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La voz muda de las mujeres en Afganistán: el sueño roto de una niña que quería ser cantante

  • Hamisha relata a RTVE.es su cautiverio tras la prohibición de la voz de las mujeres en público
  • Una afgana de 20 años que no logra salir del país denuncia sus opciones: "O me caso con un talibán o me suicido"
La cantante afgana Hamisha Bahar posa junto a su guitarra
La cantante afgana Hamisha Bahar posa junto a su guitarra Foto cedida por Hamisha Bahar

La voz, al igual que la música, lo es todo en la vida de Hamisha Bahar. Nacida hace 20 años en el corazón de Kabul, desde muy pequeña se vestía "como una artista". En secreto, sin permitir a nadie adentrarse en su universo y esquivando miradas familiares, subía el volumen de la televisión y jugaba a ser cantante. Nacer en Afganistán era y es incompatible con ser mujer y artista. "Vivía un sueño en mi propio mundo. Intentaba protegerlo con firmeza, porque en el exterior decir que quería ser cantante se consideraba vergonzoso, especialmente para una chica", explica a RTVE.es desde su exilio en Pakistán.

Habla un inglés fluido y no encuentra palabras para explicar cómo su sueño se desvaneció por completo el 23 de agosto de 2024, cuando los talibanes anunciaron la prohibición de la voz de las mujeres en público. El ministro de Justicia, Barkatullah Rasooli, defendió como falta de modestia el sonido en público o la voz en alto de las mujeres, que incluye cantar, recitar, o hablar frente a micrófonos. Es una de las 35 medidas que conforman la ley para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio. Además, han marcado el hiyab (el velo) como obligatorio y han prohibido a los conductores transportar a mujeres adultas sin tutor masculino legal. Una sentencia del apartheid basado en el género, según ha denunciado Richard Bennett, relator especial de la ONU sobre los derechos humanos en Afganistán. De hecho, en su último informe al Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, insta a los Estados a apoyar la tipificación del "apartheid de género como crimen de lesa humanidad".

Afganistán, cuatro años del regreso de los talibanes

Hashima, que llevaba toda una vida luchando para ser cantante, recibió amenazas en diciembre y, al ver que su integridad física corría peligro, decidió, junto con su familia, abandonar para siempre su tierra natal, gobernada por el autodenominado Emirato Islámico de Afganistán. Nació en la capital, pero su familia se mudó pronto a Nangarhar, una de las 34 provincias del país conocido como la "tumba de los Imperios". Está en el este, en la frontera con Pakistán, una región conservadora y mayormente pastún. Y precisamente, "en medio de esta mentalidad cerrada y tradiciones rígidas comencé a descubrir mi voz", explica.

Era una estudiante "brillante" y fantaseaba con actuar en escenarios internacionales, "pero no tuve el valor de expresar este sueño en voz alta, ni siquiera a mi propia familia", dice. Hasta que con 12 años decidió dar un primer paso y cantar el himno nacional de Afganistán en el decorado de su escuela, delante de sus profesores y compañeros de clase. "Me aplaudieron mucho y desde ese día comencé a cantar canciones patrióticas y sobre la fuerza de las mujeres en eventos y programas culturales", recuerda. En la conservadora Jalalabad (capital de Nangarhar) se consideraba extraordinario ver a una chica de pie en el escenario con un micrófono y cantando. Y es que "cada vez que canto sé que mi voz es la de miles de niñas y mujeres afganas", concluye.

El regreso de los talibanes

Este viernes se cumplen cuatro años de la vuelta de los talibanes al poder en Kabul. Este régimen autárquico ha aguantado durante todo este tiempo contra todo pronóstico, encerrando al país en sí mismo y condenando a las mujeres a no existir. Hoy aún retumban en la memoria de los afganos aquellas imágenes de caos en el aeropuerto de la capital ante la arrollada llegada de los islamistas que en cuestión de semanas expulsaron al gobierno apoyado por la comunidad internacional, precipitando la retirada de tropas estadounidenses y de la OTAN. La economía de Afganistán no ha remontado y unos 23,7 millones de personas —más de la mitad de la población— necesitan ayuda humanitaria, según estima la coordinación humanitaria de Naciones Unidas.

