Dora María Téllez, opositora al régimen en Nicaragua: "La dictadura de Ortega se deteriora de forma continua"
- La exguerrillera sandinista lideró la revolución armada para derrocar la dictadura de la familia Somoza en los años 70
- Vivió encarcelada e incomunicada durante 600 días: "La mente vuela. Tuve que luchar contra mi propia cabeza"
Es una tarde de primavera. El sol da de lleno en la terraza de la Sorbonne Nouvelle, la universidad que recientemente ha otorgado el doctorado Honoris Causa a Dora María Téllez, exguerrillera sandinista y actual opositora al régimen de Daniel Ortega. Cuando RTVE llega a la cita con ella, la mujer, de 69 años, menuda pero enérgica, conversa con Ernesto Medina, exrector de dos de las principales universidades de Nicaragua, y ahora exiliado en Zaragoza. Son, como ellos dicen, dos "nicas" (abreviatura de nicaragüenses) desterrados y agradecidos al Gobierno español por darles la nacionalidad.
La que fuera la "comandante 2" que a finales de los años 70 del siglo pasado lideró la revolución armada para derrocar la dictadura de Somoza, apuesta hoy por una lucha cívica que termine con Ortega y su esposa Rosario Murillo. Creen que el final de su dictadura está cerca.
PREGUNTA: Esta Universidad de París le concedió este título honorífico cuando usted estaba aislada y presa en la cárcel de El Chipote. Estuvo un año y medio en esta prisión, pero su condena en 2022, y tras un juicio sin garantías, fue de ocho años solo por oponerse políticamente a Ortega. ¿Pensó que saldría antes?
RESPUESTA: Yo sí tenía la certeza de que podíamos salir pronto. En Nicaragua los presos políticos son personas secuestradas, es decir, están en calidad de rehenes que el régimen intercambia cuando le interesa. Nos coincidieron dos momentos complicados. Uno, las elecciones de 2021, cuando me detuvieron por liderar el partido opositor Movimiento Renovador. Y después estaban las elecciones municipales en el 2022. Estaba claro que nunca íbamos a salir antes de estos comicios locales, como así fue.
Lo mismo puede pasar con el medio centenar que hay ahora en la cárcel, muchos han sido funcionarios o altos funcionarios del régimen. Por alguna razón cayeron en desgracia y están desaparecidos para sus familias.
P: Usted siempre ha dicho que no sufrió torturas físicas, pero estuvo totalmente incomunicada 600 días. ¿Cómo se gestiona el silencio, el no hacer absolutamente nada?
R: El silencio es muy difícil. Es estar solo con uno mismo. Sin sábanas, sin almohadas, sin lecturas, sin lápices, sin posibilidad de dibujar, de pintar, de hablar. Solo podía hacer lo que puedes hacer con tu cuerpo o con tu cabeza. Y la mente vuela. Se ve la realidad hacia adelante, hacia atrás, la mía, la del país. Es una introspección profunda.
Tuve un momento muy duro cuando comencé a tener alucinaciones. Tuve que luchar contra mi propia cabeza. A la vez me dije que no iba a mostrar ninguna fisura porque al régimen le encanta quebrarte. Tenía que mantener un rostro impasible. No patear, no tirar nada, no romper nada, aunque tenía una lucha interna muy grande.
“Uno tiene que luchar por lo que uno cree, y tiene que estar dispuesto a pagar el precio por ello“
P: Y en esos momentos, ¿llegó a arrepentirse de ser una voz combativa contra Ortega? ¿Pensó que no le había merecido la pena?
R: Yo nunca me arrepiento de pelear. Me arrepiento tal vez de la manera en que uno pelea, pero en ningún momento pensé: "A mí me hubiera ido mejor quedándome al lado de Ortega". Es decir, yo creo que uno tiene que luchar por lo que uno cree, y tiene que estar dispuesto a pagar el precio por ello, porque si no lo que consigue, siempre es poco.
P: La de 2022 fue la segunda condena en su vida después de haber estado arrestada por Somoza en los años 70. ¿Le dolió más esta última por ordenarla Ortega que fue compañero de la revolución sandinista?
R: Francamente, no. A estas alturas, veo la dictadura Ortega-Murillo como una continuidad de la de los Somoza. El mismo molde, la misma matriz. Claro que los Ortega-Murillo no han enfrentado una lucha armada, pero no me cabe la menor de las dudas de que serían exactamente igual de brutales. La prueba es que con una protesta cívica mataron a más de 320 personas. Muchachos, jóvenes, muchachas, gente mayor, ¿verdad? Y desaparecidos y heridos y miles de presos. Entonces, en realidad la condena no me dolió.
P: Usted conoció a Daniel Ortega a mediados de los años 70. Les unía el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y el ideal de acabar con la dictadura somocista. ¿Cómo puede alguien convertirse en el mismo tipo de dirigente contra el que él luchó en su juventud?
R: Nosotros nos percatamos de que Daniel Ortega tiene esa conducta autoritaria ya en los años 90 y nos separamos del Frente Sandinista justamente porque fue imposible variar el rumbo al que lo estaba conduciendo. Y esto fue doloroso porque el FSLN no era solo un partido político, era la organización con la que habíamos ido a la lucha armada, es decir, había un vínculo de sangre muy poderoso, pero vimos que no había manera de cambiar desde dentro y fundamos otro partido promotor de una izquierda democrática.
