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Islam y democracia, convivencia necesaria y posible

  • Una cuarta parte de la humanidad profesa el Islam
  • La inmensa mayoría rechaza la violencia radical y defiende un Islam moderado
  • El profesor Waleed Saleh Alkhalifa de la UAM propone el vínculo cultural sobre el religioso

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Musulmanes franceses se manifiestan en París contra el terrorismo
Musulmanes franceses se manifiestan en París contra el terrorismo

“Actualmente existen unos 1.500 millones de musulmanes, estamos hablando de una cuarta parte de la humanidad. Es un volumen de personas que vive su religión de una forma pacífica y normal. Ni aprueban ni quieren que la violencia esté presente en sus vidas ni en las vidas de los demás. Hay que entender que los que están actuando de esta forma violenta y fuera de la ley son una minoría”.

Con esta sencilla ecuación, Waleed Saleh Alkhalifa, iraquí y profesor de estudios árabes e islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid, explica una obviedad que "es necesario recordar".

El pasado 13 de noviembre, la peor oleada de atentados yihadistas en Francia se saldó con 129 muertos en París, una crisis institucional y el decreto de alerta nacional. A principios de año, en enero, otros dos atentados yihadistas perpetrados en la capital gala, uno la redaccion parisina de la revista Charlie Hebdo y otro en un supermercado judio, dejaban un balance de 17 muertos.

Justo después de estos ataques,  un sondeo realizado por CEVIPOF (centro de investigación política de Sciences Po) revelaba que un 56% de franceses ve en el Islam una amenaza para la nación, y un 30% no percibe a sus compatriotas musulmanes como iguales.

Y el profesor vuelve a apelar a la lógica: “En Francia hablamos de casi seis millones de personas originarias de África del Norte y Oriente Medio. En este grupo, la minoría que no se encuentra bien y es extraña a las normas de la vida en ese país es muy pequeña. Lo mismo pasa en Alemania; son muchas generaciones y están conviviendo con las sociedades de acogida como ciudadanos normales sin diferenciar entre las creencias o fe que tenga cada uno”.

El miedo y las dudas

El impacto social en Occidente de los atentados terroristas cometidos por yihadistas suicidas en la última década y media ha deteriorado el término “Islam en las mentes de muchos, donde corre el peligro de convertirse en un antónimo de libertades. “Cuando decimos ¿es compatible el Islam con la democracia?, yo pregunto, ¿es compatible el cristianismo con la democracia? ¿Es compatible el judaísmo?”, inquiere el profesor.

Su respuesta pasa por otra pregunta: “¿A qué Islam nos referimos?: Al Islam del Estado Islámico, desde luego que no. Al de los Hermanos Musulmanes que gobernaron Egipto durante un año, tampoco. Pero hay un Islam moderado, un Islam moderno en el cual creen millones de personas, compatible con la modernidad, compatible con la vida, compatible con la convivencia, ese Islam es absolutamente compatible con la democracia. Lo han demostrado países como Malasia e Indonesia”.

Indonesia es el país musulmán con mayor número de creyentes, dice Saleh, “allí, 250 millones de seres humanos profesan esta fe. Mucha gente piensa que Arabia Saudí o Irán son los países más grandes del mundo musulmán, pero no, es Indonesia, un país que lleva la democracia en su sangre desde hace mucho tiempo”.

El experto también puntualiza el uso correcto de las palabras: “A veces la expresión ‘comunidad musulmana’ se utiliza en referencia a todos los que proceden de Oriente Medio y el norte de África”, explica. “Entre esta gente hay muchísimos que no son practicantes, o son laicos, hay gente atea no creyente, o creyentes pero no practicantes”, añade.

Y recuerda que entre los practicantes, “no existe una comunidad musulmana como un grupo coherente, en bloque, completamente cohesionado. Basta saber que en España existen 382 comunidades musulmanas registradas en el ministerio de justicia como tales. Cada grupo se organiza en un barrio o en una ciudad determinada. A veces bastan 5, 6, ó 10 personas para fundar una”.

Guerra deslocalizada

Desde hace década y media, los titulares de prensa con cifras de muertos y ataques cada vez más osados se han hecho un hueco permanente en las portadas de los periódicos. Atentados como el del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, con cerca de 3.000 muertos, el del 11 de marzo de 2004 en Madrid, con 193 muertos y casi 2.000 heridos, o el del 7 de julio de 2005 en Londres, con 56 muertos, han sembrado en el imaginario occidental la figura del islamista suicida, fanático, vinculado a Al Qaeda.

