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El papel del cerebro en un encierro de San Fermín: "La adrenalina puede convertir a alguien común en un atleta"

  • El especialista en neurociencia Pablo Navarro explica el papel clave de la mente en situaciones de peligro
  • "La cultura influye en la percepción del riesgo: el contacto con el toro no es solo físico, es simbólico", señala
  • EN DIRECTO, quinto encierro de San Fermín 2025
Corredores en un encierro de San Fermín
Corredores en un encierro de San Fermín CESAR MANSO / AFP
Miguel B. Irigaray*

Calles abarrotadas de gente; prendas rojas y blancas. Un ruido ininteligible, luego un estruendo y finalmente un silencio fugaz. Astados de 500 kilos comienzan a acercarse a los burladeros donde se encuentran los corredores que, por tradición, arriesgan su integridad física. Para salir indemne de una situación de peligro la corteza cerebral segrega una hormona clave: La adrenalina.

Pablo Echegaray, un joven pamplonés, admite que entra a la zona del recorrido del encierro casi cuando va a comenzar la carrera, "no me gusta hacerlo antes, la espera me pone muy nervioso y me pasan mil pensamientos por la cabeza: mis amigos, no lesionarme, mi novia, la familia.... pero el cuerpo solo me pide correr".

Asumir riesgos cuando no es necesario, qué emociones dominan una mente en una situación de peligro o por qué algunas personas disfrutan arriesgando su físico tiene una explicación psicológica. Pablo Navarro es un psicólogo especializado en Terapias Contextuales y en intervenciones en pacientes con psicosis. La neurociencia es su campo.

Reunión informal de tres personas; una, con tableta, parece liderar la conversación en un ambiente de consulta sobre ciencia y tecnología.

Pablo Navarro durante una consulta Pablo Navarro

PREGUNTA: ¿Cómo influye la cultura en nuestra percepción del riesgo?

RESPUESTA: Mucho más de lo que pensamos. El riesgo no se vive igual en todas partes. Hay culturas que aplauden la valentía, el coraje, la confrontación con el peligro. En esos contextos, exponerse a experiencias extremas puede ser una forma de ganarse respeto, identidad, pertenencia. En otras culturas, sin embargo, el riesgo se asocia a irresponsabilidad o falta de control.

La forma en que miramos el peligro tiene mucho que ver con lo que nos enseñaron sobre el valor y la vulnerabilidad. En lugares como Pamplona, por ejemplo, los encierros no son solo una carrera: son un ritual social, una forma de mostrar algo ante los demás y ante uno mismo.

P: Durante los Sanfermines un corredor me cuenta que siempre intenta tocar al toro. ¿Qué puede haber detrás de eso?

R: Puede suceder por muchas variantes. El contacto con el toro no es solo físico, es simbólico. Tocar al peligro es, a veces, tocar lo intocable, sentirse fuerte y capaz. Comprobar que uno puede estar cerca del precipicio y no caerse.

En muchas personas, esto va más allá del espectáculo, es una forma de recuperar el poder en un mundo donde a veces uno se ha sentido frágil; es un baile entre el miedo y el orgullo.

Ese tipo de acercamiento extremo suele tener un componente identitario muy fuerte. Es decir, hay algo que define al yo a través de ese gesto: “yo soy el que se atreve”, “yo soy el que va más allá”. Estar cerca del toro, tocarlo, no es solo enfrentarse al peligro, es transformarlo en algo que uno domina, aunque sea por un instante.

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P: ¿Qué ocurre exactamente en el cuerpo cuando vivimos una situación de estrés o peligro real?

R: Cuando una persona se enfrenta a una situación percibida como amenazante, el cuerpo reacciona de forma automática. Sin que tengamos que pensarlo, se activa un sistema de defensa: el sistema nervioso simpático. La adrenalina y la noradrenalina, dos sustancias que produce el cuerpo, se liberan rápidamente y nos preparan para la acción.

El corazón late más rápido, los músculos se tensan... No importa si el peligro es un toro, un incendio o una conversación difícil. Todo el organismo entra en estado de alerta, es como si dijera: "ahora no pienses, corre".

P: Muchos corredores, durante los Sanfermines, entran lo más tarde posible al recorrido porque la espera los pone nerviosos. ¿Qué hay detrás de esos pensamientos que se acumulan antes del riesgo?

R: La anticipación es uno de los momentos más incómodos del miedo. Mientras no hay acción, la mente se llena de escenarios posibles. Empieza a imaginar todo lo que podría ir mal, se multiplica el diálogo interno, y aparecen lo que llamamos pensamientos intrusivos: ideas que no queremos tener, pero que vienen una y otra vez.

En esos momentos, el cuerpo aún no ha entrado en modo acción, pero la mente ya está atrapada en la amenaza. Por eso, muchas personas sienten alivio cuando el momento llega porque al menos ya están dentro. El fin de la espera se traduce en movimiento.

muchas personas sienten alivio cuando el momento llega porque al menos ya están dentro. El fin de la espera se traduce en movimiento.

