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Irlanda del Norte: el anverso y reverso de la paz

  • Lo más positivo es el consenso, 25 años después del Acuerdo del Viernes Santo, en que no hay vuelta atrás
  • Lo más negativo, la pervivencia de la pobreza, la segregación y, sobre todo, el Brexit

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25 años de los Acuerdos de Viernes Santo

Cuando termina una guerra o una casi guerra como fue lo de Irlanda del Norte, ¿cómo se mide el éxito? ¿Basta con la ausencia de muertes? Son cuestiones que se plantean tras un conflicto armado y que es pertinente al hacer balance del llamado Acuerdo del Viernes Santo en Irlanda del Norte en su 25 aniversario.

Flashback

Yo fui testigo de los últimos años de la guerra civil que los británicos han bautizado con el eufemismo de 'troubles' (problemas). He visto al Ejército británico patrullar las calles de Belfast con el ojo en la mirilla del fusil, he cruzado las vallas y controles instalados en sus calles más céntricas para poder hacer de ellas un corral en cualquier momento, y he sentido temor paseando por barrios protestantes, consciente de que mi aspecto me delataba como mediterránea, española o italiana, y, por lo tanto, católica.

Así que cuando ahora paseo por el centro de Belfast abierto, sin barreras, bullicioso, lleno de tiendas, cafés, turistas y gente sentada al sol cuando este aparece me maravillo. ¡Paz!

El legado de los 'troubles' hoy produce ingresos como atracción turística, e incluso se ha hecho una serie cómica de televisión ambientada en aquellos años, 'Derry Girls', que ha tenido éxito de crítica y público.

Cubrí aquel acuerdo de paz y he ido volviendo a Irlanda del Norte por trabajo o por placer a lo largo de estos veinticinco años. La última vez, este mes de marzo.

El balance tras 25 años de los Acuerdos de Viernes Santo

Cara y cruz

El gran escaparate del éxito es la capital, Belfast. Es el gran puerto, encarado a la Gran Bretaña y con un pasado de esplendor en tiempos del Imperio británico. A Belfast ha ido el grueso de las multimillonarias inversiones que se han hecho para asentar la paz y fomentar la convivencia. Subvenciones del gobierno británico, de la República de Irlanda, de los Estados Unidos y de la Unión Europea.

En (London) Derry, la segunda ciudad, la ciudad del Domingo Sangriento, se sienten agraviados, achacan la comparativa falta de inversión al hecho de que es una ciudad de mayoría católica.

Si una pasea por el centro comercial de Belfast o por la renovada ría con su auditorio polivalente y, sobre todo, el espectacular Museo del Titanic, no imagina que eso ha sido un campo de batalla mísera. Pero basta alejarse menos de un kilómetro del núcleo histórico para reconocer el pasado cercano.

Testimonio de excepción

Pat Sheehan es un histórico del IRA. Entró de adolescente, en la cárcel participó en la legendaria huelga de hambre de 1981, en la que murió Bobby Sands, y fue uno de los excarcelados en 1998 gracias a los acuerdos de paz. Hoy es diputado autonómico por el Sinn Féin, el partido del IRA, y ocupa el escaño de Gerry Adams.

Resume su balance con dos ejemplos contundentes: "En los últimos diez años la policía solo ha disparado cinco veces, y en un caso fue por accidente. Ahora los episodios de violencia son noticia, mientras que durante el conflicto no te habrías enterado de que habían herido a un policía, solo si lo mataban."

Como en situaciones similares, Pat Sheehan convive, aún hoy, tanto con quienes le reprochan su pasado terrorista como quienes le echan en cara que abandonara las armas.

En la conversación me impresiona su mirada, siempre fijada en la mía. Sheehan mueve las manos, la cabeza, gesticula, pero sus ojos no se apartan de los míos ni un segundo. Es la mirada de quien lleva una vida sin bajar la guardia e intentando descifrar al interlocutor. La mirada de una sociedad que aún no se fía del otro.

Ayer y hoy: saldo positivo

El IRA, el ejército del Sinn Féin, mató a un miembro de la familia real británica, Lord Mountbatten, el entonces mentor del ahora rey Carlos. En junio de 2012, catorce años después del acuerdo de paz, la reina Isabel II visitó Irlanda y estrechó la mano de un antiguo comando del IRA, Martin McGuinness, que la paz convirtió en un equivalente a vicepresidente autonómico, y el septiembre pasado el monarca aceptó el pésame de los líderes del Sinn Féin por la muerte de su madre.

