Violencia vicaria e institucional: cuando se cree más a los padres maltratadores
- Un maltratador nunca es un buen padre, según los especialistas
- Para acabar con la violencia vicaria e institucional hay que creer a los niños


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En Objetivo Igualdad hemos estado en el IV Encuentro Estatal de Violencia Vicaria y Violencia de Género Institucional hablando con víctimas y especialistas, y la conclusión principal es muy clara: Un maltratador nunca es un buen padre.
“Nos cuesta creer que un padre pueda maltratar o abusar de sus hijos”
Isabel Giménez, magistrada de la Asociación de Mujeres Juezas de España, explica que “tenemos una sociedad con muchos prejuicios” porque, dice “cuando una madre o unos niños denuncian y la denuncia es respecto del padre por abusos sexuales o por malos tratos”, es algo que como sociedad “nos cuesta comprender y entender que sea posible”. Pero no aceptarlo, no considerarlo creíble, ni suficientemente relevante, “nos lleva a la violencia de género institucional”, continúa la magistrada.
Ese prejuicio marca a fuego a las víctimas y a sus madres o abuelas. Son ellas quienes principalmente tratan de proteger a los y las menores, como demuestra que más de la mitad de las denuncias por abusos sexuales por parte de los progenitores las ponen ellas, y casi el 20% las propias víctimas cuando son mayores de edad.
“Sufrí abusos sexuales y maltrato desde muy niña y no me creyeron”
El 28% de los abusos sexuales a menores en la familia los cometen el padre o el padrastro. Es lo que le pasó a Nerea, que además sufrió violencia vicaria, porque su padre no solo abusaba de ella desde que tenía dos años, sino que además, hizo lo imposible por hacer daño a su madre judicialmente.
“Se lo conté a mi abuela materna a los cuatro años”, con mucha naturalidad, en la cocina, “que mi padre jugaba conmigo a tocarme”, explica Nerea. Comenzó así un via crucis judicial. Al menos tuvo que declarar ante 10 jueces, y diferentes servicios psicosociales, pero “ninguno me creyó”. Le dieron la custodia a su abuela paterna con la que vivía su padre.
Estuvo desde los nueve hasta los 14 años viviendo con él. Sufriendo malos tratos, vejaciones y abusos sexuales.
Hasta que se escapó. “Cogí un tren desde Madrid, donde vivía con mi padre, a Palencia, donde vivía mi madre, con los 50 euros que llevaba ahorrando todo un año”, nos explica. Al llegar le dijo a su madre: “Si tengo que volver con él me corto las venas”. Sí hubo una jueza que la creyó, al ver el ataque de ansiedad con convulsiones que sufrió la adolescente Nerea, cuando se planteó la posibilidad de que volviese con su padre. “Sufro ansiedad desde niña y disociación de lo que me ha pasado, según me ha explicado mi psicólogo”, nos cuenta. “También sufro insomnio y miedo a dormir con hombres”.
“Lo que me queda es huir, pero huir con mi cabeza”
La psiquiatra del Hospital Clínic de Barcelona Lluïsa García-Esteve explica que son mayoritariamente las niñas las que sufren estos abusos sexuales. Cuenta que los hijos e hijas que sufren maltrato y/o abuso sexual “presentan conductas de desconexión”. Lo hacen, cuenta, porque sienten que no se pueden defender más: “Porque los condenamos a quedarse con el agresor sí o sí”. Por eso el cerebro interpreta que el único mecanismo que le queda es “huir, pero huir con la cabeza”.
Lluïsa es además la presidenta de la Comisión de Violencia Machista del Hospital Clínic y explica que estos niños y niñas sufren “discrepancias cognitivas” porque si la persona que debería protegerles les daña, ellos piensan que “son culpables”, que ellos hacen algo mal, “porque si no, mi padre no me haría esto”.
Salir de esa espiral, explica la psiquiatra, cuesta años de tratamiento. Defiende que este proceso debería hacerse desde la sanidad pública.
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“Prevaleció el derecho del padre a estar con su hija al de la niña a no estar con quien dice que la pega”
En el caso de Irune Costumero, según las expertas, se aprecia claramente la violencia institucional contra su hija y contra ella. Cuando la niña tenía solo un año y medio, Irune se separó de su marido, tras una denuncia por malos tratos. “Le absolvieron por un error en la denuncia”, y poco después el padre, con la ayuda de su familia, aprovechó para secuestrar a la niña. “Estuve dos meses sin saber dónde ni cómo estaba mi hija”, nos cuenta. Y ahí comenzó el calvario judicial, porque una jueza, la primera de muchas y muchos, “decidió ignorar que había una denuncia por malos tratos” y les dio una custodia compartida semanal. Eso suponía que a su hija la tenían que recoger en un punto de encuentro familiar, donde en muchas ocasiones, narra Irune, “teníamos que coincidir mi ex marido y yo”.
