Málaga, cuando se apagan los focos
- Unas 260 producciones se presentaron en el Festival de cine de Málaga
- ¿Cuántas tendrán vida más allá del maremágnum festivalero?
Una imagen define al Festival de Málaga más y mejor que las alfombras rojas, los photocall y la entrega de premios: popular director de cine, ganador del Goya y premiado en Málaga en el pasado, regresa este año y aguarda, impaciente, en la puerta de una sala, el final de la proyección de su película en Mafiz, la zona de industria, para saber cuántos acreditados han entrado al pase y qué opinión les merece su trabajo.
Orientado al ámbito empresarial y económico, Mafiz es punto de encuentro de cineastas, productores, programadores y otros profesionales. Allí, los responsables de las películas firman acuerdos de distribución, exportación y proyección en otros festivales. Si están pensando en una de feria de muestras de cualquiera que sea su profesión, han acertado, se parece bastante.
El director que mencionábamos antes asiste nervioso al pase de su película porque no importa lo famoso que seas o la cantidad de premios que adornen ya tus estanterías, cada película es una “empresa” que puede triunfar o fracasar estrepitosamente, e incluso no llegar nunca a los cines, y Málaga te puede dar el empujón o frenar una carrera comercial.
Muchas distribuidoras que ya han comprado los derechos de exhibición en cines de las películas seleccionadas por el festival, cruzan los dedos las horas antes de la clausura para que los títulos de su catálogo seduzcan al jurado y se hagan hueco en el palmarés. Algunas ya tienen fecha de estreno, estratégicamente elegida, otras esperan a volver de Málaga para tomar decisiones.
Tres de las grandes triunfadoras de este año, Sorda, Muy lejos y La furia, se estrenan en las tres semanas siguientes a su paso por el festival, y otra de las reinas del palmarés, Los Tortuga, llegará a cines a finales de mayo. Los distribuidores no suelen esperar mucho tiempo si confían en que el paso por el festival suma puntos de cara a rentabilizar la película. A este grupo podemos sumar Sugar island, ganadora del premio a mejor dirección de fotografía, que se ha estrenado con proyecciones en Madrid y Valladolid, de forma tan limitada y fugaz que quizás cuando lean este artículo ya no se encuentre en cartel.
Títulos como La buena letra, de Celia Rico; Una quinta portuguesa, de Avelina Prat y El cielo de los animales, de Santi Amodeo no consiguieron colarse en el palmarés, pero tienen fecha de estreno. Sin embargo, a día de cierre de este artículo, los responsables de la mitad de películas de la sección oficial a concurso aún no saben si su película llegará a cines, acabará en una plataforma de streaming o si su ventana de exhibición española ha comenzado y terminado en Málaga. Dato llamativo, teniendo en cuenta que son, oficialmente, los títulos de “primera división” del certamen. El principal damnificado es el espectador, que podría perderse películas tan interesantes como Violentas mariposas o Perros.
En Días de Cine siempre nos hemos resistido a esta clasificación limitante, a cubrir los festivales poniendo foco, sólo, en los títulos de primera línea, porque encontramos, en las secciones paralelas, propuestas tan sugerentes como en la oficial. Por eso nuestros reportajes picotean de acá y de allá, buscando lo que pueda sorprender al espectador. A nuestra crónica en tres partes del festival (que podéis ver en RTVE Play) queremos añadir este paseo por películas que quedaron fuera, por cuestiones de espacio, pero bien merecen unas líneas.
Títulos a los que no perder la pista
Basada en su obra de teatro homónima, el también actor Iván Morales ha dado el salto a la dirección para “escribir una carta de amor”, dice, a “aquellos amigos que no veo retratados en las películas, salvo en personajes estereotipados”. Los personajes de Esmorza amb mi (Desayuna conmigo) son gente de barrio “que viven en la precariedad económica y emocional, pero luchan por encontrar la ilusión”. Pequeñas grandes historias como aquella de la que nace la idea: Morales se planteó cómo reaccionaría uno de esos “colegas del barrio de Gracia” si, “sin haberle introducido en el universo del poliamor, le pusieses en el brete de aceptar que la persona a la que quiere puede estar interesada en alguien más, ¿cómo reaccionaría una persona que no está educada para entenderlo, pero quiere amar sobre todas las cosas?”.
Oriol Pla y Álvaro Cervantes en 'Esmorza amb mi (Desayuna conmigo)'. Filmax
Ruido también nos sumerge en el ambiente urbano de Barcelona de la mano de una adolescente, Lati, con un talento natural para el rap y el complejísimo mundo del freestyle. Su madre, faltaría más, no ve con buenos ojos esta pasión callejera y, por si fuera poco, otro tema provoca tensiones: la familia reclama el cuerpo del padre, recientemente fallecido, para darle un enterramiento musulmán en su país de origen. Ruido es el debut de Ingride Santos, cineasta que lo tiene claro, nos gustan tanto las historias de jóvenes promesas en busca de su sueño porque “todos estamos en la rampa de despegue. Todos somos ese wannabe de algo”. A la protagonista, Latifa Drame, la encontró precisamente en la calle, “es una de las pocas chicas que hacen batallas freestyle en Barcelona. Ella es la película, a su alrededor articulamos toda la historia y su contexto socio cultural”.