En este tiempo, la intervención militar de las alianzas occidentales no ha logrado extirpar la presencia talibán en Afganistán ni evitar el colapso de Irak tras deponer a Sadam Hussein. El contexto actual –simplificando mucho- lo completa el caos de una guerra multipolar en Siria tras el fracaso de las primaveras árabes. En este marco, de los restos de la vieja Al Qaeda surge el Estado Islámico. Centra su objetivo en recrear la gloria de los antiguos califatos, y el 29 de julio de 2014, su líder, Abu Bakr Al Bagdadi, proclama el suyo propio sobre el territorio conquistado en las indefensas Irak y Siria.

Un Estado, Islámico, con instituciones que velan por una población, que alimenta un ejército deslocalizado de yihadistas fanatizados; terroristas suicidas capaces de golpear a las intocables potencias occidentales, con sucursales en varios países, como atestigua el horror de Boko Haram, la filial del EI en Nigeria y responsable de miles de muertes y secuestros. Que posee además un aparato propagandístico capaz de crear un atractivo irresistible, gracias al cual no deja de recibir conversos procedentes de medio mundo dispuestos a alistarse en sus filas.

¿Qué es lo que ocurre? “En el origen hay que pensar en el fracaso de la mayoría de los sistemas políticos puestos en marcha anteriormente, el panarabismo, el socialismo, el comunismo. Todo ello hizo que determinados grupos organizados en el nombre del Islam hallaran en el emblema del esta religión una solución mágica”, explica Saleh.

La desintegración de un imperio

Pero este fracaso no es gratuito. El arraigo de un sistema político necesita un sustrato humano que lo sustente. El amparo de un agonizante Imperio Otomano no impidió que el paso de los siglos XIX y XX dejara una huella traumática en el tejido social de estos países. Culturas construidas sobre antiguas costumbres y complejas relaciones entre las diferentes comunidades, el golpe de gracia y, para muchos autores, clave de la situación actual, fue el tratado de Sykes-Picot, firmado en mayo de 1916 tras el fin de la Primera Guerra Mundial. Este acuerdo deshizo de un plumazo fronteras milenarias e impuso un reparto entre vencedores trazado con tiralíneas.

“Tras la Primera Guerra Mundial, el Imperio Otomano se derrumba y los ganadores aliados, básicamente Reino Unido y Francia, se reparten la herencia de este imperio, al que llamaban ‘el hombre enfermo’. Los países que habían estado bajo el dominio turco, Líbano, Siria, Argelia, caen en manos de Francia y el resto en manos de los ingleses. Hacen una redefinición de las fronteras poco justa, provocando conflictos y enfrentamientos entre países. Esto será lo que pase entre Irán e Irak, o entre Siria y Turquía, entre otros”, apunta el profesor.

Saleh describe lo que ya se ha convertido en materia de estudio: “Lamentablemente, no hubo un interés por parte de las potencias colonizadoras por desarrollar desde el punto de vista humano, económico y político a los países colonizados. Hubo un interés básicamente económico, principalmente por parte de los británicos, y un interés económico-cultural por parte de los franceses. Francia quería inculcar su propia lengua y literatura a costa de la literatura árabe y la lengua autóctona, que fue casi prohibida. Creo que se actuó mal”.

Nadie quiere ser esclavo: "El Islam no es incompatible con la democracia"

“Podrían haber desarrollado más la industria, la economía y la propia sociedad. Allí tenían muchos campos para actuar, la prensa, la comunicación, la propia sociedad, intentar cambiar los sistemas políticos en vez en vez de imponer a un dictador y alimentarlo simplemente porque sirve a intereses de una potencia extranjera. Esto está pasando hasta la actualidad, como hemos visto en los países del Golfo. Es una deuda que debemos señalar”, señala Saleh.

Para este iraquí, experto en islamismo y cultura árabe, si el tratado Sykes-Picot se hubiera definido de otra forma, viviríamos una situación diferente. “Seguro, segurísimo”, insiste. “Se diga lo que se diga de las sociedades árabes, para mí no son diferentes del resto de la humanidad. Es falsa la idea de que el Islam es incompatible con la democracia, este discurso es totalmente absurdo. No hay ningún ser humano en ningún lugar del mundo, que sea incompatible con la democracia. La democracia es un bien, es un valor humano maravilloso. A nadie le amarga poder elegir a sus dirigentes, ser respetado, ser querido, poder desarrollar tu vida de forma natural con tus vecinos, tener derechos, tener libertades. No conozco ningún ser humano que quiera ser esclavo”, asevera con convicción.