"Volvieron y mis estudios se paralizaron. Me devastaba pensar en mi futuro. El no poder ir a clase lo convertí en una oportunidad para dedicarme a la música. Mi madre ya no podía presionarme con los estudios y en casa ya no se oponían a mi interés por la música", explica con la voz quebrada. En circunstancias difíciles y con muchas limitaciones encontró en la música todo un universo en el que aprender. Con los cascos puestos y gracias a plataformas de internet se hizo con herramientas para entrenar su voz. Además, intentó dar clases de inglés informales a niñas que se habían visto obligadas a abandonar la escuela.

Aunque la sombra de los talibanes la acompañaba las 24 horas del día, de vez en cuando Hamisha se arriesgaba a cantar en reuniones familiares o en alguna actividad religiosa. Hasta que un día que no aguantó más la clandestinidad y organizó en forma de protesta una actividad para cantar el himno nacional en las calles de Kabul por el Día de la Independencia de Afganistán. Sin embargo, las autoridades la descubrieron y la interrogaron. "¿Por qué no se permite ni tan siquiera cantar el himno nacional desde vuestro regreso?", les preguntó. Tantas prohibiciones la expulsaron de su país y buscó refugio en el vecino Pakistán. "Este silencio forzado de nuestra voz. Esta creencia de que ser mujer significa inferioridad, estar callada y obediente es insoportable. ¿Por qué se silencia nuestra voz?", denuncia. Más de 3,5 millones de afganos viven en Pakistán, según datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Más de 700.000 personas llegaron después de 2021 y la mitad, denuncia la ONU, están indocumentadas.

La cantante afgana Hamisha Bahar rodeada de mujeres afganas en un escenario

La cantante afgana Hamisha Bahar rodeada de mujeres afganas en un escenario Foto cedida por Hamisha Bahar

"O me caso con un talibán, o me suicido"

Dentro de Afganistán, "prohibido" es la palabra que más pesa sobre ellas. No pueden estudiar a partir de los 12 años, ni trabajar, tampoco acceden a un pasaporte, ni mucho menos pueden viajar solas sin un tutor legal. No cuentan con peluquerías propias, ni gimnasios y tienen prohibido pisar un parque. En estos cuatro años han olvidado lo que es el ocio y les han impedido escuchar música. Tienen vetado el uso de baños públicos. "Solo tengo permitido estar en casa. Vivo en una depresión constante", dice al otro lado del teléfono Khadiya* (nombre ficticio), una joven de 20 años que vive angustiada ante un dilema cuestión de vida o muerte. "Un comandante talibán de entre 45 y 50 años trabaja en una oficina en nuestra calle, insiste en querer casarse conmigo y que sea su tercera esposa". Se queda en silencio. "O me caso, o me suicido", zanja desesperada.

Un comandante talibán de unos 45 y 50 años insiste en casarse conmigo y que sea su tercera esposa

Ella vive en Herat, una parada de la Ruta de la Seda que nace en las montañas centrales y recorre el desierto de Karakum. "Esta exigencia me resulta absolutamente imposible", reitera. Sus padres han declinado con firmeza la propuesta del religioso, pero también su amenaza ha ido in crescendo. "Si no me entregas a tu hija, te la robaré y no la volverás a ver", les dijo la última vez que fue a su casa. Ella vive con una profunda angustia el paso del tiempo. "No puedo convertirme en la esposa de alguien cuyas manos están manchadas con la sangre de miles de personas inocentes, incluyendo mujeres y niñas. Nos acosa y no podemos denunciarle", lamenta al recordar el daño que han cometido en estos cuatro años de régimen.

Su ciudad está gobernada por los pastunes, el grupo étnico que conforma mayoritariamente a los talibanes. "El jefe de policía de Herat, el juez, el fiscal y el gobernador de la ciudad son pastunes y mantienen estrechos lazos familiares (primos). Esta situación ha anulado cualquier esperanza de justicia o de encontrar apoyo legal", explica. Desde que los talibanes volvieron, vive recluida en casa. No puede continuar con sus estudios, ni dar un paseo con las amigas y "ni siquiera respirar". Se siente borrada del mapa de su país y vive en arresto domiciliario sin haber cometido ningún delito. "Mis padres están muy preocupados. Dondequiera que vaya hay talibanes. ¿Qué debo hacer? No quiero casarme", ruega. Su padre vive con miedo y su madre llora en casa.

