El legado de las ganaderías de lidia se cita en San Fermín: "Esto no es un trabajo cualquiera, es una forma de vivir"
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En el eco ancestral de la dehesa resuenan los pasos de generaciones. Allí, donde la tierra se funde con la bravura y el tiempo parece tener otro ritmo, varias familias han cincelado su apellido en la memoria del toro bravo. Hoy, sus herederos no solo custodian un legado centenario, sino que lo proyectan hacia un futuro que exige fidelidad al origen y una constante evolución.
Borja Domecq, al frente de Jandilla, representa la cuarta generación de una de las sagas más influyentes en la historia reciente de la tauromaquia. Ricardo del Río, desde Victoriano del Río, forma parte de la sexta generación de una ganadería con registros que se remontan a finales del siglo XIX. Salvador García, desde la divisa de Cebada Gago, encarna la tercera generación de una casa histórica.
Y Javier Núñez, ganadero de La Palmosilla, aporta una mirada que conecta pasado y presente. "Una cosa es el hierro, que es muy antiguo, de 1760, son nueve generaciones ya, y otra, la ganadería con el ganado que tenemos actualmente", explica. Aunque durante décadas su familia dejó de criar toros bravos, la afición nunca se apagó. "Toda mi familia se ha dedicado al toro bravo desde hace más de dos siglos y medio. En los años 90, retomamos la cría por vocación, porque al final lo que hay detrás de esto es afición, amor por el toro y por la fiesta".
Varios toros de la ganadería La Palmosilla en una de sus fincas Ganadería La Palmosilla
"Nos criamos en esto desde pequeños, entre caballos y toros. Nunca nos planteamos otra cosa", afirma Salvador García desde su ganadería en Medina-Sidonia, Cádiz. "Cuando mi padre falleció, mi hermano y yo lo teníamos claro: íbamos a seguir adelante. No por compromiso, sino por vocación".
San Fermín: orgullo, memoria y proyección
La cita pamplonesa tiene un lugar especial en la memoria y el corazón de estas ganaderías. "Mi padre, aunque andaluz, nació en Pamplona y nos inculcó desde pequeños la pasión por San Fermín", explica Domecq. "Seguimos yendo en familia cada año. Es muy especial".
Para Ricardo del Río, el eco de Pamplona trasciende lo taurino. "La repercusión que tiene San Fermín en todo el mundo no es equiparable a ninguna otra plaza. Nos llaman de todas partes. La visibilidad es brutal".
Salvador García comparte ese vínculo emocional: "Mi padre tenía a Pamplona como una prioridad absoluta. Siempre seleccionaba con especial mimo los toros para esa feria. Y nosotros seguimos esa misma línea. Nos hace muchísima ilusión estar ahí cada año. Lo vivimos como una gran responsabilidad y una gran oportunidad".
En La Palmosilla, San Fermín es también un punto de inflexión. "Es una de las pocas ferias donde el ganadero se siente protagonista. Entrar fue muy difícil: apenas hay sitio. Debutamos en 2019 y nos llevamos el premio al mejor encierro y al mejor toro de la feria", recuerda Núñez. "Desde entonces, salvo el año de la pandemia, no hemos faltado. Para nosotros, Pamplona es la plaza donde se basa nuestro prestigio".
Aunque para el público general puedan parecer parte de lo mismo, en San Fermín los encierros y la feria taurina son dos ritos distintos que, eso sí, comparten protagonistas: los toros bravos.
El encierro es el tramo más popular —y visualmente más impactante— del recorrido festivo: cada mañana, a las ocho en punto, seis toros bravos (junto a cabestros) recorren 848,6 metros desde los corrales de Santo Domingo hasta la plaza de toros. Es una carrera corta, intensa, peligrosa, en la que cientos de corredores tratan de acompañar y esquivar al toro en su recorrido urbano.
La Feria del Toro, por su parte, es el ciclo de corridas taurinas que se celebra cada tarde en la plaza de toros de Pamplona, con los mismos animales que han protagonizado el encierro matinal. Aquí, el toro se enfrenta a tres toreros en un espectáculo reglado. La feria está considerada una de las más prestigiosas del circuito, no solo por el ambiente, sino por la exigencia del público y la categoría de las ganaderías que participan.
"El toro ha propiciado encierros memorables. El primer año rompimos la manada, abrimos brecha y nos llevamos la alpargata de oro. Y el año pasado hubo un momento tremendo con dos toros que se quedaron rezagados y dieron dos vueltas al ruedo. San Fermín es emoción pura", concluye Núñez desde Tarifa, Cádiz.
