El "coyote de Tijuana": el polémico oficio de cruzar la frontera entre México y Estados Unidos
- Informe Semanal consigue el testimonio de un "coyote" que ha logrado cruzar a miles de personas
- La profesión está marcada por los abusos y fraudes, aprovechándose de la desesperación de los migrantes
Nos pide que le llamemos Miguel. Aparece con poncho, gorro de lluvia y una mascarilla que distorsiona algo su voz. Sus ojos aguantan la mirada, no parece un tipo esquivo. Confiesa que ha cruzado a Estados Unidos a miles de personas durante toda su carrera, como "coyote", o "pollero". No es extraño, empezó a los 14 años y ya ha cumplido los 63. Por cruzar, ha cruzado hasta a su propia familia.
Miguel es un "coyote" de la vieja escuela, de los que se creen que lo importante es hacer un favor a los demás o de los que pierden el tiempo explicando al reportero cómo reparte entre sus contratados los 10.000 dólares que cobra a cada migrante por cruzar la línea.
Sus cruces comenzaron hace ya muchos años, en los tiempos en los que Bill Clinton no había ordenado todavía la construcción de los primeros metros de muro. Entonces era suficiente con correr rápido y soportar las altas y bajas temperaturas del desierto durante el día y la noche. Así fue como a finales de los 90 le detuvieron y tuvo que pasar una temporada en las cárceles de Estados Unidos. Desde entonces se limita a organizar los cruces, pero ya no se expone.
El oficio de "coyote" está marcado por múltiples abusos y estafas. La desesperación de los migrantes engorda el negocio de los falsos "coyotes", tipos que por menos dinero prometen el sol, las palmeras y los dólares de California. En realidad, lo que hacen es meter al migrante en un maletero y soltarle, aturdido, en un barrio residencial de Tijuana que parezca ser San Diego, pero que no es San Diego.
Aumenta la nómina de los "narco-coyotes" o los "digitales"
En los últimos años, ha aumentado la nómina de "narco-coyotes" (los que pasan fentanilo, por ejemplo) o los "coyotes digitales", aquellos a los que nunca se llega a ver la cara, pero que desde una aplicación telefónica dan instrucciones de movimientos y lugares donde esconderse o alojarse.
Miguel ha tenido clientes de todo tipo. Desde capos del cártel de Sinaloa a familias enteras a las que, confiesa, no ha cobrado por pena o solidaridad. Su discurso está bien armado, tan bien que levanta sospechas. Al menos, dos personas (buenas conocedoras de la frontera y sus negocios) confirman que lo que cuenta es verdad.
El crimen organizado está presente en todo lugar de México donde se mueva dinero. Da igual que sea una enorme plantación de aguacate que un humilde negocio de un vendedor callejero de tacos. Y el mundo del "coyote" no es ajeno a la extorsión. Miguel confiesa que a los grupos criminales hay que pagarles una tarifa, que suele corresponder al 20% de lo que cobren los "coyotes".
"¿Y si usted se resiste a pagar la cuota?", preguntamos a Miguel, que no duda en responder: "Pues ya sabe usted lo que pasa con los que no cumplen su palabra… Que los desaparecen. No hay perdón, no hay perdón", concluye,