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Salman Rusdhie se defiende en 'Cuchillo' del fanatismo: "Soy un tipo más duro de lo que pensaba"

  • Rusdhie sobrevivió a un intento de asesinato, con una docena de puñaladas, el 12 de agosto de 2022
  • El escritor angloindio vuelca su experiencia en Cuchillo: Meditaciones tras un intento de asesinato

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Salman Rushdie presenta 'Cuchillo' en RTVE: "Este libro es una forma de convertir el odio en arte"

"El lenguaje también era un cuchillo. Podía cortar el mundo en dos mitades y revelar su significado, su funcionamiento interno, sus secretos, su verdades. Podía cortarlo para pasar de una realidad a otra. Podía destapar tonterías, abrir los ojos a la gente, crear belleza. El lenguaje era mi cuchillo."

Salman Rusdhie, como un alquimista, ha transformado su dolor en literatura. El 12 de agosto de 2022, poco antes de las once de la mañana, un joven de 24 años le asestó una docena de puñaladas en Chautauqua en un acto, ironía del destino, sobre la necesidad de mantener a los escritores a salvo. La fetua del ayatolá Jomeini por Los versos satánicos le alcanzaba 33 años después.

Esta mañana de mayo en Madrid, el escritor es el protagonista de Los desayunos del Ateneo, viste un traje gris marengo, calcetines a tono, una camisa rosa ligeramente desabrochada y zapatillas sin cordones con suela de goma. Relajado, confiesa que se encuentra "sorprendentemente bien, mejor de lo que debería estar" y arranca cada una de sus intervenciones con una pequeña broma.

"Un comediante talibán"

Defiende el humor en la literatura y en la vida, como arma contra el fanatismo, y alude a la dificultad de imaginar "un comediante talibán" lo que provoca las risas del público. Define Cuchillo como un libro "bastante divertido", se muestra "complacido con el tono ligero, lleno de comedia y humor".

Al rememorar su intento de asesinato, reconoce que en esa situación "nunca sabes cómo vas a reaccionar", pero ha descubierto que es "un tipo más duro de lo que pensaba". El instinto de supervivencia, la resiliencia, le hizo mantenerse consciente, lo que le permite recordar la secuencia de los acontecimientos. Desde que un joven vestido de negro se levantó entre el público hasta que, después de un ataque con arma blanca de 27 segundos, lograron reducirlo, seguido por la atención de urgencia in situ y el traslado en helicóptero.

Rushdie apunta que, como escritor, no es muy consciente de su cuerpo, pero que el ataque fue una vivencia físicamente muy intensa. A la absoluta falta de privacidad que supone estar ingresado en un hospital, el autor añade con gracia que nadie le explicó "por qué la mejor hora para sacar sangre eran las cuatro de la mañana", se queja de la falta de sueño y reflexiona sobre el arma del crimen: "El cuchillo me había separado del mundo a tajo limpio, confinándome a aquella ruidosa cama".

El ángel de la muerte

Cuchillo está dividido en dos partes: El ángel de la muerte y el ángel de la vida. La primera centrada en el atentado y sus secuelas y la segunda en cómo se sobrevive a ese trauma. Rusdhie agradece en el libro la ayuda de todas las personas que contribuyeron a salvarle, entre ellas, su mujer, que lo vivió en primera persona y le acompañó en todo el proceso.

En un texto autobiográfico, hay un capítulo de completa ficción, el que Rushdie dedica a su agresor al que se refiere como A (de asesino y de asno). El escritor barajó ir a verle a la cárcel para hablar cara a cara, una posibilidad que desechó por sus implicaciones legales y porque su mujer se lo desaconsejó. En ese diálogo imaginario, Rushdie intenta entender como un chico de Nueva Jersey sin antecedentes se convierte en un asesino, en un radical islámico, tras un viaje al Líbano y cuatro años en un sótano adoctrinado por el imán Yutubi.

En el texto, Rushdie subraya que con su novela Los versos satánicos no pretendía ofender ni insultar a nadie y expresa un deseo difícil de cumplir: "A decir verdad, me alegraría mucho no tener que hablar nunca más de 'Los versos satánicos'. Mi pobre y difamado libro. Quizá un día tanto él como su difamado autor volverán a ser libres".

Realismo mágico

Explica Rusdhie el deslumbramiento que sintió al leer Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, en una tarde, siguiendo la recomendación de un amigo: "Una de las mejores experiencias de mi vida. Encontré mi mundo traducido al español". Años más tarde, en México DF, Carlos Fuentes llamó a la puerta de su habitación del hotel para decirle que tenía una llamada de teléfono. Era el Nobel colombiano, y hablaron un buen rato: "Sin tener yo ni idea de español, ni él hablar inglés, nos entendimos perfectamente".

Rushdie siempre ha defendido a capa y espada el poder de las palabras. Después de Los versos satánicos publicó Harún y el Mar de las Historias, una deliciosa fábula sobre un narrador que pierde el don de contar porque unos malvados están contaminando la fuente de la que manan los relatos. Un alegato en contra del pensamiento único, la radicalidad, el fanatismo y los políticos que usan la mentira para mantenerse en el poder.

Ahora el escritor, menciona el Brexit o la campaña de Trump como peligrosas mentiras colectivas y alerta contra los falsos profetas. Ante semejante panorama, su conclusión es clara: "Los escritores de ficción tenemos que decir la verdad".

Triunfo del amor

El autor enarbola el triunfo del amor sobre la muerte. Narra que "estaba viviendo una historia de amor, pero el intento de asesinato está justo en medio" y titular el libro Cuchillo y una historia de amor, hubiera resultado "bastante confuso".

En un momento, Rushdie piensa "echo de menos el 11 de agosto", el día anterior al atentado, cuando era "el tipo despreocupado que contemplaba la luna llena sobre el lago, un escritor con una nueva novela a punto de publicarse, un hombre enamorado". No perdona a su agresor, pero tampoco siente odio, menciona cierto sentimiento de pena y se reafirma en su voluntad de seguir con su vida y ejercer su libertad.

El final del libro no deja lugar a dudas, un año después, vuelve al lugar del atentado junto a su mujer, se abrazan en el escenario y cierran un círculo: "Era una felicidad herida, y había además, quizá para siempre, una sombra en un rincón de esa dicha. Pero con todo, era una felicidad consistente, y. mientras nos abrazábamos, supe que eso bastaría".