Enlaces accesibilidad

Cómo usan los partidos las protestas: "Una hiperinflación de los adjetivos puede llevar a una inflación de las acciones"

  • Cuatro politólogas reflexionan sobre el uso estratégico de la calle por parte de los grupos en las instituciones
  • Recuerdan que son mecanismos legítimos de participación que no deben criminalizarse, aunque comportan riesgos

Por
Imagen de la manifestación multitudinaria en Madrid este domingo contra la amnistía
Imagen de la manifestación multitudinaria en Madrid este domingo contra la amnistía

Tras meses de pulso institucional y partidista, ahora la calle ha vuelto a marcar el clima político con manifestaciones multitudinarias en toda España contra la amnistía. Este vals no es nuevo, pero por lo general, ¿cómo se relacionan los partidos con las protestas en España?, ¿cómo utilizan las manifestaciones en su beneficio o como arma arrojadiza al contrario?

"Nuestros partidos políticos, aparte de dedicarse a movilizar para que les votemos, también han sido tradicionalmente un agente de movilización orientado a la protesta. Han convocado en muchas, innumerables ocasiones, manifestaciones, por ejemplo, cuando había atentados terroristas de ETA, cuando se recogían firmas contra el Estatut de Cataluña, o incluso, cuando se animaba a boicots a determinados productos como Coca Cola, por [el cierre de la planta en] Fuenlabrada. Lo hemos visto y no es, por lo tanto, nada extraño en el contexto en el que estamos ni en el contexto europeo", previene el politólogo Pablo Simón en una conversación con RTVE.es.

El profesor de ciencias políticas de la Universidad Carlos III de Madrid lo enmarca en uno de los múltiples canales de participación política, complementario a las elecciones. "De hecho, somos junto con Francia de los países que más se manifiestan", valora, y agrega: "De entrada son positivos porque cuanto más se implique la gente en política y más inputs introduzca el sistema, este mejor funcionará".

Además de formar parte del engranaje democrático, las protestas pueden ser un elemento estratégico para los partidos. La politóloga Berta Barbet lo resume en dos puntos:

"En primer lugar, activan a las bases más movilizadas. Es decir, la gente más comprometida con la causa que defienden los partidos se siente reforzada y útil. Eso es positivo porque seguramente así van a hablar con entorno de una forma mucho más activa", señala primero. Por otro lado, dichas manifestaciones "generan un estado de ánimo en el que se visualiza que una medida es impopular y, por lo tanto, que [como partido político] están legitimados a estar en contra. Crean la sensación de que dicha medida es problemática".

Protestas legítimas, pulso en las calles, ¿fuerza electoral?

En consecuencia, los expertos llaman a evitar la "criminalización de la protesta" en la medida en la que se desarrolle en términos democráticos. "Por ejemplo, el partido socialista durante la época de Aznar se movilizaba contra la guerra de Irak; y lo hizo el Partido Popular contra medidas del gobierno, como era el matrimonio homosexual. Ahora estamos viendo que la gente que se está concentrando en las protestas llamadas por el Partido Popular de manera institucional, lo está haciendo también de manera pacífica y normal en lugares públicos", señala Simón, que establece una diferencia con las protestas alentadas por Vox frente a las sedes del PSOE y que determinados grupos ultras han teñido de un "cariz violento".

"Ese es el único elemento novedoso que tenemos ahora, aunque ya hemos visto también que en otros contextos como Cataluña o el País Vasco que ha habido partidos que también han coqueteado con mecanismos de protesta que implicaban violencia", completa.

Preguntada por la capacidad de los partidos políticos de convertir esa ‘energía’ de la calle en fuerza electoral, la politóloga Cristina Monge, doctora por la Universidad de Zaragoza, asegura que no es tan fácil establecer una relación causa-efecto, porque las dinámicas se relacionan con procesos sociales más profundos e iterativos. Se vio con el movimiento nacido de la acampada del 15 de mayo de 2011.

"Hay quien dice que Podemos no hubiera existido sin el 15M. De acuerdo, pero el 15M tampoco habría significado lo que significa hoy si Podemos no hubiera existido. Además, Ciudadanos también se benefició de ello y su modelo de indignación, aunque intuitivamente se podría pensar lo contrario. Ciudadanos recoge también ese descontento porque el 15M fue una movilización muy transversal. Lo que pasa es que no se puede establecer una relación causa-efecto clara", explica la analista política, que centró su tesis doctoral en dicho movimiento.

