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La crisis de Honduras no tiene quien le escriba

  • El país, uno de los más pobres de Latinoamérica, afronta una tensa cita electoral
  • El presidente depuesto, Manuel Zelaya, pide que no se reconozcan los comicios
  • Estados Unidos los apoya pero el resto de América Latina los rechaza
  • El opositor Partido Nacional se presenta como principal favorito
  • Más allá del resultado, la oligarquía política y militar conservará el poder

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Una niña, junto al Tribunal Supremo Electoral de Honduras.
Una niña, junto al Tribunal Supremo Electoral de Honduras.

Un país sin nadie en el poder, pero con dos presidentes. Unas elecciones en las que nadie sabe nada -y a nadie le preocupa- de los candidatos. Un escenario de confrontación de poderes en América Latina, con Estados Unidos y Brasil como potencias litigantes. Y, entre medias,  una población de siete millones de personas de las que el 70% vive en el umbral de la pobreza y se ahoga por el aislamiento de la ayuda internacional.

Así está Honduras a 29 de noviembre de 2009 tras la vuelta del presidente depuesto, el acuerdo incumplido entre las partes y la inevitable cita electoral en la que una de las partes enfrentadas pide la abstención ante una comunidad internacional impotente. Una fecha que en realidad no es más que la culminación de su tragedia política, en cuatro actos.

Acto 1: Un país gobernado por la oligarquía y el ejército

Durante los últimos cien años, el poder en Honduras ha estado en tres manos: los partidos políticos tradicionales -el Liberal de Zelaya y Micheletti y el Nacional, máximo aspirante a recuperar el poder el próximo domingo-, el ejército -a través de constantes injerencias en la política del país y con golpes de Estado como el del pasado mes de junio- y Estados Unidos.

De hecho, buena parte de los hechos ocurridos este año, con el referéndum convocado por Zelaya para lograr un segundo mandato y el golpe de Estado que le siguió se puede ver repetido en hechos como el ocurrido en 1957, cuando otro presidente liberal, Ramón Villeda Morales, fue derrocado por un golpe auspiciado por Estados Unidos y la oligarquía.

Esa dictadura militar se extendió hasta el año 82, cuando otro miembro del partido liberal, Roberto Suazo, reinstauró los gobiernos democráticos e impulsó una constitución en la que está buena parte del origen del actual conflicto.

Esa constitución dice con meridiana claridad en su artículo 4 que los presidentes se alternan cada cuatro años y que no pueden repetir mandato.

Esta regla, que ha provocado la alternancia de gobernantes en el país centroamericano desde ese momento es retada por el presidente elegido en 2005, Manuel Zelaya, que impulsa una consulta popular sobre una eventual reforma de la Carta Magna que le deje presentarse a las elecciones del 29 de noviembre que él mismo tiene previsto convocar.

Acto 2: Un conflicto larvado en torno al Partido Liberal

La Corte Suprema de Honduras no duda en declarar ilegal la consulta y recuerda que el propio artículo 4 precisa que violar la alternabilidad en la Presidencia de la República supone traición a la patria. Se abona así el terreno a lo que ocurre poco antes de la consulta, con un golpe militar en plena noche que saca a Zelaya a las bravas del país camino de Costa Rica.

Poco después, el Congreso, donde el Partido Liberal de Zelaya tiene mayoría, apoya el golpe y nombra a su presidente, Roberto Micheletti, presidente del Gobierno de transición que se hace cargo del país.

Se da la circunstancia que el presidente de la corte que anula la consulta de Zelaya, que respalda la asonada militar y que ahora pone en duda la restitución de Zelaya también forma parte del Partido Liberal. Es más, uno de los candidatos con más posibilidades de cara a las elecciones forma parte de este partido y fue vicepresidente del propio Zelaya, Elvin Santos.

El Partido Liberal, del que también formó parte Ricardo Suazo, el presidente responsable de la restauración democrática en 1982, tiene una ideología formalmente de centro-derecha, y predica una política económica neoliberal.

