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Las dos caras de Irán (II)

El rechazo al velo se impone entre las mujeres iraníes: "El país no va a cambiar, pero yo sí"

  • Tres jóvenes cuentan a RTVE.es cómo es la vida de las mujeres que eligen no llevar el hiyab en Irán
  • Han decidido romper con las tradiciones para formarse, trabajar y ser independientes

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Elecciones en Irán: "La única forma de protestar es no participando en las elecciones"

Para Aftab, la vida en Irán es como una perpetua obra de teatro. Las mujeres, cada mañana al salir a la calle, tienen que actuar según las estrictas normas dictadas por el régimen, pero la suya es una pieza que no recibe el reconocimiento y el aplauso al final del día. La llegada de la Revolución Islámica supuso una suerte de aliento allá por 1979 pero ahora, 45 años después, el desgaste es palpable, especialmente, en la populosa Teherán. “Haga lo que haga, no puedo representar esta escena”, indica señalando hacia la Avenida de la Revolución. 

“Lo que se ha vivido en Irán es mucho más que un teatro”, enfatiza Aftab. Para esta joven, que compagina sus estudios de arte con el trabajo en un pequeño café en una de las avenidas más concurridas de la capital, la calma y la normalidad impuesta chocan con el ambiente de protestas e indignación que sucedió a la muerte de Mahsa Amini por llevar "mal puesto el hiyab". Se muestra apática e indiferente ante los carteles electorales y las banderas que anuncian la celebración de elecciones legislativas en la misma calle amplia que fue testigo de las protestas feministas. 

Aftab atiende a los transeúntes en la bulliciosa avenida de la Revolución Islámica. Casi de forma automática: carga la cafetera, coloca un vaso de cartón y pulsa el botón para que el café embriague el pequeño local. Con el mismo automatismo, limpia la máquina y vuelve a colocar todo en su sitio para volver a empezar. 

Entrada a la Universidad de Teherán en la Avenida de la Revolución

Entrada a la Universidad de Teherán en la Avenida de la Revolución E.HAMEIDA

En este lugar se intuye el espíritu reivindicativo de una juventud, especialmente mujeres, hastiada por un régimen pretérito que las asfixia. A escasos metros de este espacio de protesta pública está la Universidad de Teherán, hay grandes librerías, alguna biblioteca y numerosos puestos de venta ambulante. “Sigo flotando. Me parece surrealista todo lo que hemos vivido. Necesito que se detenga el tiempo para los iraníes y, pensar colectivamente sobre lo ocurrido”, asegura la joven mientras recuerda las manifestaciones que estallaron en septiembre de 2022 bajo el lema “mujer, vida y libertad”. “Seguimos en shock, muy en shock”, reitera. 

Seguimos en shock, muy en shock

La joven Aftab, de 24 años, llegó a Teherán corriendo tras el sueño de ser actriz y hace un año que intenta lograrlo en la facultad de Artes. Nació en el seno de una familia muy conservadora, en una de las ciudades más tradicionales del país. Ubicada en el noreste de Irán, Mashhad es un lugar sagrado de peregrinación para el chiismo, conocida por las cúpulas doradas de sus mezquitas. “Mi ciudad es muy conservadora y mi familia también, pero ahora vivo aquí y me he independizado”, explica. Sus padres no quieren que estudie artes, entienden que no tiene futuro en la República Islámica. De hecho, la convencieron para que cursara la carrera de Matemáticas, aunque no la llegó a concluir porque “en la pandemia pasé mucho tiempo en casa, tuve ratos de soledad y todo lo que leía era sobre teatro y literatura”. 

Desde niña supo que quería ser actriz pero hay sueños difíciles de cumplir en una república donde reinan los clérigos: “Mis padres no iban a pagarme este tipo de estudios”. Cuando tuvo la suficiente fortaleza para enfrentarse a su realidad, se matriculó en la universidad pública y “una vez aquí busqué trabajo y estoy compaginando las dos cosas”, dice con cierto orgullo. 

