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Sanfermines

Una historia de amor surgida en Sanfermines, ganadora del XI Concurso Internacional de Microrrelatos 2019

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Un mozo es trasladado por los servicios sanitarios tras ser corneado en los encierros de Sanfermines
Un mozo es trasladado por los servicios sanitarios tras ser corneado en en el glúteo por un toro en los encierros de Sanfermines.

Una historia de amor surgida durante los Sanfermines es el relato que ha logrado ganar el primer premio en el XI Certamen Internacional de Microrelatos de San Fermín, declarado actividad Cultural de Interés Social por parte del Gobierno de Navarra. La narración de Ángel Saiz Mora se ha impuesto entre los 437 relatos presentados este año, procedentes de 16 países diferentes.

[Sigue el especial de los Sanfermines 2019 en RTVE.es]

Nerea y yo cuenta en 204 palabras -las mismas horas que duran los festejos en honor a San Fermín- "una de tantas historias de amor surgidas" en estas fiestas, "pero desde un punto de vista diferente y con unos protagonistas inesperados", según ha explicado la plataforma organizadora del concurso.

El segundo premio ha sido para Horas extras, de Amaia Ambústegui Lapuerta, un relato sobre los quehaceres de San Fermín en un día cualquiera de las fiestas, y el tercero para La huida, de Alfonso García de Cortázar Ruiz De Aguirre, una breve historia sobre otro flechazo ocurrido un 5 de julio, en vísperas del Chupinazo.

Los ganadores han recibido premios valorados en 1.000 euros, en el caso del primer galardonado, 450 euros para el segundo, y 250 euros para el tercero.

Este año el jurado ha estado compuesto por la escritora Idoia Saralegui, por el escritor y político navarro Miguel Izu y por el director de Zona en Navarra de Laboral Kutxa, Eduardo Elizalde, representante del patrocinador del certamen.

Como es habitual, con los diez microrrelatos ganadores se editará un libro que estará traducido a los tres idiomas del concurso: español, euskera e inglés, que se repartirá de manera gratuita en locales hosteleros, librerías y bibliotecas de Pamplona.

Nerea y yo

Coincidimos en una conocida confitería de Pamplona. Ella iba a pagar unas pastas y había olvidado el monedero. Me ofrecí a costear el importe y terminamos sentados frente a un café. Al día siguiente comenzaba el primer encierro de los sanfermines. Dije que no me perdía ninguno y siempre terminaba moviéndome deprisa. Ella contó que solía situarse al pie del vallado. No me atreví a entrar en más detalles, ni a pedirle el número de teléfono. Luego maldije mi timidez.

Al día siguiente apenas escuché el cántico en honor al santo, tampoco el estampido del cohete de salida. Mis ojos la buscaron entre la muchedumbre blanca y roja, mientras las pezuñas resonaban sobre los adoquines.

Hubo un herido. Me puse al volante de una ambulancia medicalizada para trasladarlo al complejo hospitalario. Vino acompañado de un ángel con chaleco naranja y una cruz roja en la espalda, igual que la mía.

Desde aquella mañana de julio miro fascinado a Nerea, convencido de que siempre hay algo misterioso en ella, porque nunca nos lo contamos todo. Quizá sea eso lo que hace que permanezcamos juntos, también nuestro hijo Alexander, a quien pusimos el mismo nombre que al norteamericano con traumatismo que volvió a unirnos.