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Dos años de los ataques de Hamás

Gaza, "una palabra prohibida" en la Ciudad Vieja de Jerusalén

El trauma por los ataques del 7 de octubre de 2023, aún muy presente en Jerusalén

Dos jóvenes esquivan preguntas de la prensa: "No podemos opinar". Un silencio incómodo invade el recorrido por las calles de Jerusalén hasta la puerta de Damasco, una de las ocho que dan paso a la Ciudad Vieja ubicada en el corazón del Este de la Jerusalén ocupada. El 7 de octubre de 2023 marcó la forma de vivir la Ciudad Vieja, donde en un solo kilómetro cuadrado conviven musulmanes, judíos, cristianos y armenios en cuatro barrios.

Las callejuelas de piedra de una de las ciudades más antiguas del mundo —6.000 años, según los arqueólogos— llaman la atención al caminar. Dos años después de los atentados de Hamás en Israel y la ofensiva israelí en Gaza, los comerciantes mantienen el latido de esta pequeña Ciudad Vieja y se sienten víctimas colaterales del conflicto. Son familias que viven del turismo en una zona que alberga los templos sagrados de las tres grandes religiones, la Cúpula de la Roca, la Mezquita de Al Aqsa y el Muro de los Lamentos, y que antes atraían a miles de visitantes. Pero el turismo se ha desplomado un 66% con respecto a 2023, según los últimos datos publicados por el Ejecutivo israelí.

El silencio se cierne sobre Jerusalén Este por el miedo a opinar en contra del Gobierno israelí

"El problema no es lo material, sino la parte más emocional", dice Abdlekrim, un hombre de 53 años que heredó un bar familiar y que apenas recibe clientes. "Abro cada día con la esperanza de conseguir algo de dinero", asegura. Este negocio era de sus abuelos y de sus padres, por lo que va a intentar aguantar todo el tiempo que pueda. "No me perdonaría cerrarlo", añade.

Es la hora del rezo y hay algo más de movimiento hacia la Explanada de las Mezquitas. "Somos muy pocos los que podemos rezar aquí. Se ha convertido en un privilegio", dice Sara, estudiante de Farmacia de 23 años. Para acceder hay que pasar un control militar, recitar una oración del Corán y taparse de pies a la cabeza. De pronto asoma la famosa cúpula dorada. Hay tan solo un puñado de personas.

"Muchos amigos han dejado de venir y las familias de Cisjordania ocupada tienen prohibido entrar aquí", denuncia la joven. Recuerda que en muchos hogares palestinos tienen la foto del Al Aqsa porque no tienen a su alcance rezar en este lugar sagrado. Desde el comienzo de la masacre en la Franja se ha temido por este lugar y por la convivencia. "Hay días que el Ejército nos deja pasar y otras veces que no. Según el día", relata.

"Nos vigilan con sus propias cámaras"

Cada comunidad ignora a la otra en un intento de evitar la confrontación. En el barrio musulmán reconocen la tensión con la que tienen que convivir a diario. Tres mujeres musulmanas sentadas delante de su tienda acceden a hablar, pero solo si no hay cámaras de por medio. "Aunque nos vigilan con sus propias cámaras", exclama Aisha. Notan los efectos de la masacre en el enclave palestino y el trauma generado en la población judía por los ataques de Hamás. "Se creen que todos los palestinos y musulmanes somos terroristas", dice. Se produce un silencio, una de ellas ordena dejar de hablar del tema. "Desde que salimos de casa hasta que volvemos estamos con tensión y bajo vigilancia", denuncia y describe una mayor militarización en estas calles.

Los cristianos son menos del 1% de la población. Shafiq, árabe y cristiano de 25 años, tiene una tienda que da al Santo Sepulcro y también percibe la caída del turismo. A diferencia de sus vecinos, no tiene ningún problema en responder a la prensa. "Intento estar informado, pero también reconocemos que hemos nacido en este punto del planeta que se caracteriza por normalizar la tensión constante", reflexiona.

Es plenamente consciente de lo que ocurre en Gaza, pero aquí "es una palabra prohibida", denuncia. La minoría cristiana, dice, es la que menos sufre a nivel de enfrentamiento. Pero admite que todos son parte de esta realidad. "Aquí tenemos que tener varios planes de vida, los jóvenes sufrimos mucha inestabilidad y tenemos muy poca perspectiva de futuro", lamenta. Por otro lado, siente que han tenido que normalizar la discriminación y el racismo.

No sabría contestar a la pregunta "de dónde es", tiene que pensarlo, antes de soltar "de Jerusalén". "Debería de preguntárselo a quienes nos gobiernan. ¿De dónde nos consideran?", se pregunta. "Somos de aquí y nacimos aquí, pero no nos hacen sentir que esto nos pertenece", concluye.

Miedo a la ocupación

Las tres comunidades comparten un temor: la amenaza constante de sufrir la ocupación de los judíos. "Tienen miedo, sobre todo los musulmanes, a que les ocupen su barrio dentro de la Ciudad Vieja. Es decir, allí se da también una especie de mini ocupación o mini colonialismo a escala reducida", explica Santi Echeverría, corresponsal de Radio Nacional de España en Jerusalén. De hecho, desde la Puerta de Damasco hasta el Muro de las Lamentaciones, está cada vez más lleno de banderas de Israel.

"La Ciudad Vieja se va colonizando, se va ocupando como los asentamientos de Cisjordania y es una realidad indiscutible", añade el corresponsal. Una joven judía israelí defiende la dura ofensiva de Israel: "Si no han acabado con Hamás, que la guerra no se termine". Otros se niegan a hablar y queda claro que el trauma de los atentados ha provocado una herida irreparable.