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Vista para sentencia la carrera por el Oscar más marrullera de la historia

  • Anora y Cónclave, favoritas para hacerse con el premio a la mejor película
  • Netflix da un bandazo e invita, de nuevo, a Karla Sofía Gascón a los Oscar
Karla Sofía Gascón en 'Emilia Pérez'
Karla Sofía Gascón en 'Emilia Pérez'
Rufino Sánchez (Días de Cine)

Cuando el pasado 5 de febrero, el cineasta brasileño Walter Salles se disculpaba con el público español por no asistir al preestreno de su película Aún estoy aquí (tal y como se había anunciado), lo hacía, dijo en un vídeo antes de la proyección, porque los incendios de Los Ángeles habían alterado por completo el calendario de promoción. No mencionó a Emilia Pérez, pero si hubiese dicho que el escándalo que le ha explotado a la película de Netflix en plena línea de flotación invitaba a apurar el tiempo de campaña buscando el, hace unos meses improbable, pero hoy cada vez más innegable, sorpasso a la favorita de facto, todos en la sala le hubiesen entendido y apoyado, pues la campaña de los Oscar 2025 se parece cada vez más a unas elecciones, y su película bien merece esa estatuilla que está peleando hasta el final.

Que la carrera por los premios más top de Hollywood es cada vez más marrullera es algo que nadie puede negar. Gane quien gane el domingo, la protagonista de la campaña ha sido Karla Sofía Gascón. Ella ha protagonizado más titulares que el resto de nominados juntos. Independientemente de que los tuits que la han hecho caer en desgracia sean controvertidos, reprobables, coherentes o no con lo que representa, o que la hayan convertido en oportuna diana de todos aquellos que le tienen ganas desde Cannes, lo cierto es que fue nominada al Oscar por su excelente trabajo en Emilia Pérez y sólo por él debería ganarlo o no, sin entrar en otras consideraciones. Los bandazos de Netflix para salvar los muebles tras el escándalo (ora la apartamos de la campaña, “borrándola”, incluso, de los carteles promocionales, ora “la invitamos” de nuevo a asistir a los Oscar, escenificando una especie de perdón corporativo que huele a hipócrita), obedecen únicamente a la desesperación de quien tenía el viento a favor para ganar el Oscar y ha ido perdiendo todas las plazas hasta verse prácticamente en el arroyo.

Porque, al comienzo de la carrera, hubo quien habló de Emilia Pérez como esa película que uniría al lobby latino de Hollywood como Todo a la vez en todas partes supuestamente había hecho con el asiático. De nuevo las narrativas que todo lo simplifican. De un tiempo a esta parte parece que hay que construir una si quieres que voten por ti. Es como si se interiorizase que un significativo grupo de académicos no ve todas las nominadas y decide su voto en función de simpatías, iconicidad o deudas morales. Los nominados lo saben y algunos, como Demi Moore, ofrecen discursos que parecen más arengas políticas.

Mejor actriz protagonista: emoción hasta el final

“Hace 30 años, un productor me dijo que era una ‘actriz de palomitas’”, explicó Demi Moore al aceptar el Globo de Oro por La sustancia, “y pensé que eso significaba que esto era algo que no se me permitía tener. Que podía hacer películas de mucho éxito, que dieran dinero, pero yo no iba a ser reconocida”.

Acto seguido se convirtió oficialmente en la favorita de una de las carreras a mejor actriz protagonista más impredecibles de los últimos años. El discurso construyó una narrativa de trabajadora al servicio de la industria que nunca había aspirado a nada, que probablemente le de el triunfo. Humildad, trabajo duro, éxito discreto… ¿qué más se le puede pedir a una ganadora del Oscar?

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Con Karla Sofía Gascón virtualmente eliminada de la competición por polémicas extra cinematográficas (¿qué habría sucedido si la bomba le hubiese explotado a una Amy Adams o una Glen Close? ¿Habrían ido tan lejos Hollywood y Netflix en el proceso de defenestrado?) y Cynthia Erivo como convidada de piedra, con una de esas candidaturas que tocan techo con la mera nominación, las vías alternativas a Demi Moore se reducen a dos. Una de ellas con fuerza más que suficiente para arrebatarle la estatuilla, a pesar de que los Globos de Oro y el Sindicato de actores le hayan dado la espalda.

Mikey Madison, la protagonista de Anora, se ha hecho con un botín considerable en la previa de los Oscar: el más reciente, el Bafta, que ha redirigido focos a su persona. Pero antes ya había conseguido un buen número de reconocimientos de círculos críticos como Los Ángeles, Boston o Washington. Ninguno de ellos, per se, garantizan el Oscar, pero el sumatorio es de los que no se pueden ignorar. Su principal hándicap no es tanto su juventud (tiene 3 años más que Jennifer Lawrence cuando ésta ganó la estatuilla por El lado bueno de las cosas y la misma edad que Brie Larson cuando arrasó con La habitación), sino ese aire de “promesa” que no se disipará hasta que no se haya dado carpetazo a la campaña.

