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Jonás Trueba: "El arte nos habla, pero tenemos que querer escucharlo"

  • El cineasta estrena Tenéis que venir a verla, ligera y filosófica crónica pospandémica

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'Tenéis que venir a verla', la nueva película de Jonás Trueba

Película a película, la obra de Jonás Trueba va conformando un testimonio del paso del tiempo que es al mismo tiempo íntimo, por lo pegado de su cine a su vida y entorno, y generacional, por lo que todo entorno tiene de representativo. Tenéis que venir a verla es un nuevo hito de ese camino cuyo título juega con el ya poco frecuente acto de acudir al cine y, también, para descubrir la sencillez de su argumento: la visita de una pareja a la nueva casa de sus amigos en las afueras.

Hace 10 años, Los ilusos mostraba a un grupo que rondaba la treintena buscando su lugar en la ciudad. Ha pasado una década y los cuatro personajes de Tenéis que venir a verla son dos parejas (Irene Escolar, Vito Sanz, Itsaso Arana y Francesco Carril): una se ha mudado a una casa de la sierra donde piensan tener un hijo y sus vínculos de amistad se han deshilachado con los años. También por la pandemia.

La levedad mínima del argumento porta muchas intenciones filosóficas: el extrañamiento de la realidad, la búsqueda del sentido de la vida en las sociedades occidentales contemporáneas, o el papel del arte se expresan en una película que, al mismo tiempo, mira dentro de sí misma y se quita importancia.

“Me apetecía hacer una película sin casi sin argumento, casi sin desarrollo dramático y que, de alguna forma, al verla se sienta una cierta perplejidad”, explica en una entrevista con RTVE.es. “Cada película está hecha con la intención de ser una foto del momento, de mis amigos y mi pequeño grupo. Y es verdad la pandemia ha sido inevitablemente una época de reflexión, de cuestionamientos profundos, aunque se hayan esfumado”.

Los versos de Olvido García Valdés (vivir es lo irreal) nombran en la película esa sensación. “Su poema me ha reforzado esa sensación de crisis de identidad, de irrealidad, que es lo que he tratado de atrapar”, sostiene. Los personajes discuten sobre Has de cambiar tu vida, el libro del filósofo alemán Peter Sloterdijk. “Es un libro que estaba leyendo y se ha terminado colando de manera casi cómica. Habla de cómo estamos en el mundo extrañados y, para intentar sobrellevar la incertidumbre de la muerte, hacemos cosas. El arte es una de esas cosas. Y el cine es una de esas cosas. Me gusta esa sensación de fragilidad, de sentirnos hormiguitas en el mundo”.

El ensayo de Sloterdijk también habla de la pérdida de importancia del arte, de su devaluación como disciplina que explica el sentido de la vida. “Creo que el arte no ha perdido sentido: se lo hemos quitado nosotros, la gente. Al final el arte es esto que nos habla, pero tenemos que querer escucharlo. Y creo que lo escuchamos menos”, opina Trueba.

Una película sobre la escucha

Como si fuera una reacción formal al desparrame de Quién lo impide, el documental de más de tres horas con el que ganó en Goya este año, Tenéis que venir a verla es engañosamente austera: la duración de sus planos, 50 en total, es la auténtica firma de autor del director.

“Venía precisamente de trabajar con tantos años en Quién lo impide, con tantas horas de material rodado, que me apetecía algo conciso. La rodamos en ocho días y la hemos montado en 16. Y son 50 planos rodados en orden. La película tiene algo muy básico en eso, muy primitivo, casi como de cine mudo”.

También puede ser su película más precisa y rica con la música y el montaje. Tenéis que venir a verla se inicia con un concierto de Chano Domínguez, utiliza al guitarrista Bill Frisell para puntear la extrañeza de la existencia, o canciones de Bill Callahan como subrayado casi cómico.

“Toda la música estaba en mi cabeza antes de rodar. La película ha sido casi una adaptación de esa música. Al acabarla me he dado cuenta de que es una película sobre la escucha”, reflexiona.

Amistad, naturaleza y cultura son las respuestas de la película a las crisis vitales. “A veces parece que hay una tensión entre cultura y naturaleza y no debería haberla. La película tiene una comedia soterrada sobre el paletismo urbanita: no es que no vayamos a las afueras, es que no vamos ni al barrio de al lado. Habla de esa pereza preocupante, que también es la pereza de ir al cine. Y me parecía una metáfora bonita: pensar las películas como casas. No tanto como historia que se cuenta, sino como un espacio en el que instalarse”.