Una historia escrita en la arena
"Mi bisabuelo compró la ganadería. Después mi abuelo la llevó a lo más alto, fue uno de los ganaderos más importantes de la historia: Juan Pedro Domecq", recuerda Borja Domecq con naturalidad y orgullo sobre su ganadería en Vejer de la Frontera. La saga, que ha mantenido la dirección de la ganadería a través de una sucesión serena, asumió un nuevo capítulo tras la muerte de su padre durante la pandemia. "Mi hermana y yo decidimos seguir adelante con un legado que nos había tocado", relata. Hoy, ambos continúan la labor desde el respeto y la convicción, sin forzar nada: "Todo se ha hecho siempre con mucha naturalidad y con sentido común".
Vid, uno de los toros de Jandilla Ganadería Jandilla/Luis Alberto Simón
Del mismo modo, en Victoriano del Río, ganadería en el municipio madrileño de Guadalix de la Sierra, el relevo generacional ha tenido un peso simbólico y práctico. "Somos una familia extensa, pero todos hemos estado involucrados de una u otra forma", señala Ricardo del Río. "Es una responsabilidad grandísima mantener un legado, no solo en la selección de la ganadería, sino en el cuidado de la finca y la dehesa".
En La Palmosilla, ese relevo ha surgido de forma espontánea. "Nunca hubo dudas. Somos una familia grande y cada cierto tiempo aparece algún miembro con afición", cuenta Núñez. "Este oficio exige medios. A veces no se ha podido continuar por falta de recursos. Mi abuelo no fue ganadero, pero su padre, sí. Mi padre retomó esa pasión y la convirtió en forma de vida". Núñez reconoce que para él es una responsabilidad enorme, pero también un privilegio: "Me llena la vida entera".
El toro del siglo XXI: ciencia, sudor y bravura
La crianza del toro bravo ha evolucionado radicalmente en las últimas décadas. Lo que antaño era instinto e intuición, hoy está cruzado con ciencia, datos y análisis. Borja Domecq lo resume en tres pilares: alimentación, sanidad y manejo. "El toro tiene que estar preparado como un atleta de élite. Todo el último año de su vida gira en torno a eso. Tiene que darlo todo en 20 minutos".
Del Río coincide en esa visión técnica del presente: "Hoy en día los toros corren durante 12 horas a la semana, se alimentan de manera controlada y se seleccionan con una precisión milimétrica. Son los animales más específicamente seleccionados del campo español".
García, sin embargo, aporta una visión complementaria, marcada por la autenticidad del campo: "Aquí en el campo no hay horarios. El toro bravo exige estar disponible en cualquier momento. Y lo peor es cuando llevas un animal a una plaza importante y no embiste. Eso duele más que cualquier crítica".
Uno de los toros de la ganadería Cebada Gago Ganadería Cebada Gago
En La Palmosilla, la profesionalización ha sido profunda. "Hoy esto requiere conocimientos técnicos reales: sobre el animal, la finca, su comportamiento, su ciclo vital… Aunque el saber se transmite de generación en generación, hay que estar abiertos a innovaciones constantes".
El futuro, entre hijas, sobrinos y convicciones
Pese a los desafíos del presente —económicos, sociales y medioambientales—, todos confían en el relevo. "Yo tengo cuatro hijas y varios sobrinos. Espero que alguno de ellos siga tirando del carro", afirma Domecq. "El mundo va cambiando, y las mujeres ya ocupan el lugar que merecen también en el toro".
En Victoriano del Río, el relevo ya es una realidad palpable. "Tengo hijos y sobrinos implicados en la ganadería. Acabamos de hacer una actividad en el campo con varios de ellos. Está garantizado", asegura del Río.
Y en Cebada Gago, las nuevas generaciones ya pisan fuerte: "Mi hija estudia veterinaria y viene conmigo a todos lados. Mi hijo, aunque está estudiando, también se mete en la selección, monta a caballo y trabaja en la finca. En cuanto pueden, se escapan al campo. Se les nota la afición y eso es fundamental".
En La Palmosilla, aunque aún pequeños, los herederos apuntan maneras. "Parece que les gusta. Yo no lo fuerzo, pero la afición va apareciendo. Algunos se enganchan antes, otros más tarde. Pero me atrevería a decir que sí, que hay relevo". Núñez apunta también hacia un horizonte nuevo por el que tendrán que apostar las nuevas generaciones: "La ganadería va a tener que reinventarse. Los costes suben, pero también hay una gran oportunidad: el turismo del toro bravo. De aquí a diez años seremos no solo proveedores de plazas, sino agentes turísticos de primer nivel en el campo español".
Cuando se les pregunta por una palabra que defina el oficio, la respuesta no admite matices: pasión. Porque detrás de cada toro que pisa la plaza —o el encierro— hay años de trabajo invisible, decisiones difíciles, fracasos silenciosos y alguna que otra gloria. No es una industria, ni una empresa al uso. Es, para ellos, una manera de concebir el mundo.