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La esmerada caída de Bernard Madoff

  • Hace un año que estalló la estafa de Bernard Madoff
  • Cumple una condena de 150 años y es amigo de un mafioso
  • La mitad de los clientes de Madoff salieron ganando dinero

Sólo hay otros dos inculpados; su mujer e hijos están libres

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"No hay ninguna explicación inocente", le espetó Madoff al agente del FBI. La conversación tuvo lugar hace ahora un año, en su apartamento del Upper East Side, en Manhattan, siete millones de dólares. No podía haber explicación inocente. El hombre que introdujo el ordenador en Wall Street, el filántropo que donaba generosamente al partido Demócrata, el genio de las finanzas que pagaba hasta el 15% de intereses a sus clientes, Bernard Madoff, el encantador de serpientes, había estafado 65.000 millones de dólares durante 30 años. El mayor esquema Ponzi de la historia.

Seis meses después era condenado a 150 años de prisión. El máximo y en la práctica, cadena perpetua. No hay posibilidad de libertad condicional. Su "gran mentira" le salía muy cara a los 71 años de edad. Ni siquiera puede presumir de tener el récord: al menos tres delincuentes de cuello blanco han recibido sentencias más duras. Madoff la cumple en el penal de Butner, en Carolina del Norte. Es el preso número 61727-054. Comparte celda con un traficante de drogas, come pizza de un condenado por abusos a menores y es amigo del capo de la mafia, Carmine Persico. Ya se ha peleado con otro anciano en el patio.

La hoguera de las vanidades

¿Cómo pudo estafar tanto y durante tanto tiempo? Ni siquiera organizó un fraude piramidal clásico. Madoff era el único que engatusaba a los clientes. Los últimos en llegar pagaban los beneficios de los primeros. No eran escandalosos, aunque un 8% anual durante 72 meses seguidos es para sorprender a cualquiera. No tanto como que gran parte de los 65.000 millones es humo, ganancias ficticias. Las pérdidas efectivas rondan los 20.000 millones de dólares. Pero la mitad de los clientes salieron ganando.

Como todos los estafadores, Madoff es un tahúr simpático. Pero ha sabido bordar el papel: rico sin ostentación, tres casas, tres yates y socio de los mejores clubes, tan exclusivos como su empresa, Investment Securities. Se permitía el lujo de rechazar a clientes. Un alarde de psicología; cortaba en seco a los que pudieran destapar el fraude. Y era el maestro de una forma perdida de hacer negocios. Cuando la supermodelo Carmen Dell'Orefice, entró en su despacho, Madoff le adelantó 100.000 dólares hasta que se resolvieran sus litigios. Luego perdería hasta la camisa.

Llevaba los negocios personalmente en la planta 17 del edificio Lipstick. Dos plantas más arriba, estaba la división de corretaje de la empresa. Ambas usaban sistemas informáticos distintos. La contabilidad de verdad, la guardaba bajo llave. La de escaparate es la que mostraba al resto del mundo. Incluida la SEC, el supervisor del mercado bursátil. A pesar de las denuncias de otro financiero, Harry Markopolos, no se enteraron de la tostada. Quizás influyera que uno de sus investigadores se acabara casando con la nieta de Madoff.

Pero la magia del financiero era más poderosa. Consiguió engañar a huesos tan duros de roer como el Banco Santander. A los clientes de Optimal, su gestora de hedge funds, les desplumaron 2.300 millones de euros. Entre las víctimas hay nombres tan señalados como Alicia Koplowitz o Juan Abelló. El Santander ha hecho honor a su firma y ha devuelto el dinero de su bolsillo. Otros no han tenido tanta suerte, como la fundación de Spielberg o la heredera de L'Oreal, la cosmética del "porque tú lo vales". Y el financiero francés, Thierry de la Villehuchet, se suicidó al perder 1.400 millones. Pocos escaparon del encanto de Madoff: Societé Générale y Aksia.

Todo queda en familia

La esposa de Madoff, Ruth, es una de esas radiografías sociales de las que escribía Tom Wolfe: una rubia sofisticada de 50 kilos venida a más. El día en que el juez Chin condenó a su marido, Ruth no estuvo presente en el tribunal. Emitió un comunicado en el que decía: "rompo ahora mi silencio porque se ha interpretado como indiferencia o falta de simpatía por las víctimas del crimen de Bernie, que es exactamente lo opuesto a la verdad". Lo que no resultó tan conmovedor es que cerrara un trato con la Fiscalía por el que se quedaba con dos millones y medio de dólares. Después de 49 años de matrimonio, a muchos les resulta difícil de creer que no estuviera al tanto. Sigue libre, aunque ahora tenga que cargar con las bolsas de la compra y se haya mudado.

Tampoco ha sido "fácil" para los dos hijos de Madoff. El sociable Mark, de 45 años, y el cerebral Andrew, de 43. Trabajaron para su padre toda la vida, en el lado transparente de la empresa. Empleados predilectos, invirtieron varios millones en Investment Securities. Cuando se enteraron del fraude, delataron al patriarca y le retiraron la palabra. Mantienen que son inocentes. Siguen libres. Igual que casi el resto de la plantilla. En otro alarde de filantropía, Madoff quiso repartirles los 300 millones que le quedaban antes de entregarse.

Al final, aparte de Madoff, sólo hay otras dos personas inculpadas. Su hombre de paja, David Friehling, por fraude, falsificación de documentos y obstrucción a Hacienda. Y su mano derecha, Frank DiPascali, que también se declaró culpable y está a la espera de que se fije la fianza. Han pujado casi un millón dólares por su yate de 19 metros. Calderilla. Algunas de las propiedades subastadas de Madoff han batido todas las expectativas. Una chaqueta de los Mets con su nombre se ha vendido por 14.500 dólares. Un reclamo para patos, por 4.750. Un Rolex "del Prisionero" por 65.000. Sus tres yates por un millón. Peor suerte han tenido las mansiones. Han tenido que bajarles el precio. Es la crisis, la misma que destapó el fraude.