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Siria, 2012: Escenarios para antes de una guerra

  • El veto en la ONU y la ofensiva sobre Homs meten al conflicto en una nueva fase
  • Tras casi un año de revuelta, el régimen sirio está herido pero no muerto
  • La oposición política y los rebeldes militares están descoordinados y sin líder
  • Las países occidentales y árabes debaten si intervienen y cómo lo hacen
  • Rusia e Irán se aferran a su último aliado árabe y serán claves para su caída
  • Especial: Posibles escenarios en Siria 

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A la situación en Siria se le han añadido otros condicionantes que pueden hacer que el futuro del país se incline ante un escenario u otro:

-El malestar en las monarquías árabes suníes por el creciente papel de la chií Irán en la región tras la retirada de EE.UU. de Irak.

-En el mismo bando suní pero con intereses divergentes, Turquía ofrece un modelo alternativo al saudí, basado en el islamismo democrático y liderado por los Hermanos Musulmanes, tal y como empieza a materializarse en Túnez y en Egipto.

-Además, todo el conflicto puede quedar eclipsado por la intención más o menos declarada de Israel de bombardear Irán, en un intento de Tel Aviv cambiar la dialéctica en Oriente Medio frente a unas revueltas que le han quitado a sus últimos aliados regionales

-Mientras, Irán y su brazo libanés de la milicia chií de Hizbulá comparten con Rusia el temor a perder su último aliado árabe en un reequilibrio de poder suní-occidental que quieren evitar a toda costa.

-Y para acabar, la proximidad de elecciones en Estados Unidos hace que su presidente, Barack Obama, no tenga el más mínimo interés por una intervención militar que puede tener un importante coste económico y humano.

“Hueles muerte en cualquier lugar al que vayas”.  Estas palabras de un activista herido en el interminable asedio de Homs se puede aplicar a buena parte de Siria en este 2012.

Se huele la muerte en el bastión islamista de Hamaen Deraa, la cuna de la revuelta hace casi un año, en Idlib, la provincia rebelde del norte fronteriza con Turquía, en los suburbios de la callada Damasco, que con la comercial Alepo contempla por ahora impávida el terror del régimen de los Asad, temerosas de un futuro de caos y vacío de poder.

Pero once meses después del comienzo del levantamiento en Siria, con miles de muertos sin confirmar a las espaldas del régimen y firmes sospechas de crímenes contra la humanidad, ese olor se ha estabilizado en una cifra constante, entre treinta y cuarenta muertos diarios.

Nueva etapa

El régimen cree que a ese ritmo puede evitar por ahora una internacionalización del conflicto mientras las superpotencias y los actores regionales miden sus fuerzas en silencio y esbozan diferentes escenarios de guerra en una Siria víctima -y a la vez verdugo- de su importancia para todo Oriente Medio.

La cumbre que se celebra este viernes del llamado "Grupo de Amigos" sobre Siria y el referéndum que el régimen ha convocado este domingo sobre la reforma constitucional impulsada por Asad son los últimos movimientos de un juego de ajedrez para el que, poco a poco, se acaban las opciones.

Y es que el veto de Rusia y China a la resolución impulsada por la Liga Arabe con la complicidad de Occidente y Turquía, acompañado del brutal asedio sobre la capital de facto de la rebelión y tercera ciudad del país, Homs, ha abierto de par en par el interrogante que hasta ahora se había evitado en todas las cancillerías mundiales: ¿Intervenir o no?

Y, en el caso probable de que la no intervención haya dejado de ser una opción, ¿cómo hacerlo sin provocar un conflicto regional de incalculables consecuencias?

Primer escenario: La ‘iraquización’ de Siria

El fracaso de la condena diplomática de la ONU ha dado nuevas alas al régimen sirio, que ha iniciado una doble estrategia de aplastar a la oposición y ofrecer al mismo tiempo un referéndum con una Constitución formalmente democrática y multipartidista.

El intento de Asad ha sido aplaudido por Rusia y China como un ejemplo de la “estabilización” y “reforma” que quieren en Damasco, pero la oposición no ha mordido el anzuelo ante las trampas que plantea el texto.