Respecto a Fernanda Torres, dos son los puntos a su favor: es aire fresco que llega al final de una carrera larga y redundante y el suyo es un trabajo rotundo que la Academia no debería dejar pasar (en la memoria de todos, lo mal que ha envejecido el Oscar a Gwyneth Paltrow frente a candidatas más interesantes como Cate Blanchett o Fernanda Montenegro, madre de Fernanda Torres). El fantasma de las malas decisiones del pasado puede jugar a favor de Fernanda. Si un nutrido grupo de académicos deciden apostar por el mejor y más intenso trabajo dramático del año, la brasileña se convertirá en lo que se conoce como un “caballo negro”: un competidor que adelanta al favorito en el último minuto.

Mejor actor protagonista: un potente favorito y un aspirante con aire de estrella

Más aburrida que la de mejor actriz protagonista está resultando la carrera a mejor actor. Desde el principio, Adrien Brody, que ganó el Oscar en 2003 por El pianista y que, en honor a la verdad, no tuvo la trayectoria que todos esperaban, se posicionó como legítimo favorito. Su papel en The Brutalist, construido con atención a los detalles y a la inteligencia emocional del personaje, trabajando tanto lo que se muestra como lo que se esconde y puede llegar a adivinar un espectador intuitivo, es el trabajo más ambicioso de su carrera (y de la edición).

Ni Colman Domingo (reconocido por los círculos críticos, pero con poco ascendente en los precursores directos), ni Sebastian Stan (que no las tenía todas consigo, ni siquiera, de cara a la nominación) son enemigos que deban preocupar a Adrien Brody. Tampoco Ralph Fiennes, a quien Brody ganó en su propio terreno, los Bafta, a pesar del clima de total rendición de la Academia Británica ante su película, Cónclave. Pero ¿así de aburrida va a ser la competición de mejor actor?

El único con posibilidades de arruinarle la fiesta al protagonista de The Brutalist es Timothée Chalamet. Su calidad de aspirante al triunfo se ha fundamentado más en su curriculum (a pesar de su juventud, es su segunda nominación y ha protagonizado algunas de las películas más relevantes de las últimas ediciones de los Oscar) y en la fuerza de su película (A complete unknown suma ocho nominaciones que muchos no vieron venir a pesar de que la película, en mayor o menor grado, ha estado presente en todas las entregas de premios), que en la calidad de un trabajo que aún no habíamos podido ver. Hasta que Chalamet se alzó con el premio del Sindicato de Actores (SAG) arruinándole la estadística a Adrien Brody. Ahora, lejos de plantearnos si esa victoria puede mover simpatías, porque el plazo para votar en los Oscar terminó cinco días antes de la gala del SAG, nos preguntamos si el resultado revela una correlación de filias con la que no habíamos contado. ¿Es la victoria de Chalamet la única fisura en la carrera de Brody al Oscar? Lo es, pero ¿resulta tan importante como para ser tenida en cuenta? Indudablemente.

Al triunfo de última hora de Timothée hay que sumar una polémica que salpicó a Adrien Brody (y que quedó totalmente eclipsada ante la de Emilia Pérez) y que podría haberle hecho perder puntos ante los votantes más quisquillosos: el reconocido uso de una herramienta de inteligencia artificial en postproducción para pulir ciertas imperfecciones de su acento húngaro y que, según el equipo de la película, se aplicó en aras de la veracidad y cuya diferencia final sólo los propios húngaros podrían percibir. Ahora la carrera por el Oscar a mejor actor protagonista parece un mano a mano entre el veterano que aspira a revalidar un estatus de intérprete de prestigio que muchos le han cuestionado y el joven de trayectoria imparable que, tal y como reconoció al aceptar el premio del sindicato de actores, aspira a la grandeza: “la gente no suele reconocerlo”, dijo, “pero yo quiero ser uno de los grandes”. La carrera ha pasado del sopor a la emoción en su tramo final.

Secundarios que nunca lo fueron: los premios cantados

Con el Globo de Oro, el Bafta, el premio del Sindicato de Actores y los reconocimientos de los círculos de críticos más importantes (Nueva York, Los Ángeles y Chicago, entre otros), es virtualmente imposible que Kieran Culkin pierda un Oscar al que nunca debió estar nominado, porque su personaje en A real pain no es “supporting” (es decir, secundario), sino tan protagonista como su partenaire, Jesse Eisenberg. Lo mismo le sucede a Zoe Saldaña, carrera pluscuamperfecta (Globo de Oro, Bafta y SAG) y un polémico “salto” de categoría de protagonista a secundaria que, en su caso, es aún más evidente con el minutaje de la cinta en la mano (Karla Sofía Gascón, nominada a mejor actriz protagonista aparece en pantalla 52 minutos, 21 segundos; Zoe, 57 minutos, 50 segundos).

La razón de este baile de actores, que por otro lado no es nuevo (Brad Pitt y Mahershala Ali ganaron como secundarios por Érase una vez en Hollywood y Green book cuando sus personajes eran tan protagonistas como sus compañeros) es que los estudios proponen y la Academia… nomina, o no. Tan cuestionable estrategia se ha seguido desde hace años, pero últimamente comienza a ser un tanto bochornosa.