A pesar de ello, Zelaya vención en 2005 con un discurso favorable a la integración de los indígenas y a abrir el país a las clases desfavorecidas en uno de los lugares más pobres de Latinoamérica. Su cercanía creciente con el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, provocó la quiebra en el seno de este partido.

Más aún, si la restitución de Zelaya se aprueba por parte del Congreso el próximo miércoles lo será a pesar del rechazo de sus ex compañeros de partido,  que en una mayoría ha anunciado que votarán en contra.

Acto 3: Cambiar todo para que todo siga igual

Así las cosas, quien lo tiene todo a favor en las elecciones del próximo domingo es la otra pata del sistema, el Pertido Nacional, de derechas y que estuvo en el poder hasta 2006, cuando su candidato entonces y ahora, Porfirio Lobo, perdió contra Zelaya.

Las escasas encuestas publicadas le dan una holgada ventaja sobre Elvin Santos y le colocan además en la privilegiada posición de ser el candidato de la reconciliación, ya que su partido puede favorecer la restitución de Zelaya hasta finales de enero, cuando termina técnicamente su mandato, en la reunión del Congreso del próximo día 2.

Santos ha cambiado en los últimos cuatro años su discurso pro mano dura con la delincuencia por otro favorable a la integración de las minorías. Más allá de estos dos candidatos, el resto de partidos es altamente minoritario, más aún cuando el sindicalista Carlos Reyes, que apoyaba a Zelaya, ha pedido la abstención.

Con todo, aún queda un partido de izquierdas que apoya los planteamientos de Zelaya, el de la Unificación Democrática, aunque sus opciones son escasas.

"La educación electoral de la gente no existía. Se trataba de votar a los rojos o a los azules, eso era todo.  Ahora es probable que la gente comienza a votar por las personas, los valores, los proyectos", estima el analista Eduardo Bahr, que ve en lo ocurrido en torno a Zelaya un efecto positivo en la educación democrática del país.

Acto 4: La inoperancia internacional

Más allá de los partidos y el ejército, el otro poder 'fáctico' de Honduras es Estados Unidos. Un millón de hondureños viven en la primera potencia mundial. En los 80 incluso se llegó a plantear que se convirtiera en un estado al estilo de Puerto Rico. Los vaivenes entre democracia y dictadura han estado salpicados por los intereses de EE.UU., que utilizó el país como campo de batalla contra los sandinistas.

Por eso, la postura aparentemente rotunda de la Administración Obama contra el golpe de Estado supuso un golpe para el gobierno de facto, que incluso contrató a un despacho de abogados para que hiciese lobbie en el Congreso estadounidense en favor de sus intereses.

Parece que algo, al menos, se ha conseguido: el Departamento de Estado ahora se niega a decir que no reconocerá los comiciosy se enviarán observadores a pesar de la negativa a hacerlo de la ONU y la Organización de Estados Americanos.

Entre los observadores estadounidenses hay destacados empresarios y militantes anticastristas. Más aún, entre la galería de observadores traídos para la ocasión por el Partido Nacional están destacados ex presidentes de derechas de la región como Vicente Fox (México) y Alejandro Toledo (Perú).

Junto a Estados Unidos, sus países más cercanos, como Costa Rica, Panamá y Perú ya han dicho que reconocerán los comicios si transcurren en los cauces democráticos. En el otro lado, el resto de países lationamericano, capitaneados por Brasil -que acoge a Zelaya en su embajada- dicen que no lo harán.

Mientras, encerrado en la legación brasileña, con el sombrero quitado, Zelaya proclama que "se trata de la primera vez en la que una dictadura organiza por sí misma su salida". Tres días después de los comicios, él mismo puede convertirse en protagonista involuntario al ser elegido por el Congreso para recuperar un mandato que, para entonces, es probable que ya no quiera.