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"La luz nos mantiene vivos": los colectivos vulnerables recuerdan su situación de indefensión ante los apagones

Vista de una vela encendida en el interior de una vivienda durante el apagón eléctrico
Vista de una vela encendida en el interior de una vivienda durante el apagón eléctrico EFE/ Brais Lorenzo
IRENE FEDRIANI / MARÍA GÓMEZ*

Sin luz, sin señal, sin comunicación, sin compañía. El apagón generalizado que afectó a la península ibérica dejó aislados durante varias horas a los colectivos más vulnerables, como las personas mayores, con patologías médicas o en situación de dependencia. Mientras residencias y hospitales contaban con generadores y otras fuentes alternativas que permitían soportar el corte de luz sin grandes incidencias, aquellos que viven solos tuvieron que poner a prueba la resistencia de sus baterías y la amabilidad de su entorno.

"Estoy vivo. He sobrevivido sin luz durante nueve horas con las baterías de mis máquinas de soporte vital. No sé lo que ha pasado, estoy en shock, pero estoy bien", escribía a las 21.45 horas del lunes en sus redes sociales Jordi Sabaté, enfermo de ELA. Para él, la luz supone la vida o la muerte. "Nos mantiene vivos al seguir respirando y al utilizar las máquinas de soporte vital para no morir asfixiados", cuenta en una entrevista a Las Mañanas de RNE, en la que califica de "terrible pesadilla" y "tortura psicológica" el apagón.

Tras la experiencia del lunes, Sabaté ha pedido a Endesa la instalación de un generador en su piso que permita mantener activas sus máquinas de soporte vital, incluso ofreciéndose a asumir el coste él mismo. "Tengo miedo de morir asfixiado si hubiera otro apagón", reconoce, "amo la vida y no quiero morir por un corte de luz".

"Ayer fue un día muy complicado para muchos enfermos de ELA. Algunos oímos las alarmas de los aparatos que nos mantienen con vida", ha explicado también Urbano González en sus redes sociales. El exjugador de baloncesto ponferradino ha confesado públicamente su "angustia" durante el corte eléctrico, que afectó al aspirador de flemas, al tosedor, la grúa, el colchón antiescaras y la silla eléctrica: "Sin ellos en buen funcionamiento no podemos vivir".

Los lazos familiares y vecinales, fundamentales durante el apagón

Ante situaciones como estas, los centros hospitalarios habilitaron espacios para atender a pacientes dependientes de la electricidad o para quienes necesitaran ventilación asistida o diálisis. Sin embargo, aquellos que viven en plantas altas y que no pueden subir ni bajar por las escaleras se vieron atrapados en sus casas, a veces incluso sin opciones de pedir ayuda.

Es en casos como esos en los que los lazos familiares y vecinales se convierten en un arma fundamental para afrontar las emergencias, como ya quedó demostrado en la pandemia o con la dana que asoló la Comunidad Valenciana el pasado 29 de octubre. Ayudar a moverse, conseguir alimentos o simplemente ir a verles para comprobar que está todo en orden son algunos de los gestos que hicieron más llevadera la espera de muchos.

María Martín, vecina de Madrid y con una enfermedad pulmonar crónica, cuenta a TVE, algo angustiada, las horas de incertidumbre a las que se vio expuesta por la falta del servicio eléctrico en toda la provincia. Con su condición, ella tiene que estar 16 horas al día conectada a un respirador artificial y, ante la falta de energía, sus vecinos salieron a las calles a buscar a un policía que pudiera atenderla.

Dos horas después de que notificaran su situación, las autoridades llegaron con un equipo que funcionaba sin conexión eléctrica. "Yo no sabía si llegaría alguien", comenta Martín, que agradece la implicación de los otros residentes: "Se portaron superbién".

Eduardo estaba a punto de salir de casa cuando le sorprendió el corte de luz. "Me di cuenta de que no solo la nevera y la luz no funcionaban, sino que tampoco tenía internet ni comunicación telefónica. Me empecé a preocupar porque pensé que esto era algo más gordo que un apagón de barrio", explica a RTVE.es.

