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La vida en modo digital: así ha cambiado nuestro día a día con la expansión de internet

  • "Internet se ha convertido en un arma de doble filo: nos conecta, pero también nos consume", señala una usuaria
  • Las redes sociales han pasado a ser la principal fuente de entretenimiento y acceso a contenidos culturales
La vida en modo digital: así ha cambiado nuestro día a día con la expansión de internet
Ilustración que muestra una figura humana con un monitor como cabeza RTVE

Suena la alarma. 6.30 de la mañana. Como cada día, Olga Padorno se despereza tranquilamente, coge sus gafas y se da la vuelta en busca de su teléfono móvil. Repasa los mensajes que no pudo contestar la noche pasada y desliza una interminable lista de publicaciones en su cuenta de Instagram sobre qué nuevo plato podría preparar a la hora de comer. "Antes organizabas tus días un poco sobre la marcha, salías sin saber del todo qué ibas a hacer. Ahora, con el acceso inmediato a toda la información posible, puedes planificar mejor", señala a RTVE Noticias.

Aunque no lo haya vivido, Sara Comendador, de 24 años, sí que se imagina cómo era el mundo antes de la llegada de internet: "La gente tenía un estilo de vida más lento. Se le daba más importancia a los llamados terceros espacios, sitios de encuentro donde socializar, como bares o asociaciones. Muchos de esos lugares se han trasladado a internet, pero la sensación de comunidad no es la misma", defiende.

Internet, tal y como lo conocemos, nació como una utopía digital a finales de los años noventa, prometiendo el acceso libre al conocimiento y una mayor conexión entre personas. "Lo que parecía una ampliación de la esfera pública ha sido absorbido por el poder hegemónico, que ha tomado esas herramientas, las ha perfeccionado y popularizado, pero con consecuencias a veces negativas", comenta la socióloga y profesora de la Universidad Complutense de Madrid, Celia Díaz Catalán.

Todo está absolutamente agendado, planificado y cuantificado

Nuestras agendas han pasado a estar llenas de cuestiones productivas y laborales, así como de actividades relacionadas con el cuidado personal. Como menciona Díaz, "todo está absolutamente agendado, planificado y cuantificado", en parte gracias a las aplicaciones del "yo" que nos recuerdan constantemente las tareas que tenemos que hacer.

"Es el caso de calendarios, contadores de pasos, meditaciones guiadas o registros de hábitos. Nos dicen cuándo comer, dormir o respirar", señala la experta, que defiende cómo "nos acabamos cuantificando a nosotros mismos como si fuéramos proyectos de productividad".

El auge de los smartphones y las aplicaciones ha centrado la vida del individuo en estos dispositivos, que se han convertido en una extensión de nosotros mismos. Algo de lo que también se dio cuenta durante el pasado apagón eléctrico Silvia Álvarez. "Me asusté porque me di cuenta de que sin el móvil, no tenía nada que hacer", confiesa esta enfermera de 21 años. "Últimamente no leo casi y no puedo decir que no tengo tiempo, porque es mentira", reconoce.

Para Marta Yágüez, una joven restauradora, el móvil ralentiza algunas rutinas por las constantes distracciones, pero también agiliza tareas cotidianas gracias a la Inteligencia Artificial (IA). Sin embargo, admite que muchas veces su tiempo libre “se ve acaparado por hacer scroll en Instagram en vez de hacer otras actividades”.

Me asusté porque me di cuenta de que sin el móvil, no tenía nada que hacer

Según la VI Edición del Estudio sobre Adicción al Móvil, el tiempo diario frente a la pantalla ha aumentado significativamente, situándose en una media de cuatro horas y 10 minutos. Un 22% pasa más de cinco horas diarias conectado y un 10,8% asegura que no podría estar ni una hora sin mirar su móvil.

Del telefonillo al WhatsApp

Salir a la calle y llamar al telefonillo de un amigo se ha convertido en una auténtica rareza. Josefina Robredo, de 81 años, recuerda una época en la que las interacciones eran muy diferentes: "Antes, quedar con alguien requería una buena dosis de planificación. Tenías que acordar con antelación el lugar y la hora exacta porque, una vez salías de casa, no había forma de contactar con la otra persona hasta que os encontrabais cara a cara", recuerda.