“Cuando veo la tranquilidad de ahora, me pregunto ¿qué habrá sido de la emoción que nos movía el año pasado? y, sobre todo, lo fácil que puede llegar a ser cambiar las cosas”, reflexiona. Las mujeres como ella se atreven a hablar, pero siempre con las cámaras apagadas y nombres ficticios. Para esta entrevista, la futura actriz ha escogido Aftab, un nombre que en persa significa sol, ese astro que ahora se niega a asomarse para calentar las frías calles de una ciudad ajena al ambiente electoral que decora sus fachadas. Con un gesto que pretende abarcar el paisaje humano que transita por la gran avenida plagada de jóvenes dice que “basta con mirar” para entender a lo que se refiere. 

No deja de hablar cuando se acercan extraños a pedir café, no tiene miedo ni teme ninguna represalia. Se cubre media cabeza con una bufanda de lana tricolor que posa sobre un jersey mostaza. Deja claro que tiene la cabellera semicubierta porque está trabajando, pero el resto del tiempo se suma a la desobediencia civil. “En la calle no me lo pongo”, alega desafiante.

Los hombres que apoyaron las protestas 

De vez en cuando pasan compañeras y amigas a por un café. Un joven entra en el local y le da un abrazo. “Se llama Egel y es mi novio”, confiesa. Van a la misma facultad y él, como otros varones, también se ha sumado a las protestas contra el velo. “Las mujeres iraníes han demostrado que tienen más fuerza de la que imaginamos”, concluye.

A sus 25 años tiene claro que “el éxito” para los cambios “vendrá de la unidad”. Explica que muchos chicos han entendido que hay que estar del lado de las mujeres y que ellos también tienen que “expresar su repulsa contra la imposición del hiyab”. Egel estudió Derecho en un país donde el único derecho que existe está basado en la interpretación de la sharia, la ley islámica, y por eso reconoce que no le gustó su carrera. Los dos saben que las artes no son caminos sencillos en el Irán de 2024. Se sienten bajo la lupa porque cualquier creación puede ser “censurada, creen que estamos mandando algún mensaje en su contra”, aunque reconocen que el arte por sí mismo puede expresar cosas. 

En Teherán hay muchos submundos que coexisten, pequeños universos para quienes no comparten la doctrina de los ayatolás. Oasis para la diversión y lugares clandestinos que acogen la rebeldía. La casa de los artistas es uno de estos rincones para desconectar. Es casi de noche, la lluvia y el frío se quedan en la puerta. Su armoniosa construcción invita a adentrarse por las salas de exposiciones. De repente, dos chicas con las melenas descubiertas comentan fotografías en blanco y negro. 

”Queremos ser fotógrafas”, dicen a la par Neda y Nur. Aceptan tomarse un café, aunque la lluvia que repiquetea al otro lado del cristal invita más a un chocolate caliente. Es un espacio seguro, una cafetería moderna en la que no hay velos, excepto por algunas mujeres que llegan de la calle y que enseguida se destapan. 

La entrada en la Escuela de Artes de Teherán de noche

La entrada en la Escuela de Artes de Teherán de noche E.HAMEIDA

Neda y Nur: un inicio como el de Amini 

Neda tiene 21 años y creció en el corazón de una familia religiosa en una pequeña localidad de 15.000 habitantes, llamada Anar, en la provincia de Karman, al sudeste del país. La joven vino a Teherán en busca de libertad y de futuro. “Allí las mujeres llevan el hiyab y mantienen una distancia prudente con los hombres”, explica. Luce unas uñas pintadas de rojo pasión, una melena rizada que no cabría debajo del pañuelo y tiene la piel más tostada que las demás. Sus ojos hablan y su sonrisa está muy presente. Estudió Diseño gráfico, pero terminó pasando a Fotografía. Tiene dos hermanos mayores y dos hermanas mayores casadas, ella es la más pequeña y ha decidido romper con las tradiciones para formarse, trabajar y ser independiente. Cualquier cosa para evitar volver al pueblo.  

