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EE.UU. cambia la esperanza por la calculadora en una de las elecciones más reñidas de su historia

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Obama coincide con Romney en Ohio el estado clave para los votos

"Todo el mundo recuerda con romanticismo la última campaña, los carteles, el buen espíritu, pero las fuerzas del 'statu quo' se nos siguen oponiendo a cada paso".

Con estas palabras Barack Obama certificaba ante una multitud en Madison (Wisconsin) la realidad evidente de la campaña electoral de 2012: tras convertirse en el primer presidente afroamericano de la historia de Estados Unidos en 2008 impulsado por la esperanza de sus votantes, ahora ese sentimiento se ha agotado, dejando paso a un mero cálculo de riesgos.

La ruta de su último día de campaña habla por sí misma: tras Wisconsin viajará al estado que previsiblemente decidirá todo, Ohio, y cerrará su maratón en Iowa, el estado en el que empezó su carrera a la Casa Blanca después de derrotar a Hillary Clinton en el primer duelo de las históricas primarias demócratas de 2008.

Si vence en los tres estados sumará justo los votos mínimos necesarios para ser elegido en el colegio electoral: 270 (ver mapa electoral). Ni más ni menos. Lejos queda la victoria aplastante contra John McCain, cuando consiguió expandir el mapa con estados azules (demócratas) a lugares insospechados, como Indiana, Carolina del Norte, Virginia e incluso uno de los cinco votos que repartía el estado de Nebraska, de profundas raíces republicanas.

En esos tiempos Obama se paseaba con el viento de la historia a su favor y se permitía decir que ya no había unos Estados Unidos rojos (republicanos) o azules, sino una sola "América".

La idea era superar la división generada durante los ocho años de Administración Bush, donde el líder republicano consiguió victorias pírricas ante Al Gore (que le ganó en número de votos pero perdió el decisivo estado de Florida) y John Kerry (que cedió al final por apenas tres puntos y solo por perder en Ohio).

La propia dinámica de la campaña ha certificado la profunda división entre los estados rojos y azules: pese a ser el periodo electoral donde se ha recaudado más dinero -casi 2.000 millones de dólares entre los dos candidatos- el grueso de los anuncios se han concretrado en un puñado de estados, cada vez menos, mientras que el resto del país asistía con indiferencia ante un voto que casi tenía predefinido.

Un país más dividido que nunca

Así, Obama cuenta con el respaldo de dos de las regiones más ricas del país -el nordeste atlántico y la costa del Pacífico- mientras su rival triunfa con soltura en los estados del centro y el sur, guardián de las 'esencias' estadounidenses.

Esa división casi responde a la propia escisión racial de Estados Unidos: donde las minorías latina y afroamericana tienen algo que decir, poco o nada le queda por jugar al candidato republicano, Mitt Romney; en los lugares en los que la población blanca -y religiosa- sigue siendo abrumadora minoría, el nombre mismo de Obama solo provoca rechazo.

En medio, quedan los lugares donde ambos siguen haciendo campaña, en el caso de Romney hasta el último día.

"Estamos a un solo día de un nuevo comienzo", decía el republicano en un mitin en otro  estado clave, Virginia, donde se apropiaba de la noción de cambio que una vez abanderó su rival

Un día antes, en Cleveland, le daba al demócrata donde más le dolía: "Prometió hacer mucho pero francamente se ha quedado muy corto".

El propio Obama reconocía en Wisconsin que aún le queda "mucho por hacer" y señalaba directamente a las cifras de desempleo, que ronda el 8%.

La clave de Ohio

Consciente de que una situación económica así le coloca en una posición difícil para la reelección, Obama se ha centrado en los tres estados del centro y el medioeste, donde una medida tomada al inicio de su mandato, el rescate de los gigantes de la automoción de Detroit, le ha colocado en una posición ventajosa que no tenía en 2008.

El corazón de esta región es Ohio, donde se combinan todas las claves de la población estadounidense, convertido en un singular 'laboratorio: el norte, en torno a la ciudad de Cleveland, con una fuerte población negra.

El sur, rural, vinculada a la misma población conservadora de estados vecinos como Indiana o Kentucky. Y, en el centro, el condado de Hamilton, en el entorno de Cincinnati, donde ambos candidatos se juegan la presidencia.

Tanto Obama como Romney saben que quien gane en Ohio lo tendrá muy fácil en Wisconsin (más escorado hacia los demócratas) e Iowa (donde las encuestas dan una situación más apretada).

El problema para el republicano es que, si pierde en esos tres estados, su victoria sería imposible, mientras que su rival cuenta con otras posibilidades.

