La reforma de la Casa Blanca, ¿una metáfora de la presidencia Trump?
- ¿Está haciendo Donald Trump con la democracia de los EE.UU. lo mismo que con la demolida ala este de la Casa Blanca?
- Antiguos empleados de organismos de seguridad nacional alertan de una deriva autoritaria en su segundo mandato
En julio, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, anunció su reforma de la Casa Blanca para construir una gran sala de eventos, un "salón de baile", y aseguró que se construiría "junto a la Casa Blanca, pero no la tocará, respetará totalmente el edificio actual, del que soy el mayor fan". Tres meses después, esta semana, los buldócer han demolido una de las dos alas de la residencia y oficinas presidenciales. El ala oeste, como la serie de televisión nos mostró, es la parte del edificio dedicado a las labores de Gobierno, la este es el área de la primera dama, cargo que tiene una función, aunque no esté regulada.
El presidente Trump, o mintió conscientemente o no tenía claro el proyecto cuando aseguró que no se tocaría un ladrillo del edificio, porque ese mismo día, 31 de julio, la web oficial de la Casa Blanca lo explicaba: "El salón de baile estará significativamente separado del edificio principal (...) La ubicación será donde se halla la pequeña, cambiante y reformada ala este". Para justificarse, es posible que Trump y su equipo digan que se refería al cuerpo principal, central, de la Casa Blanca y no a sus anexos laterales. Como dicen en inglés, nice try, buen intento. A lo que en un castizo español se podría añadir, pero no cuela.
La metáfora
El derribo ha empezado cuando Trump inicia su décimo mes como presidente por segunda vez. La presidencia de la revancha, como se encargó de anunciar en campaña y está cumpliendo. Por cómo está siendo este segundo mandato, resulta fácil ver en este derribo y próxima reconstrucción de la casa del jefe de Estado una metáfora de las pretensiones de Trump con el Gobierno, el Estado y la misma democracia estadounidense. La Casa Blanca no es suya, es patrimonio público, y Trump no es el primer presidente en modificar su estructura y funcionalidad, pero, como en tantos otros aspectos, va mucho más allá que los demás, y él es el primero en vanagloriarse de ello.
Una primera metáfora, menor, es que con la primera dama actual, Melania Trump, se puede prescindir del ala este porque apenas la usa, no tiene una agenda cargada de actos como sus antecesoras. Por lo menos, no actos públicos. Es más, ni siquiera vive en la Casa Blanca, según publica la prensa estadounidense, va a la Casa Blanca más bien de visita. Melania Trump prefiere residir en la Torre Trump en Nueva York, o en la finca Mar-a-Lago en Palm Beach (Florida). "Es como tener a Greta Garbo de primera dama", escribió el periodista Shawn McCreesh en el diario The New York Times.
Para los críticos de Trump, entre los cuales hay, además oponentes políticos, historiadores, juristas y expertos en derecho constitucional, la metáfora es evidente y no hace falta explicarla mucho. Piedra a piedra, decreto a decreto, el presidente está derribando la democracia de los Estados Unidos tal como la conocíamos, para sustituirla por un sistema a su medida donde nadie ni ninguna institución pueda entorpecer su voluntad. La revista centenaria New Republic, de cariz progresista, encabeza así su artículo al respecto: "Si una imagen vale mil palabras, no hay mejor declaración de la podredumbre y ruina de este Gobierno que la demolición del ala este de la Casa Blanca".
Trump muestra el plano de la reforma del ala este de la Casa Blanca EFE/EPA/AARON SCHWARTZ / POOL
Si entramos en los detalles, hay más aspectos metafóricos: Trump ha procedido a destruir una parte importante y simbólica de la sede presidencial sin pedir permiso, de momento, para lo que quiere construir en su lugar. Y a la pregunta que se hace The Washington Post, "¿puede alguien detener el derribo del ala este?", la respuesta es no. La demolición ha seguido adelante, y es no, o no probable, si nos atenemos a las competencias del Gobierno y de los organismos que supervisan el patrimonio federal consultados por el periódico.
