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Las claves del referéndum de independencia de Escocia

  • Todos los detalles de la consulta están pactados con Londres
  • El plan secesionista tiene cuestiones económicas clave sin cerrar
  • Conservadores y laboristas se juegan más que el futuro del Reino Unido

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Tartán de la Casa de Estuardo, el más típico estampado escocés sobre unas faldas.
Tartán de la Casa de Estuardo, el más típico estampado escocés sobre unas faldas.

1. Un referéndum pactado en una fecha simbólica

Escocia fue durante siglos un estado independiente en el norte de la isla de Gran Bretaña, que se reafirmó en las guerras de independencia contra los anglos entre finales del siglo XIII y comienzos del XIV. Para los escoceses, la batalla más simbólica fue la de Bannockburn, que tuvo lugar en el verano de 1314, es decir, hace justo 700 años.

Cuatro siglos después, en una época completamente diferente, Escocia renunció en gran parte a su soberanía al firmar el Acta que dio origen al Reino de Gran Bretaña en 1707. Pero los esoceses conservaron un sistema legal propio y mantuvieron algunas particularidades socioculturales (aunque a duras penas una lengua propia). Insatisfechos con su grado de autonomía, los partidarios de la independencia ganaron peso a finales del siglo XX y en las elecciones de 2011 el Scottish National Party (SNP, Partido Nacional de Escocia), liderado por Alex Salmond, obtuvo la mayoría absoluta en el Parlamento escocés con el compromiso de convocar un referéndum de autodeterminación.

Legalmente, la convocatoria de esa consulta solo podía hacerse desde Londres, pero el Gobierno de David Cameron aceptó ceder provisionalmente esa competencia en virtud del denominado Acuerdo de Edimburgo alcanzado con el Ejecutivo escocés en octubre de 2012, cuando los sondeos no daban opciones de victoria a la independencia.

"Siempre quise demostrar mi respeto a los escoceses. Votaron a un partido que quiere un referéndum y yo lo he hecho posible garantizando que sea decisivo, legal y justo", dijo entonces el ‘premier’ británico, que prefería celebrar la consulta cuanto antes. Sin embargo, Salmond consiguió aplazarla hasta este simbólico año a cambio de renunciar a una doble pregunta que hubiera contemplado la exigencia de más autogobierno.

Finalmente, la consulta se celebrará este 18 de septiembre y los ciudadanos tendrán que responder una cuestión muy simple: “¿Debería Escocia ser un país independiente?”.

2. Un censo limitado

Uno de los asuntos que más debate generó hasta alcanzar aquel acuerdo fue el del censo. En Westminster, un lor emprendió una campaña para que pudieran votar todos los británicos. En el lado contrario, algunos diputados del parlamento escocés pedían que el censo incluyera a los escoces repartidos por todo el Reino Unido, más de 700.000 electores y que se rebajase la edad para votar de los 18 a los 16.

Cameron y Salmond, en 2012. David Moir/Reuters

Las primeras ideas no tuvieron mucho recorrido, pero sí la del voto juvenil, una novedad en el Reino Unido. Finalmente el censo incluirá solo a los residentes en Escocia mayores de 16 años y con nacionalidad británica o de algún país de la Unión Europea o de la Commonwealth.

Además, para votar han tenido que formalizar su registro en el censo. De esta forma, entre los casi 4,3 millones de electores podrán responder a la pregunta sobre la independencia más de 400.000 ingleses y unos pocos miles de norirlandeses, galeses, europeos de los otros 27 Estados miembros y ciudadanos de 52 países de la Comunidad de Naciones (organización internacional heredera del Imperio británico), pero no el resto de extranjeros residentes en Escocia.

3. Sí, Escocia indepediente, ¿pero cómo?

Más allá de las cuestiones identitarias, el campo independentista ha puesto énfasis en las ventajas que tendría para el país gestionar directamente y por completo sus propios recursos, fundamentalmente su gran capacidad energética en hidrocarburos y renovables, un sector cada vez más estratégico.

No obstante, una cuestión económica elemental de la secesión está sin concretar: la moneda. La idea de Salmond era mantener la libra, pero según ha avanzado la larga campaña el campo unionista la ha ido descartando hasta que en uno de los debates, el portavoz de este bando le inquirió a su oponente por una alternativa y este tuvo que admitir que no la tenía.

