Bataclán, París, 13 noviembre de 2015: la noche que cambiaría a Europa para siempre
- Francia aún enfrenta las consecuencias: miedo, vigilancia y un debate inacabado sobre identidad e integración
- Está previsto que el presidente Macron acuda a un acto homenaje a las víctimas por el décimo aniversario de los atentados
El viernes 13 de noviembre de 2015 París dejó de ser la ciudad de la luz para convertirse en el escenario del terror. Aquella noche tres comandos armados atacaron la sala de conciertos Bataclán, el Estadio de Francia y varias terrazas abarrotadas de gente. En cuestión de minutos, la normalidad dio paso al caos, el ruido de la música fue silenciado por ráfagas de disparos, y decenas de personas perdieron la vida o resultaron heridas en una carnicería que se extendió durante casi tres horas. El balance fue devastador: 130 muertos (cifra posteriormente elevada por las autoridades a 132 tras el suicidio de dos supervivientes) y cerca de 400 heridos.
Tras aquella fatídica noche el Ejecutivo francés declaró el estado de emergencia, que se alargó durante casi dos años, reforzó sus controles fronterizos y lanzó una ofensiva sin precedentes contra las células terroristas que ya había detectado. Un grupo de europeos —en su mayoría franceses y belgas— entrenados en Siria y vinculados al Estado Islámico trasladaron la guerra del Levante a las calles europeas.
"Esa fue la gran diferencia respecto de atentados anteriores", explica a RTVE.es Manuel Torres Soriano, experto en terrorismo yihadista y Catedrático de Ciencia Política de la Universidad Pablo de Olavide. "Cuando pensábamos que el Estado Islámico estaría centrado en el califato, empleó todos sus recursos, incluida una numerosa célula terrorista, para poner en jaque a las autoridades europeas. Solo una organización de ese tipo pudo generar semejante daño", añade.
"Enfrentó a los funcionarios europeos con una nueva realidad", comenta al respecto Hans-Jakob Schindler, fundador y actual director del Proyecto Contra el Extremismo (CEP) –con sede en Nueva York y Berlín– y antiguo responsable del Equipo de Vigilancia de las Sanciones contra el Estado Islámico (Dáesh), Al Qaeda y los talibanes del Consejo de Seguridad de la ONU. "Ya no solo debían vigilar a los terroristas que salían de Europa para unirse al califato. Debían, sobre todo, asegurarse de que no regresaran de Irak o Siria y vigilar de muy cerca a sus redes aquí, decididas a atacar en suelo europeo".
Por eso, Bataclán fue más que un atentado. Fue un punto de inflexión que redefinió la seguridad, la política y la identidad del continente y reveló las carencias en cooperación internacional y en el intercambio de inteligencia. Asimismo, impulsó reformas que habían sido postergadas y arrojó luz sobre la realidad de los combatientes extranjeros y los riesgos asociados a su retorno.
Europa, una vez más, despertaba a su fragilidad.
Las señales que anticiparon el después
Sin embargo, los atentados de París no surgieron de la nada. Desde comienzos de la década de 2010, Europa había empezado a sufrir ataques inspirados en el yihadismo global. En 2012, Mohamed Merah asesinó a tres niños judíos y cuatro soldados en Toulouse. En 2013, dos británicos mataron al soldado Lee Rigby en plena calle londinense y en 2014, el ataque al Museo Judío de Bruselas anticipó lo que estaba por venir.
El atentado contra los periodistas de la revista satírica Charlie Hebdo que, si bien no puede atribuírsele al Estado Islámico (EI) —fueron reivindicados por Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA)– marcó el arranque de 2015, el año en el que el terrorismo se hizo más patente que nunca en Europa. ¨La llegada de las células de EI vinieron a reemplazar el hueco que había dejado Al Qaeda, muy mermada tras el cerco que sufrió tras los atentados del 11 de septiembre en Nueva York en 2001, o los de Londres en 2005¨, apunta Manuel Torres.
Pero lo que sucedió en París aquella noche de noviembre fue distinto. Coordinado, planificado y ejecutado con chalecos explosivos y fusiles automáticos, los yihadistas introdujeron una lógica de guerra urbana desconocida en el corazón de Europa y un punto de inflexión en tres dimensiones: operativa, política y emocional.
En lo operativo, demostraron un nivel de organización inédito. Pertrechados con armas de guerra muchos de los suicidas, con ciudadanía francesa o belga y formados en Oriente Medio, regresaron al continente sin ser detectados.
En lo político, Francia decretó el estado de emergencia durante casi dos años. Se reforzaron las leyes antiterroristas, se ampliaron los poderes de los cuerpos de seguridad del Estado para la vigilancia y el monitoreo de posibles elementos radicales y se endureció la seguridad en las fronteras. Las consecuencias se sintieron también en la política interior: el miedo alimentó el avance de los movimientos nacionalistas, la desconfianza hacia la inmigración y el populismo de derecha e izquierda se disparó.
En lo psicológico, el golpe fue brutal. Las víctimas no estaban en un aeropuerto ni en una embajada: estaban en un concierto, en un bar, en un estadio. Eran jóvenes, amigos, parejas. El terrorismo había atacado el corazón del ocio y de la vida cotidiana. París dejó de ser sólo un símbolo de belleza; se convirtió en el símbolo de la vulnerabilidad europea y empezaba a cuestionarse: ¿cómo mantener las libertades civiles, la vigilancia masiva y al mismo tiempo preservar la cohesión social sin caer en la estigmatización?