Es otra metáfora porque la misma pregunta surge ante sus nueve meses de Gobierno: ¿puede gobernar por decreto sin que nadie lo pare? ¿Puede despedir a buena parte del Departamento de Justicia? ¿Puede ordenar perseguir a quienes lo investigaron o juzgaron por delitos? Es lo que está haciendo, como demuestran las investigaciones contra el antiguo director del FBI, James Comey, que osó investigarlo por posibles vínculos con Rusia; la fiscal general de Nueva York, Letitia James, que lo juzgó y condenó por fraude; o contra su exasesor de Seguridad Nacional, John Bolton, que se ha convertido en uno de sus mayores críticos.
Es cierto que la Casa Blanca, muy modesta comparada con cualquier palacio europeo, se había quedado pequeña para grandes eventos como las cenas de Estado, para los cuales solían habilitar una carpa, pero el proyecto de Trump es de unas dimensiones que, según muchos arquitectos y urbanistas, son excesivas. Más de 8.300 metros cuadrados, cuando la Casa Blanca ocupa 5.100. En cuanto al presupuesto, y según Trump, estará en los 300 millones de dólares. ¿Quién los pagará? Otra metáfora, multimillonarios amigos de Trump, calificados de "patriotas" por el presidente.
Según información de la Casa Blanca, entre esos donantes están Amazon, Apple, Hard Rock International, Google, HP Inc, Lockheed Martin, Meta Platforms, Microsoft y los Adelson. Más preguntas. ¿Qué pretenderán y obtendrán a cambio de esas donaciones millonarias? S
Erosión de la democracia estadounidense
Dar golpes de Estado por la fuerza no se lleva en los sistemas democráticos, aunque el asalto al Congreso en enero de 2021, para evitar la certificación de la victoria de Joe Biden y que Trump siguiera siendo presidente, se le pareció bastante. También ha quedado obsoleto, gracias al Brexit, pedir la salida de la Unión Europea, esos propósitos han transformado su modus operandi, ahora las democracias y la Unión Europea se combaten desde dentro, usando sus propios mecanismos para erosionar su fortaleza. En lugar de derribar con buldócer, mejor hacerlo como el judo, usando la propia fuerza del sistema contra el sistema. En Rusia, por ejemplo, hay elecciones, pero la legislación se ha cambiado y se usa para que Vladímir Putin llegue a la jornada electoral sin ningún oponente viable: están en la cárcel, inhabilitados o muertos. Y así lleva 25 años y diez meses de presidente de Rusia, "democráticamente".
En los Estados Unidos la democracia se basa en el principio del checks and balances, de los "controles y equilibrios", un sistema de contrapoderes donde los tres pilares constitucionales, el ejecutivo, el legislativo y el judicial, se controlan y equilibran entre sí. Los llamados padres fundadores, los redactores de la Constitución (1787) de aquellas 13 colonias recién independizadas por una guerra del Imperio británico, tenían un objetivo prioritario: evitar un poder absoluto, que ningún presidente se convirtiera en rey (absolutista), evitar cambios bruscos, que el control ejercido por cada poder sobre los otros dos hiciera imposible un cambio radical a consecuencia de unas elecciones. Y eso es, precisamente, lo que está erosionando, demoliendo, esta segunda presidencia de Trump.
Vamos con datos. En nueve meses Trump ha firmado 210 decretos (órdenes ejecutivas), casi tantos como firmó en los cuatro años de su primera presidencia (220). En ocho años, Barack Obama firmó 276; George W. Bush, 291 y Bill Clinton, 364. Con ellos, el presidente prescinde del trámite legislativo, deja una de las tres ramas del poder constitucional al margen, sin funciones, a pesar de que tiene mayoría en ambas Cámaras del Congreso. Aunque su mayoría no es suficiente para hacer lo que quiera, como se está viendo y viviendo estas últimas tres semanas con el cierre del Gobierno federal, por no haber podido aprobar en el Senado los presupuestos.
La libertad de expresión es el cuarto pilar de la democracia estadounidense, la consagra la primera enmienda de la Constitución, aprobada en 1791, y es el argumento que su Administración usa contra las democracias Europeas. Desde su perspectiva, Europa carece de ella por empeñarse en combatir la desinformación, los bulos, y la extrema derecha. El trumpismo invoca la libertad de información para dar rienda suelta a la desinformación, mientras que cercena la libertad de información a base de restringir el acceso a la Casa Blanca a medios que considera críticos, limitar su capacidad de trabajo en el Departamento de Defensa, rebautizado de Guerra, forzar a varios medios a gastar un dineral en pleitos y acuerdos por supuesta cobertura perjudicial para Trump, y presionar para eliminar programas de televisión críticos con él. Además, ha retirado la financiación federal de la radio y la televisión públicas por considerarlas radicales de izquierda, e incluso "antiamericanas", adjetivo de funesto recuerdo macartista.
