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Josepa Vilaret, la mujer que lideró los "alborotos del pan": una protesta de ocho mil personas en 1789

  • El 28 de febrero de 1789 estalló en Barcelona una protesta contra el aumento de los precios de alimentos básicos
  • Vilaret, que lideró la rebelión, fue condenada con triple castigo "por ser pobre, activista y mujer"
Mujeres malditas - Josepa Vilaret - 26/02/25

*Mujeres malditas, con Valle Alonso, cada miércoles quincenal en Radio 5, a las 11.47 h

La Barcelona de 1789 era una ciudad hacinada en el interior de un recinto amurallado en la que vivían de cien mil habitantes. "El motivo es simple: al oeste tiene el castillo de Montjuic, desde donde se puede bombardear directamente este núcleo tan revoltoso. A la derecha hay una fortaleza que controla a los habitantes, que es la Ciutadella, donde hoy en día hay un parque, aunque entonces era un fortín militar", recuerda el periodista y escrito Jordi Corominas en el programa de Radio 5 Mujeres Malditas.

En ese contexto, el 28 de febrero estalló una protesta generalizada contra el aumento desmesurado de los precios de los alimentos básicos. El del pan, imprescindible para las clases populares, se incrementó un cincuenta por ciento en seis meses. La subida arrastró al alza los precios de la carne, del vino y del aceite. Los disturbios, de grandes proporciones, fueron protagonizados, en un primer momento, exclusivamente por mujeres que eran las proveedoras en los hogares.

Las vecinas de Barcelona incendiaron la mecha

Las protestas las lideró una madre de familia numerosa, Josepa Vilaret, conocida como la "Negreta". "A medida que avanzaba la jornada, los disturbios fueron a más. Liderados por Josepa, que vivía en Barcelona y que mantenía fuertes vínculos con sus vecinos sobre los que ejercía cierto liderazgo", relata Corominas. En las siguientes horas, miles de hombres se sumaron a la revuelta. 

Según los historiadores, se juntaron ocho mil personas que exigían el retorno de los precios del pan y de los alimentos básicos a los niveles del mes de agosto anterior y la liberación de las personas detenidas. La indignación se dirigió hacia las clases poderosas que habían urdido la trama del pan. Los sublevados intentaron incendiar la Real Audiencia y los palacios del conde de Asalto y de algunos dirigentes municipales. Asalto, asustado, formó una compañía de caballería delante de su casa. Cuando la situación se volvió peligrosa, abandonó a sus subordinados y se refugió en la Ciudadela. La represión fue aumentando y se detuvieron a seis personas, entre ellas precisamente a Josepa Vilaret.

La ciudadanía se negó a acudir a la ejecución de Josefa

El Conde de Asalto aceptó las reivindicaciones de la ciudadanía y accedió a la bajada de los precios. El gobierno de Madrid lo cesó y nombró en su lugar al General Lazy, que retomó la represión con mayor dureza y condenó a muerte a los seis detenidos: cinco hombres forasteros y una vecina de Barcelona, Josepa Vilaret. Un triple castigo, según Corominas, "por pobre, por activista y por mujer". Se instaló el cadalso y se decretó la ejecución, pero la ciudadanía se negó a asistir en señal de protesta, algo completamente inédito en la época. Hoy, Barcelona recuerda con una calle a Josepa Vilaret, una mujer anónima que dio su vida para mejorar la de sus vecinos.