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La Palma

Vivir a la sombra del volcán: "Lo único que queremos es que termine esta agonía"

  • Los habitantes del Valle de Aridane intentan continuar con la rutina diaria, conviviendo con la erupción
  • Su mayor temor es que se abran nuevas bocas y el río de lava desvíe su actual curso
  • Sigue la erupción del volcán de La Palma en directo

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Imagen nocturna del Valle de Aridane, en La Palma, con el volcán en erupción al fondo.
Imagen nocturna del Valle de Aridane, en La Palma, con el volcán en erupción al fondo.

"El volcán ha amanecido bravo", comenta un vecino de El Paso a una conocida, mientras apura su café en la terraza de un bar. En las últimas horas, las sacudidas se han intensificado, y el estruendo resuena como si algo se hubiese roto dentro de ese cúmulo gigantesco de ceniza que no ha dejado de escupir fuego desde que emergió del suelo de La Palma hace ya una semana.

Para quien lo escucha por primera vez, el sonido del volcán resulta aterrador. Tiene algo de respiración monstruosa. A fuerza de sentirlo sobre sus cabezas, los habitantes del Valle de Aridane han terminado por acostumbrarse, pero ahora los estallidos son tan violentos que no pueden evitar estremecerse cada vez que se produce uno de ellos. "Yo esta noche no he podido pegar ojo", le responde la mujer antes de despedirse y seguir su camino.

Familia Leal, Todoque: Ahora mismo la lava está a treinta metros de nuestra casa.

En la carretera que lleva a Todoque, los camiones plataneros van y vienen cargados con los últimos enseres de sus vecinos, antes de que el río de lava termine de tragarse para siempre al pueblo. A la altura de La Laguna, que es el último punto antes de alcanzar la zona de exclusión, cinco miembros de una familia esperan para reunirse con alguien, mientras observan con ojos abatidos el trasiego constante de vehículos. "Somos la familia Leal, de Todoque, y ahora mismo la lava está a treinta metros de nuestra casa. Lo único que esperamos es ver si la lava determina llegar al mar, y escapa alguna casa, porque son tres de nuestra familia", cuenta el padre.

Una tortura a cámara lenta

El recorrido de la lengua de lava, ladera abajo, es una tortura a cámara lenta para los miles de palmeros que han sido desalojados y aún no saben la suerte que va a correr su hogar. Los Leal tuvieron que huir prácticamente con lo puesto, a los pocos minutos de producirse la erupción, para refugiarse en el domicilio de unos familiares. "Nuestras casas ahora mismo están en pie, pero si pasa por la mía, que es la que está más cerca, caen todas las demás, porque es una olla. Hay que esperar a ver si coge para la izquierda, para la derecha o para dónde", afirma el padre con toda la entereza que es capaz de reunir.

Una de las hijas le mira mientras habla y guarda silencio. Cuando finaliza, ella añade: "Lo único que queremos es que esto termine. Que pueda uno decir tengo casa, o no tengo casa; aunque eso da igual. Lo importante es que termine ya, porque esto es una agonía. Es noche tras noche sin saber lo que va a pasar".

Un poco más adelante, La Laguna es como un pueblo fantasma, salvo por el grupo de agentes de la Guardia Civil y miembros de Protección Civil que controlan el cruce de Todoque, por el que ahora ya solo pasan vehículos de emergencias y camiones de plátanos cargados con muebles y electrodomésticos. Un coche aparca junto a la iglesia, cerrada a cal y canto desde que comenzó la erupción, y de él salen una mujer y su hijo. Según cuentan, viven en Los Llanos de Aridane, pero intentar acceder a una casa terrera que tienen en La Laguna, con la intención de regar las plantas de la finca y limpiar la azotea de cenizas.

"Estamos en un sinvivir, con el corazón en un puño. Los primeros días he estado más o menos normal, porque ya conocía la situación con el Teneguía, aunque ya me estoy poniendo medio nerviosita", dice ella, mientras saca el teléfono móvil y enseña una foto en la que aparece, cincuenta años más joven, mientras contempla la erupción del Teneguía con despreocupación, a escasos metros del volcán. "Los cristales por la noche se mueven. Yo pongo en las ventanas pañuelos de papel, pero muchas veces me tengo que tomar un tranquilizante para poder dormir", describe.

Gloria, La Laguna: La isla ya no va a ser igual.

Montaña arriba, la imponente sombra del volcán está tan cerca que sobrecoge cuando se mira hacia allí. Las explosiones son atronadoras, pero los vecinos de La Laguna mantienen una tranquilidad relativa, porque saben que está vomitando el fuego en otra dirección. "En realidad yo no tengo miedo, porque por aquí no va a pasar. Pero es la tristeza, la angustia, la impotencia de ver a esta gente que lo está perdiendo todo", expresa otra mujer, que se identifica como Gloria.

