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Japón, entre la luz del sol naciente y sus oscuros misterios

  • En Terror en blanco descubrimos el lado oculto de Japón, donde el terror es una parte presente en su cultura
  • Jesús Ortega nos guía por el 'Bosque de los suicidios' y David Vargas analiza los seres más oscuros del país
Situado al noroeste de la base del monte Fuji, el bosque Aokigahara es conocido como 'Bosque de los suicidios'.
Situado al noroeste de la base del monte Fuji, el bosque Aokigahara es conocido como 'Bosque de los suicidios'. ISTOCK

Rascacielos futuristas que tocan las nubes y casas bajas, tradicionales, escondidas entre las montañas. Centros científicos de vanguardia y templos ancestrales que susurran leyendas. Neones cegadores que nunca se apagan y senderos oscuros perdidos en la inmensidad de la naturaleza. Trenes de alta velocidad que atraviesan el país en minutos, y aldeas detenidas en el tiempo. Ciudades que nunca duermen, y pueblos que parecen no despertar.

Armonía y misterioso. Luz y oscuridad. Modernidad y tradición. Japón es un país de contrastes. Tantos y tan marcados que uno podría perderse en ellos. Porque, ¿cómo vivir en el presente cuando el pasado no ha muerto? ¿Qué ocurre cuando los fantasmas no se quedan atrás, sino que atraviesan las líneas del tiempo?

En tierras niponas, las leyendas oscuras no son solo ecos del ayer: persisten, se transforman y se manifiestan en pleno siglo XXI. Como el espíritu de Kuchisake-onna, la mujer de la boca cortada. Aunque su historia se remonta a los tiempos de los samuráis, aún hoy nadie querría cruzársela en su camino. Sigue atemorizando.

"Este espíritu se planta ante su víctima con una mascarilla que le cubre el rostro desfigurado. Se la quita y lanza una única pregunta. "¿Te parezco bonita?" Si dices que no, te mata. Si respondes que sí, saca unas tijeras... y te deja la cara como se la dejó su marido", cuenta Juan Gómez en Terror en blanco, presentado por María Paredes. "La última oleada de pánico se vivió en 1996, cuando hubo tantas personas que afirmaron haberla visto que varios estudiantes dejaron de ir al colegio por miedo a cruzársela en el camino", agrega.

Y lo cuenta a modo de advertencia, justo antes de adentrarse en Aokigahara con el periodista Jesús Ortega, y de descubrir junto al experto David Vargas los seres más oscuros que aún habitan —y acechan— en Japón.

Y es que saber por dónde ir, o más bien por donde no ir, en el archipiélago asiático puede marcar la diferencia entre regresar o no volver jamás. Porque en el país del sol naciente, perderse puede significar no encontrarse. A veces, un paso en falso, una ruta equivocada, es no volver a ver el amanecer. Nunca más.

El 'Bosque de los suicidios'

Un claro ejemplo de este peligro es el bosque Aokigahara, un vasto mar de árboles de 3500 hectáreas que se extiende a los pies del majestuoso monte Fuji. Un territorio imponente. Sobrecogedor. Un parque natural de una belleza inconmensurable, y con una vegetación que no solo absorbe la vista, sino que parece tragarse a quienes se atreven a explorar sus entrañas.

La leyenda asegura que aquellos que se adentran en él con dudas se pierden para siempre entre sus sombras. Y los datos parecen corroborarlo. "Se estima que cada año se suicidan en él unas 100 personas", señala Ortega.

Incluso "algunos acampan allí para reflexionar durante días si acabar o no con su vida", apunta el periodista. "Ante estas estadísticas y también ante la presencia de cadáveres –añade–, las autoridades han instalado carteles con mensajes de aliento y con números de ayuda psicológica", pero ni eso disipa su aura tenebrosa.

Porque el ambiente de Aokigahara se asemeja al de un cuento, sí, pero al de uno de terror. "Es un lugar de mucha densidad arbórea, donde apenas corre el viento", explica. "Eso genera un silencio muy extraño y una oscuridad tremenda. La luz escasea, los caminos son sinuosos y el suelo, cubierto de musgo, oculta socavones que pueden causar una caída fatal a cualquiera que lo transite", advierte el periodista. Y lo peor: gritar es inútil y pedir ayuda, imposible.

"Las brújulas y el GPS fallan por la alta concentración de hierro en el suelo volcánico", dice Jesús Ortega. "Si no se va con el equipo adecuado –como cintas de colores para para marcar el camino y facilitar el regreso– se corre el riesgo de perderse para siempre", subraya.

Espíritus que habitan entre los árboles y las aguas

Y no solo por la peligrosidad orográfica. Muchos aseguran que hay algo más detrás de estos macabros sucesos. Secretos aún más oscuros.

Según la tradición japonesa, Aokigahara es hogar de los "yūrei, unos espíritus atormentados que no encuentran paz tras muertes trágicas, como los suicidios", indica Ortega. "Estos seres, similares a los fantasmas occidentales, arrastrarían a los vivos hacia la desesperación, siendo los responsables de que uno decida quitarse la vida", resalta.

"Hay diversos tipos yūrei", matiza por su parte el experto en Japón David Vargas. "Los que normalmente entendemos como los fantasmas vengativos son los onryō, que con los típicos de las películas de terror japonesas que vuelven del más allá para atormentar a todo el mundo porque no han encontrado un descanso por una venganza o por algún tipo de muerte traumática", sostiene.

Aunque, si no son los yūrei quienes conducen a los visitantes del bosque a la tragedia, quizá lo hagan los tengu, indica Ortega: "Son demonios que, con sus engaños, confundirían al incauto empujándolo a la muerte".

Pero Aokigahara no es el único rincón donde lo sobrenatural cobra forma en Japón. Cerca de zonas acuáticas, explica Vargas, abundan seres mitológicos como los yōkai, "unas criaturas comparables con las xanas o los cuélebres en España".

"Los hay de muchos tipos, pero todos tienen poderes mágicos. El kappa, por ejemplo, es una tortuga humanoide que vive en las aguas. Parece tonta, pero puede ser letal: si te quieres deshacer de ella y logras hacerle una reverencia y que te la devuelve derramándose el agua de su cabeza, quedará fuera de combate. Sin embargo, tiene un lado muy oscuro. Se dice que arrastra a sus víctimas al fondo del agua para ahogarlas y devorarlas", comenta Vargas.

¿El motivo? "Al final, los yōkai también cumplen esa función didáctica de advertir de los peligros del entorno. En este caso, por ejemplo, avisan de la peligrosidad de las corrientes de aguas", concluye Vargas.