Atrapado en la DANA de Valencia: crónica desde el corazón del diluvio
- "Estuve allí desde que cayó la primera gota. Vi cómo el agua se llevaba las vidas y los sueños de muchos valencianos"
- ¿Qué ha sido diferente esta vez en la DANA del 29 de octubre? ¿Estamos ante un episodio extraordinario a nivel meteorológico?
- La misma lluvia caída en otro sitio y de otra forma, probablemente hubiera tenido consecuencias muy distintas
Estuve allí desde que cayó la primera gota. Aunque esa forma de llover parecía de otro mundo, nadie podía imaginar que aquel 29 de octubre se acabaría convirtiendo en una de las mayores tragedias de la historia de nuestro país.
Que llovió mucho es una obviedad. Lo cierto es que en nuestro país a veces llueve mucho y muy mal, sobre todo en el ámbito mediterráneo. Raimon, cantautor precisamente valenciano, ya cantaba hace más de 40 años “Al meu país la pluja no sap ploure. O plou poc o plou massa” (En mi país la lluvia no sabe llover. O llueve poco o llueve demasiado).
Pero entonces, ¿qué ha sido diferente esta vez? ¿Estamos realmente ante un episodio extraordinario? Lo primero que hay que decir es que no podemos explicar este suceso solo desde el punto de vista meteorológico. La misma lluvia caída en otro sitio y de otra forma, probablemente hubiera tenido consecuencias muy distintas.
Una inundación que son dos
Al pensar en la DANA del 29 de octubre, tendemos a imaginar el suceso como una única gran riada. Sin embargo, en realidad fueron dos inundaciones distintas. Por un lado, la crecida del río Magro; por otro, el auténtico tsunami que bajó por el barranco del Poyo. Ambas fueron el resultado de tres grandes picos de precipitación que ocurrieron en distintas zonas a lo largo del día.
El primer pico significativo de lluvia ocurrió durante la madrugada y las primeras horas del día, afectando sobre todo al sur de la provincia de Valencia y a zonas costeras.
A primera hora de la tarde se produjo el segundo máximo de lluvia, que se trasladó especialmente a la cabecera del río Magro. Llegaron entonces los primeros desbordamientos, inundaciones y rescates en localidades ribereñas de este curso fluvial.
Y, por último, hacia media tarde, el diluvio se trasladó al Barranco del Poyo y a toda su cuenca. La cantidad de lluvia se volvió desorbitada y la crecida fue súbita y mortífera. Al mismo tiempo, en la cercana cuenca del Magro, también llovía torrencialmente. El río Magro se desbordó y lo inundó todo, aunque la presa de la Forata logró contener parte del agua y evitó lo que habría sido una catástrofe aún mayor.
Cronología en primera persona
Con este esquema en la cabeza, volvamos hacia atrás.
El preludio: madrugadoras lluvias en el sur de valencia
La lluvia cayó con fuerza desde las primeras horas de aquel martes 29. Durante la madrugada, se registraron lluvias torrenciales que afectaron especialmente al sur de la provincia de Valencia. A las 8 de la mañana, ya se habían acumulado casi 160 litros por metro cuadrado en Castelló (Valencia). Yo había quedado con los cámaras y el equipo técnico de TVE en Sumacàrcer para informar en directo de la situación, pero la fuerza de la lluvia nos obligó a parar en Alberic, también en la comarca de la Ribera Alta. Desde Alberic conectamos para La Hora de La 1 para contar que ya se estaban produciendo inundaciones y cortes de carreteras. Poco antes, AEMET había activado el aviso rojo en el litoral sur de Valencia.
Pasadas las 9 de la mañana, AEMET amplió los avisos a casi toda la provincia valenciana; al litoral sur se sumaron el litoral e interior norte. La lluvia continuó, aunque con menos intensidad. A las 10 de la mañana, se habían acumulado 217 litros por metro cuadrado en Castelló (Valencia) y casi 160 en L’Alcúdia, donde yo me encontraba. Continuamos informando desde allí, haciendo hincapié en los avisos rojos vigentes y en que la situación todavía podía complicarse. En ese momento, la autovía A-7 quedó cortada durante varias horas y la A-3 también se cerró a la altura de Chiva en dirección a Madrid.
