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Combustión humana espontánea: cuando el cuerpo arde solo sin llama

  • ¿Puede el cuerpo arder desde las entrañas sin una chispa externa?
  • Álvaro Martín, autor de El libro del fuego, analiza en Terror en blanco la combustión humana espontánea
Figura envuelta en humo blanco sobre fondo negro.  El contraste y la oscuridad evocan misterio.
En los últimos 300 años se han documentado más de 200 casos de combustión humana espontánea. ISTOCK

8 de noviembre de 1964. Pensilvania. El Parque de Bomberos recibe un aviso por un incendio. Uno más, en un día como tantos otros. O eso parece. Entre los efectivos que acuden a la vivienda está el jefe de unidad, Paul Haggerty. Tanto él como sus compañeros siguen el procedimiento habitual. Sin embargo, lo que encuentran no tiene nada de normal.

La situación es desconcertante. No hay llamas ni humo. Tampoco daños visibles. Únicamente una casa en silencio. Dentro, en una de las habitaciones, el cuerpo calcinado de Hellen Conway sobre una silla que, increíblemente, permanece intacta. El fuego se había iniciado mientras la dueña estaba sentada, pero nada del mobiliario, nada, resultó afectado. Solo ella, o lo que quedaba de ella.

"Llevo 35 años viendo las fotos y todavía no tengo respuestas. Estaba consumida, excepto las piernas", contaba Haggerty en una entrevista recogida ahora en Terror en blanco, con María Paredes. "No hay forma de explicarlo. Ninguno habíamos visto nada parecido. El fuego empezó desde dentro".

Tras la investigación, no hallaron fuente externa que lo originara. La única posibilidad era la combustión humana espontánea. La misma que aceptaron los testigos que en 1985 vieron arder a un hombre hasta quedar reducido a cenizas en São Paulo. También quienes, en 2015 presenciaron cómo una mujer alemana estallaba en llamas. O los médicos indios que, en 2013, atendieron hasta cuatro veces en sus dos primeros meses y medio de vida a un bebé por incendiarse.

¿Puede el cuerpo arder desde las entrañas sin una chispa de fuera? El autor de El libro del fuego, Álvaro Martín, analiza el fenómeno en Terror en blanco.

Suena a mito, incluso a excusa. Pero las imágenes, los informes y los testimonios sobre ello, están ahí. Existen. Más de 200 casos documentados desde el siglo XVIII lo respaldan.

"Uno de los primeros —explica Martín— fue el de la condesa Cornelia Zangheri, abuela del papa Pío VI, que ardió en 1731. De ello habló Paolo Rolli, miembro de la Royal Society, en un artículo publicado en 1745".

Y lo perturbador es que aquella escena era prácticamente idéntica a las posteriores de Pensilvania, São Paolo o Alemania. Diferentes épocas, países y contextos, pero mismas circunstancias: cuerpos carbonizados con algunas extremidades "salvadas" y entornos intactos.

"Para que los huesos se descompongan deben estar expuestos a más de 1.500 grados durante al menos una hora y media", calcula Martín. "¿Cómo es posible entonces que yo me convierta en cenizas mientras la mesa en la que estoy apoyado no?".

Teorías que van del alcohol a lo subatómico

Circulan varias teorías. Ninguna concluyente. La ciencia relega la combustión humana espontánea a la categoría de rareza inexplicable —o directamente la evita—. No interesa.

"Es un tema parecido al de las enfermedades raras", compara Martín. Su baja frecuencia y dificultad de estudio lo convierten en una cuestión "incómoda". Se investiga sí, pero no demasiado y, desde luego, no lo suficiente.

"La mayoría lo dejan de lado como algo residual", y quienes lo abordan, aunque con buenas intenciones, comenten el error de "quitarle el factor espontáneo" o de centrarse solo en los casos más repetidos.

Una de las teorías más exploradas es el llamado efecto mecha: una chispa prende la ropa, la grasa corporal actúa como cera y el cuerpo se consume sin que el fuego se extienda. Parece factible, sin embargo, como advierte Martín, hay trampa. "Se propician unas condiciones de laboratorio que en la realidad no existen".

Además, la ciencia ha tendido a centrarse exclusivamente en el "sujeto tipo": "mujeres mayores de 60 años que habían consumido alcohol". Así surgió la teoría del barril viviente —muy popular en los siglos XVIII y XIX—. Se decía que el alcohol en el estómago entraba en combustión. Se hablaba incluso de una condena divina.

Y si no, de asesinato. Como el caso tipo ocurría sin testigos durante un "plácido sueño", "no siempre estaba claro si había terceras personas implicadas".

Más adelante, se llegó a sostener la teoría del pirotón. ¿Y si hubiera una fuente de calor interna, muy violenta y rápida, capaz de quemar el cuerpo en segundos sin tocar lo demás?

Quizá estaríamos antes un nuevo muon. "Se sugirió la existencia de una partícula subatómica invisible y aún no descubierta que, al entrar en contacto con ciertos cuerpos, generaría una reacción en cadena que destruía al sujeto", señala Martín, enfatizando en en la probabilidad: "Nunca se ha hallado su evidencia".

De momento, la hipótesis más "plausible", aunque no corroborada, es la de la acetona propuesta en 2010 por el biólogo británico Bryan J. Ford.

Según Ford, "todos los sujetos que han vivido una combustión espontánea comparten que tenían bajos niveles de glucosa. Esa condición —llamada cetosis— provoca que el cuerpo genere más acetona de lo normal".

"La acetona, que es extremadamente inflamable, se mezcla con los lípidos y con los tejidos y puede llegar a exudarse. Si en ese momento hay una chispa de electricidad estática, todo arde", concluye Martín.