La isla de los faisanes también plantea preguntas incómodas en torno a las relaciones familiares y amorosas, así como a la emigración y el racismo. Laida y Sambou, una pareja interracial acostumbrada a lidiar con los prejuicios, pasea por la ribera del río Bidasoa, cuando escucha a dos hombres pidiendo auxilio, arrastrados por la corriente. Laida se arroja sin pensar, Sambou se queda en la orilla paralizado por el miedo. El destino y la vida de esos dos hombres queda sellado en ese momento por una decisión que, además, abre una brecha en la pareja. La historia parte de una noticia real que el director, Asier Urbieta, leyó en el periódico. “Era importante crear un dilema en la película, ese ‘tú qué harías’, porque me gusta pensar que yo me lanzaría, pero no lo sé”. Protagonizan Jone Laspiur y Sambou Diaby, actor con raíces africanas, pero nacido en Iruñea, amigo del director, que sufre a diario el racismo endémico. “En la frontera del Bidasoa sólo paran a los negros y a los árabes. Yo puedo cruzarla cuatro veces al día. A Sambou le paran cada vez que pasa”.
Hay títulos que recompensan al espectador proactivo con un ecosistema narrativo de infinitas posibilidades, complejo e inspirador, como La terra negra. Suerte de western mezclado con thriller rural y una lógica mística que rodea situaciones y personajes, y que convierte su visionado en algo casi litúrgico. Una historia de personajes machacados por sus semejantes que, paradójicamente, buscan la sanación en la misma especie humana que les ha herido de muerte. Son, como dice Laia Marull, una de sus protagonistas, “perros lamiéndose la herida en una sociedad podrida de fascismo”. Dos hermanos, interpretados por Marull y Andrés Gertrudix, luchan por hacer prosperar un viejo molino en un pueblo perdido, rodeados de miserables que intentan echarles de su propia tierra. De la nada aparecerá un extranjero (Sergi López) dispuesto a ayudar, que levanta suspicacias porque ha estado en la cárcel y posee la sobrenatural capacidad de influir en el comportamiento de los demás. Su director, Alberto Morais, se reconoce en deuda con uno de los más grandes cineastas italianos de todos los tiempos. “Me he apropiado de elementos religiosos de nuestra cultura católica para dignificar al lumpen proletariado, como hacía Pasolini. Y lo he hecho a través de la música de Bach o el cordero de Dios de Zurbarán”.
Sergi López y Laia Marull en 'La terra negra', de Alberto Morais. Olivo Films, Elamedia, Dexiderius Producciones, Garra Producciones
De personajes heridos trata, también, Aullar, película que se ha rodado a caballo entre Tenerife y Málaga, la ciudad en la que ha buscado algo de cariño de prensa e industria que le ayude a planificar un estreno en salas que aún no tiene fecha. Su protagonista, Mamen, siempre soñó con ser bailarina, pero el día a día, un hijo al que tiene que sacar adelante sola, dividiendo la jornada entre dos trabajos, y un padre alcohólico que aparece y desaparece de su vida dejándola cada vez peor, ha hecho de ella un ser doliente, carente de ilusiones. En palabras de su director, Sergio Siruela, “se ha creado una coraza a marchas forzadas”. El título “remite a los instintos primarios”, de un personaje que “a fuerza de protegerse y sublimar sentimientos, ha perdido la capacidad de comunicarse, y atesora esa decepción, ese dolor, esa incapacidad para comunicarse”. Aullar es una de esas películas, fuera de sección oficial y sin rostros conocidos en cartel, que teme pasar desapercibida en el jaleo del festival y que emprende, ahora, otra tortuosa etapa del camino: la distribución comercial.