Pero "ahora casi nadie llama a un telefonillo sin haber escrito antes un WhatsApp", señala Díaz, que además subraya cómo esta hiperconexión, paradójicamente, ha impulsado la soledad. En sintonía con esto, Julián Cárdenas, profesor de la Universidad de Valencia, explica que "hemos perdido ciertas habilidades sociales, como iniciar conversaciones con desconocidos".

Ambos expertos coinciden en que, aunque las redes han ampliado nuestras conexiones, la calidad de estas ha sufrido. Según Díaz, los lazos estrechos "han disminuido", mientras que los "vínculos más débiles se han multiplicado en el entorno digital".

Una esfera personal cada vez más permeada por la laboral

Las máquinas de escribir y los enormes armarios llenos de documentos han dado paso a los ordenadores, la nube y los entornos digitales. Olga, de 58 años, aún recuerda la llegada del primer ordenador al juzgado donde trabaja: “Fue tremendo. Al principio fue muy traumático porque no sabíamos usarlos, nos daban miedo. Veníamos de hacer todo a mano: informes, expedientes, montañas de papeles". Años más tarde, lo ve como una herramienta que ha agilizado mucho el trabajo, aunque con costes: "El nivel de exigencia ha aumentado. Ahora piensan que podemos trabajar como máquinas".

La pandemia generalizó el teletrabajo, permitiendo responder correos y hacer videollamadas desde cualquier lugar, pero también desdibujando los límites entre la vida profesional y la personal. "Muchas dinámicas se han visto más fragmentadas que nunca. Ahora podemos contestar un mensaje mientras estamos comiendo o viendo una serie", advierte Julián Cárdenas, sociólogo y profesor en la Universidad de Valencia. Esta flexibilidad ha derivado en una disponibilidad continua, y con ella, en un incremento de la autoexplotación: "Hay una falta de derecho a desconectar. Los espacios de descanso están siendo ocupados por obligaciones invisibles".

La transformación de la educación

Antes del apogeo de internet, los estudiantes de entonces, como Cani Pérez, de la generación del babyboom, solían hacer gran parte de sus trabajos en las bibliotecas. "El aprendizaje es diferente ahora. Antes, si querías encontrar algo, tenías que ir a la biblioteca, buscar libros, pedir uno, pedir otro, y aprendías con mayor profundidad. Ahora, en cambio, buscas la información en internet y en segundos la tienes", recalca.

La educación ha tenido que reinventarse con el acceso casi infinito a contenidos digitales. Ana de Roa, pedagoga, explica que "ahora se imparten las asignaturas de una forma más rápida y más adecuada a cómo procesan sus cerebros". Mientras que antes se priorizaba el hemisferio izquierdo, "enfocado en el lenguaje y la escritura manual", las metodologías actuales "dan más protagonismo al hemisferio derecho, con un aprendizaje más práctico". Sin embargo, advierte que esta evolución puede generar "lagunas en conocimientos culturales profundos", además de una lectura más breve y una menor comprensión lectora.

Aunque internet prometía democratizar el conocimiento, la socióloga Celia Díaz Catalán observa que ha profundizado ciertas brechas sociales: "Han surgido negocios que dificultan y encarecen el acceso a ciertos saberes". Así, el acceso masivo a información no garantiza que todos reciban la misma calidad educativa.

En este escenario, la IA representa un nuevo capítulo lleno de oportunidades y desafíos. La académica Beatriz Amman destaca que "es una herramienta que puede potenciar el aprendizaje, pero también genera incertidumbre sobre la evaluación y la originalidad del trabajo". Por eso, insiste en que "es fundamental enseñar a los estudiantes a usarla de forma crítica y no solo como un recurso para obtener respuestas rápidas".

