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Entrevista

El protagonista de la última novela de Landero: "Luis me ha pintado un retrato preciso y precioso"

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Ernesto Gil, protagonista de 'La última función' de Luis Landero
Ernesto Gil, protagonista de 'La última función' de Luis Landero.

Tito Gil es el protagonista de la última novela de Luis Landero y también una persona real. Un viejo amigo al que el novelista rinde un entrañable homenaje literario. Ernesto Gil Sánchez "más bien bajo, de piernas cortas y ligeramente arqueadas, barbas espesas y agrestes" con "un aire de dignidad e incluso de elegancia", según la descripción del escritor, hace honor a su figura de papel.

RTVE.es ha hablado con él en su casa. A sus 86 años recién cumplidos una degeneración macular le dificulta la lectura y aún no ha podido leer el libro, pero se muestra muy agradecido a Landero, al que conoció hace 45 años: eran profesor y alumno en la Escuela de Arte Dramático.

Pregunta: ¿Qué siente al verse convertido en un personaje de novela?

Respuesta: Me siento pagado, es decir, que mis esfuerzos por el arte no han sido en vano, que han servido para que un autor de la categoría de Luis Landero, que es uno de los grandes escritores de este país, pues haga una elegía, porque es una elegía a mi esfuerzo como artista.

P: ¿Considera que Landero le ha regalado la inmortalidad en La última función?

R. Si, creo que si. Es como los grandes pintores, cuando retrataban a alguien, lo inmortalizaban en un cuadro y conseguían que pasara a la posteridad. Luis me ha hecho un retrato preciso y precioso.

P. Pero, no es la primera vez que aparece en una novela de Landero.

R. En Juegos de la edad tardía ya salía como Gil, el viajante que provoca la transformación de Gregorio Olías en Augusto Faroni. Entonces éramos tres amigos que hacíamos tertulias literarias: y entonces ahí hablábamos de todo, de lo que se habla en las tertulias.

P. Tengo entendido que representaban juntos un espectáculo sobre Federico García Lorca.

R. Entonces él tocaba la guitarra y yo recitaba. Estuvimos juntos en Estados Unidos, en la costa Este, en Marruecos y en Francia.

P. ¿Recuerda alguna anécdota de aquella gira lorquiana por el nuevo mundo?

R. Es que no sé si contarlo como fue, porque él es un novelista y cogió al vuelo lo que yo no supe contestar. Una chica, periodista de cultura, me dijo: "Usted es Federico García Lorca", yo me quedé parado. Y Luis inmediatamente dijo "García Lorca soy yo". Escribió un artículo en ABC y yo le puse a caldo. "Has dicho que ibas con un amigo y no has dicho ni el nombre". Aquello era muy importante para mí porque después de esto podría haber seguido en la recitación. Y él me dijo: "Mira, veo que tu carrera va", pero yo no quería seguir sin que él me acompañase. He recitado versos con dos guitarristas y muy buenos, pero hacían lo que les daba la gana, no me acompañaban. Y esa fue la anécdota, que no sé si se va a enfadar o qué.

P. ¿Cuál ha sido su mayor éxito como artista?

R. Mi mayor éxito fue en Casablanca, en Marruecos. La gente se tiró al escenario y yo les dije: "Pero, ¿habéis entendido algo? No, la emoción". Y eso a mí me dejó muy emocionado. Vi que lo había hecho bien, era una representación de Poeta en Nueva York. Incluso, al reportero se le cayó la cámara, porque allí hay mucho homosexual y le tuvimos que dar fotos nuestras para ilustrar el artículo.

Otro éxito fue en México, en Juárez. Estaba de gira con la segunda compañía del Teatro Nacional que se creó en la Escuela de Arte Dramático con Obligados y ofendidos. Hacía de padre de un estudiante y yo no era el protagonista principal, pero sin embargo la página salió con mi foto. Después de la función, nos invitaron a una comida y la concejala se acercó a mi mesa y me dijo: "Estoy enamorada de usted". Estaba mi mujer allí presente y añadió: "Bueno, artísticamente. No deje usted de hacer teatro".

P. ¿Qué es lo más extraordinario que le ha pasado sobre las tablas?

R. Una vez recitando La danza de la muerte de Lorca: "El Mascarón. ¡Mirad el mascarón! ¡Cómo viene del África a New York!", me quedé tumbado en el suelo. Y entonces me dijeron: "¿Pero sabes lo que has hecho?" Y yo en el suelo, contesto: "Bueno, no lo sé". Estuve un rato. Fue aquí, en Madrid, en el Colegio de la Sagrada Familia, donde yo estudié, que tenían un teatro magnífico. Allí sentí lo que decían los antiguos griegos, el rapto sagrado del teatro cuando el intérprete es un instrumento en manos de un dios.

P. Gil en la novela disfruta de un amor imprevisto gracias al teatro. ¿Cómo se le han dado los amores?

R. Bueno, pues en realidad he tenido varios amores, pero bueno el que más me ha tocado ha sido uno que tuve de muy joven. Yo tenía 24 años y ella tenía 15, creo, y ese fue mi primer amor. Se llamaba Inmaculada y sigo enamorado de ella todavía.