Las fuertes lluvias empezaron a notarse en los caudales de ríos y barrancos. Subieron tanto el Magro como el barranco del Poyo, que alcanzó los 264 m3/s a las 11 h de la mañana. Cerca del mediodía, la Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ) emitió la alerta hidrológica. Las fuertes lluvias comenzaron a reflejarse en los caudales de ríos y barrancos. Tanto el río Magro como el barranco del Poyo tuvieron aumentos importantes.
Yo seguía en L'Alcúdia y desde mi posición pude ver perfectamente como un helicóptero de rescate sobrevolaba el pueblo. Estaban buscando a José, el primer desaparecido, un camionero experimentado al que se le había perdido la pista cerca del barranco de Benimodo, muy próximo a L’Alcúdia.
Primer tren de tormentas y desbordamiento del Magro
La lluvia siguió percutiendo sobre la misma zona, aunque basculando ligeramente hacia el norte. Se produjo lo que los meteorólogos llamamos tren convectivo: un sistema de tormentas organizado de tal manera que, mientras las tormentas avanzan, nuevas se forman detrás de ellas siguiendo la misma trayectoria y afectando la misma área. Las precipitaciones más intensas y abundantes se fueron trasladando a la cabecera del río Magro. En Utiel cayeron 130 litros entre las 10 y las 15 h, acumulándose casi 200 hasta ese momento. En la comarca de Utiel-Requena se activa entonces el nivel de emergencia 2 y se solicita oficialmente la intervención de la UME.
El diluvio de Turís y la crecida de la rambla del Poyo
Un poco más tarde la línea de tormentas basculó y se orientó más de sur a norte. Aunque la estación de aforo del barranco del Poyo llevaba unas horas indicando un descenso de caudal, hacia las 15 h empezó a llover con mucha intensidad en varios de los municipios que lo alimentan. Entre las 15 h y las 20 h, en apenas 5 horas, cayeron más de 600 l/m2 en Turís y más de 350 en Chiva. Era una cantidad de agua inasumible.
“El caudal del barranco del Poyo llegó a cuadruplicar el del río Ebro a su paso por Zaragoza“
El caudal del barranco del Poyo llegó a cuadruplicar el del río Ebro a su paso por Zaragoza. El tsunami destrozó el medidor a las 19 h y el agua arrasó los municipios de l’Horta Sud, donde apenas había llovido. Paralelamente, en el río Magro, la presa de la Forata se había llenado por completo. El riesgo de rotura era importante y el agua ya salía por los aliviaderos. ¡La presa va a reventar! Eso es lo que repetían una y otra vez los vecinos de L’Alcúdia. Y es que yo todavía seguía allí, atrapado, confuso y viendo como el agua subía cada vez más.
En sus caras vi claramente que no era una crecida más. Salir del pueblo era ya imposible y el agua siguió subiendo hasta bien entrada la madrugada. Hasta entonces lo pudimos contar en directo, en la segunda edición del Telediario y en La Noche en 24 h.
Finalmente y asesorados por los vecinos, nos dirigimos con la unidad móvil y mi coche hasta el punto más alto de L’Alcúdia, el único trocito de pueblo que no se inundó. Allí pudimos maldormir dentro de los vehículos. A la mañana siguiente, ya sin cobertura ni apenas comunicaciones, nos confirmaron que en L’Alcudia habían muerto dos personas y se nos heló la sangre. Conforme se actualizaba el balance de víctimas y nos llegaban noticias de lo sucedido en l’Horta Sud nos dimos cuenta de la magnitud real del desastre.
Una DANA especial
Aunque esta tragedia fue el resultado de numerosos factores, el más directo y evidente es que llovió muchísimo. Los trenes de tormentas de los que hemos hablado se formaron bajo el seno de una DANA, acrónimo de Depresión Aislada en Niveles Altos. Este fenómeno se produce cuando una porción de aire frío en las capas altas de la atmósfera se desprende de su fuente original—habitualmente en latitudes mucho más altas que la nuestra— y queda aislado y rodeado de un aire comparativamente más cálido. Este embolsamiento de aire frío, de difícil pronóstico y con un movimiento muchas veces errático, a menudo genera condiciones favorables para que se produzcan fuertes lluvias. Pero ojo, porque una DANA no siempre implica lluvias y, ni mucho menos, no siempre lluvias torrenciales.