Por qué Francia fue el epicentro
Tras el ataque, la pregunta que parte de Europa y el mundo se hizo fue: ¿por qué Francia? ¿Por qué es, una y otra vez, el epicentro del yihadismo europeo? La respuesta combina historia, identidad y política exterior.
El pasado colonial francés en el norte de África —Argelia, Marruecos o Túnez— dejó una herencia compleja en el viejo continente. Millones de descendientes de esas antiguas colonias vivían en el país galo y,si bien muchos de ellos estaban plenamente integrados, otros, marcados por el desempleo, la discriminación y la falta de oportunidades, sentían que la República donde nacieron les había marginado. En esos espacios de frustración, el discurso extremista encontró un terreno fértil donde propagarse y lo hizo durante décadas.
A ello se sumó la laicidad francesa (laïcité), un principio constitucional que promueve la neutralidad del Estado respecto de la religión, así como desalienta la participación religiosa en los asuntos gubernamentales. Mientras la Ley garantiza la libertad de conciencia y práctica religiosa en la esfera privada, prohíbe los símbolos religiosos ostensibles en espacios estatales como escuelas y liceos (Ley de 2004) o el uso de velos integrales como el burka en lugares públicos (Ley de 2011).
Hollande ha convocado un Consejo de Ministros extraordinario tras los atentados en el centro de París. ql/sd
Pero lo que para unos era una neutralidad, para otros significaba exclusión. Las polémicas sobre el velo islámico o el burkini se convirtieron en campos de batalla simbólicos. Los predicadores radicales explotaron esa tensión, presentando a Francia como “enemiga del islam” y azuzando el odio hacia las instituciones y representantes del Estado que encarnaban ese principio.
La política exterior francesa también jugó un papel relevante. Francia fue uno de los países más activos en intervenciones militares en países musulmanes como Malí, Libia, Siria o Irak lo que la convirtió, a ojos de los grupos yihadistas, en objetivo prioritario de sus operaciones terroristas.
A todo ello se sumó la radicalización en las cárceles: un problema estructural. Muchos atacantes pasaron por prisión, donde la mezcla de exclusión social y prédica religiosa extremista emulsionaron con los ingredientes ya existentes en el cóctel explosivo de la radicalidad y que terminó por explotar.
Del califato a los suburbios de Europa
En ese contexto, en 2015 el Estado Islámico vivía su apogeo. Controlaba vastos territorios en Irak y Siria y seducía a miles de jóvenes con una narrativa de heroísmo y pertenencia. París, símbolo del hedonismo occidental, era el blanco perfecto: atacar allí significaba golpear el corazón cultural de Europa.
El eco de muerte generado por los ataques de Bataclán se extendió rápidamente: llegaron los de Bruselas (2016), los de Niza, Manchester o Berlín y todos compartían el mismo denominador: jóvenes europeos radicalizados por el desarraigo o el odio y conectados a través de Siria bajo una red transnacional que unía a París con Molenbeek (Bélgica), Raqqa (Siria) con Kabul (Afganistán) o Islamabad (Pakistán) con los suburbios parisinos.
Cuando el califato cayó en 2017, el yihadismo global no terminó, pero sí cambió de forma. Pasó de las redes organizadas, vigiladas de cerca por los servicios de inteligencia europeos, a los ataques con lobos solitarios. Atentados con cuchillos, coches o armas improvisadas sustituyeron a los grandes operativos. La ideología no desapareció, se adaptó y hoy se propaga en las redes sociales, en canales cifrados o en la soledad digital de los suburbios.
Amenazas actuales
"La situación de seguridad en Europa sigue siendo tensa porque enfrenta multitud de amenazas¨, dice Hans-Jakob Schindler, del Proyecto Contra el Extremismo. Tenemos varias zonas de conflicto. Primero, la guerra en Ucrania, con actores estatales y no estatales rusos apoyando a elementos extremistas que amenazan los intereses europeos; segundo, el conflicto en Oriente Medio, que está sirviendo de acelerador de radicalización en Europa y no solo de tipo islamista, sino también de la extrema izquierda y partes de la extrema derecha. Tercero, está la situación en el África subsahariana, donde elementos de Al Qaeda y el Estado Islámico operan a su antojo en el continente, del que emana una creciente alerta de seguridad en Europa. Y, por último, la situación en Afganistán. Los talibanes ya no ayudan al vecino Pakistán en su lucha contra el terrorismo islámico y la rama del EI allí - Estado Islámico de Jorasán – sigue muy activa".
Amenazas en múltiples frentes que mantienen en alerta a los servicios de seguridad e inteligencia occidentales, según se desprende del último informe anual de la agencia de la Unión Europea para la cooperación policial, Europol, sobre la situación y las últimas tendencias en terrorismo. “El extremismo violento y el terrorismo continúan planteando una amenaza significativa para la Unión y sus Estados miembros¨, rezan sus páginas.
En Francia, diez años después de los ataques de Bataclán, el estruendo seco de aquellos disparos aún resuenan en un país que desde entonces se debate entre el incremento de la seguridad y la promoción del diálogo y la integración. Aquella noche del 15 de noviembre de 2015 transformaría al país y a Europa para siempre, obligándolas a mirarse en un espejo y preguntarse: ¿cómo defender los valores democráticos sin renunciar a las libertades que los sustentan? ¿Cómo integrar sin excluir? ¿Cómo combatir el fanatismo sin alimentar la xenofobia?