P: Y entonces, ¿ya intuyeron una deriva dictatorial?
R: Yo creo que las personas pasan procesos de descomposición y el proceso más agudo es cuando se llega al poder y se carece de límites. Si no hay un contrapeso, hay peligro. Y el régimen de Ortega-Murillo ha sido capaz de pasar todos los límites. El último lo borraron con la reforma a la Constitución en febrero, para hacer una dictadura de derecho. Tienen una estructura de pensamiento que gira en torno al poder total y al poder familiar. Y además, son personas que no tienen escrúpulos y la falta de escrúpulos en política es letal.
P: ¿Hay esperanza de que esta realidad cambie?
R: El régimen está en un proceso de deterioro continuo, progresivo e irreversible. Ortega es un hombre de 80 años. Está enfermo y tiene una dificultad de coherencia mental grande. Ha entregado todo el poder a Rosario Murillo, que tiene casi 76 años. Estamos hablando de dos personas ancianas con pretensiones dinásticas. Murillo es además una persona tiránica que no tiene escrúpulos, es vengativa, pero no tiene la racionalidad política de Ortega y es políticamente irracional. Opera bastante con el hígado. Y cuando digo con el hígado, es contra enemigos y amigos. Pero eso es una dictadura en proceso de deterioro continuo. Ahora hay que pelear la vía cívica.
P: ¿Es usted la revolucionaria que ve ahora que empuñar las armas no valdría en este caso?
R: Son circunstancias diferentes. La dictadura de los Somoza duró 45 años. Era mucho para mi generación y nos dijimos "no hay más solución que las armas". Pero esta no es una dictadura que va a llegar a los 45 años. Yo creo que hay que darnos la oportunidad como sociedad de enfrentarlo por la vía política cívica. Creo que hay una gran voluntad en la sociedad nicaragüense de hacer ese enfrentamiento aún en medio del estado de terror, y eso nos puede ayudar a romper ese circuito de autoritarismos, guerras civiles, revoluciones, dictadores. Desde luego es un desafío y no solo en Nicaragua.
P: ¿Quiénes siguen apoyando a Daniel Ortega y a Rosario Murillo?
R: Tras la represión violenta de la movilización cívica de 2018 se invalidaron políticamente. Perdieron la alianza con los empresarios y para hacer alianzas con algún partido político. Se quedaron sin contraparte de ninguna especie para equilibrar las acciones en la sociedad y se fueron aislando y aislando. Y ya en los últimos tiempos han perdido parte de su propia base social del sandinismo. El Frente Sandinista, que tenía hasta el 35% del voto en el año 2014, ahora solo tendría un 12%; es decir, ellos tienen una erosión en su base. Ha habido también una purga en todos los estamentos. A las universidades también les ha afectado. Todas dictaduras las ven como los semilleros de ideas peligrosas.
P: Y todo este proceso hacia el final a cámara lenta lo ve usted desde España, y antes desde Estados Unidos, donde fue expulsada con otros 222 presos nicaragüenses. Ortega les quitó su nacionalidad, sus propiedades, sus títulos…prácticamente los borró por completo. ¿Qué supuso para usted?
R: El destierro es profundamente desgarrador. No hay manera de gestionarlo en el día a día. La única manera es mantener la conexión, mantener la lengua, mantener lazos de comunidad con otro exiliado, con otros desterrados, con otras personas nicaragüenses afuera. Eso es una cosa que no tiene solución. Nicaragua tiene un desangramiento que es definitivo, probablemente de gente brillante, muchachos y muchachas brillantísimos en el área de las ciencias, de la literatura, de las artes, de todo. Ese es un dolor que ahí está.
Lo único que uno puede hacer es que no te paralice, que no te amargue, que no te impida disfrutar lo que tienes enfrente, que no te impida aprender. Ver que el exilio también es un tramo del camino en el que uno puede aprender muchas cosas del lugar donde vive, de la sociedad donde vive, del medio en el que está, de las personas que encuentra.
P: En mayo de 2023 el Gobierno español le concedió la nacionalidad a usted y a otros 13 nicaragüenses ¿Se siente bien en España?
R: Vivo agradecida de haber pasado de la patria legal, digamos, a ser ciudadana española. No puedo simplemente decir "yo estoy aquí por un pasaporte". Tengo un sentido de gratitud. Reconozco España como una patria adicional, no como un pasaporte sustituto. Por eso, yo creo que, en lugar de convertirse en pérdida, se convierte en un enriquecimiento. Lo digo así porque tengo el defecto de ser una persona optimista en mi vida, pues yo siempre estoy buscando en el lado positivo, aunque me vaya pésimo. Entonces tal vez ese es mi defecto, pero no me va mal con eso.
Dora María se ríe y busca con la mirada a su amigo Ernesto Medina Sandino, uno de los 94 nicaragüenses a los que en 2023 Ortega quitó la nacionalidad y bienes por traición a la patria. Su delito fue escribir una carta como rector quejándose de la represión que sufrían sus alumnos. Desde Zaragoza, donde vive con su mujer, sueña que pasea por su barrio de Managua y "que está todo igual".
"Mis amigos siguen allí, pero no les escribo, porque sé que está todo controlado", dice a TVE. Dora María Téllez le contesta con una sonrisa: "Yo estoy lista para cerrar la maleta".