En este caso, todos los factores confluyeron para potenciar al máximo la capacidad de generar tormentas de gran desarrollo e impacto. En nuestro país, habitualmente, las DANA se descuelgan por las Azores y tardan unos días en colocarse favorablemente para generar lluvias fuertes. Esta DANA —por el contrario— se descolgó por el Cantábrico y, desde muy joven, se dirigió hacia el Golfo de Cádiz, generando un flujo de vientos húmedos de levante que incidían sobre toda la costa mediterránea. Además, el aire frío en altura estaba particularmente frío. Esto, por sí solo, ya es importante, pero es que el contraste con el aire circundante también fue especialmente marcado.
Otro factor interesante es que la DANA quedó muy bien alimentada por una fuerte circulación de vientos en altura que favoreció los movimientos verticales necesarios para desarrollar tormentas más potentes, duraderas y organizadas de lo habitual. Y, por supuesto, el mar Mediterráneo, anormalmente caliente, aportó el combustible ideal para que las tormentas fueran devastadoras. Una de las claves es que las tormentas de esta DANA —y no solo las de la provincia de Valencia— dejaron acumulaciones increíbles tanto en la costa, como suele ser común, como en zonas interiores y bastante alejadas del mar.
Está claro que, cuando el agua cae cerca de la costa, el impacto en ríos y barrancos es mucho menor. En esta ocasión, las fuertes lluvias en las cabeceras y cursos medios de los ríos han aumentado en gran medida la magnitud del desastre.
Y ahora, ¿qué?
Es evidente que esta DANA ha sido extraordinaria desde el punto de vista meteorológico, pero también ha sido un espejo que refleja nuestras vulnerabilidades como sociedad. Aunque la cantidad y la distribución de la lluvia fueron determinantes para generar unos impactos tan graves, también se ha puesto en evidencia cómo hemos construido y desarrollado nuestras ciudades sin respetar los ritmos y los espacios de la naturaleza.
“El clima ya no es el que era y porque no; la propia Valencia tampoco es la misma“
En este nuevo escenario climático en el que vivimos, sabemos que estos eventos extremos pueden ser más frecuentes y severos. El cambio climático no es una amenaza lejana; ya está aquí, y así lo hemos vivido en este caso. Raimon cantaba en 1984: “Al meu país la pluja no sap ploure…”, pero quizás ahora la canción debería actualizarse. Porque no; el clima ya no es el que era y porque no; la propia Valencia tampoco es la misma. En los últimos 50 años esa zona ha vivido un crecimiento exponencial: más población, más industria, más infraestructuras. Hemos ido ocupando y llenando de obstáculos las llanuras de inundación de los ríos y barrancos que, cada cierto tiempo, reclaman su territorio con una fuerza implacable.
Estuve allí desde que cayó la primera gota. Vi cómo el agua se llevaba las vidas y los sueños de muchos valencianos. Estuve con ellos, hablé con ellos... y pude ver en sus rostros la desolación y la angustia.
Ahora, más que nunca, es momento de reflexionar. Debemos replantearnos cómo convivimos con nuestro entorno, cómo planificamos nuestras ciudades y cómo nos preparamos para enfrentar el cambio climático. Es necesario invertir en prevención, en educación y en infraestructuras resilientes. Pero también es fundamental escuchar a la naturaleza, respetar sus espacios y entender que no podemos seguir ignorando sus señales.
Esta tragedia nos ha mostrado el camino que no debemos seguir. Nos ha enseñado que la combinación de fenómenos meteorológicos extremos y una planificación territorial deficiente tienen consecuencias fatales. Pero también nos ha demostrado la capacidad de solidaridad y resiliencia de las personas. Porque también vi cómo los vecinos se ayudaban, también vi como nos ofrecían la poca comida que les quedaba y también vi cómo resistían en medio del caos.