El país más rico del mundo pasa hambre: así vive la población vulnerable en los desiertos alimentarios de EE.UU.
- Entre 19 y 30 millones de personas viven en desiertos alimentarios, zonas con acceso limitado a comida fresca
- Los ultraprocesados son el centro de la dieta estadounidense y representan el 60% de la ingesta calórica diaria
Hace 15 años que Shakara Tyler cultiva sus propios alimentos en pleno centro de Detroit. Lo hace porque es la única manera de conseguir ingredientes frescos y de calidad en un barrio donde los supermercados escasean y la comida saludable a precios accesibles es una rareza. "No me queda más opción porque las empresas privadas deciden no instalarse aquí. Es muy injusto. Comer es un derecho humano y no tener alimentos atenta contra nuestra dignidad", denuncia a este medio.
Tyler sabe que, mientras sus manos trabajan la tierra, muchos vecinos están condenados al hambre. Su ciudad fue abandonada hace décadas por las grandes cadenas de supermercados ante la falta de ingresos y la alta tasa de criminalidad. En su lugar florecieron las licorerías, las tiendas de esquina con estanterías vacías y menús de comida rápida que llenan el estómago, pero no aportan los nutrientes esenciales que necesita un cuerpo humano.
Este vacío se bautizó como desierto alimentario, un término que busca definir la ausencia de productos frescos, nutritivos y asequibles y que se extiende por amplias zonas del territorio estadounidense. "No se trata solo de la distancia al supermercado más cercano, sino que habla de las personas que no tienen transporte, ingresos suficientes o el apoyo necesario para conseguir y preparar sus raciones diarias", detalla Natalie Shaak, del Centro estadounidense para las Comunidades sin Hambre.
Estos lugares se concentran principalmente en el sur y el medio oeste del país, con una fuerte presencia en estados como Mississippi, Tennessee o Texas. Están presentes en zonas urbanas muy empobrecidas de grandes ciudades como Chicago o Nueva York. También en otras localidades, situadas en el Cinturón de Óxido y marcadas por el declive industrial. En zonas rurales, la situación es más drástica porque el supermercado más cercano puede estar a más de 16 km. Se estima que entre 19 y 30 millones de estadounidenses viven en zonas con acceso limitado a comida, especialmente en áreas rurales y barrios urbanos empobrecidos, que suelen ser hogar de comunidades vulnerables como personas con bajos ingresos, afroamericanas o madres solteras.
Leona Brown encarna todas estas realidades. Cría a sus tres hijos adolescentes en el norte de Filadelfia, donde la pobreza castiga a uno de cada cuatro vecinos. Su familia vive a más de 5,5 millas (unos nueve kilómetros) del supermercado más cercano. La distancia, imposible de recorrer a pie, está subordinada al trazado de la ciudad. Las autopistas conectan los centros comerciales con las afueras y por eso quienes no conducen quedan atrapados en los barrios.
Para Brown, el precio del transporte público es demasiado alto, y al no contar con coche propio, la única opción que le queda es compartir con varios vecinos el alquiler de un vehículo dos veces al mes. Cada 15 días va a la compra, llena tantas bolsas como puede y confía en que la comida aguante hasta el próximo viaje. En casa, cruza los dedos para que no se le eche a perder antes de tiempo porque no hay dinero para reemplazar lo que se pudra.
Comida fresca escasa frente a estanterías llenas de latas
La odisea para llegar a un supermercado es rutinaria para Brown y quienes viven en estos páramos, pero, al llegar, las opciones tampoco son alentadoras. Hay pocas alternativas y todas son caras. Un kilo de tomates puede costar entre cinco y siete dólares, mientras que su versión enlatada no supera los tres. El problema es que estos botes apenas contienen un 40% de tomate real. El resto es una mezcla de jarabe de maíz de alta fructosa (un azúcar añadido omnipresente en la dieta estadounidense), sal, aceites vegetales refinados y una batería de aditivos como conservantes, espesantes y colorantes artificiales, la mayoría, prohibidos en Europa.
Salchichas, hamburguesas y otras carnes enlatadas en un supermercado Walmart en Miami Jeffrey Greenberg/Universal Images Group via Getty Images
El supermercado parece empujar hacia esa elección. Los pasillos están repletos de productos procesados y apenas hay espacio para frutas o verduras frescas. Brown dice que se resiste a comprar latas porque sus hijos "merecen comer comida de verdad". Aun así, sostiene que la mayoría de las veces "ni siquiera puedes elegir" porque la calidad es "pésima". "Si compro una bolsa de dos kilos y medio de manzanas el martes, el miércoles ya están podridas. Parecen frescas por la luz del establecimiento, pero no sabes su estado real hasta que ya es tarde y llegas a casa". Por ello, la mayoría de personas optan por las opciones envasadas.
