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Esperando la lluvia en Córdoba: "Llevamos ya más de dos años con muchas restricciones"

  • Las comarcas de los Pedroches y el Guadiato, al norte de Córdoba, llevan meses padeciendo la sequía
  • Con un pantano seco y otro contaminado los habitantes de los Pedroches dependen de las cisternas para el agua potable

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Informe Semanal - Maldita sequía, bendita lluvia

Cuando uno llega a las comarcas de los Pedroches y el Guadiato, al norte de Córdoba, llama la atención que a pesar de la sequía, los campos aún conservan bastante su verdor. Luego nos explicarán que aquí las tierras son agradecidas. Pero esa primera imagen es sólo un espejismo.

Son las nueve de la mañana y en uno de los almacenes a la entrada de Pozoblanco está Eleuterio charlando con el conductor de un gran camión cisterna. "Aquí caben 25.000 litros de agua -nos dice- la traemos del pantano de Puertollano y nos dura dos o tres días, luego otra vez a por más". Eleuterio trabaja en la empresa que desde hace nueve meses se encarga de hacer llegar el agua a los 27 pueblos, 80.000 habitantes, de estas comarcas.

Mientras con aire cansado espera a que a través de un tubo se vayan llenando las botellas de plástico, Antonio y Cristina las van cargando en la furgoneta. Los dos son voluntarios de Protección Civil y así, por pura voluntad, llevan meses recorriendo con un vehículo las calles de Pozoblanco, acompañados por el sonido de las garrafas que se bambolean en la parte trasera cuando la furgoneta se adentra por las empedradas calles del pueblo. Hoy les esperan en cincuenta viviendas y un colegio. La rutina está perfectamente engrasada. Apuntados en una hoja, la dirección del domicilio y el número de personas que viven en él, porque el acuerdo es una botella por ocupante.

"Normalmente -nos explica Antonio mientras conduce- repartimos unas 90 garrafas al día, unos 700 litros. Hay gente que repite casi todos los días. Luego hay gente que pide una o dos veces por semana. Son personas que no pueden acercarse a la cisterna porque tienen movilidad reducida y muchos de ellos no pueden cargar peso”.

“Buenos días, Protección Civil”, es el anuncio diario de Antonio cuando se acerca a una de las casas bajas del pueblo de las que aún tienen la puerta abierta; confiados quienes las habitan en la inalterable rutina, ahora algo alterada por la visita diaria de los del agua. Antonio entra hasta salón. Allí, sentada con su bata azul, acompañada por el tic tac del péndulo del reloj espera Rosalía, de 94 años. "¿Dónde le dejo la botella?", pregunta Antonio. "Allí, en la cocina", le señala Rosalía. "La usamos para beber, lavar la verdura, cocinar", nos dice, y mientras Antonio se despide exclama: "A ver si llueve, Dios quisiera".

Estamos a punto de seguir la ruta cuando Carmen sale a la puerta de su casa y nos invita a pasar. Ella no coge agua del reparto porque la trae cada semana de una fuente de Don Benito. "Está muy buena de sabor, es que te engancha el agua esa -relata con entusiasmo- cuando tú te acostumbras a ese agua no quieres otra. De las garrafas no he llegado a coger más que dos para enjuagar la verdura. Tiene el PH muy bueno por cierto, pero tiene mucho cloro y estamos acostumbrados a beberla sin cloro”.

"Tenemos derecho al agua potable de calidad y que salga del grifo"

Carmen no pierde una gota de agua. Nos enseña la piscina que tiene en el patio “Con la misma agua desde hace trece años”, asegura con firmeza. Está cubierta por una lona y nos explica que así se evita la evaporación y que en verano tras cada chapuzón la tapan. ”La gente tira mucha agua, echa agua en las puertas y digo, ¿pero qué pasa aquí? ¿Es que no se están dando cuenta? El otro día fui al pantano de la Colada a ver las grullas y había bajado un montón, dos metros o más. Entonces es que estamos gastando muchísimo”.

Carmen se refiere a uno de los dos pantanos que hay en la comarca, en el de La Colada hace un año se prohibió el baño por el estado de su agua, contaminada por residuos urbanos y los vertidos de granjas cercanas, aunque desde el pasado mes de abril es esa -muy clorada- el agua que sale por los grifos de las viviendas; sólo apta -según les han advertido- para duchas.

“Pues las duchas bastante cortitas incluso cuando te tienes que lavar el pelo lo haces lo más rápido posible. Primero por no gastar agua y segundo para que ese agua te toque lo menos posible”. nos cuenta África. La encontramos junto a un grupo de personas recogiendo el agua de uno de los camiones cisterna que la reparten. Con ella lavan los alimentos, cocinan, se cepillan los dientes y por supuesto, beben.

“Esto es un problema de salud pública. Tenemos derecho al agua potable de calidad y que salga del grifo, ya llevamos casi diez meses y esta situación es insoportable”. Teresa está crispada, trabaja en un comedor social y nos cuenta el complicado día a día para evitar que personas con problemas cognitivos beban el agua que sale del grifo. Hay quien ya empieza a tener problemas en la piel debido al exceso de lejía que le añaden cuando no tienen más remedio que utilizarla.