A principios de año pregunté a una serie de políticos y funcionarios críticos con Trump por su estado de ánimo. La mayoría eran pesimistas, pero hubo un par de excepciones que argumentaron que "los jueces lo frenarán". Checks and balances. Efectivamente, son muchos los jueces que han suspendido temporalmente la ejecución de algunas órdenes del Gobierno Trump. Pero en la última instancia judicial, el Tribunal Supremo, Trump ya se encargó en la primera presidencia de dejar una amplia mayoría conservadora. De los nueve miembros, seis son conservadores y de ellos, tres, la mitad, los nombró él.
Ese es el Tribunal Supremo que quitó el amparo federal que tenía el derecho al aborto y el que dictó el año pasado una de las sentencias con tal vez mayor trascendencia constitucional de los últimos tiempos, que el presidente es inmune en el ejercicio de su cargo. La interpretación general fue que el alto tribunal había abierto la puerta a lo que intentaron evitar los padres fundadores, que un presidente se comporte con la impunidad de un rey absolutista. Cada vez que un juez ha frenado un decreto del Trump, él y su Gobierno han declarado en público que "los jueces no son quién para oponerse a la voluntad del presidente elegido". El argumento de que el presidente encarna la voluntad del pueblo. Trump no se cansa de repetir que tiene un amplio mandato electoral, pero los datos no lo sustentan. Ganó en votos, no como la primera vez ante Hillary Clinton, pero no fue una victoria amplia, obtuvo el 49,81% de los votos frente al 48,34% de Kamala Harris. Los datos no muestran una amplio mandato popular, sino un país divido en dos.
"No queremos reyes" se ha convertido en uno de los principales lemas contra este segundo mandato, el lema con el que la semana pasada unos siete millones de estadounidenses salieron a protestar por todo el país.
En el terreno internacional, nada más volver a la Casa Blanca, Trump rompió con la llamada relación atlántica de los últimos 80 años, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y la política exterior de los Estados Unidos. Rescató como interlocutor a Putin, abroncó al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, y plantea las relaciones exteriores como una relación de "intereses" por encima de los valores, plantea cualquier ayuda internacional, incluida la de la invadida Ucrania, en un plano de transacción. ¿Qué beneficio pueden obtener los Estados Unidos a cambio de esa ayuda?
"Aceleración de las dinámicas autoritarias"
Este titular alarmante corresponde a un informe publicado la semana pasada por Steady State, que agrupa a más de 300 personas que tuvieron responsabilidades en la CIA, la Agencia de Seguridad Nacional, el Departamento de Estado y otros organismos de seguridad de los Estados Unidos. Han aplicado a su país los mismos métodos de análisis que aplicaban a otros países. Este es un resumen de sus conclusiones:
- Afirmamos con mucha confianza que el retroceso democrático en los EE.UU. se acelera, caracterizado por la consolidación del poder ejecutivo, la erosión de los checks and balances institucionales, y el debilitamiento deliberado de las protecciones civiles.
- Juzgamos con mucha confianza que el Ejecutivo instrumentaliza activamente las instituciones del Estado para castigar a quienes percibe como oponentes y proteger a los aliados.
- Afirmamos con moderada confianza que la independencia judicial está bajo amenaza.
- Consideramos con moderada confianza que la debilidad legislativa acompaña la tendencia autoritaria.
- Afirmamos con mucha certidumbre que la confianza pública en las instituciones democráticas está en retroceso, alimentada por por los repetidos ataques sin pruebas a la integridad electoral, ataques a la prensa y esfuerzos por deslegitimar la disensión. Esta tendencia corre el peligro de aumentar la tolerancia a un Gobierno autoritario en parte de la población.
- Juzgamos, con una confianza entre moderada y alta, que el efecto acumulativo de esas dinámicas sitúa a los Estados Unidos en una trayectoria hacia un 'autoritarismo competitivo'. Se mantienen formalmente instituciones democráticas como las elecciones o los tribunales, pero el terreno de juego se diseña para que sea favorable a quien ostenta el poder".
Con ese análisis, es plausible que Trump albergue en su interior cierta fascinación por Putin.
Con las gafas de Anna Bosch