Un día la niña, con 3 años, “nos cuenta a una trabajadora social y a mí que su padre le había pegado”. La llevaron al hospital de Cruces en Barakaldo. Allí “abrieron protocolo de malos tratos”. Fue el primero. Luego llegarían otros dos. Pero, cuenta Irune: “Prevaleció siempre el derecho de ese padre a estar con su hija al de la niña a no estar con quien dice que la pega”. Ha habido varios juicios, donde no creyeron a la niña, ni se estimaron los informes médicos de maltrato. Explica Irune que “la vivencia de mi hija en casa de su padre quedó en agua de borrajas, porque todo, todo se focalizó en mí”. Los jueces siempre les han derivado a los servicios sociales de la Diputación Foral de Bizkaia. Allí estimaron que la madre era la que condicionaba a su hija en contra del padre, aplicando los criterios del SAP, el falso síndrome de alienación parental. “En mi caso dijeron que había alienación marental", explica Irune, alegando "instrumentalización en conflicto de las figuras parentales" según el Balora, un instrumento de valoración sobre el riesgo en la infancia que publica el gobierno vasco y que utilizan los servicios sociales, donde en la página 93, cuenta Costumero "aparece que esa instrumentalización se debe a la presencia del Síndrome de alienación parental". Por eso la Diputación asumió la tutela provisional de la niña y le dio la estancia provisional al padre. Un juzgado le dio después la custodia exclusiva . ”El arrancamiento se produce cuando mi hija tenía cinco años”, nos cuenta con dolor Irune, el 4 de Agosto de 2017.
Eso supone que durante cuatro años solo pudo verla en puntos de encuentro, e incluso vigilada “por un trabajador social que venía con nosotras a nuestra casa, a mi despacho, a la playa, al cine, a todas partes”. Irune consiguió sentar en el banquillo de los acusados a los responsables de la Diputación Foral de Bizkaia en 2021, pero el Tribunal Supremo ha confirmado su absolución.
El falso síndrome de alienación parental
En todo el proceso para dar la custodia al padre, se utilizó la terminología del SAP, cuando la Organización Mundial de la Salud no lo reconoce como tal, la Ley de infancia de 2021 lo prohíbe expresamente, el Consejo General del Poder Judicial recomienda no utilizarlo, y la ONU ha expresado su queja al gobierno de España porque se haya utilizado en el caso de Costumero, y otros. La psiquiatra Lluïsa García-Esteve, explica que el impulsor del falso síndrome de alienación parental, Richard Gardner: “Sostenía que las relaciones entre adultos y menores, la pedofilia, era algo que no estaba mal”. García-Esteve advierte sobre los riesgos de su uso: “Si un niño o niña, cuando ve a su padre se hace pipí, eso nos tendría que parar porque eso es difícil de manipular”. Cree que “este síndrome, que no es un diagnóstico ni es nada, resuelve el tema a muchos en los servicios sociales y juzgados, porque así no tienen que perder el tiempo en investigar más”.
“No es un síndrome ni es nada pero resuelve el tema a muchos“
En la misma línea se manifiesta la magistrada Isabel Giménez: “No conozco ningún otro síndrome que se diagnostique en un juzgado”, porque explica, “los juzgados no estamos para esto”. Advierte que al igual que ha sucedido en el caso de Costumero: “El Síndrome de Alienación Parental se ha ido reformulando con términos como keeping, preocupación mórbida, etc.”. Giménez plantea que hay que advertir con multas a quienes lo aleguen y que “debería preverse de forma expresa las sanciones no solo civiles sino también penales”.
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64 menores asesinados por violencia vicaria extrema
La violencia vicaria llega a ser extrema cuando el padre o padrastro asesina a los hijos. La jueza Isabel Giménez ante un nuevo caso admite "siento que estamos fallando cada vez que muere un niño".
José Bretón en 2011 asesinó a sus hijos Ruth y José. La madre, Ruth Ortiz, junto a las organizaciones feministas, consiguió que se entendiera que hay padres que son capaces de asesinar a sus hijos para hacer daño a la madre. Ahora el gobierno se plantea reformar el Código Penal para que ni él ni ningún otro asesino pueda difundir su mensaje, tras lo sucedido con el intento de publicación del libro “El odio” que, finalmente, la editorial Anagrama acabó retirando tras la presión social. En el caso de Nerea y Martina, su padre, Ricardo Carrascosa, las asesinó en 2018 y luego se suicidó en Castellón. Su madre, Itziar Prats llevaba meses intentando que policía, jueces y fiscales la escucharan advirtiendo de las amenazas de su exmarido. Tres años después, el Estado reconoció el fallo en cadena cometido por todas las instituciones que no fueron capaces de parar a tiempo al asesino.
“Siento que estamos fallando cuando muere un niño más“
Para que no vuelvan a suceder casos así, las expertas y expertos que han asistido al IV Encuentro Estatal de Violencia Vicaria y Violencia de Género Institucional coinciden en que es necesaria la formación en violencia de género, violencia vicaria y abusos sexuales, tanto en el ámbito sanitario, como en el de servicios sociales, los cuerpos de seguridad del Estado, y los juzgados. Además añaden que debería estudiarse en las facultades para que haya más personal con perspectiva de género, porque así se podrán detectar situaciones de riesgo cuanto antes.
También piden la aplicación efectiva de las leyes, y que se tenga en cuenta la diligencia debida, o sea la obligación de las instituciones y autoridades de tomar las medidas necesarias para proteger a los hijos e hijas y sus madres protectoras antes de que se produzca más daño.
La psiquiatra del Clínic, Lluïsa García-Esteve explica que se hizo un estudio hace años acerca de cuál era el momento más estresante en la vida de una mujer, "sin duda, la muerte de un hijo", algo que no es igual para los hombres: "Para ellos, lo más estresante es la muerte de su mujer".
En España desde 2013, que se contabilizan los casos de violencia vicaria extrema, hasta la fecha, 64 niños y niñas han sido asesinados por sus padres o padrastros.