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Entrevista

Luis Landero, sobre su última novela: "El arte es liberador, redime a la gente de la vulgaridad"

Por
Luis Landero presenta su última novela
Luis Landero en una calle de Madrid.

La última función es la nueva novela de Luis Landero. Una historia que apela a la ilusión colectiva de un pueblo que se vuelca en recuperar el milagro y apoteosis de la Santa Niña Rosalba. Ernesto Gil, vecino de voz prodigiosa y actor legendario en el imaginario colectivo, llega para revivir la tradicional representación y llevarla a cotas insospechadas.

Aprendiz de mecánico, chico de los recados, guitarrista flamenco, profesor universitario y siempre escritor, Landero ofrece una nueva entrega de su universo de personajes contradictorios, indolentes a veces, entregados a un destino más alto que el de sus vidas cotidianas.

En su primera novela, tras lograr el Premio Nacional de las Letras 2022, narra la vida de Tito Gil, un personaje inspirado en una persona real, Ernesto Gil Sánchez.

Pregunta: Ernesto Gil es la encarnación de un viejo amigo y es el arquetipo de antihéroe de sus novelas, pero ¿quién es Paula, la coprotagonista de La última función?

Respuesta: Es un personaje de ficción. Me inspiro vagamente en una mujer que veo físicamente porque necesito ver a mis personajes de un modo concreto, de un modo físico. Es menudita, es guapa, tiene muy bonita figura, es un poco ingenua, tiene el pelo rubio y a partir de ahí, la hago actuar. Y entonces aparece un conflicto y el personaje se va haciendo poco a poco, pero Paula es un personaje totalmente inventado.

P: Paula se abraza a sí misma, un gesto que también atribuye a su madre o sus hermanas en otras novelas...

R: De mi madre y mis hermanas... (valora pensativo). Siempre pienso que lo hacen muchas mujeres. Los hombres somos menos dados a ese gesto, pero las mujeres es verdad que se abrazan como a sí mismas. Yo diría que es algo hasta maternal, cuando se ponen un abrigo, cuando se pone no sé qué. Sí, buena observación.

P: Paula aparece leyendo y también observa a otras dos figuras femeninas, una madre y su hija, que leen en el tren. ¿Es un guiño a sus lectoras?

R: No, es un detalle que yo lanzo ahí; que entre todos los que van en el vagón no se fija en nadie, salvo en esa madre y esa niña. Y luego, cuando el vagón se queda vacío, solamente queda la madre y la niña. Esto es un recurso de novelista. Esos pequeños detalles, esos "divinos detalles", como decía Nabokov, que son los que a veces dan gracia a una novela y le dan un poso, un peso real.

P: Precisamente el personaje de su primera novela huye en un tren de la ciudad al final de la historia y la llegada en un tren de Paula desencadena la acción en su última novela. ¿Qué papel simbólico tienen los trenes en su literatura?

R: No lo sé. Quizá, porque es la primera vez que me preguntan algo así, -siempre me acuerdo de niño, de la primera vez que vi un tren. Yo tenía siete años y me llevaban a Madrid-, para meterme interno en el colegio. Mis padres me llevaban a una estación que estaba al lado del pueblo, al lado de Alburquerque. Me acuerdo de ver venir el tren, que era uno de aquellos trenes de carbón con la máquina ennegrecida y con un faro, así tipo Polifemo, arriba del todo. Y era por la noche, eran las doce de la noche y, desde entonces, el tren tiene para mí algo mágico.

Es muy hermoso ver a un niño viendo pasar el tren

P: Además, ese niño que mira al tren aparece en La última función.

R: El niño que mira el tren. Sí, cuando Paula va en el tren, ve que hay un niño que mira. Todos hemos visto alguna vez desde el vagón, a un niño que mira atónito como pasa el tren. Es una cosa inquietante, sugestiva, como muy sugerente. Es muy hermoso ver a un niño viendo pasar el tren.

P: “Una biblioteca y un pueblo, con eso bastaba para ser escritor”, lo dice uno de sus personajes. ¿Está de acuerdo?

R: Sí, yo estoy de acuerdo con esto. Estoy de acuerdo porque hay muchos escritores, Kafka, por ejemplo, pero se podrían poner muchísimos más de autores que apenas salieron de su aldea, pero han escrito novelas, incluso de aventuras, y novelas magníficas. Quiero decir que en un pueblo conoces a la gente y no necesitas irte lejos porque la gente es igual en todos lados, más o menos, y esencialmente tienen los mismos sueños y las mismas incertidumbres. Son muy muy parecidos y -con ese paisaje humano- te basta para escribir efectivamente cualquier novela. Y luego una biblioteca, claro, para ensanchar tu imaginación. Yo creo que sí, con un pueblo y una biblioteca es suficiente casi para para escribir.

