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Sarkozy y Hollande afrontan el primer 'match point' tras una campaña a paso cambiado

  • El caso Strauss-Kahn cambió el guión preescrito de la campaña francesa
  • La pérdida de la triple A supuso un golpe al fin del mandato de Sarkozy
  • Las pegas de Hollande ante el pacto fiscal le ha granjeado un 'vacío' europeo
  • El ascenso de candidatos a sus extremos les ha hecho radicalizar su discurso
  • Sigue en directo los resultados de las elecciones francesas en RTVE.es

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El pasado domingo, Nicolás Sarkozy y François Hollande, los máximos favoritos para ser el presidente de Francia en los próximos cinco años, reunieron a miles de personas en dos puntos neurálgicos de París (la Plaza de la Concordia y el castillo de Vincennes) en el momento culminante de la campaña oficial antes de la primera vuelta del 22 de abril.

Sin embargo, la otra campaña, la oficiosa, empezó mucho antes en un lugar más íntimo y con palabras menos altisonantes: hace casi un año, el 14 de mayo de 2011 en el hotel Sofitel de Nueva York, donde el entonces director gerente del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, mantuvo un encuentro sexual con una camarera, que acabaría denunciándole y, de paso, poniendo patas arriba la política francesa.

Strauss-Kahn contaba con todas las armas a su favor para ser el próximo inquilino del Elíseo: Respetado en su país, con la mayoría de su partido detrás, odiado y temido por Sarkozy, que promovió su candidatura para dirigir al Fondo, y con experiencia relevante a nivel internacional y en la gestión de la crisis económica, lo que podría calmar eventualmente a los temidos 'mercados'.

Su escándalo sexual, por el que finalmente salió absuelto pero que ha vivido capítulos posteriores como su implicación en una red de proxenetismo en Lille, reabrió las primarias socialistas y, a su vez, permitió a Nicolás Sarkozy soñar con una remontada de cara a la batalla más difícil emprendida por un presidente saliente en Francia.

Desde entonces, se ha embarcado en una carrera contrarreloj donde ha tenido sus pinchazos, especialmente la pérdida de la triple A el pasado mes de enero, y sus triunfos, como el tirón popular tras su gestión de la matanza de Toulouse.

Mientras, el nuevo rostro de los socialistas, François Hollande, ha tratado de convencer al mundo y a sus conciudadanos que cuenta con la estatura necesaria para ser el segundo presidente socialista de la V República francesa tras el histórico François Mitterrand.

Entre medias, problemas como la desindustrialización, la integración de los inmigrantes, la pérdida de peso en Europa frente al modelo alemán y las inquietudes de una generación de jóvenes descontenta y azotada por el desempleo aparecen como telón de fondo en una campaña que ha pasado por las siguientes fases.

Primera fase: El fracaso de la triple A y el ascenso de Hollande

El pasado verano Francia vivió un fenómeno insólito en su historia. Ante la oleada de rumores de que su calificación crediticia sería rebajada de la máxima nota (la triple A), los mercados se lanzaron contra su economía en una aciaga jornada de bolsa, alentada por las dudas sobre el estado de su bancos, expuestos a la deuda griega.

Pese a no llegar ni mucho menos a la situación límite de Italia y España -que se vieron obligadas a imponer fuertes recortes para conseguir la ayuda del Banco Central Europeo- el gobierno francés se vió obligado a aprobar nuevas rondas de ajustes que culminaron el pasado mes de noviembre con un ajuste histórico de 65.000 millones de euros para los próximos cinco años.

En un movimiento político arriesgado, Sarkozy vinculó la conservación de la triple A a la continuidad de su mandato, consciente también del valor simbólico que podría tener la pérdida de un escalón crediticio en plena negociación con la canciller alemana, Ángela Merkel, de un nuevo pacto fiscal.

Mientras tanto, en el otro lado, François Hollande, un dirigente con fama de hombre gris pero talante conciliador y centrista, se impuso en unas primarias socialistas abiertas a la ciudadanía que impulsaron su candidatura, colocándole muy pronto por delante en los sondeos.

Hollande se impuso a la primera secretaria del partido y representante del ala más izquierdista, Martine Aubry, que se vió perjudicada por el pacto que ella misma cerró con Strauss-Kahn para no presentarse e impulsar su candidatura.

Cuando a comienzos de año Standard & Poor's culmina su amenaza y baja la nota a Francia, Sarkozy se encuentra en una situación límite: con un 11% de desempleo y la amenaza de una nueva recesión, se ve con un pie fuera del Elíseo e incluso se permite decir a los periodistas que se retirará si pierde las elecciones.

Segunda fase: La indefinición de Hollande y los temores europeos

Unas semanas después del varapalo de la agencia de calificación, los líderes europeos se reunieron en Bruselas para esbozar un nuevo tratado europeo que impusiese la disciplina fiscal alemana, aunque ya empezaba a colarse en el discurso de algunos de los participantes una nueva palabra mágica: crecimiento.

Sin embargo, Merkel se mantuvo inflexible hasta el final en temas como los eurobonos o la ampliación del mandato del Banco Central Europeo y Sarkozy, convertido ya en su socio 'junior', anunció que no podría aprobarse en Francia hasta después de las presidenciales ante el bloqueo de los socialistas a una reforma de la constitución para introducir la 'regla de oro'.

Entonces, desde Berlín se cayó en la cuenta de que existía Hollande, que ante la indefinición de algunas de sus propuestas y la ofensiva por la izquierda del exministro socialista Jean-Luc Mèlenchon, anunció que no firmaría el pacto fiscal si no existía una alusión específica al crecimiento.