Otro nexo que Salmond no quiere romper es el de la jefatura del Estado. “Yo creo que su majestad la reina, quien ha sido testigo de numerosos acontecimientos a lo largo de su reinado, estará orgullosa de ser la Reina de los Escoceses del mismo modo que nosotros estaríamos orgullosos de que fuera la monarca de nuestro territorio”, ha dicho Salmond estos últimos días. Sería así el 17ª país de la Commonwealth bajo la soberanía de Isabel II.

Tampoco está clara la relación que mantendría con la Unión Europea: en principio, el nuevo Estado no formaría parte de la misma, pero si el proceso se pacta con Reino Unido no debería haber problema para que Esocia se convirtiera en el 29º Estado miembro, como así desea Salmond. Paradójicamente, la participación de los escoceses en la UE podría peligrar más dentro del Reino Unido si, como prometió Cameron, se convoca en todo el país un referéndum sobre la cuestión.

La campaña Yes Scotland (Sí Escocia) ha estado protagonizada por el SNP de Salmond (socialdemocráta además de nacionalista), pero también la secundan Los Verdes y el Partido Socialista escocés, con lo que han puesto mucho énfasis en las políticas sociales que pondrían en marcha con un Estado propio. De hecho, una de las bases del orgullo escocés es su educación pública con un sistema muy diferente del resto del Reino Unido.

Con un discurso más crítico, la Campaña Radical de la Independencia considera que la secesión sería “solo el inicio” del camino a la independencia de los “poderes reales” que identifican con el mundo financiero y las grandes corporaciones.

4. Mejor Unidos… aunque sorprendidos

Mientras que el Parlamento de Edimburgo está dominado por el SNP, en las elecciones al Parlamento de Westminster los escoceses han dado en los últimos tiempos su apoyo de forma muy mayoritaria a los Laboristas. Entre ellos, el anterior primer ministro, Gordon Brown (que gobernó Reino Unido entre 2007 y 2010) o su ministro de Hacienda, Alistair Darling. Precisamente ha sido este quien ha encabezado la campaña Better Together (Mejor Unidos) en nombre de los tres grandes partidos británicos tradicionales (laboristas, conservadores y liberales).

Los laboristas Miliband y Darling (segundo por la izquierda y jefe de la campaña del no). REUTERS/Paul Hackett

Frente a ellos, Salmond ha sabido explotar algunas contradicciones de esa alianza, como cuando alertó, con un mensaje similar al usado por los laboristas británicos, sobre las intenciones privatizadoras de Cameron en materia de sanidad.

No extraña así que en Escocia los Laboristas por la Independencia hayan formado una facción rebelde por el .

En un intento de recomponer la unidad y para contrarrestar el auge del ‘sí’ en las encuestas, los tres líderes ‘unionistas’, Cameron, el laborista Ed Miliband; y el viceprimer ministro Nick Clegg, han viajado en la semana previa al referéndum a Escocia para ofrecer más competencias y autonomía financiera, aunque sin consenso entre ellos. Eso sí, el gesto de suspender la sesión del control del Gobierno fue muy simbólico sobre cómo están dispuestos a dejar de lado sus diferencias en esta cuestión.

También se ha desplazado al país Nigel Farage, el líder del partido ultranacionalista británico UKIP, que con su discurso xenófobo hace una campaña por el no diferente.

5. Derivadas imprevistas

Según el compromiso de ambas partes, el resultado será vinculante con solo el 50% de los votos más uno, pero hay tantas cosas en juego y sin cerrar que el margen será muy importante.

Más allá de la independencia, un triunfo del significará una derrota personal de Cameron y el final probable de su carrera, hasta el punto de que podría precipitar su salida de Downing Street. Para los conservadores sería inaudito seguir liderados por quien pasaría a la historia como el premier que no evitó la ruptura del Reino Unido.

Pero para los laboristas, perder Escocia sería perder su mayor granero de escaños y lastraría sus posibilidades de volver al gobierno británico, y todo ello a pocos meses de las elecciones generales con el populista UKIP en auge.

En cuanto al proceso de secesión, todavía falta mucho por concretar, incluidas otras grandes cuestiones económicas como el reparto de la deuda soberana o de la caja pública de las pensiones. Demasiada tela por cortar como para que el SNP ya tenga fecha para la declaración de independencia: el 24 de marzo de 2016.

En caso de que ganen los unionistas por un margen estrecho, como indica la media de los últimos sondeos, también se debería abrir otro proceso de negociación para la transferencia de nuevas competencias, según lo prometido en campaña. Y en el plano electoral, las incógnita se trasladarán también a Edimburgo, donde también se deberían celebrar comicios en la próxima primavera.