Cuatro años de la toma de Kabul: "El 15 de agosto de 2021 fue el día en que millones de personas perdieron su libertad y su esperanza"

"Estamos en una jaula"

Khadiya, las niñas y las mujeres comparan su vida a estar "en una jaula". "Si nos matan o sobrevivimos, estamos en la misma jaula", añade. La realidad es que las mujeres afganas han quedado relegadas solamente a las tareas del hogar. "Nos despertamos, hacemos los quehaceres de casa: barremos, lavamos los platos, la ropa y hacemos la comida. No podemos salir. Solo nos quieren para tener hijos", dice. Ni siquiera pueden asomarse por la ventana, ni levantar la mirada por si ven a hombres que no sean parientes muy cercanos.

Una de las últimas medidas del régimen es la prohibición de las ventanas con vistas a casas vecinas en las que vivan mujeres. "Las ventanas que den a zonas tradicionalmente utilizadas por las mujeres de los hogares vecinos estarán diseñadas de tal manera que queden bloqueadas por paredes u otros medios", dijo el pasado 30 de diciembre el portavoz adjunto de los talibanes, Hamdullah Fitrat.

Este paso fue precedido por un decreto que rubricó el clérigo y actual líder supremo del país, Haibatulá Ajundzadá, para prohibir a las mujeres formarse en profesiones sanitarias. "Es pronto para ver el impacto real, pero nos va a costar cada vez más contratar doctoras. El año pasado muchísimas mujeres estaban en la escuela de medicina o en partería, muy cerca de hacer el examen de fin de carrera, pero la prohibición se impuso y las ha detenido", explica Julie Paquereau, coordinadora médica de Médicos Sin Fronteras (MSF) desde Kabul. El gran problema de todo esto es que sin sanitarias muchas mujeres se verán privadas de asistencia, ya que los sanitarios hombres tienen prohibido atenderlas. El acceso se hace más difícil en el momento que necesitan a un tutor para desplazarse a un centro de salud.

"Llegan a los centros de salud más tarde, cuando su salud está más deteriorada. El transporte es bastante costoso, un hombre puede circular solo, pero una mujer necesita a un familiar, por lo que el viaje cuesta el doble", añade la responsable de MSF. "El sistema de salud público está empeorando cada vez más con los recortes de los fondos y, por el contrario, el sistema de salud privado está creciendo", añade. MSF cuenta con siete proyectos y las agencias de la ONU, principalmente UNICEF y la OMS, han visto afectada su actividad en país debido a los recortes. Desde enero, calcula Paquereau, al menos 400 centros de salud han cerrado. La depresión está a la orden del día, explican desde MSF: "Hay un alto nivel de ansiedad". "Lo estamos viendo tanto en los pacientes como en nuestro personal. Cada vez más pacientes necesitan apoyo psicológico o psiquiátrico", señala Paquereau.

Pese a este escenario de precariedad, en el que reina la amenaza, la persecución y las restricciones a los derechos básicos, son miles los que han sido obligados a regresar al país en condiciones que, según las Naciones Unidas, violan principios fundamentales del derecho internacional. Según ACNUR, a 30 de julio de 2025, más de dos millones de refugiados afganos han vuelto al país. Naciones Unidas advierte que los retornos desde Irán y Pakistán continúan a gran escala. Estas personas retornadss vuelven por las cirncustancias extremas que viven en los países vecinos y se enfrentan a graves desafíos, como la falta de alojamiento, medios de vida y servicios esenciales.

Sin embargo, Khadiya necesita marcharse. "¿Por qué? Tengo que sufrir por haber nacido niña", se pregunta desde Herat. Para poder sobrevivir tiene que elegir entre dos opciones: "Casarte con alguien que no conoces o suicidarte. No quiero casarme, ni suicidarme. Quiero vivir, estudiar y ser una mujer independiente", concluye. Mientras, Hashima canta Bella Ciao desde Rawalpindi, una ciudad en la provincia de Punyab, en Pakistán, con la esperanza de que algún día pueda mudarse a un tercer país para dedicarse libremente a la música y convertirse en una artista global que represente a Afganistán. "Quiero hacerlo como lo hace Shakira por Colombia o Elyanna por Palestina. Quiero ser la voz de mi pueblo", concluye.

*Nombre ficticio