P: En su caso tenía el pueblo y tardó en tener la biblioteca. Quizá ahora alguien que se ponga a escribir tiene la biblioteca, pero no encuentra el pueblo...

R: Bueno, pero tiene barrio, es igual. Un pueblo, un barrio o una ciudad, no importa. Lo que sí tiene que hacer es conocer a la gente, ver a la gente. Porque uno, en definitiva, se inspira en la gente. Es raro crear un personaje, como en el caso de Paula, sin un referente real. Normalmente yo tengo algún referente real. Bueno, siempre..., ahora que lo pienso, a veces no.

P: Me da la sensación de que el marido de Paula está basado en hechos reales.

R: Bueno, le presto rasgos, de un conjunto de hombres que yo he conocido. Con todos ellos, apareció Blas, que es un personaje contradictorio, un personaje en el que, como dice Paula, hay tres Blases, si es que no hay más. Claro que está basado en personas reales, este Blas existe. Yo he conocido a varios Blases.

P: En su novela, el teatro tiene la capacidad de despertar la ilusión colectiva de un pueblo. Cree que, en la realidad, ¿el arte o la cultura tienen esa fuerza?

R: Podrían tenerla y a veces la tienen. En mi pueblo, por ejemplo, Alburquerque, hay un castillo medieval, la parte antigua, la judería y en verano se organiza una fiesta. Una fiesta multitudinaria donde los vecinos se visten algo medieval. Ellos se hacen sus trajes, se pintan, de leproso, de juglar, cada uno se viste de lo que quiera. Hay torneos de caballeros, con la espada o con la lanza, gente a caballo. Entonces crean un ambiente medieval y esto lo hacen todos porque les gusta hacerlo. Y porque el arte de algún modo es liberador, un poco, redime a la gente de la vulgaridad, de la rutina, como el carnaval es algo sobre todo liberador. Y además saca a la luz cualidades que hay dentro de cada uno, pero que solamente salen a la luz en los momentos estelares. Y uno de esos momentos estelares, es el arte.

El arte de algún modo es liberador, redime a la gente de la de la vulgaridad, de la rutina

P: Dice que el arte redime. A mí me interesa, ¿qué le pasa a Paula cuando acaba la novela?, porque tengo claro que Gil va a seguir con el teatro.

R: Yo creo que también ella va a seguir con el teatro. De hecho, de pequeña quería ser muchas cosas, presentadora de televisión, veterinaria, dibujante de cómics y quería ser actriz también. Eso le llamaba la atención, pero ninguno de esos sueños se cumplió ni de lejos. Hay un momento en la novela que dice "es curioso que me he encontrado a mí misma siendo otra", es decir, representando a otra, metiéndose en el papel de un personaje. Volviendo a la pregunta, yo creo que vivirán felices después de haber conocido el amor. ¿Qué vamos a decir? Si el arte redime, el amor también puede.

El ojo crítico - 'La última función' de Luis Landero, el poder del arte - Escuchar ahora

P: En El huerto de Emerson admiraba la frase: “Yo el mejillón pequeño no lo trabajo”. Me arriesgo a preguntar: ¿tiene guardados por algún cajón sus poemas de juventud?

R: No, a pesar de que empecé escribiendo poesía con 15 años y tenía cientos y cientos de poemas, todos pasados a máquina y tal, los destruí todos. No se perdió nada, aunque me da pena, ahora me hubiera gustado tenerlos, pero me hubieran avergonzado un poco. Estaban hechos al estilo un poco de Neruda, al estilo de Juan Ramón, al estilo de Bécquer. Era una poesía muy ingenua, muy Tito. No, está bien como está.

P: ¿Alguna vez ha pensado qué le diría a aquel Luis?

R: Efectivamente, me encantaría hablar con aquel adolescente. Y con el niño que fui también me encantaría hablar. ¡Claro! Y a veces me he preguntado "¿qué nos contaríamos?". Si yo sé el futuro de él que soy yo, entonces ¿qué le puedo decir?, pero si fuera otro ajeno completamente y él no supiese que yo soy el que él va a ser de mayor... "¿qué nos podríamos decir?" Pues es difícil, pero sí, me gustaría preguntarle muchas cosas al niño que yo fui y al adolescente.

Me gustaría preguntarle muchas cosas al niño que fui

P: ¿Considera que la literatura o el arte tienen la capacidad de vislumbrar el futuro?

R: No lo veo. ¿De qué manera?

P: En Juegos de la edad tardía predijo la llegada del libro electrónico, entre los inventos que relata Olías a Gil hay “un libro luminoso para leer en la oscuridad”. ¿Usa el ebook o prefiere el papel?