"Una vez que pare todo esto, la isla va a cambiar por completo, porque no va a ser igual. Pero la vida sigue, no se para. Sabes que al final para la isla no es malo, es malo para las familias que pierden lo que tienen. Ya ha habido más volcanes, vivimos sobre volcanes", expresa.

En dirección al mar

Después de abandonar La Laguna, la carretera desciende en dirección al mar, bordeando la zona de exclusión provocada por el volcán. Malpaís de las Cabezadas está ya prácticamente junto a la costa, y por allí también pasa ese desfile constante de pequeños camiones que intentan salvar los últimos enseres de las casas que aún se mantienen en pie, o intentan acceder a las plantaciones para regarlas o llevarse las últimas piñas de plátanos antes de que la lengua de fuego las destruya.

"No le tengo miedo al volcán. Yo viví el Teneguía también y este es más fuerte, es diferente, es más bravo", asegura José Julián, que se encuentra realizando labores de mantenimiento en su finca de plátanos. Sin embargo, puntualiza que hay algo que le preocupa especialmente de la situación actual: "Yo a lo que le tengo miedo es a la lava, a ver por dónde coge, porque nunca se sabe".

Juan Tomás, San Borondón: Tenemos que ser más fuertes que el volcán.

Desde allí, a escasos kilómetros en línea recta, se puede ver la zona que se encuentra justo debajo de Todoque, que es el lugar donde supuestamente la lava podría encontrarse con el océano Atlántico. Se trata de Playa Nueva y Los Guirres, unos terrenos que se encuentran en las inmediaciones del lugar donde la colada del volcán San Juan se juntó con el océano, en 1949, y que ahora están ocupados en su mayor parte por plantaciones de plátanos.

Siguiendo la carretera, un poco más adelante se encuentra San Borondón, donde Juan Tomás regenta un pequeño comercio que permanece abierto. "Miedo no tengo, lo que estoy es a la expectativa de a ver qué es lo que pasa. Aunque me preocupa que se puedan abrir otras bocas que hagan que la lava pueda pasar más cerca de nosotros", confiesa.

"No creo que uno se acostumbre a tener un volcán en erupción al lado, sino que por circunstancias y por necesidad tenemos que adaptarnos. No queda otra. No podemos marcharnos y dejar todo atrás. Es lo único. Porque el volcán es fuerte, pero nosotros tenemos que ser más fuertes que el volcán", asegura este palmero, sin saber que solo unas horas después sería confinado en su domicilio, igual que sus vecinos, ante la posibilidad de que la lava llegue al mar y pueda provocar gases tóxicos.

Antonia, Tazacorte: Estás todo el rato como esperando a que te llamen para desalojarte.

La carretera continúa y llega a Tazacorte. Es domingo y las terrazas están llenas de gente, a pesar de todo. "Es una incertidumbre de lo que va a pasar. El volcán está abriendo bocas en diferentes sitios y no sabes si la lava va a pasar por tu casa o no", declara Antonia, quien camina por la acera. Ella confiesa que "está llevando muy mal los estruendos por la noche", ya que "no se puede dormir de lo que se estremecen las ventanas y las puertas". "Estás todo el rato como esperando a que te llamen para desalojarte, porque vemos que constantemente el volcán abre por sitios diferentes", expresa.

"Ni el primer volcán, ni el último"

De vuelta por la carretera principal que asciende por Los Llanos de Aridane, la silueta de fuego y humo del volcán vuelve a emerger amenazadora a lo lejos, y son muchos los que siguen deteniendo sus coches para tomar fotografías.

Roberto, El Paso: Tengo la casa que parece una montaña negra de azufre.

En El Paso, la gente intenta continuar con su vida habitual, aunque no pueden quitarse de encima ese aire de inquietud que se ha instalado en sus rostros desde hace una semana. "Yo tengo mucha preocupación, y creo que puede afectarme a la salud. Tengo la casa que parece una montaña negra de azufre", asegura Roberto, un vecino que acaba de salir del supermercado con la compra en la mano.

A escasos metros de él, Malena espera sentada en la parada del autobús. "Una tiene el miedo dentro. Sinceramente, cada día lo veo más negro. Al principio no me lo creía, porque nunca pensé que podría pasar esto, pero es que han pasado los días y ha ido a peor…", manifiesta con evidente amargura. "Aunque es verdad que ni es el primer volcán en esta isla ni será el último. Tocó vivirlo y habrá que vivirlo", concluye con resignación.