Mientras, los países occidentales han rechazado la hoja de ruta de Asad y preparan nuevas sanciones económicas que podrían abocar a Siria a una situación similar a la de Irak entre la primera y la segunda guerra del Golfo: Acosada por el embargo internacional, con multitud de misiones de la ONU de mandato limitado mientras el régimen trata de asfixiar a una oposición dividida que no puede acabar con él por sí misma.

La Operación Zorro del Desierto, lanzada a finales de 1998 por la aviación estadounidense y británica, ilustra la deriva de un proceso eterno de sanciones y aislamiento internacional de un régimen.

Esas sanciones pueden tener un efecto ambivalente. Por un lado, podrían hacer que se rebelasen las élites comerciales de Alepo y Damasco, las dos principales ciudades del país que hasta ahora han permanecido relativamente ajenas a la revuelta.

Como recuerda el experto de Fride Barah Mikaíl, estas dos ciudades suman diez de los treinta millones de habitantes de Siria y no han dado muestras de querer firmemente un cambio de régimen.

“Las sanciones, incluidas las prohibiciones de viajar y la congelación de activos, están devastando el turismo sirio y el sector de la energía. La libra siria está cayendo en picado y desde todos sitios está aumentando la presión sobre Asad”,  señalaba recientemente Daniel L. Byman, director de investigación del Saban Center for Middle East Policy de la prestigiosa Brookings Institution.

Pero, como el propio Byman reconoce, las sanciones pueden convertirse también en un arma incluso a favor del régimen, que podría capitalizar su efecto en la población para volverla contra los rebeldes.

“Hay que mantener una mínima presión diplomática, no solo sanciones económicas. Nos puede llevar a la situación de Irak en los 90, cuando la población sufre las consecuencias de las sanciones”, coincide Mikaíl.

Segundo escenario: Un conflicto de interposición al estilo de la Guerra Fría

Según los cálculos de los expertos del think tank Chatham House, el régimen sirio podría aguantar hasta cinco años con esta estrategia del palo y la zanahoria, gracias al apoyo externo de Rusia e Irán.

Mientras, aunque no está confirmado oficialmente, se da por hecho que las potencias árabes están enviando armas a través del Líbano, Irak y Jordania.

Pero armar al Ejército Libre Sirio no solo se discute en el mundo árabe. Convertido en una especie de Charlie Wilson -el congresista estadounidense que impulsó la venta de armas a los muyaidines afganos contra los soviéticos en los años 80- el senador John McCain ha expresado lo que buena parte de las elites de EE.UU. piensa: que hay que enviar armas y decirlo públicamente.

“Siria está en guerra y un lado u otro ganará esta guerra. Será el lado de Asad/ Rusia / Irán /Hizbulá o la revuelta popular con el apoyo americano, europeo y árabe”, resumía esta postura Elliot Abrams, antiguo asesor de la Administración Bush y experto en Oriente Medio del Council of Foreign Relations.

Según Andrew Tabler, experto en Siria del Washington Institute of Near East Policy, lo que está ocurriendo ya en Siria es una guerra de intermediación al estilo de la Guerra Fría, en la que potencias extranjeras están armando a cada uno de los bandos.

El problema es que no es una sola guerra de intermediación entre dos superpotencias -EE.UU. y Rusia- sino también -y sobre todo- entre dos potencias regionales y sectarias: la suní Arabia Saudí y la chií Irán.

Por eso, más aún que en el caso de la guerra afgano-soviética -donde armas estadounidenses llegaron a un tal Osama Bin Laden- el apoyo militar sin tomar una serie de precauciones previas genera importantes riesgos.

El ejército soviético y los muyaidines armados por Estados Unidos y los países árabes mantuvieron un sangriento conflicto que se convirtió en una de las últimas guerras interpuestas de la Guerra Fría.

“No sabes si estás armando a los suníes que están ayudando a los Hermanos Musulmanes o a los que quieren lanzar una oleada represiva a los alauíes”, advierte el investigador principal de Seguridad y Defensa del Real Instituto Elcano, Félix Arteaga.

