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Perfil

Javier Fernández, el Quijote del hielo

  • A los 26 años, el patinador madrileño logró al fin la medalla olímpica
  • Lleva una década entrenando en Norteamérica para "comerse el mundo"

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Javier Fernández, en acción durante cuatro campeonatos entre 2012 y 2018.
Javier Fernández, en acción durante cuatro campeonatos entre 2012 y 2018.

Charles Chaplin, Don Quijote, Jack Sparrow, Elvis Presley, Fígaro... Cualquier personaje que interprete, no importan sus singularidades, le sirve a Javier Fernández para dejar en el vestuario al chico tímido que apenas levanta la voz, con la mirada esquiva detrás de las gafas, y transmutarse en un coloso capaz de volar sobre el hielo en cuanto se calza los patines.

El tercer puesto que ha logrado en el Pabellón de Hielo de Gangneung, tras los japoneses Yuzuru Hanyu y Shoma Uno, consolidó a este madrileño de 26 años como uno de los mejores de la historia y le proporciona el más deseado trofeo: la presea en los Juegos Olímpicos de Pyeongchang.

Con dos títulos mundiales en la mochila, seis europeos, innumerables triunfos en el Grand Prix y ocho campeonatos de España, a Fernández le quedaba un reto por cumplir, la medalla olímpica que rozó hace cuatro años. La ganada este sábado en Corea, probablemente, marcará el principio del fin de su carrera.

"Sería una agonía" preparar otro ciclo olímpico al completo, ha admitido Superjavi, que confiesa que empieza a acusar el paso de los años.

Nadie lo diría, a la vista de su actuación en Pyeongchang. En el programa corto, se situó a escasos cuatro puntos de Yuzuru Hanyu, quien a la postre consiguió retener su título olímpico.

En su segunda actuación, metido en la piel del hidalgo Don Quijote, Javier Fernández retuvo su puesto de privilegio en el podio. Con un total de 305.24 puntos, saboreó el bronce.

Javier Fernández, bronce en los Juegos de Pyeongchang

La actuación del patinador español Javier Fernández en los Juegos Olímpicos de Pyeongchang 2018, en imágenes

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  • Ocho saltos

    Fotografía con una exposición múltiple de uno de los ocho saltos que incluía el programa libre de Javier en la final olímpica, en la que el patinador español ha conseguido el bronce.

  • El Hombre de la Mancha

    Javier Fernández, con ambientación quijotesca para su programa libre, se arrodilla sobre la pista del Pabellón de Hielo de Gangneung.

Yuzuru Hanyu y Shoma Uno rubricaron el doblete nipón, con un total de 317.85 y 306.90 puntos, respectivamente. Ellos son los únicos que se interpusieron en el camino de Javier Fernández hacia el oro olímpico. Aunque su bronce sabe a triunfo.

De su particular personalidad da muestra el hecho de que comparta entrenamientos y preparador con Hanyu, que ambos se admiren y se animen y que la convivencia nunca se resienta.

El técnico canadiense Brian Orser, doble subcampeón olímpico, es el responsable de que todo encaje. Toronto, el escenario al que el español y el japonés emigraron en busca de la excelencia que Orser les prometía.

El duro 'sueño americano'

Todo empezó en una pista de hielo de la localidad madrileña de Majadahonda, en la que también se entrenaba Laura, la hermana de Javier. De allí se fueron a Jaca y luego, ya él solo, dio el salto en 2008 a Nueva Jersey (Estados Unidos), con un grupo de patinadores a las órdenes del ruso Nikolai Morozov.

De su mano, se convirtió en 2010 en el primer español en participar en unos Juegos desde 1956. Acabó decimocuarto. Quería más.

Javier dio un nuevo salto al vacío y cambió a Morozov por Orser, que le garantizaba más atención. Los resultados no se hicieron esperar.

El patinador del barrio de Cuatro Vientos las ha visto de todos los colores: lejos de la familia, sin compañeros, incomprendido al principio por su federación, sin papeles para firmar el alquiler de un piso o contratar un teléfono... nada ha podido con la voluntad de Javier Fernández. Sus patines son sus alas y no hay quien se las corte.

Cuando pisa el hielo, dice que sale "a comerse el mundo". Siempre empieza sus ejercicios con gesto serio, pero en cuanto cumple con su primer salto la sonrisa se le escapa. En las series de pasos, su expresividad es mayúscula porque es un magnífico bailarín.

En el salón de baile de Pyeongchang encontró una pareja que hasta ahora le ha sido esquiva: la medalla olímpica.