P: ¿Qué papel juega el miedo para la supervivencia?

R: El miedo es fundamental. No está para bloquearnos, está para protegernos. El problema no es tener miedo, sino cómo lo interpretamos.

Si creemos que tener miedo es un fallo, vamos a intentar reprimirlo. Pero si lo escuchamos, puede guiarnos. En contextos extremos, el miedo puede convivir con la acción. No son enemigos. La clave es entrenar la relación con él, aprender a no dejar que decida por nosotros, pero tampoco ignorarlo por completo. Normalmente, cuando el miedo habla, suele tener algo importante que decir.

P: ¿La adrenalina mejora el rendimiento o puede bloquearnos?

R: La adrenalina puede mejorar el rendimiento físico, la velocidad de reacción y hasta la percepción del entorno, puede convertir a alguien común en un atleta por unos segundos... siempre que esté dentro de un rango tolerable. Si la intensidad es demasiado alta, el sistema se desregula; cuesta pensar con claridad, se pierde coordinación, aparece el "quedarse en blanco". El mismo mecanismo que nos salva puede también desbordarnos, hay personas que se entrenan a convivir con esa activación y otras que, simplemente, se paralizan.

P: ¿La búsqueda de adrenalina puede convertirse en una adicción?

R: No hablamos de una adicción en el sentido clínico de una droga, pero sí podemos hablar de una dependencia emocional. Hay personas que, de forma más o menos consciente, necesitan ese estado de hiperactivación para sentirse vivas porque en la calma sienten vacío. En ese silencio emocional aparecen pensamientos que no saben cómo sostener.

La adrenalina puede funcionar como un parche: les permite conectar con el presente, escapar del dolor o simplemente dejar de pensar. Pero cuando ese patrón se repite una y otra vez, puede convertirse en una forma de anestesia emocional. Ya no se busca placer, se busca no sentir.

P: ¿Qué emociones dominan durante esos minutos de peligro?

R: Depende mucho del momento. En los primeros segundos, suele haber una mezcla intensa de miedo, alerta y presencia absoluta. El cuerpo está en modo supervivencia, y eso determina la experiencia emocional.

Por otro lado, también puede aparecer euforia, liberación, rabia, incluso placer. En situaciones límite, las emociones no se comportan de forma ordenada. A veces se solapan.

Hay personas que lloran después de correr un encierro, y no saben si es por miedo, alivio o alegría. Lo cierto es que las emociones, en momentos así, son tan intensas que a veces cuesta ponerles nombre

P: ¿Qué señales indican que la búsqueda de riesgo ya no es saludable?

R: Una señal clara es cuando la persona ya no busca la experiencia, sino el alivio que le genera. Cuando necesita esa dosis de intensidad para sentirse bien, para calmar la ansiedad, para conectar con algo.

También cuando empieza a poner en peligro su vida sin medir las consecuencias o cuando la experiencia deja de tener sentido en sí misma, se vuelve compulsiva y solo se encuentra el placer en ella. Si alguien empieza a desconectarse emocionalmente del entorno, de las personas, de sí mismo, y solo se siente vivo cuando está al límite, quizá no está buscando aventura, sino una forma de anestesia.

Cuando se necesita esa dosis de intensidad para calmar la ansiedad y conectar con algo, es una mala señal

P: ¿Qué función psicológica puede tener el riesgo voluntario?

R: Buscar el riesgo no siempre es solo una necesidad física. A veces, es una forma de probarse. De comprobar que uno puede, que está vivo. Desde el enfoque contextual, podríamos decir que hay una función de evitación experiencial encubierta: se busca el riesgo no por el riesgo en sí, sino para escapar de sensaciones internas más difíciles de sostener. Otras veces, hay una función de acercamiento: el riesgo permite conectar con valores personales como el coraje, la libertad o el sentido de pertenencia. En ambos casos, el riesgo no es el fin, sino el medio.

P: ¿Qué pasa después, cuando todo ha terminado?

R: Viene la caída. Lo que se conoce como "efecto rebote". El cuerpo necesita recuperar el equilibrio y entra en juego el sistema nervioso parasimpático. Es como si el cuerpo dijera: "Ya está, puedes descansar". Baja la adrenalina, el corazón se ralentiza, vuelve el hambre, las manos dejan de temblar.

La parte emocional no siempre es tan rápida. Algunas personas sienten una especie de vacío, como si hubieran tocado algo muy alto y ahora no supieran cómo volver a la normalidad. Otras, en cambio, sienten calma, alivio, una sensación de haber "descargado" algo interno. En cualquier caso, no se vuelve igual que antes. Y no es extraño que, en esa bajada, aparezca el deseo de volver a vivir algo igual, no tanto por la experiencia, sino por lo que hizo sentir.

*Miguel B. Irigaray es alumno del máster de Reporterismo Internacional de la UAH con el Instituto de RTVE. Este artículo ha sido supervisado por la redactora jefa de sociedad, Lucía Rodil.

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