R: Yo uso papel y sigo escribiendo a mano. Tengo un modo de escribir y de corregir que supera cualquier procesador de textos. Tras escribir en el papel, luego lo paso al ordenador y me encanta pasar al ordenador y volver a corregirlo y verlo limpito. Todo eso me gusta, me gusta mucho. El libro electrónico lo utilizo también a veces para leer porque hay demasiados libros en casa como cuatro mil o cinco mil. Por ejemplo, cuando voy de viaje o cuando voy de vacaciones, pues entonces me llevo el ebook, o como se diga, pero suelo leer en papel, porque además me gusta guarrear los libros; yo siempre subrayo, anoto y tal. Escribo en las hojas de cortesía de los hoteles, de manera que sí, prefiero el papel y prefiero la cosa de artesanía que tiene la escritura.

La futura novela de Landero "está en barbecho"

P: En La última función, Tito en uno de sus montajes interpreta a un libro y habla de sus avatares, expuesto a la lluvia en las librerías de viejo. ¿Ha pensado en el futuro de sus obras?

R: Sí, inevitablemente uno piensa en esto.

P. ¿Le produce melancolía cuando ve alguno de sus ejemplares en un puesto de segunda mano?

Sí, me produce un poco de extrañeza y me siento un poco desairado. Pero bueno, esto es también inevitable, es el destino de los libros. Y sobre esto de la gloria y de la inmortalidad del escritor, pues claro, uno no debe pensar demasiado porque hay pocas posibilidades de perdurar. De todas maneras, la posibilidad de perdurar es algo que consuela mientras uno está vivo y que te ayuda a enfrentarte a la muerte. Es como una carta que tienes para jugar. Si muero, pero quedarán mis libros. Y te ayuda. Ahora, una vez que te mueres, ya ¡qué más te da de si tus libros quedan o no quedan!. Pero es inevitable pensar en esto, el escritor que diga que no piensa en eso, yo creo que miente.

La posibilidad de perdurar es algo que consuela mientras uno está vivo y que te ayuda a enfrentarte a la muerte

P: Hace diez años en El balcón en invierno escribía: “Estás en una edad en que las balas pasan cerca y, con suerte, podrás escribir aún otros dos, tres, cuatro libros quizá”. Desde entonces, ha publicado cinco libros, ahora ¿qué opina?

R: Que bien, premonitorio. Tal vez adiviné, más o menos, pues muy bien. Espero escribir alguno más, esa es mi intención. Porque claro, uno de escritor no se jubila nunca: uno es escritor para siempre. Y Vargas Llosa, como tenga salud, y ¡ojalá que la tenga!, y suficiente vitalidad, a pesar de que dice que se ha retirado, nos sorprende con alguna novelita breve, alguna cosa.

P. Su amigo Ernesto Gil dice que le ha escrito una elegía en La última función. La última frase de la novela tiene casi un tono fúnebre. "Aquí acaba la historia y ya no queda nada que contar". ¿Ha pensado alguna vez en su epitafio?

R. No, yo soy supersticioso. Tengo manías, supersticiones, cosas que vienen de niño. A veces se juega con esto de los epitafios, pero no tanto pensando en mí como en los demás y en cómo quieren pervivir a través del epitafio. Esquilo, por ejemplo, no habla de sus tragedias en su epitafio, de lo que escribió, solamente habla de que fue soldado y luchó en la batalla de Maratón, en la guerra contra los persas y eso es lo que le interesa que quede de él. Un epitafio es un grito de perduración, de querer perdurar.

P: Para terminar, le invito a un juego de la edad tardía: responder a las preguntas que se hacía su propio personaje: ¿una ciudad?

R: Madrid. Sí, te puedo decir otras, pero la primera es Madrid.

P: ¿Cómo se llama su amada?

R: Cuando era adolescente, cuando empezaba a escribir poemas, yo me inventé una amada como Don Quijote se enamora de su Dulcinea, le llama Dulcinea. Yo le llamaba Lejana con mayúsculas. Ese era el nombre, el que le daba a la amada ideal, la que no existe, pero es la que pervive para siempre. La he llamado Lejana, pero es una cursilería.

P: ¿Su color?

R: Verde.

P: ¿Una palabra?

R: Taciturno me gusta mucho. Yo me enamoro de las palabras, cuando era adolescente, cuando escribía poemas y una vez la escuché en un bar. Taciturno. Yo debía de tener 15 años y no había oído nunca esa palabra y me quedé asombrado. Fue un descubrimiento. Me enamoré perdidamente de esa palabra. Entonces escribí un montón de poemas donde taciturno era la estrella invitada y las demás palabras los teloneros.

P: ¿Cuáles son sus proyectos futuros?

R: Mi proyecto de futuro es seguir como hasta ahora, tener salud, seguir viviendo y seguir escribiendo. No tengo más proyectos que esos.