El problema del mapa electoral (para Romney)

Por eso, Romney volverá a Ohio por vigésimo primera vez en un mes la misma jornada electoral tras cerrar oficialmente su campaña en Florida y Virginia, dos estados sin los cuales no tiene apenas posibilidades de ganar, y en el minúsculo Nuevo Hampshire, que con sus cuatro votos puede desequilibrar la carrera si está muy igualada (que se lo pregunten a Gore, que perdió allí).

En los últimos días, algunos sondeos han entreabierto la posibilidad de que Romney remontase a última hora en Michigan, Minesota y, sobre todo, Pensilvania, que Romney también visitará en la última jornada electoral y que con sus 20 votos electorales podría compensar una eventual pérdida de Ohio.

Pero a escasas horas de la jornada electoral estas opciones suenan demasiado remotas y, pese a un práctico empate técnico en las encuestas a nivel nacional, los cálculos de probabilidades muestran que Obama tiene el camino más fácil para conseguir los 270 votos del colegio electoral necesarios para seguir en la Casa Blanca.

En concreto, el gurú de las encuestas del New York Times, Nate Silver, cifraba las posibilidades del presidente en un 86%, reforzado además por una tendencia leve pero constante de mejora de Obama en los sondeos nacionales, impulsado sobre todo por su gestión del huracán Sandy.

Una campaña de golpes de efecto

Sandy fue la "sorpresa de octubre" que temen todos los candidatos a la Casa Blanca. Un huracán de una extensión casi sin precedentes que azotó a buena parte del corazón electoral de Obama -los estados de Nueva Jersey, Nueva York, Pensilvania y Connecticut- y que le dio a Obama la oportunidad de recordar que era eso, el presidente.

Los sondeos del fin de semana reflejan de manera insistente un empate casi total entre ambos candidatos, compensando en parte el déficit de décimas que tenía Obama, arrastrado desde el gran golpe de efecto de Romney, el primer debate electoral, celebrado en Denver.

Antes de ese debate, todo indicaba que Obama se encaminaba a una reelección tan cómoda como la de Bill Clinton en el año 96: una ventaja de cuatro puntos a nivel nacional, aderezada con un margen aún mayor en todos los estados claves, desde Florida hasta Ohio.

Hasta ese momento, los constantes anuncios negativos de los demócratas contra Romney, al que caricaturizaban como un capitalista sin escrúpulos, por un lado, y escorado a la derecha religiosa en temas sociales, por otro, habían tenido su efecto.

Comentarios como los de Romney sobre el 47% de los estadounidenses que consideraba dependientes del estado ayudaron aún más a afianzar esa creencia.

Tras el impulso de Denver, la campaña de Obama quedó cogida de imprevisto: Romney volvió a mostrar su cara más moderada,  la que tenía cuando era gobernador de Massachusetts, y su caricatura se vino abajo ante millones de espectadores que normalmente no están muy interesados en la política.

Entonces los medios estadounideses labraron la imagen del 'momentum' del candidato republicano, pero un mes después la carrera se ha estabilizado, si no ha girado ligeramente hacia el presidente.

Las dos victorias a los puntos de Obama en los siguientes debates, junto a la eficaz campaña sobre el terreno y las buenas cifras de voto adelantado -que, eso sí, son peores que las de 2008- han ayudado a los demócratas, que han abandonado el idealismo del 'Yes we can' por un hábil ejercicio de cálculo electoral respaldado por la frialdad de los datos.

Obama, como Bush en 2004

El espejo en el que los demócratas se miran ahora no es Clinton, ni Reagan, ni Carter (como querrían los republicanos) sino el George W. Bush posterior a la Guerra de Irak, que perdió los debates contra John Kerry, pero que se presentó en la recta final igual que su sucesor.

Como Bush, Obama tiene una aprobación que roza el 50%, pero aún hay más estadounidenses que le aprueba que los que le desaprueban. Como Bush, llega con una ventaja mínima al día de las elecciones, si no empatado. Como Bush, ha perdido a los independientes, pero aún cuenta con un fuerte apoyo de su electorado.

Eso sí, el candidato demócrata cuenta con el respaldo de la coalición opuesta. Según el sondeo de la NBC y el Wall Street Journal, Obama cuenta con hasta 65 puntos de ventaja entre latinos y afroamericanos,  mientras Romney le saca veinte puntos entre los blancos.

Los republicanos cuentan con que la mayor movilización de sus votantes blancos pueda permitirles vencer si su peso en el total de votantes asciende al 75% (latinos y negros son tradicionalmente más abstencionistas).

Los demócratas cuentan a su favor con el aumento de población latina, que debería propiciar un descenso de los blancos que votan si igualan su movilización electoral.

En todo caso, un puñado de votos y una serie de variables que han excitado a analistas electorales y encuestadores pero que, a muchos millones de estadounidenses, como a la niña Abigael Evans, le provocan cansancio, no esperanza.