Cuando hablamos del largo y tortuoso camino de algunos proyectos desde el folio en blanco hasta las salas de cine, nos referimos, por ejemplo, a títulos como Enemigos, que, afortunadamente podrá verse en cines a partir de mayo, pero que no siempre las tuvo todas consigo. La idea nació en 2019, en principio como cortometraje, pandemia mediante fue tomando forma, el casting se cerró en 2022, se rodó en 2023, y 2024 ha supuesto un larguísimo barbecho hasta su presentación en Málaga este 2025. Enemigos es la historia de un adolescente víctima de acoso que, por giros del destino, tiene la oportunidad de vengarse del abusón que le hace la vida imposible. Una historia que se sigue con interés, a pesar de ciertos momentos de deriva, gracias, sobre todo a dos protagonistas que han hecho suyo texto y personajes: Christian Checa y Hugo Welzel. “Piensa” nos comentaba su director, David Valero, “que el guion lo hemos escrito dos tipos de cuarenta y tantos, muy alejados de esa generación. Cuando empezamos a ensayar, los adolescentes lo hicieron suyo. Es a través de los diálogos y el montaje donde se ha logrado el realismo de la historia”
De Aleixandre a Berlanga, un “encuentro” con los grandes
El cine español del siglo XXI reivindica figuras de nuestra cultura a las que el mainstream ha dejado casi en penumbra, como la del Premio Nobel de Literatura Vicente Aleixandre. La casa en la que vivió, ubicada en Madrid, en la zona de Moncloa, ha permanecido vacía desde 1986 hasta que un equipo de cine liderado por Javier Vila Galarza ha abierto sus puertas para rodar el documental Velintonia 3. “Herederos e instituciones” parecen haberse puesto de acuerdo para que la casa quede en un limbo legal y no termine de renacer “con la vocación que tuvo en vida de Aleixandre”, es decir, como punto de encuentro, tertulia e intercambio de ideas. “En el salón, Lorca tocaba el piano, allí leyó por primera vez Sonetos del amor oscuro. A las reuniones iba tanta gente que no había sillas, esto lo dicen Concha Méndez y Manuel Altolaguirre, por ejemplo”.
Del olvido rescata, también, la cineasta Vicky Calavia a una figura interesante: Natividad Zaro, actriz, dramaturga, productora y “la primera mujer en España, que, en 1929, interpreta a Doña Inés por la tarde, y a Don Juan por la noche, con tal escándalo que les cierran el teatro”. Natividad Zaro. En voz alta, es el retrato de una persona contradictoria, inequívocamente feminista, “amiga de Lorca, Azorín y Valle Inclán, que se codea con la crema de la intelectualidad republicana, pero se enamora de Eugenio Montes, ideólogo de Falange”. A Natividad Zaro le debemos dos obras maestras absolutas de nuestro cine: Surcos y Amanecer en puerta oscura. “No sabíamos que había hecho Surcos” cuenta Vicky Calavia “porque durante algún tiempo no aparecía en créditos. Se adjudicaba a su pareja, Eugenio Montes. Y Amanecer en puerta oscura es una idea que le cede a José María Forqué, que ganó el Oso de Plata de Berlín”.
Hablando de obras maestras, este 2025 la magistral Furtivos cumple 50 años. Razón más que suficiente para dedicar un documental a su director, el genial José Luis Borau, admirado maestro de cineastas, añorado expresidente de la Academia de Cine y responsable de obras tan magníficas como Hay que matar a B., Leo o Tata mía. German Roda, director del documental Borau y el cine reivindica una figura que “no está en el sitio que merece”, pero marca el tono de algunas grandes películas del cine actual. “As Bestas, Suro… los thrillers rurales de los últimos años beben de Furtivos. El ambiente de ese bosque en el que podía pasar de todo, esa oscuridad… hacen que 50 años después veamos la película y se nos siga erizando la piel”.
Incluso de figuras tan populares como Luis García Berlanga se pueden aprender cosas nuevas. Por eso su hijo, José Luis García Berlanga ha reunido parte de los objetos personales de su padre, guiones nunca producidos y notas personales para, en colaboración con el archivo de Radiotelevisión española, producir Berlanga, fanáticamente contradictorio. “Siempre intentó hacer cosas artísticas” nos cuenta “pintaba, hacía planos de arquitectura, pero también fue deportista, estuvo en dos guerras…”. Aspectos que sorprenderán de la vida de Berlanga. Que el público no busque análisis cinematográficos de obras como El Verdugo o Plácido, la cosa no va de eso, sino de analizar la personalidad de un genio. “Mi padre era una contradicción en sí mismo y él presumía de eso”.
No es casualidad que terminemos hablando de cine y contradicciones, porque también las sufre Málaga, a su pesar. Todos celebramos que el festival crezca año tras año, en popularidad y calidad (ya anuncian sección nueva para el año que viene, América, América, con especial atención al cine de las comunidades indígenas), pero el volumen que comienza a alcanzar acerca el certamen a una peligrosa zona de arenas movedizas. Son tantas las películas que se presentan que algunas producciones medianas podrían sentirse tentadas a redirigir sus afectos a festivales más pequeños, con menos foco, pero donde tendrán un minuto de gloria que en Málaga es cada vez más difícil. En Málaga coexisten títulos interesantes y producciones menos impecables que basarán su estrategia de comunicación únicamente en uno o dos nombres propios potentes en cartel. Ha pasado toda la vida y seguirá pasando, en este y otros festivales, pero ahora que disfruta de un dulce momento de expansión, Málaga tiene que ser firme en la difícil tarea de separar el grano de la paja. Sólo así seguirá siendo el festival al que todos se mueren por ir.