar al cordón policial, hablar con uno de los agentes, explicarle que era peligroso para dos niños estar rodeados de esa multitud furiosa. Apenas movió la cabeza para decirnos que no antes de apartar la mirada con cierto poso de vergüenza en el rostro. Lo seguimos intentando, subiendo el tono de voz, gesticulando. Uno de los niños comenzó a llorar mientras el padre se daba por vencido y trataba de abrirse paso para salir de allí. Y entonces ella, esa madre siria, me miró a los ojos y me dijo “entra tú con los niños, a ti te dejarán pasar”.

Nadie quiere convertirse en refugiado

No puedo imaginar una representación mayor de la desesperación. Una madre pidiendo a una extraña que se lleve a sus hijos allí donde ella cree que estarán a salvo, a un tren con destino a Alemania. La historia que tendrán detrás. Nunca la conoceré porque en ese momento dos policías les dejaron pasar, a los cuatro. Ni siquiera pude ver cómo subían al tren. Un obstáculo más superado en una carrera de fondo de guerras y fronteras, de muros físicos y mentales. Ninguno de aquellos con los que hablé quiso convertirse en refugiado, ni siquiera pensaron que algún día llegarían a serlo. Mucho se ha escuchado esta frase en los últimos meses, pero responde a una dramática realidad: no es efecto llamada, es efecto huida.

Si nos van a dejar morir aquí, que nos devuelvan a Siria, al menos quiero morir en mi país

Nadie quiere convertirse en refugiado. En algún sitio leí que si alguien se aventura a arriesgar su vida y las de los suyos cruzando el mar es porque lo que han dejado en tierra les resulta aún más peligroso. He visto a niños con las plantas de los pies en carne viva tras jornadas caminando. A ancianos con los brazos desgarrados tras cruzar la alambrada de cuchillas levantada por Hungría. A familias enteras andando por los andenes de las más modernas autopistas europeas. A cientos de refugiados encerrados durante horas en un tren pidiendo ayuda a Naciones Unidas desde las ventanillas. “Si nos van a dejar morir aquí, que nos devuelvan a Siria, al menos quiero morir en mi país”, nos gritó un joven. Una esperanza, la de volver a Siria, que muchos han perdido ya.