Hasta ahora, el Ejército Libre Sirio, basado en la frontera con Turquía, ha tenido éxito en pequeñas operaciones en Idlib, Homs, Hama y los suburbios de Damasco, pero ha sido incapaz de consolidar un territorio que sigue aislado por los ‘check points’ del régimen.

Además, como señala  el experto del Center for Strategic and International Studies (CSIS) Aram Nerguizian, tiene pocas posibilidades de derrotar al aún poderoso y organizado ejército sirio sin un liderazgo más claro, más soldados y armas pesadas.

En el otro lado, el ejército sirio ha mostrado hasta el momento una resistencia petroriana a las deserciones, en parte porque su élite está formada por la minoría alauí, fiel a los Asad, pero también porque no ve otra salida para evitar la inestabilidad y el caos en el país que apoyar al régimen.

“La oposición y la comunidad internacional parece que han juzgado mal la resistencia del ejército sirio“, resume Nerguizian.

Tercer escenario: Una solución ‘a la Libia’

El caso libio es el fantasma que recorre este conflicto, por las incertidumbres que genera en los aliados -y especialmente en la OTAN,  que ya ha dejado claro que no repetirá experiencia en Siria- y el resquemor por haberse sentido utilizados que tienen Moscú y Pekín.

Desde el punto de vista militar las diferencias son evidentes: Siria es un país mucho más densamente poblado que Libia, con un ejército mayor, más disciplinado y mejor armado.

El cálculo de riesgo de una operación militar al estilo libio -con una zona de exclusión aérea y el bombardeo selectivo de objetivos militares de Asad- es tan claro como demoledor, según Nerguizian:

“Dada la relativamente alta densidad de población y la proximidad entre los centros civiles y militares es improbable que los bombardeos dentro o cerca de los grandes centros urbanos dejen menos bajas que el número de sirios que el régimen de Asad se calcula que ha matado hasta ahora”.

Libia vive el fin de la era Gadafi. Tras más de 4 décadas de poder autoritaro, el país norteafricano se enfrenta a un futuro tan esperanzador como incierto. El conflicto dió un giro espectacular la semana pasada cuando los rebeldes, enfrentados a los partidarios de Gadafi, entraron en Trípoli donde todavía se libran combates y crece la cifra de muertos y heridos. Cerca de 50 países, incluidos los de la Liga Árabe, han reconocido la legitimidad del llamado Consejo Nacional de Transición. Sin embargo, las preguntas sobre el futuro de Libia son todavía más numerosas que las respuestas. Falta saber qué pasará con Gadafi, hacía donde se dirigirá la nación y qué países se convertirán en socios privilegiados del nuevo régimen libio.

Por eso, hasta el momento palabras como “zona de exclusión” o “OTAN” no han salido por la boca de Occidente, que solo habla de “corredores humanitarios” desde la frontera turca, algo que quiere plantear Francia ante el Consejo de Seguridad como solución de emergencia.

Pero el ejemplo de lo ocurrido en Libia sí se sigue en otro ámbito igual de importante, el de la oposición política, que aún permanece profundamente dividida y sin una coordinación importante entre su máximo organismo fuera del país, el Consejo Nacional Sirio, y el interior, los Comités de Coordinación Locales.

“Le legitimidad del CNS ha sido y continúa siendo cuestionada por las fuerzas de la oposición dentro de Siria y hay áreas claves en las que la oposición dentro y fuera del país no habla al unísono,  como la intervención militar y si se debe o no pedir la salida inmediata de Asad”, señala Narguizian.

En once meses de revuelta el Consejo Nacional Sirio ha sido reconocido como interlocutor por países como Estados Unidos, Francia o España pero ni siquiera estas potencias lo ven el único interlocutor válido como sí ocurrió con el Consejo Nacional Libio, que paradójicamente es el único que ha dado ese estatus al CNS.

Esto puede cambiar a partir de este viernes, cuando se producirá en Túnez la primera reunión de países amigos de Siria, en un formato similar al encuentro que se celebró en París poco después de la resolución de la ONU que daba luz verde a los ataques para proteger a la población civil libia.