“En el Islam tradicional hay una separación entre política y religión”, afirma Saleh, y refiere a las autoridades en la materia: “Lo dijeron un autor del siglo XI, Al Mawardi, y en 1925, Ali Abdel Raziq, clérigo y profesor de la universidad de Al Azhar en Egipto, máxima autoridad religiosa. En su libro ‘El Islam y los fundamentos del poder’, este autor explica que la lejanía y la diferencia entre el poder y la religion en el Islam es mayor de lo que existe en el cristianismo y el judaismo”.

Religión y vida civil

“Es verdad, que en comparación con otras religiones, especialmente con el cristianismo, los musulmanes tienen más presente su religión y sus creencias en la vida diaria. Podríamos compararlo con el cristianismo de hace 50 o 100 años; eran así las sociedades. También pasa hoy en Estados Unidos. En este país hay grupos que prohíben hablar del evolucionismo de Darwin, o asesinan a médicos por el rechazo al aborto”, dice Saleh.

Pero recuerda que también existió otra realidad: “En los años 50, 60 y 70 del pasado siglo, en la mayoría de los países árabes, sobre todos los de Oriente, la influencia del socialismo era grande y la mayor parte de la población había relegado la religión al ámbito privado. Las mezquitas estaban casi vacías en aquel momento. El Ramadán apenas lo hacía la gente. La sociedad estaba cada vez más abierta a la cultura occidental y al comunismo de la ex Unión Soviética. En las películas de aquellos años las mujeres aparecen con minifaldas, con escotes, en las universidades apenas se veían los pañuelos. Todo esto ha cambiado debido a al ascenso del Islam político y su ocupación de la esfera pública”, rememora el experto iraquí.

Un caso especial en el que Saleh coincide con otros expertos, como el pakistaní Ahmed Rashid, es el de Siria. “Fue una oportunidad desperdiciada de profundizar en el laicismo”, explica. Tras el caos que sucedió a las primaveras árabes, “Siria, Egipto, Líbano, todos esos países han vuelto hacia atrás, hacia el estado confesional, las religiones cerradas y las etnias totalmente ciegas. Es una lástima que la experiencia totalmente hermosa que fue la laicidad en los años 50 y 60, se haya perdido”.

No obstante, para Saleh, la práctica de esta laicidad “se hizo una forma poco elegante y poco correcta, por intereses económicos. Vimos que el presidente egipcio Anwar El Sadat en un momento dado se alía con los Hermanos Musulmanes y luego reniega de ellos. Sadam Hussein hizo lo mismo, pero así es el carácter de las dictaduras. No obstante la experiencia fue muy positiva. Recuerdo cuando estaba en la universidad, en aquellos años nadie hablaba del otro como ‘este cristiano’ o ‘este chií’, éramos ciudadanos y punto”.

Actualizar la práctica religiosa

Paradójicamente, fue la voluntad democrática la que, tras las primaveras árabes, hizo triunfar a los islamistas Hermanos musulmanes, según explica el experto pakistaní Ahmed Rashid: "En el caos, eran los únicos con un aparato propagandístico y un cuerpo político desarrollado, que habían preservado en el exilio, por eso vencieron".

Waleed Saleh admite que una clave para explicar el éxito de las corrientes más fanáticas puede estar en un déficit evolutivo de la religión: “En comparación con el cristianismo o el judaísmo, al Islam le hace falta la aplicación de la hermeneútica; un estudio de la religión en su contexto histórico, político, económico y social. No se puede pensar que un texto escrito hace 14 siglos pueda servir para nuestra vida actual”.

Pone como ejemplo el caso del profesor egipcio Nasser Hamid Abu Zayd (1943-2010), “castigado por la clase clerical de su país a través del tribunal canónico de El Cairo, fue separado de su mujer solo por el hecho de reclamar una modernización del Islam, o el caso de Mohamed Arkoun (1928-2010), profesor de la Sorbona de origen argelino. Son dos figuras que han hecho una llamada de atención en este sentido”.