Su amiga Nur es más tímida, su tono es más pausado y busca con cuidado las palabras exactas para expresar sus sentimientos. Tiene un cabello largo y liso que recoge en una hermosa trenza. También ha cumplido 21 años. Las dos amigas van a la misma clase, aunque Nur nació en la histórica ciudad zoroástrica de Yazd, una de las más antiguas del mítico Imperio persa. Como Neda, comenzó una carrera de ciencias, aunque renunció para dedicarse a la fotografía. “En Teherán me siento más poderosa e independiente”, dice sonriendo. Las chicas de su edad en su árida tierra natal ya están pensando en casarse. Ella aclara que aún “no está en mis planes”. 

En Teherán me siento más poderosa e independiente

Esperan con paciencia a que el chocolate se enfríe. Mientras la conversación avanza, tienen más confianza, quieren hablar y expresar lo que sienten, llama la atención verlas sin ningún velo a mano. Explican que muchas jóvenes han tomado la decisión de desafiar a la Guardia Revolucionaria.

La impunidad que sucedió a la muerte de Mahsa Amini les ha demostrado que nada va a cambiar a nivel de país, todas sus esperanzas se esfumaron. Las han parado varias veces, han visto como han detenido a sus amigas, las molestan, tanto hombres vestidos de policía como de paisano, pero a ellas no les importa. “Pienso que si algo tiene que cambiar soy yo y si no cambia nada, tendré que abandonar mi país”, asegura Nur. Ellas han tomado la decisión de desobedecer y forzar el cambio. Se manifiestan a diario con la cabellera descubierta para reivindicar su derecho a decidir. “Es una decisión personal y no significa que tengamos miedo”, aclara. 

Todos los días van a clase sin ningún hiyab. La familia de Neda sabe que no lo lleva y expresa su preocupación por si le pasa algo. Se ven reflejadas en la dramática historia de Mahsa Amini, la joven del Kurdistán iraní que estudiaba en la capital. Insisten en que cualquiera podría ser Mahsa en esta ciudad de más de nueve millones de habitantes donde sufren una doble discriminación por ser mujeres y por proceder de zonas rurales. 

Neda y Nur tomando un chocolate caliente en la cafetería de la escuela de artes

Neda y Nur tomando un chocolate caliente en la cafetería de la escuela de artes E.HAMEIDA

Este viernes, ni ellas ni sus familias votarán en las elecciones. La apertura de miras que hay en la facultad de Artes ha contribuido a convertirlas en mujeres más libres. Son 17 alumnos en clase y todos vienen de contextos diferentes. Los que tienen mejores condiciones económicas están pensando en abandonar Irán, mientras “los de la clase media no podemos irnos y somos los que más sufrimos”, denuncia Nur. Llegaron a Teherán a buscar un futuro, pero ahora al final de su carrera ven que este anhelo no será fácilmente alcanzable. 

“Los chicos no tienen las presiones que tenemos”

Aun así, Neda se niega a pensar siquiera en emigrar, igual que es incapaz de contemplar su vida fuera del bullicio teheraní y del compromiso con su país. “No quiero ser artista, quiero ser más bien activista y estar con mi gente”, dice. Le preocupan las cuestiones medioambientales y le gustaría investigar y denunciar los problemas de la sequía y la deforestación de los bosques. 

En los suburbios de Teherán tienen sus espacios clandestinos para divertirse, bailar, ver películas y beber alcohol hecho en casa. Ellas ven que no todos los chicos de su edad se preocupan por la igualdad. “Los chicos no soportan las presiones que tenemos y no pueden entendernos”, se indigna Neda.

A veces sus amigos se dan cuenta de la desigualdad en los lugares comunes donde ellas no pueden entrar por el hecho de no llevar velo. “Ellos nos ven, pero no estoy segura de que puedan entender nuestra rabia”, concluye.

Y antes de despedirse, una reflexión: “La libertad está a la vuelta de la esquina, en llegar al metro y volver a casa sin haber recurrido al hiyab”

Un puesto de café en la Avenida de la Revolución de Teherán

Un puesto de café en la Avenida de la Revolución de Teherán E.HAMEIDA

*Los nombres utilizados en este reportaje son ficticios