Los trató como manda el protocolo porque el presidente del parlamento autonómico y la 'First Minister' electa son del Sinn Féin. Ambas partes han recorrido un trecho que parecía imposible hace dos décadas.

“Somos republicanos, estamos en contra de cualquier monarquía, pero somos conscientes de que muchos ciudadanos, la mayoría, unionistas, son monárquicos y por respeto a ellos respetamos a la familia real británica”, argumenta Sheehan para ese giro.

“El Sinn Féin se ha convertido en el partido más votado en el norte y el sur de la isla, quieren gobernar y para ello deben parecer un partido serio, y ganarse el respeto y la confianza de los ciudadanos”, contextualiza la profesora de la Queen’s University de Belfast, Katy Hayward.

Ayer y hoy: saldo negativo

Probablemente, lo más descorazonador, por su potencia visual, es el hecho de que ahora hay más muros que antes. Barreras físicas para separar a vecinos protestantes-unionistas (pro británicos) de católicos republicanos (pro irlandeses), construidas a petición de los vecinos, que siguen desconfiando del otro. Un recelo, un peligro permanente de altercados, que se da más cuanto más pobre es el barrio.

Las grandes subvenciones internacionales han ido a sanear barrios y a fomentar la convivencia entre las dos comunidades, hacer lo más imperceptibles posibles las fronteras y las diferencias, pero aun así la segregación sigue siendo el lastre de décadas de discriminación contra los católicos y matanzas recíprocas.

Por si era poco difícil la tarea, el proceso de reconciliación ha sufrido el peor atentado en dos décadas, y no ha sido con bomba, sino con votos: el 'Brexit'. Sacar al Reino Unido de la Unión Europea es dinamitar el principal pilar de ese proceso, porque obliga a imponer algún tipo de frontera y vuelve a exacerbar las identidades.

¿Los perdedores?

Pregunté hace menos de año y medio a Richard Henderson, ex paramilitar (en el Reino Unido se evita el término terrorista para referirse a los grupos armados de los Troubles) protestante, del UVF, si ellos eran los perdedores. Lo más interesante fue su análisis, bajo en reproches a los antiguos enemigos, alto en críticas a los políticos protestantes-unionistas.

“Para nosotros el acuerdo de paz fue una raya en la arena, para los republicanos (católicos) fue un punto de partida. Ellos han sabido capitalizar el victimismo, no lo critico, hacen bien, y además el Sinn Féin se encarga de que su comunidad vea los beneficios de la paz, mientras que los políticos protestantes se han desentendido de nosotros, ahora es como si no nos conocieran”, explicó.

En esa realidad hay un factor clasista, tan presente siempre en todo lo británico. Los católicos han estado legalmente discriminados, tenían prohibido el acceso a determinados empleos, vetado el ascensor social, cuando llega la paz sus políticos vienen de la clase trabajadora. En el lado protestante, sin embargo, había clases, la que ostentaba el poder desde hacía siglos y la menos favorecida, que es la que formaba el grueso de los grupos armados.

Perdedores también porque en el referéndum sobre la Unión Europea votaron divididos, la mayoría de protestantes, a favor de abandonarla, pero una minoría votó como los católicos, a favor de seguir en el club europeo. Y porque esa victoria del Brexit ha sido para los unionistas un tiro por la culata, porque ha hecho una futura reunificación de la isla de Irlanda, su gran temor, más verosímil.

Un problema fruto del éxito

La sociedad norirlandesa de 2023 ya no es la de 1998. En estos 25 años hay, por una parte, toda una generación que ya no ha vivido con miedo a atentados y la tentación de ingresar en un grupo terrorista y, por otra, una sociedad que ha emigrado a Irlanda del Norte en busca de trabajo o a estudiar.

Ambos grupos forman un sector creciente para quienes esa Constitución de 1998, que es lo que son los acuerdos de paz, ya no sirve. Porque está pensada para una sociedad partida por la mitad, todo está pensado para equilibrar dos mitades y, de repente, no hay espacio para quienes no se identifican con ninguna de las dos. Este es el reto que tienen los políticos norirlandeses de ahora: formar un gobierno democrático y que se dedique a gestionar.

Y una nota final, según las encuestas, las dos cuestiones que más preocupan a los jóvenes son el empleo y la salud mental.