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Chile, cuarenta años no son nada

  • Se cumple el 40 aniversario del golpe de Estado contra Salvador Allende
  • Durante la dictadura de Pinochet hubo más de 30.000 torturados, y 3.000 muertos
  • La Justicia ha tardado 40 años en entonar el "mea culpa"

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Chile recuerda dividido el Golpe de Estado cuarenta años después

En todo este tiempo, se han mantenido la Constitución y el sistema presidencialista, el entramado económico, los privilegios en función de los ingresos, la tradición familiar… también el silencio de los medios. EL SILENCIO oportunista.

Recuerdo cuando, en julio de 2011, TVE viajó a Santiago de Chile  (oficial, a la luz del día, muy diferente de aquella otra de 1990) de los restos de Salvador Allende para corroborar científicamente que, efectivamente, el presidente –aquel 11 de septiembre de 1973- había cumplido con lo prometido: morir por la patria bajo el fuego de los bombardeos y el registrado odio de Augusto Pinochet.

Prácticamente, ninguno de los grandes medios siguió el proceso. ¿Qué podrían cambiar en la calle unas letras impresas, una frase en el televisor? ¿Alborotar aún más a los jóvenes que, hoy en día, tienen una idea romántica de aquellos 70? ¿Encender las protestas estudiantiles que, por aquellas fechas, ya convulsionaban la apacible vida santiaguina?

Supongo que, en las redacciones, hicieron suyo lo del “Corazón que no ve, corazón que no siente”. Para mí, que antes de arrancárselo a los lectores, las cabezas pensantes de la prensa chilena fueron las primeras en arrancarse ellas mismas el corazón de cuajo. Porque, guste o no, Allende es historia viva, como si todo hubiese ocurrido ayer y no hace 40 años.

Frente a la entrada del mausoleo familiar, sí llegó a apostarse un ejército de cámaras para retratar el breve desfile del féretro cubierto con la bandera de Chile camino del Servicio Médico Legal. Y, de nuevo, los silencios. Casi nadie pronunció palabra ante unos micrófonos sedientos de víctimas.

Conmemoración dividida, lejana reconciliación

El presidente Piñera, que ya tiene los días contados al frente del Palacio de la Moneda, no ha conseguido hacerse la foto para la ocasión con los representantes de la oposición, con el centro-izquierda político de su país.

La favorita para sustituirle, la ex mandataria Michelle Bachelet, dejó de un lado al oficialismo al que está abocada a regresar y visitó el “Museo de la Memoria”, donde se recuerda a los detenidos, desaparecidos y muertos a causa de la dictadura como su padre, el general de la Fuerza Aérea Alberto Bachelet, juzgado por traición a la patria y fallecido por infarto en marzo de 1974, estando en prisión.

Con ella, estuvieron sus dos predecesores en la presidencia, Ricardo Lagos y Eduardo Frei. La –de nuevo- candidata socialista a la presidencia ha denunciado que la violación de los Derechos Humanos –antes como ahora- “no es justificable”, aunque sea “justo y legítimo que las percepciones de lo sucedido sea diferente”. Y “no es justo hablar del golpe como algo inevitable”, ha añadido en recientes declaraciones aparentemente en respuesta a Piñera.

Porque él, que no ha caracterizado su mandato precisamente por la fortuna de algunos de sus actos y de sus comentarios, ha dicho que el golpe de Estado “no fue algo súbito, sorpresivo, sino que fue el desenlace previsible de una agonía de los valores de la sociedad chilena”. Para Piñera, el gobierno de Salvador Allende “reiteradamente quebrantó la legalidad y el estado de derecho”.

Sin embargo, ha admitido que el Poder Judicial y, en especial, la Corte Suprema chilena, fallaron a la hora de tutelar los derechos ciudadanos, de no estar a la altura: “Pudo haber hecho mucho más”. El presidente también ha arremetido, estos últimos días, contra la prensa, porque –según él- “podían haber investigado con mucho más rigor, con mucha más profundidad y no quedarse sólo con la versión oficial del gobierno militar”.

Para Sebastián Piñera, en cualquier caso, “el pasado está escrito “ y no se puede vivir “prisionero del pasado”.

El "mea culpa" de la Justicia, cuarenta años después

La Asociación de Magistrados del país, que aglutina al 70% de los jueces, ha aprovechado este 40º aniversario para lamentar las “omisiones impropias de su función”.

Han reconocido, en una comunicación escrita, que ha llegado la hora de pedir perdón (sic) “sin ambigüedades ni equívocos”: “a las víctimas, a sus deudos y a la sociedad chilena por no haber sido capaces en ese trance crucial de la historia de orientar, interpelar y motivar a nuestra institución gremial y a sus miembros en orden a no desistir de la ejecución de sus deberes más elementales e inexcusables”.

Asimismo, asumen que no es posible eludir su “responsabilidad histórica” de un oscuro período del pasado en el que se calcula que hubo más de 30.000 torturados, más de 3.000 muertos y unos 1.000 desaparecidos:  “La inadmisibilidad o el rechazo por parte de nuestros tribunales de miles de recursos de amparo, muchos de los cuales fueron fundadamente interpuestos en nombre de compatriotas de cuya suerte nunca más se supo, la negativa sistemática a investigar las acciones criminales perpetradas por agentes del Estado y la renuncia a constituirse personalmente en centros de detención y tortura, sin duda alguna, contribuyeron al doloroso balance que en materia de derechos humanos quedó tras ese gris período”.

¡Ay, cuántos se habrán acordado del compañero, ahora jubilado, Juan Guzmán Tapia! Por cierto, galardonado ahora en Nueva York junto a Baltasar Garzón por sus acciones legales contra Pinochet. Estos días,  también otros han entonado el “mea culpa” a su manera.  Por ejemplo, el senador Hernán Larraín, líder de la conservadora UDI, recibiendo a cambio la crítica de los más radicales de su partido.

El futuro de Chile lleva nombre de mujer

La senadora Isabel Allende ha dicho que su padre, el presidente derrocado por Pinochet hace 40 años, “tiene mucha vigencia porque todavía tenemos una sociedad tremendamente desigual e injusta”. Y añade: “Necesitamos profundizar la democracia y hacer cambios profundos. Necesitamos una sociedad que sea incluyente y no excluyente”.

Muchos en Chile no pierden la esperanza.  Ahí está el hecho de que, tras las próximas presidenciales de noviembre, es seguro que volverá a haber una mujer al frente del país. Por primera vez, dos mujeres enfrentadas en las urnas. Una por cada   uno de los dos principales bloques políticos chilenos.  Quizás estos 40 años sí han servido, finalmente, para algo.

* José Carlos Gallardo fue corresponsal en Buenos Aires de TVE