Entre el comercio local y global: "Es un mundo completamente distinto"

A Josefina, de 81 años, internet la ha traído muchas cosas positivas. "Me ha permitido asistir a conferencias en línea, comunicarme con gente que vive en otro punto del planeta, o a manejar, por ejemplo, cuentas bancarias", explica. Nunca se pierde las novedades que trae consigo el comercio electrónico: "Suelo pedir electrodomésticos, aunque me encanta seguir yendo a las tiendas de toda la vida", cuenta.

En la era de la economía de plataformas, el auge de las compras online ha redefinido los hábitos de consumo. Ahora se busca inmediatez y comodidad, lo que favorece a gigantes globales en detrimento del comercio local, como lamenta Cani, propietaria de una mercería familiar en Galicia. "La forma de trabajar ha cambiado mucho; es un mundo completamente distinto. Yo me crie con mi madre, que siempre tuvo una tienda, y eso era otro mundo. Antes se vendía muchísimo más y la gente confiaba más en ti", denuncia.

No obstante, Margarita Barañano, experta en sociología digital, señala que "los vínculos presenciales y digitales se complementan, dando lugar a nuevas formas de comunidad." En la práctica, esto implica que, aunque la tecnología amplía nuestras conexiones, el apego a lo local continúa vigente y se manifiesta en relaciones híbridas. Un enfoque que promueve Sara Comendador, de 24 años, que apuesta por mantener viva la conexión con lo cercano.

Antes se vendía muchísimo más y la gente confiaba más en ti

"Intento activamente luchar contra la gratificación instantánea, saliendo a comprar, llevando las cosas a reparar y buscando formas de cultivar la paciencia para conseguir modos de consumo que perjudiquen lo menos posible", detalla.

Hipersegmentación y consumo acelerado

La infancia de Isabel Ibarrondo, de 76 años, fue "muy sencilla y normal". "Entre semana apenas salíamos a la calle porque teníamos que estudiar. Solían venir mis amigas a casa y charlábamos o estudiábamos un poco. Era la vida más o menos cotidiana", comenta. Los fines de semana rompía la rutina con paseos, meriendas y su momento favorito: ir al cine, que "generaba muchísima expectación".

Antes de la digitalización, como señala Rafael Conde Melguizo, investigador y profesor en UDIT, "poseer una colección de discos o películas era un modo de distinción social y de expresar la propia personalidad", y el acceso limitado otorgaba un valor simbólico al objeto cultural.

con internet se ha diluido este valor y la abundancia y facilidad han convertido el consumo en algo acelerado y desatento, con "maratones a velocidad X2" y listas interminables que rara vez se exploran a fondo. "Es una cuestión de acumulación, de cuántas cosas podemos ver", agrega.

Las redes sociales se han convertido en "la principal fuente de entretenimiento y acceso a contenidos culturales" para muchos, como explica el sociólogo Julián Cárdenas, haciendo el consumo fragmentado, mediado por algoritmos y centrado en formatos breves que priorizan la viralidad.

El único modo de recuperar el valor de la cultura […] es recuperar sus tiempos

Desconectarse de la vida digital

El 60% de los ciudadanos de entre 18 y 65 años —más de 17 millones de personas, según la VI Edición del Estudio sobre Adicción al Móvil— admiten que lo primero y lo último que hacen cada día es mirar su móvil. Según los expertos, el uso de pantallas antes de dormir reduce la duración del sueño, aumenta el riesgo de insomnio y altera los ritmos naturales del cuerpo, afectando la calidad del descanso.

A medida que aumenta la conciencia sobre estos efectos, cada vez más personas buscan poner límites al uso constante de la tecnología. Marta Yágüez, restauradora de 26 años, cuenta que busca "vías de escape" como las escapadas al campo o las reuniones sin móvil para recuperar la calma y la conexión con lo real. "Internet se ha convertido en un arma de doble filo: nos conecta, pero también nos consume", subraya.

La socióloga Celia Díaz Catalán insiste en la importancia de establecer rutinas de desconexión: "El equilibrio no está en apagar todo, sino en saber cuándo y para qué lo encendemos". En esta línea, los expertos consultados coinciden en que el reto no es prescindir de lo digital, sino integrarlo con conciencia para que sume a la experiencia humana en lugar de sustituirla.