En un movimiento insólito, Merkel anunció que haría campaña activa por Sarkozy y se negó a reunirse con Hollande, que presentó unas líneas programáticas más a la izquierda e incluso anunció que aumentaría un 75% de los impuestos a los más ricos.

Finalmente Sarkozy le dijo a Merkel que no participase en su campaña, aunque el semanario alemán Der Spiegel publicó que existía la consigna entre los líderes conservadores europeos, entre ellos el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, de no reunirse con Hollande, algo que éstos negaron.

Tercera fase: La remontada de Sarkozy y la matanza de Toulouse

Tras coquetear con la ayuda de su socia europea, Sarkozy adelantó el inicio de su campaña unas semanas, cambiando su plan inicial de dar una imagen presidencial y apurar hasta el final para mostrar que estaba más ocupado sacando adelante el país.

Los malos datos de las encuestas y la presión de sus asesores le hicieron aparecer en la principal televisión francesa en 'prime time' para decir lo que ya era un secreto a voces: que se presentaba a la reelección.

Su estrategia programática fue en principio similar a la de hace cinco años: tratar de cautivar al votante del Frente Nacional con propuestas como limitar el número de inmigrantes o poner límites al Tratado de Schengen.

Los mensajes tuvieron cierto efecto e incluso lograron ponerle por delante de cara a la primera vuelta, pero lo que de verdad se presentó como la oportunidad definitiva de darle una vuelta a la campaña fue lo ocurrido en Toulouse.

El asedio al islamista radical Mohamed Merah le proporcionó una oportunidad única para colocar la inmigración y la seguridad en primer plano electoral y no la perdió: nada más ser capturado anunció una serie de medidas contra el islamismo radical y la difusión de sus ideas por internet.

Luego, la Policía emprendió una ola de detenciones contra militantes islamistas con una generosa presencia de cámaras a su alrededor, algo que fue levemente criticado por Hollande y otros candidatos.

El problema es que con la detención de Merah se plantearon interrogantes sobre la labor de seguimiento y vigilancia de los servicios de inteligencia franceses más allá de las soflamas del presidente francés que, aún por delante, no terminaba de despuntar.

Cuarta fase: El temor a la intervención y la vuelta al nacionalismo

Las turbulencias financieras en la eurozona, centradas esta vez en las dudas sobre España, le dieron al presidente saliente un último asidero para tratar de remontar en las encuestas.

En un tono duro, el presidente francés no ha ahorrado en comparaciones con España y Grecia para poner en evidencia a sus gobiernos socialistas y, de paso, advertir que Hollande podría provocar un ataque similar si llega al Elíseo y cumple con sus compromisos electorales.

El problema es que ese discurso llega quizá demasiado tarde: los ataques al euro y a las imposiciones de la Unión Europea ya eran desde hace semanas la bandera de los candidatos radicales, tanto Marine Le Pen como Jean-Luc Mélenchon, que han explotado la popularidad del rechazo a la globalización y la defensa de lo francés en un sector determinado del electorado, fundamentalmente los trabajadores industriales, que se ha visto especialmente atacado por la deslocalización.

Hace cinco años, Sarkozy consiguió el apoyo de este sector gracias a su mensaje "Trabajar más para ganar más", pero su balance económico y la pérdida de empleos en empresas francesas por deslocalización durante la crisis ha hecho que su mensaje pierda credibilidad.

Ahora hace un llamamiento al voto útil al asegurar que votar a Marine Le Pen "es votar a François Hollande" pero, consciente de que esa movilización puede no ser suficiente, corteja al centrista Bayrou para que le dé apoyo a cambio de ser su primer ministro.

El peligro de la abstención

Mientras, las señales a su alrededor se hacen cada vez más oscuras. En un duro y significativo editorial, el periódico pro-Sarkozy Le Figaro le reprochaba al presidente dudar entre las dos estrategias -virar a la derecha y al centro-, lo que a su juicio puede haber dañado de muerte sus aspiraciones electorales.

Además, las figuras del centro y la izquierda que Sarkozy reclutó para su primer gobierno, en el que quiso ocupar todo el espectro ideológico, se han pronunciado públicamente por Hollande, al igual que el entorno del expresidente Chirac, que en una última puñalada política, filtraba que el veterano político derechista pensaba votar por su 'paisano' socialista antes de que por su compañero de partido.

Hollande, por su parte, se afana en besar niños y buscar casa por casa a los votantes consciente de que la abstención, que puede ser de récord, es la principal amenaza para su victoria.

Como señalaba al semanario L'express el politólogo Vicent Tiberj, hay una diferencia esencial entre los comicios de hace cinco años y los de este 2012: mientras que entonces se elegía entre dos proyectos de ruptura y novedad, ahora se trata de rechazar el de un candidato (Sarkozy) o abrazar a otro que se presenta como la normalidad.

En un artículo publicado esta semana en Le Monde el filósofo Michel Onfray resumía así sus razones para abstenerse o votar en blanco:

"Los ideales falta en aquellos que saben que pueden ganar; la responsabilidad brilla por su ausencia en los que saben que no tendrán en el poder. Los primeros ya no tienen ética de convicción y se han encomendado a la ética de la responsabilidad. Los segundos tienen una retórica inflamada engañosa sin ninguna preocupación por su viabilidad. Por un lado, proyectos limitados sin horizontes deseables, por otro, compromisos destinados a brillar eternamente en el cielo de las ideas".