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Oliver Laxe sacude Cannes con la explosiva 'Sirat': "Mi fe es que las tragedias de la vida son un regalo"

  • El cineasta español compite por la Palma de Oro con una parábola radical sobre la aceptación
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ESTEBAN RAMÓN (Cannes)

Nadie está preparado para Sirat ni sale indemne de su visionado. El gallego Oliver Laxe ha sacudido el Festival de Cannes con un golpe inesperado que ha llevado, casi literalmente, a saltar a los espectadores de sus butacas.

Sirat, la primera de las dos películas en competición por la Palma de Oro, es una parábola, radical y trascendental, sobre la fe y la aceptación de la vida, que ha sido recibida con estupor, asombro y buenas críticas. Todo a la vez en una apuesta suicida que se digiere lentamente: en tiempos en los que el cine de autor también se fotocopia a sí mismo, se agradece cualquier gesto de originalidad.

Del argumento de Sirat solo se puede sucintamente describir su arranque. En el sur de Marruecos, en la entrada del Sáhara, un padre (Sergi López) busca a su hija desaparecida hace meses en una rave del desierto. Acompañado de su hijo menor, entabla contacto con un grupo de raveros que le avisan de que otra fiesta tiene lugar en un paraje aún más hostil.

Hora antes del estreno en la alfombra roja del Palacio de Festivales, el cineasta atendía a RTVE.es con su reposada bonhomía en una terraza de la Croisette. Laxe es una contradicción andante de dos metros. Parisino (nació y vivió allí hasta los seis años), hijo de gallegos criado luego en una aldea, es consciente de que su filosofía, ajena a cualquier vanidad, casa poco en el carnaval del certamen. “Siempre tengo anhelo de desertar y aquí estoy, en Cannes. Estoy en el meollo del sistema, pero introduciendo mi hackeo”, dice con una sonrisa.

Laxe, de hecho, ha sido mimado por el festival, donde ha ganado premios en todas las secciones paralelas hasta que, al fin, este año opta a la Palma de Oro. El director vivió en Marruecos, donde en 2015 filmó Mimosas. “Fue entonces cuando se celebró una rave ilegal en el palmeral donde vivía y volví a conectar con ese movimiento contracultural con el que había conectado en mi adolescencia, ligado a una clase social popular y también con la rabia”, recuerda.

Entonces se le ocurrió Sirat, cuyo título alude a un concepto –aunque no citado directamente en el Corán- de la religión musulmana: un puente sobre el infierno, más delgado que un cabello y más afilado que una espada, por el que desfilarán todos los hombres el Día de la Resurrección. Y así, en un mundo donde el dolor es arbitrario, los raveros (actores no profesionales que el cineasta seleccionó en las propias raves del desierto) deberán aceptar un suceso para el que, sin spoilers, “no existe palabra” en el castellano, recuerda Laxe.

"Incluso con el obstáculo más atroz, es una oportunidad para crecer"

Laxe tiene una filosofía trascendental a contracorriente del mundo artístico en general y Sirat bien podría ser una parábola de un texto sagrado, pero incardinada en los mimbres codificados del cine que revienta llevando al límite cualquier expectativa. “Me gusta la unión de cultura popular y la alta cultura, y que luego ambas se disuelvan”, reconoce mientras cita Mad Max, de George Miller, y Stalker, de Andréi Tarkovski como elementos de su mezcla imposible. “Quería ir al límite como autor, es una película superarriesgada”.

El misticismo de Sirat obliga a la exégesis. No porque la trama sea abstrusa, sino porque las interpretaciones se disparan. “No sé hasta qué punto el espectador va a entender el imaginario desde el cual está hecha, reconoce”, antes de introducir su concepto de fe, que atraviesa la película. "La fe es la capacidad que tiene el ser humano de aceptar, de ver en todas las tragedias, accidentes y obstáculos que le pone la vida una misericordia, un regalo. Desde este punto de vista, lo que les sucede a los personajes en esta película sería incluso un regalo, incluso con el obstáculo más atroz, es una oportunidad para crecer".

Define la experiencia del espectador como "un rito de paso". "Sé que la peli es dura, pero no soy Michael Haneke ni Lars von Trier, no hay ninguna vocación sádica porque soy alguien que ama a los personajes que filma", describe.

Lo que nunca falta en su cine es la visión sublime de la naturaleza, la "soberana sumisión" que defendía en O que arde, que aquí es el desierto que somete a los personajes y que subraya con la música tecno, al servicio de su visión de lo transcendente, que marca el ritmo del día en Cannes.