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En busca de El Dorado: la ruta en cayuco de Senegal a Canarias

  • RTVE viaja hasta Senegal para conocer de primera mano cómo es el negocio migratorio en ese país
  • Según Caminando Fronteras, solo en 2023 más de 6.000 migrantes perdieron la vida durante su viaje hacia Canarias

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Un cayuco en las costas de Senegal
Unos cayucos en las costas de Senegal

"Organizar un viaje en cayuco es fácil. Reúno el dinero y compro la embarcación, el motor y la gasolina. Lo pago todo, también la comida. Luego elijo a dos patrones que parten con los migrantes y ya está". Mariama, el nombre es falso, oculta su rostro bajo un velo en un pequeño despacho de Dakar. Cuenta en exclusiva para RTVE cómo trafica con personas. Asegura que ha logrado que más de 1.200 senegaleses alcancen las costas canarias a través de la ruta atlántica, una de las más letales del mundo.

Le pagan entre 530 y 650 euros. Los cayucos salen de madrugada, entre la una y las dos de la mañana, para evitar el control policial. "Me comunico con los patrones por teléfono, les envío un mensaje. Vienen, les doy la hora de salida, los inmigrantes se encuentran con los patrones y se van", relata.

Según Caminando Fronteras, solo en 2023 más de 6.000 migrantes perdieron la vida durante su viaje hacia Canarias, lo que supone 18 muertes cada día. Pero Mariama no tiene miedo. "Ninguno de mis cayucos ha naufragado. He oído hablar de heridos, de muertos… Pero eso nunca ha pasado con mis embarcaciones, porque tengo buenos patrones", defiende.

Más de 6.000 jóvenes murieron en la ruta migratoria de Canarias para llegar a Europa en 2023

Maimouna Diallo, 42 años, fue víctima de esas mafias. El año pasado se embarcó en un cayuco que llegó hasta Mauritania, pero acabó retornando a Senegal, de donde había partido. Nos los explica en su pequeño dormitorio. Allí duerme con sus 4 hijos, unos en el suelo, otros en el sofá. Todo ello en una casa alquilada en las afueras de la capital senegalesa. Vende jabones que hace ella misma y con los que obtiene unos ingresos semanales de 120 euros. "Estoy muy desesperada", asegura. "Desde 2010 estoy sola con mis hijos. Yo pago la comida, el colegio. El dinero no me llega para el alquiler", dice.

Le preguntamos si volvería a intentarlo. Contesta sin dudar. "Ahora estoy arreglando mi pasaporte porque quiero irme a España. Tengo un amigo que se fue en cayuco en Canarias y ahora se ha hecho una casa. Ese es mi objetivo", afirma. "Mis hijos se quedarán con mi madre, que es muy mayor. Ya está hablado con ella", dice entre lágrimas. "No me queda más remedio que hacerlo. En Senegal no hay futuro", se resigna.

Como Maimouna, miles de senegaleses están dispuestos a arriesgar su vida por alcanzar el sueño europeo. España es parte de ese sueño. "Piensan que Europa es El Dorado y es difícil decirles que no se vayan sin darles algo a cambio, como formación o un trabajo. El problema es que no hay oportunidades en Senegal", afirma Mame Katy Falle, psicóloga del Liceo español situado en la pequeña isla de Mar Lodj. "Lo que ganamos aquí es una miseria. La moneda senegalesa es débil. En Europa podemos ganar dinero", cuenta.

En 2023, según datos de Interior, 39.910 migrantes alcanzaron Canarias. La nacionalidad más numerosa fue la senegalesa. Salen empujados por una situación de precariedad. Más del 50% de la población vive bajo el umbral de la pobreza. Senegal es un país muy joven. La media de edad no supera los 19 años. Cada año 300.000 senegaleses entran en un mercado laboral en el que encontrar empleo estable es una quimera.

Uno de sus principales sectores económicos es la pesca. MBour situado a unos 80 kilómetros al sur de Dakar, es uno de los puertos más importantes de Senegal. Uno de cada cuatro de sus habitantes se dedica a trabajar en el mar. El problema es que muchos están de brazos cruzados. "Mira nuestros cayucos. La mayoría están fondeados en la costa", asegura Pape Modou Done, presidente de la Cofradía de pescadores de MBour. "Hay muchos que usan redes ilegales, con las que cogen peces demasiado pequeños. Además, los barcos grandes se llevan buena parte de la pesca y no dejan nada para nuestros cayucos, que solo pueden faenar.

"El 90% de los que se suben al cayuco no saben a lo que se enfrentan"

Empezamos a caminar por la playa. Son las dos de la tarde y hace un sol de justicia. Los pocos cayucos que han salido a faenar regresan con sus capturas para venderlas en el mercado. Nos topamos con Malick Ba, un viejo pescador con la piel curtida por el salitre. Se acerca porque quiere hablar con nosotros. E insiste en la misma idea. "No hay trabajo aquí. Mira a esos chicos. Están tumbados debajo de los cayucos porque no hay pesca. Se la llevan los barcos grandes de la Unión Europea, de China y de Japón".

Algunos de estos pescadores, nos cuentan, usan ahora sus cayucos para llevar a migrantes a Canarias. Pero ninguno lo reconoce… Avanzamos un poco más y nos sorprende ver cómo construyen un cayuco de grandes dimensiones. Tiene cuatro metros de profundidad y 20 de longitud. Uno de los carpinteros es Mohamed, que niega que vaya a servir para transportar a personas… Más tarde, sus compañeros nos confesarán todo lo contrario.

Son tantos los senegaleses que se han subido ya a un cayuco que no es difícil dar con alguien que lo haya hecho. Abdou viajó en 2006 a Tenerife. Acabó en Cataluña, donde trabajó de técnico de telecomunicaciones. Doce años después, ha vuelto a su país. Aquí ha fundado un alojamiento turístico. Sonriente y amable, cuando le pedimos que mire atrás, se le endurece la mirada.

"No le recomendaría a nadie que pasara por lo mismo que yo. Aún lo tengo grabado en la cabeza", asegura. "No te dan ninguna información sobre el viaje. Te dicen que son tres días y luego son siete, que será fácil… El 90% de los senegaleses que se sube a un cayuco no sabe a lo que se va a enfrentar".

Abdou apuesta porque los senegaleses trabajen en su país para salir adelante. "Tienen que sacar lo mejor de sí mismos. Yo creo que si lo intentan con todas sus fuerzas lo conseguirán". Lo cierto es que esa obsesión por El Dorado sigue grabada a fuego en la cabeza de miles de senegaleses que quieren llegar a Europa. En sus manos está escribir su propio destino.