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¿Hay alternativa en alguna de estas dos categorías o apostamos fuerte por Culkin y Saldaña? Alternativas hay siempre, pero no parece que vaya a ser un año de sorpresas entre los secundarios. Yuriy Borisov (Anora) se encuentra en una de las películas más importantes del año, pero en la previa apenas se ha beneficiado de ello. Edward Norton (A complete unknown) y Guy Pearce (The Brutalist) tienen nombre y trayectoria, pero han hecho la carrera de premios a la sombra de Culkin. Y Jeremy Strong (The Apprentice. La historia de Trump) nos ha regalado el verdadero papel complejo y brillante del año, pero en una película que no parece haber acaparado la atención que merecía.

Y entre las alternativas a Zoe, sólo Ariana Grande, coprotagonista de ese fenómeno pop que es Wicked, ha rascado algún que otro premio en la previa del partido. Felicity Jones (The Brutalist) ha estado nominada en las citas más importantes, pero las ha perdido todas. Isabella Rossellini (Cónclave) tiene un papel demasiado anecdótico en un año de favoritismo muy marcado como para despuntar a última hora. Mónica Barbaro (A complete unknown) era, como reza el título de su película, una completa desconocida hasta ahora, a quien seguir la pista, sin duda, pero con la nominación al Oscar como techo en esta carrera de premios.

Director y Película: hasta el último voto cuenta

El Oscar a mejor película se decide por un sistema de voto preferencial que anda detrás de algunas “sorpresas” de los últimos años. CODA sobre El poder del perro, o Green book pasando por encima de Roma, por ejemplo, inesperados sorpassos que han envejecido bastante mal y que, a la hora de pensar qué película tiene más posibilidad de ganar la dorada estatuilla, nos obliga a trazar una correlación imaginaria de afectos, filias y fobias al margen de la calidad fílmica de los títulos en cuestión.

Pero ¿en qué consiste, así, a grandes rasgos, el voto preferencial? Cada académico ordena del 1 al 10 las películas nominadas según sus preferencias. Y si en una primera ronda de conteo, ningún título sobrepasa el 50% de apoyos, se elimina de la competición a la película con menos votos y las papeletas que la tenían en primera posición se redistribuyen atendiendo a su segunda opción. De esta manera, ronda a ronda, se produce una redistribución de apoyos que termina cuando alguna película deja atrás la línea virtual del 50% de los votos.

The Brutalist, la película fenómeno del año, con una dirección espectacular y una superioridad técnica y artística innegables, es, también, un título difícil de digerir. Su duración (cercana a las cuatro horas) y los temas que aborda (el ego, la genialidad artística, la integración del emigrante…) hacen de ella una candidata que probablemente sume un buen número de votos en primera ronda, pero a la que no beneficie en absoluto el voto preferencial.

Emilia Pérez tampoco puede confiar demasiado en este sistema. La campaña la ha desgastado terriblemente en las últimas semanas y, aunque cuenta con innegables apoyos, también es patente el rechazo que genera, precisamente, entre miembros de la comunidad latina a los que una vez pretendió atraer. Una película que despierta tantos odios y pasiones lo tienen complicado para sumar votos pasada la primera ronda.

A Nickel boys le ha faltado presencia esta carrera, A complete unknown no ha sumado un solo premio relevante, al margen del SAG a Chalamet, el terreno de lucha natural de Aún estoy aquí es el Oscar a mejor película internacional, y de títulos como Dune: Parte 2, Wicked, y La sustancia, se espera que pesquen en categorías técnicas y artísticas (sonido y efectos para Dune: Parte 2, dirección artística y vestuario para Wicked y maquillaje para La sustancia sería la distribución más convencional), pero no que aspiren al premio gordo.

Eso nos deja el duelo final prácticamente en un mano a mano entre dos películas a quienes el voto preferencial beneficiará indudablemente: Anora y Cónclave. Dos títulos que gustan, pero no apasionan.

Si los responsables de los Oscar quieren darle emoción a la noche, empujarán la entrega del premio a mejor guion original prácticamente al final de la gala. De él dependen en gran medida las opciones de Anora de cara al Oscar a mejor película. La película de Sean Baker necesita que Sean Baker conquiste alguno de los cinco Oscar a los que está nominado, preferiblemente dirección o guion.

Cónclave, por su parte, que no pude ganar el Oscar a mejor dirección porque Edward Berger ni siquiera está nominado, tiene prácticamente ganados las estatuillas a mejor guion adaptado y montaje. Dos conquistas importantes de cara al premio a mejor película.

Gane quien gane, se decidirá, de nuevo, por un puñado de votos. Olvídense de las rotundas victorias de los últimos ganadores, Oppenheimer y Todo a la vez en todas partes (7 estatuillas cada una), lo de los Oscar, este año, se resuelve en la última pantalla. Alabado sea Billy Wilder, no hay nada más aburrido que una carrera con el favorito escrito y sellado desde septiembre.