Este sevillano, que sufre párkinson, señala la imposibilidad de contactar con algunos servicios de emergencia en caso de que hubiera sido necesario. Él cuenta con un reloj inteligente que incluye un localizador y llamadas de SOS, una versión más avanzada del tradicional "botón rojo" para personas mayores que también funciona en la calle. Pero el éxito de su funcionamiento reside en que está coordinado con el móvil y, si este no tiene señal, como ocurrió este lunes por el fallo de las telecomunicaciones, probablemente el dispositivo tenga "problemas" para cumplir con su función. Por suerte, Eduardo no tuvo problemas mayores y pudo hablar con sus vecinos y con su hija, vía WhatsApp, horas después.

También se sintió incomunicado Manuel, de 91 años, que en el momento del apagón viajaba en autocar desde Peñíscola hasta Madrid. A la capital llegó dos horas tarde por el atasco y el colapso que había a la entrada a causa de la ausencia de metro, trenes y semáforos. "Intenté llamar a mi hermana y a mi hija durante el trayecto para preguntarles lo que pasaba, pero no pude. Pude ver los WhatsApps de mi nieta cuando ya estaba llegando a Madrid", cuenta a este medio.

En la estación de Méndez Álvaro, mientras tanto, le esperaba su hija, donde nadie le informaba de nada de lo que ocurría. Allí pasó las horas esperando en las dársenas, hasta que le pidieron abandonar la estación y aguardar en la calle. Pese a los momentos de inquietud, Manuel cree que viajar en autobús fue la mejor decisión, ya que, si hubiera optado por el tren, podría haberse convertido en uno de los 50.000 pasajeros afectados por los retrasos y cancelaciones.

Apagón eléctrico en España: "Aquí seguimos sin luz, la mayoría somos personas mayores y estamos desamparados"

Primitiva, vecina del municipio pontevedrés de El Rosal, ha estado hasta este mismo martes sin suministro eléctrico ni posibilidad de comprar comida. "No hay ni un comercio. Es una zona muy dispersa, aquí la mayoría somos personas mayores y estamos desamparados", denuncia en Las Mañanas de RNE.

Ella, gracias a su carácter previsor, pudo disponer de todo lo necesario para subsistir el tiempo que hiciera falta. Pero, al contrario que Primitiva, a muchos les sorprendió sin estar preparados para afrontar el largo día sin electricidad.

Preocupados por los suministros

"Mis padres no podían salir de casa, vive en un décimo", cuenta Rosa. Sus padres, Josefa y Antonio (78 y 80 años), estaban preparándose para salir a hacer unos recados por su barrio de Madrid cuando el corte les sorprendió, dejándoles sin luz y sin ascensor. Ambos sufren molestias en las rodillas y la espalda y ven una utopía bajar la innumerable cantidad de escalones que les separa de la calle. Y aunque la electricidad se vaya, la vida sigue. "Tenían que hacerse la comida, pero tienen vitrocerámica", apunta su hija.

Por suerte, ella vive dos plantas más abajo y pudo subir a verles. Armada con táperes de comida, los tres juntos apañaron el almuerzo en familia, a la espera de que los nietos "dieran señales de vida". "El pequeño tardó tres horas en llegar", apunta Josefa.

Alfonso Arguedas, de 72 años, se encontraba en su casa ubicada en Zaragoza durante el apagón, situación que señala como "especial", ya que coincidió con que la noche anterior no se encontraba bien de su salud. Cuenta que, tras varias horas sin energía en casa, uno de sus hijos logró comunicarse con él y le recomendó comprar agua y otros suministros. Una vez en la calle, lo primero que pensó es que "algo pasaba" e inmediatamente lo asoció con lo que vivió en la pandemia.

"A mí me recordó la víspera donde no sabíamos si íbamos a poder salir", explica a RTVE.es. De camino al supermercado observó que la mayoría de personas llevaban productos enlatados en grandes cantidades, algo que le generó preocupación porque no sabía cuánto tiempo estarían así. Alfonso, ante la falta de comunicación telefónica, todo el tiempo se estuvo informando por la radio, ya que tenía un transmisor de pilas en casa.

*María Gómez es alumna del máster de Reporterismo Internacional RTVE/in y UAH y ha contribuido a la elaboración de este reportaje bajo la supervisión de su tutora, Paloma de Salas.