El juego de "ambigüedad"

En ocasiones, son los mismos partidos los que prefieren ser "ambiguos" en su relación con las protestas, al menos antes de que sucedan. "Por un lado, puede ser que el propio movimiento social el que no quiera que el partido forme parte de la convocatoria", señala Berta Barbet. "Y evidentemente, hay otro tema: si la manifestación va mal, porque se vuelve violenta o porque pincha, a ti tampoco te interesa haberte comprometido en exceso".

Asimismo, la doctora por la Universidad de Leicester reflexiona sobre los apoyos parciales a una movilización, en la medida en la que puede interesar el clima de "cabreo" que genera, si bien no hay intención en asumir todas sus reivindicaciones y demandas: "Simplemente, viene bien el desgaste y viene bien la activación de los votantes".

A este respecto, Cristina Monge opina que quedarse en la ambigüedad supone también cultivar la tensión y, por lo tanto, ser responsable de sus consecuencias violentas. "Jurídicamente no eres responsable, porque no convocas nada. Formalmente, puedes decir 'yo estoy fuera de todo esto'. Pero desde el punto de vista social, si no te distancias nítidamente se va a interpretar que el que calla, otorga".

Cuando la violencia entra en la ecuación, además, el resultado cambia. Tanto Barbet como Simón señalan estudios que concluyen que, en España, el apoyo a una causa decae en cuanto comienzan los disturbios, como por ejemplo en las acciones de Tsunami Democràtic en Cataluña o Rodea el Congreso en Madrid. Esta dinámica es tenida en cuenta por los partidos antes de arengar una movilización, pero sobre todo por quienes son blanco de las críticas de los manifestantes. "Se asume que hay ideología en la violencia, cuando creo que seguramente que acabes en los disturbios es más un rasgo de personalidad", comenta la politóloga.

27 detenidos y 66 heridos, uno de ellos grave, durante la protesta ante el Congreso de los Diputados

La "hiperinflación" del contenido

Más allá de la forma de las protestas, que siempre son legítimas en democracia, los expertos llaman la atención sobre los riesgos de sobrepasar algunos límites.

"Hay algunas protestas que desde la perspectiva democrática son aceptables y pueden ser positivas y benéficas, y hay otras que no", valora Pablo Simón. "Las que son positivas y benéficas son todas las que tienen que ver con rechazo a medidas concretas o a propuestas en las que no estás de acuerdo. Por ejemplo, protestar contra la amnistía: perfecto, democrático, ningún problema, adelante con ello. Protestar porque se considera que el Gobierno está dando un golpe de Estado porque está llegando a pactos con otros partidos: peligroso. Peligroso porque estas críticas se mezclan e implican una deslegitimación de los mecanismos institucionales, de las reglas de juego, y las reglas del juego establecen que el que tiene una mayoría en el Parlamento gobierna."

Simón advierte que una "hiperinflación de los adjetivos" por parte de los partidos políticos puede llevar a una "inflación de las acciones" en la calle. "Si estamos ante un golpe de estado parece legítimo oponerse por cualquier medio, ¿no?", cuestiona.

Esta dinámica es la que llevó al asalto al Capitolio en Estados Unidos o a la Plaza de los Tres Poderes en Brasil, recuerda, por su parte, la politóloga Anna López, de la Universidad Internacional de Valencia. "Los testigos del asalto al Capitolio cuando fueron a declarar decían convencidos que iban a defender su país, porque estaban amenazados sus derechos (…) Las opiniones y creencias influyeron más en la opinión pública que los hechos. Se estaban creyendo que había un golpe de Estado, que había un fraude electoral", describe.

Finalmente, López señala otra consecuencia de la polarización social, más silenciosa pero persistente en países del entorno: la desafección política. "Lo hemos constatado en las últimas elecciones de las democracias europeas en Italia o en Francia, donde el partido de la abstención ha sido el más votado. Nos hemos encontrado regiones del sur de Italia, en el que menos de la mitad de la población había votado. O en Francia, en la primera vuelta, solo uno de cada cuatro jóvenes votó", ejemplifica.

Así, López, como otros expertos en ciencia y comunicación política, piden responsabilidad a los partidos políticos, especialmente cuando suceden amenazas gruesas y altercados violentos, aunque sean puntuales. "Partiendo de esa base es muy complicado articular un discurso para frenar el malestar social", zanja.