En ella se buscará apuntalar al Consejo Nacional Sirio con una oleadas de reconocimientos como interlocutor, pero es poco probable que se dé el paso de convertirlos en los únicos interlocutores legítimos.

El reto aún es visualizar la opción alternativa a Asad, algo que no se ha conseguido, en parte porque el régimen sirio, al contrario de lo que ocurrió con Gadafi, ha reducido al mínimo las deserciones políticas.

“Falta esa figura política. el hombre clave para gestionar las deserciones”, reconoce Arteaga.

Cuarto escenario: La guerra civil sectaria

La importancia de construir una oposición fiable más allá de la caída inmediata de Asad la ilustra Byman recordando lo ocurrido en el pasado:

Demasiado frecuentemente, Estados Unidos se ha centrado en acabar con un dictador y no en llenar el vacío de poder que su salida deja atrás (…) Como Asad, esos dictadores han socavado las instituciones jurídicas y políticas y han tratado de dividir a sus oponentes para seguir en el poder. Con su salida, Irak, Libia y Yemen corren el riesgo de convertirse en estados fallidos”.

El estado fallido en Siria tiene un nombre, la guerra sectaria entre la mayoría suní, postergada del poder político, y la minoría alauí, a la que pertenecen Asad y la élite del régimen, con las minorías cristiana y drusa como testigos de excepción.

Además, tiene dos precedentes claros: el Irak posterior a la caída de Sadam Huseín, donde la mayoría chií vio una oportunidad para ajustar cuentas con la minoría suní que había dominado hasta entonces, y, sobre todo, la guerra civil libanesa, que devastó el país más próspero de Oriente Medio y que por la multiplicidad de actores implicados, entre ellos la propia Siria, es el espejo más fiel de lo que puede ocurrir.

Facciones cristianas contra milicias suníes y chiíes. Intervención de Siria, refugiados palestinos e Israel. La guerra civil en Líbano duró quince años y dejó más de 150.000 víctimas civiles y es el precedente más radical de un conflicto sectario.

El hecho de que el grueso de la oposición armada sea suní contra un régimen dominado por alauíes ha hecho que las diferencias meramente confesionales que existían hasta ahora -buena parte de la élite militar siria también es suní- se acerquen peligrosamente a las diferencias sectarias.

“Es como la guerra del Líbano; llevamos días sin electricidad ni agua”, decía un habitante de un barrio suní de Homs a Afp.

Los ataques concentrados sobre barrios sunís, así como las contraofensivas de la oposición armada centrada en las manifestaciones pro  Asad en barrios chiíes y cristianos alimentan un conflicto latente que empieza a cobrar vida propia, más allá del régimen de Asad.

“Cualquier escalada en la inestabilidad en Siria es probable que sea sectaria, con perspectivas reales de profundas divisiones y una amplia segregación comunal”, advierte Narguizian, que considera que éste es el peor escenario para Siria, pero que se hace cada vez más posible.

Mikaíl cree que también que éste es el peor escenario y que una caída repentina e incontrolada de Asad y el régimen podría lleva directamente hacia él.

Y he aquí donde todo empezaría a ir de mal en peor: los alauies, con o sin Asad, se refugiarían en sus bastiones ancestrales del Mediterráneo, en las montañas de Nusayari,  mientras sus compañeros chiíes de Hizbulá en Líbano se movilizarían para protegerlos en una extensión del conflicto civil que podría alterar fácilmente el frágil equilibrio entre chiíes y suníes en Irak e incluso expandirse a la cuestión kurda, que metería a Turquía en una ruleta rusa de incalculables consecuencias.

Pero este, por el momento, es solo un escenario más dentro de una amplia gama de posibilidades que solo reflejan una certeza: tras un año de revuelta y violenta represión, las estructuras políticas, sociales y económicas de Siria han quedado prácticamente devastadas.

“El país necesitará de mucho tiempo para estabilizar su frágil economía y su incierto futuro político”, concluye el experto del CSIS.