Los alimentos ultraprocesados son el centro de la dieta estadounidense y representan el 60% de la ingesta calórica diaria de un ciudadano medio. Su bajo precio, con períodos de caducidad largos y la amplia disponibilidad han modificado profundamente la alimentación del país. Las consecuencias son visibles. Casi tres cuartas partes de los adultos estadounidenses tienen sobrepeso o son obesos. Las causas son múltiples, pero se repiten: escaso acceso a frutas y verduras frescas, sedentarismo y una estructura social que penaliza la pobreza.
Uno de casa seis niños pasa hambre
La obesidad avanza como un síntoma más de la mala alimentación, no de su abundancia. Según los datos del Gobierno norteamericano, 18 millones de hogares sufren inseguridad alimentaria y, dentro de ellos, uno de casa seis niños pasa hambre. En muchos barrios pobres, las políticas urbanas han favorecido la proliferación de restaurantes de comida rápida ubicados muy cerca de los colegios. Esta concentración no solo hace que la comida ultraprocesada sea más accesible, sino que la instala como la opción habitual, especialmente para los más pequeños. Las consecuencias son directas porque muchos niños experimentan dificultades de aprendizaje y retrasos en su crecimiento vinculados a la mala alimentación. La única comida a la que pueden acceder muchas personas son alimentos que enferman, pero para la que tampoco hay cura, porque el sistema sanitario apenas alcanza a quienes más lo necesitan.
Esta dieta ha encendido alarmas entre los expertos, que advierten sobre un fenómeno sin precedentes en la historia reciente. Por primera vez, la generación actual estadounidense podría vivir menos que sus padres. Lo señala un estudio de la Harvard School of Public Health, que apunta a la falta de vitaminas y minerales esenciales entre los menores de edad.
La leche de vaca es uno de los muchos ejemplos que ilustran esta problemática. "Algunos cuerpos no la digieren bien", señala Lauren Ornelas, de la organización Food Empowerment Project, que prefiere hablar de "normalidad a la lactosa" en lugar de intolerancia. El término cambia el enfoque porque, según ella, el cuerpo tiene que digerir un alimento que no tolera. En estos barrios, encontrar una alternativa vegetal es casi imposible, así que muchos niños beben lo que hay, aunque no les haga bien. "Terminan con dolor de estómago y eso impacta en su concentración, en cómo rinden en clase", agrega.
"Es el círculo de la pobreza" porque implica que las víctimas siempre son las mismas. Así lo define Ornelas, que asegura que "el racismo es una de las principales causas de este y de la mayoría de problemas del país". "Hay personas que trabajan duro, a veces con varios empleos, pero los salarios son tan bajos que es imposible ganar lo suficiente para vivir", explica a RTVE.es. Incluso cuando hay comida disponible, prepararla requiere tiempo y energía que muchas personas con varios trabajos no tienen.
"Parece que hay comida, incluso cuando no hay opciones"
A familias como la de Brown no les queda más remedio que desplazarse porque las opciones que tienen en sus barrios son insostenibles. "Los precios en el negocio de la esquina los duplican y en las tiendas de conveniencia no hay variedad", señala. Al cruzar la puerta, la oferta no cambia porque los estantes están repletos de snacks y patatas fritas. En estas tiendas es habitual encontrar latas abolladas, productos caducados o podridos, o comida que necesita frío fuera de los congeladores. Además, según Ornelas, muchas veces venden "las sobras que otras cadenas no quieren vender". "Son sitios engañosos porque parece que hay comida disponible, incluso cuando no hay opciones saludables", indica Shaak.
"En la zona solo podemos comprar comida en los restaurantes, pero yo me niego. Por dinero no me lo puedo permitir, pero además quienes regentan los establecimientos tampoco pueden garantizar que lo que sirven sea de calidad. El nivel de vida es tan alto que tienen que cocinar con malos productos. En lo que llevamos de mes, ya ha habido tres intoxicaciones en restaurantes", asegura Brown.
Pero esto no solo pasa en grandes ciudades como Filadelfia o Detroit, sino que cada vez es más común en pueblos rurales de todo el país. Con escasa población, baja densidad de viviendas y limitadas opciones de transporte público, muchos pueblos han visto cerrar supermercados tradicionales en los últimos años, haciendo de la inseguridad alimentaria un problema cada vez más persistente.
Hace 40 años, el término "desierto alimentario" no existía, pero ahora es prácticamente un sinónimo de las zonas rurales de Estados Unidos. Hasta la década de 1980, todos los pequeños pueblos de Dakota del Norte tenían un supermercado. La mayoría, de hecho, tenían más de dos. Ahora, casi la mitad de los residentes rurales de este estado viven en un desierto alimentario.
A pesar de su nombre, no son fenómenos naturales ni inevitables, sino que son el resultado directo de decisiones empresariales y políticas que han dejado a millones de personas sin acceso a comida digna. Brown, al otro lado del teléfono, suelta una risa amarga cuando recuerda una de las mayores contradicciones de su país. "¿Cómo es posible que tantas personas pasemos hambre en el país más rico del mundo?".