'Los yugoslavos' de Juan Mayorga: el mapa para encontrar lo desaparecido
- El dramaturgo presenta en Las mañanas de RNE, Los yugoslavos con Luis Bermejo, Javier Gutiérrez, Natalia Hernández y Alba Planas
- Puede verse hasta el 6 de julio en el Teatro de La Abadía de Madrid con funciones de martes a domingos
El 20 de agosto de 1990, Yugoslavia ganaba el Mundial de baloncesto. "Tenían un equipo con jugadores extraordinarios como Dražen Petrović", recuerda el dramaturgo Juan Mayorga (Madrid, 1965). Daban envidia. Despertaban admiración. Apenas once meses después, muchos de aquellos compañeros se convirtieron en rivales. No en la cancha. En las trincheras. El 25 de junio de 1991, el país se rompía. Comenzaba la guerra.
"Produce melancolía pensarlo", confiesa Mayorga junto a la actriz Alba Planas (Madrid, 2000) en Las mañanas de RNE, con Mamen Asencio. La imagen de aquella selección gloriosa devorada por el conflicto lo persigue desde su paso fugaz por Belgrado, antes de que todo estallara. "Solo estuve una noche, pero recuerdo paz. Niños jugando. Y luego, esa gente peleaba".
Aquel contraste, ese mapa usado unas horas e inservible para siempre, quedó resonando en su memoria. "¿Dónde y quién guardó los trofeos y medallas?" Hasta hoy. Ahora la formula Martín (Javier Gutiérrez), uno de los protagonistas de Los yugoslavos, su nueva obra.
No obstante, Los yugoslavos no va de guerras. Va de las ruinas emocionales que deja el tiempo. Va de la sombra de lo que fue o de lo que nunca llegó a ser. "La pieza habla de lugares que han desaparecido. Lugares así hay en cualquier vida", apunta el académico. Puede ser un país. Como Yugoslavia. Puede ser un amor. Una casa vacía. O un bar.
Como el bar Ruano. Un local estrecho en el Madrid de los 50, donde los tranvías se detenían sin parada oficial. 'Déjame donde Ruano', pedían los pasajeros. Y el conductor frenaba en su puerta. Era una de las tabernas que regentaba Goyo, el abuelo de Mayorga. La que más recuerda. El lugar que, al igual que Yugoslavia, ya no existe ni sale en los mapas, pero sigue ahí. Está.
Porque ese bar, cuenta el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2022, no aparece en escena, pero sin él no existiría lo demás. "No es una obra sobre mi abuelo ni sobre su bar, pero no la habría escrito si no hubiera tenido un abuelo a quien quise tanto", admite.
Es una historia de recuerdos que nace desde la barra, atraviesa las mesas y se asoma a la terraza para servir tristeza, esperanza y, sobre todo, amor.
Una obra sobre el amor, la tristeza y la búsqueda
¿Qué otro motivo, si no, llevaría a un camarero como Martín a solicitar ayuda a un cliente desconocido, Gerardo (Luis Bermejo), y a su hija Cris (Alba Planas), para levantarle el ánimo a su mujer Ángela (Natalia Hernández), sumida en una tristeza de la que él no sabe sacarla?
"Me parece muy bonito cómo dos hombres que no saben relacionarse con las mujeres de su casa están intentándolo. Aunque no sepan hacerlo, el mero hecho de buscarlo, llegues o no a un lugar, es un acto de amor precioso", confiesa Planas.
En cierto modo, "todos tenemos una Yugoslavia". Sin embargo, "no es seguro que la encontremos", resalta Mayorga. Y es entonces cuando los mapas nos orientan. Y nos salvan.
"Seguir un mapa es buscar esperanza. Compañía. Abrazo. En la obra hay mucho amor. Amor de Martín hacia su esposa, y entre Gerardo y su hija, a pesar de que no saben decírselo", detalla el académico.
"Hay amor del camarero por cada uno de sus clientes, incluso por los que no dejan propina. Hablar y escuchar es parte del oficio. Mucha gente va a los bares a contar a contar su vida. Nunca sabes si lo que dicen la verdad, pero has de escuchar", subraya Mayorga.
A veces, el silencio es la forma más efectiva de ayudar. Porque se puede hacer todo por alguien, pero sin las palabras adecuadas, no se llega. Pueden salvar. O hundir. Reconocerlo es la mejor herramienta. Pedir ayuda, es amar.
"Quizá hay palabras que tú no puedes pronunciar, y otra persona sí. Tal vez alguien más pueda encontrarlas. Todos tenemos frases que nos han ayudado a vivir y que nos han dado luz. Y al revés. Sabemos que hubo otras que desearíamos no haber escuchado nunca. También somos conscientes que hay palabras que deberíamos haber pronunciado y no lo hicimos y palabras que ojalá no hubiéramos dicho", reflexiona Mayorga.
Porque Los yugoslavos no va de guerras. Va de lo que decimos. Va de lo que callamos. Y de ese esfuerzo —a veces torpe, a veces hermoso— por llegar al otro. En ocasiones, para alcanzarlo, solo hace falta un sitio donde quedarse un rato más. Por su cuenta o con alguien, pero sin guion. "Después de cada función, solemos terminar en un bar cercano al teatro. Se llama Imperio y ponen unas setas buenísimas", bromean Mayorga y Planas.
Otro bar. Otro mapa. Otra Yugoslavia.