Estamos a punto de dejar al grupo con el trajín diario de las botellas, cuando vemos llegar a Pedro con su furgoneta. Es panadero y cada día tiene que llenar sus bidones con 170 litros de agua. “Como veis además -nos indica- en nuestro caso tienen que ser bidones homologados como nos exige Sanidad si queremos seguir produciendo”.

Esperando una potabilizadora

En el pantano de la Colada el agua estanca tiene un color oscuro. Cerca de la orilla flota un pez muerto. Nos acompaña Miguel Aparicio, presidente de la Plataforma Unidos por el Agua. De modo gráfico nos explica que en el pantano de Sierra Boyera, el otro que hay en la comarca y primero que se secó en España, existe una potabilizadora pero no con capacidad suficiente para depurar el agua del embalse contaminado.

"Necesitamos que las Administraciones se reúnan, hablen y aporten el dinero necesario para que se construya una potabilizadora adecuada al grado de contaminación. Son ya diez meses, 80.000 personas utilizando a diario agua contaminada. Lo que nos propone la Administración autonómica y Diputación Provincial que gestiona el agua es que esperemos a que caigan 300 litros por metro cuadrado para mezclar el agua sucia con el agua limpia del otro pantano. Claro, eso no lo queremos, no queremos mezclar el agua limpia y sucia. Y sí necesitamos, queremos, nos urge una potabilizadora capaz de potabilizar la contaminación de este pantano”.

El pasado mes de noviembre el relator especial de Naciones Unidas sobre los derechos humanos al agua potable, Pedro Arrojo, visitó la zona y se reunió con los vecinos. "La conclusión del relator es que se han vulnerado los derechos fundamentales al acceso al agua potable y que estamos creando un ecosistema de contaminación del que no estamos abasteciendo. Entonces urge ya una solución lo antes posible”.

Ganaderos y agricultores mirando al cielo

A pocos kilómetros de Pozoblanco está Villanueva de Córdoba. Aquí casi todos sus habitantes, cerca de 8.500, viven de la ganadería y la agricultura; vacas, cerdos y olivos. A todos les falta el agua hace meses; a los olivos, la de la lluvia que no cae; a la oliva, la potable que no hay y a los animales, la de los pozos, ahora secos.

"Nos nutrimos con las cisternas que podemos retirar del depósito que ha habilitado el Ayuntamiento y que nos permite retirar un número de litros dependiendo del número de cabezas de ganado que tengamos”. Daría Romero es ganadera, pero ahora en su finca no hay ganado. “La ganadería extensiva, como es mi caso y el caso de la mayor parte de la comarca, es un negocio que da unos márgenes muy bajitos, entonces si le tienes que añadir llevar agua, en mi caso llevo haciéndolo desde hace dos años, pues os podéis imaginar, es un negocio en gran parte ruinoso para mucha gente, entonces yo he decidido ante esa situación dejar la finca en calma y esperar a ver si la situación cambia, a ver si llueve”.

Quizá hacen falta datos para imaginar el gasto que la traída de agua puede acarrear a los ganaderos de la zona y Daría nos los da: “Cada vaca en verano se bebe 100 litros de agua diarios, un cerdo se puede beber veintitantos cuando aprieta el calor, o sea, es un gasto de agua insoportable, se come lo poco que se gana”.

A la entrada de la olivarera Nuestra Señora de Luna, nos espera Paco Ochoa, presidente de la cooperativa. "Llevamos ya más de dos años con muchas restricciones por falta de climatología normal en la zona y este año ha sido el colofón, cada camión de agua nos supone un coste de 260 euros, a día de hoy llevo gastados 36.000 euros en agua, un coste más que hay que añadir. Estamos en desventaja con otras industrias donde tienen el agua en sus propias instalaciones”. Mientras Paco nos muestra los depósitos con 50.000 litros de agua que han llegado en camiones, nos explica que el proceso de producción de un litro de aceite conlleva el gasto de un litro de agua.

“Esta situación no se puede prolongar mucho más en el tiempo porque no es sostenible económicamente hablando”. Quien lo afirma es Isaac Reyes, alcalde del municipio. "Estamos hablando de abastecimiento al consumo humano, pero en el caso del Ayuntamiento de Villanueva de Córdoba, también hemos implementado un servicio de abastecimiento de agua a los ganaderos y es el Ayuntamiento con los impuestos de todos los vecinos el que está trayendo el agua hasta un depósito municipal, esto está teniendo una carga económica mes a mes en las arcas municipales muy importante”.

Son las tres de la tarde, es hora de marcharnos. Daría nos indica la mejor ruta para regresar a Madrid. Según vamos dejando la comarca volvemos a preguntarnos cómo con una sequía tan pertinaz el campo aún mantiene su verdor. El sol entra por la ventana del coche, nada recuerda a un final de enero. Miramos al cielo, el azul es intenso. Parece que hoy tampoco llegarán las lluvias.