El secreto de la unión es la cultura árabe

Saleh propone un vínculo más tangible: “Ser árabe es la seña de identidad más fuerte, debería ser así”, explica. “Respeto la religión pero no soy practicante. Personalmente me siento más como árabe que como musulmán. La nuestra es una cultura hermosa y abre puertas a todo el mundo. Puedo entenderme con un cristiano libanés, un cristiano iraquí y un cristiano copto egipcio, porque nos une esta misma cultura”.

Este punto está claro para el entrevistado: “Hablamos el mismo idioma, tenemos los mismos autores, tenemos la misma historia antigua de poetas, escritores y filósofos, de médicos que han hablado esta lengua y han producido en esta lengua. Creo que es un elemento común unificador mayor, mucho mayor que lo que podría ser la religión”.

Para este profesor, “es mucho mejor referirse a las personas por su cultura, la cultura francesa o la cultura árabe, que abarca a todos, independientemente de su religión o sus creencias. Es la lengua, es la sociología, la literatura, lo que une, no la religión, que muchas veces se convierte en un elemento de separación y enfrentamiento. Y más después de este cambio al Islam político”.

La economía, otro idioma común

El investigador francés, nacido en Casablanca, Philippe D’Iribarne, expone que “en la organización y gestión empresarial, no son un referente los preceptos del Islam, sino las ideas directamente importadas de occidente” (El Islam ante la democracia, Ed. Pasos perdidos, 2014). Una convicción que han compartido con Rtve.es representantes de instituciones como la patronal tunecina (UTICA) y el Colegio de Abogados de Túnez, integrantes del Cuarteto de Diálogo, galardonado con el Nobel de la Paz 2015. Túnez, nos recuerda Saleh, “es el único país de mayoría musulmana que ha incluido en su constitución, estrenada en noviembre de 2014, la libertad de conciencia”.

El profesor iraquí también incide en la economía como lugar de encuentro: “Hay quien afirma que los bancos actuales son contrarios a las enseñanzas del Islam, pero lo cierto es que no tenemos otro sistema para funcionar. Una sociedad sin bancos, sin intereses, sin créditos, es muy difícil que funcione”.

El experto señala especialmente que “existe un cinismo y una falsedad en este sentido; tanto en Arabia Saudí, la cuna del Islam, como en Irán, que se hace llamar República Islámica, hay banca que funciona exactamente como en el mundo occidental. Lo que ocurre es que ellos juegan con las palabras y utilizan una terminología totalmente errónea para sustituir palabras como ‘intereses’ (el concepto de ‘usura’) por ‘transacciones de compra-venta’, etc.”.

Para Saleh, es “un juego de palabras que hacen para engañar a la población. Debemos ser más sinceros, hablar con claridad. El mundo occidental ha aportado grandes cosas a la humanidad. Los derechos humanos que surgieron en Occidente, deben ser aplicados sin hacer interpretaciones parciales, como en El Cairo, que se hizo una declaración especial que perjudica a la mujer o no se respeta la libertad de creencia”.

Y finaliza afirmando: “Actualmente la economía es el elemento básico y fundamental en nuestras vidas. Sabemos que el mundo árabe produce más del 50% de la reserva internacional de la energía, el gas y el petróleo. Este intercambio económico podría ser una vía, una forma para acercar posturas”. Volviendo a la paradoja, este recurso energético se ha convertido en la mayor fuente de ingresos del Estado Islámico tras apoderarse de las áreas que los contienen.

Laicidad, la fórmula

“Aparece un clérigo y nos empieza a decir, a dictar, a ordenar, que el Islam es mundo, es vida, es religión, es estado, es todo. Y esto no es cierto. El Islam es una fe, debe darse en el ámbito privado. Lo demás es política y debe separarse”, dice. "Pero vivimos circunstancias muy propicias para este tipo de discursos radicalizadores".

“Siempre he pensado que para los países árabes y de mayoría musulmana, el único sistema que puede servir es la laicidad. Esto no significa en absoluto algo contrario a la religión, sino la igualdad para todas las confesiones; colocar a las religiones en el ámbito privado y dejar la política para los políticos”.

Waleed Saleh concluye apuntando: “En estos países particularmente (musulmanes), donde abundan comunidades, grupos culturas, etnias y confesiones, es muy difícil identificar a una determinada religión como líder, porque siempre va a ser a costa de las demás religiones, cosa que es absolutamente injusta”.