P. ¿Y por qué no pudo ser?

R. En aquellos tiempos, no pudo ser por que yo soy muy, muy de izquierdas. Y ella era hija del secretario de Fraga y dije: "¿Dónde me voy a meter?". Por que no te casas con la mujer, te casas con la familia y eso me echó para atrás. Entonces, era profesor de literatura de una escuela y una chica me dijo que Inma estaba en Torredembarra. Y yo, aunque sabía que estaba prometida ya muy seriamente con un chico, que creo que era médico, pues fui a verla y estuvimos en la playa. Si ella hubiera puesto algo de su parte, me habría comprometido, yo estaba tan tan enamorado.

Años después coincidimos en El Retiro, cerca del estanque y había un sitio donde veíamos los peces, los peces rojos que ya no hay, que ya se los han comido las carpas. Ella tenía dos niñas y venía de un paseo, había quedado con su marido en un bar. Me di cuenta de que ella, en vez de ir directa, dio una vuelta para estar más rato conmigo; lo que pasa es que yo no me atrevía porque me contaron que era infeliz con el médico y no quise meterme en ese lío, pero me di cuenta de que ella seguía también enamorada de mí.

P. ¿Echa mucho de menos a Ana, su mujer?

R. De mi mujer, como digo en mis versos, "se ama lo que se pierde", o como dice Machado, "se canta lo que se pierde" que es más bonito, más poético. Hace cinco años, cuando murió mi mujer, me di cuenta de que la amaba y no me había dado cuenta hasta entonces. Entonces yo no podía salir de casa sin hacerle un poema. Y tengo colgados en internet todos los poemas. Luis se dio cuenta de que están dedicados a mi mujer, mi amor real.

P. En la novela a Gil le pone los cuernos su novia. ¿Hay algo de cierto?

R. Bueno, pues sí. Es todo verdad. Tuve una novia que me puso los cuernos, Maricarmen, que todavía la veo. Y bueno, ella me quiere mucho. Yo también le quiero mucho. Está casada, vive en San Sebastián y es una mujer muy inteligente.

P. En su familia lo de llamarse Ernesto Gil es una tradición...

Mi padre se llamaba así, es mi nombre y a mi hijo se lo puse porque me lo dijeron en Marruecos. Cogimos un taxi para ir a Casablanca y el taxista me dice: "Yo me llamo igual que mi padre y mi abuelo. Eso es como si vivieras en el otro". Y yo me quedé con la copla. Al principio, creíamos que el bebé que venía era una niña y yo le tenía puesto el nombre de Bárbara, pero al ver que era un niño dije: "¡Pues Ernesto!", acordándome de esa anécdota. Los árabes son muy sabios.

P. Ahora que que ha logrado la inmortalidad como personaje literario. ¿Qué le pide a la vida?

R. Seguir haciendo teatro, seguir recitando y seguir escribiendo. Nada más. Yo escribiendo soy feliz. Si no, me encuentro muy vacío. Si no escribo, me parece que me falta algo, que no estoy cumpliendo con mi deber. Porque yo desde pequeño he escrito, desde el primer verso. Que fue a los seis años a mi madre.

P. ¿Y todavía lo recuerda?

R. Sí, sí, se lo dije a Luis: "Te quiero, mamá, como a la carne", porque entonces en la posguerra, casi no comíamos carne. Éramos seis hermanos y el día que había carne nos volvíamos locos.

P. En la novela, Gil carga con los ejemplares de un poemario autoeditado, ¿y en su caso?

R. Nací en Salamanca y vine a los seis meses a Madrid, pero allí veraneaba en mi infancia. Yo iba todos los veranos si sacaba buenas notas y estudiaba para irme. En el centro de Salamanca, vivía mi abuelo, que debía ser un tipo extraordinario. En medio de una manzana de casas, hizo un jardín. Y ese jardín para mí es mi fuente de inspiración. Yo he escrito un libro que se llama Ninfa de la Fuente Dormida, porque allí había una fuente que era la más maravillosa, pero estaba siempre apagada y yo ahí sospeché algo, y dejé volar la imaginación. Mi poemario iba a editarlo Santillana, pero el interesado falleció y finalmente lo edité yo mismo. Landero iba a escribir el prólogo, pero entonces murió su hijo y no llegó a ser.

P. ¿Cuál es su poeta favorito?

R. Para recitar, Lorca. Es como si fuera mi amigo, como si lo hubiera conocido toda la vida. En fin, cuando tenía 16 años, escribí un verso y me dijeron: "Eso es de Federico" y yo ya me interesé por alguien que decían que yo escribía como él o él escribía como yo. Siempre he sido muy surrealista de pequeño y los versos surrealistas, a mí me llegan enseguida. En la portada de mi libro pongo que mis influencias son de Rubén Darío y de Espronceda, yo de Lorca no tengo ninguna influencia. Ahora me da por escribir en consonante y yo quiero escribir como San Juan de la Cruz, que escribe en consonante y todo suena a una música celestial.