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Libia

Libia busca el camino de la democracia diez años después de la 'Primavera Árabe'

  • Más de 8.000 personas han muerto en la guerra civil del país norteafricano
  • Los libios contarán pronto con el primer gobierno de unidad desde 2014 y podrían votar en diciembre

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Varios niños sostienen banderas libias en Trípoli un día antes del décimo aniversario del levantamiento contra Gadafi
Varios niños sostienen banderas libias en Trípoli un día antes del décimo aniversario del levantamiento contra Gadafi

Miles de ciudadanos libios se echaron a la calle hace diez años para denunciar la corrupción y los abusos de las autoridades, así como para pedir libertad, democracia y el fin del régimen de Muamar el Gadafi, que estuvo gobernando con mano dura el país norteafricano durante más de 40 años.

Consiguieron la caída del dictador libio, que murió meses después, el 20 de octubre de 2011, tras ser capturado y ejecutado por un grupo de rebeldes en Sirte, su ciudad natal. Sin embargo, “no se completó la tarea”, tal y como explica a RTVE.es el codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH), Jesús Núñez Villaverde.

El movimiento en favor de un sistema democrático en Libia terminó desembocando en una guerra civil en la que han muerto más de 8.000 personas, con decenas de milicias armadas y un país divido, en el que ha reinado el caos durante años.

La tregua que entró en vigor en octubre de 2020 y la reciente formación de un gobierno interino, con la vista puesta en unas elecciones previstas para el próximo 24 de diciembre, han abierto un camino lleno de incertidumbres hacia el fin del conflicto civil y una transición a la democracia.

Diez años del ‘Día de la Revuelta’

El 17 de febrero de 2011 --una fecha conocida en Libia como el ‘Día de la Revuelta’--, miles de personas salieron a las calles para exigir reformas y el fin de la dictadura de Gadafi, inspiradas por las protestas populares en Egipto y Túnez, y enmarcadas en la llamada ‘Primavera Árabe’.

Las movilizaciones, que comenzaron en el este de Libia, se extendieron hasta la capital, Trípoli, y pronto quedaron fuera de control, derivando en un conflicto. Gadafi trató de acabar con la revuelta con todo su aparato represivo, pero tan solo un mes después de que comenzara, diferentes grupos rebeldes se habían hecho con varias ciudades. En pleno avance de las tropas gadafistas, la OTAN y tropas francesas bombardearon posiciones del Ejército en el oeste de Libia para evitar que recuperaran las posiciones alcanzadas por los rebeldes.

La intervención de la OTAN permitió que las tropas rebeldes tomaran Trípoli en agosto y dos meses después capturaran a Gadafi, que fue asesinado a golpes en Sirte, su ciudad natal.

Sin embargo, la muerte de Gadafi no puso fin a la lucha por el poder entre las milicias armadas. “Una cosa es librarse de un dictador y otra cosa es ver qué ocurre a continuación y se entró en una dinámica repetida muchas veces de organizar unas elecciones de inmediato para dar una sensación de estabilidad”, afirma Núñez Villaverde.

Kristina Kausch, investigadora senior del think tank German Marshall Fund, asegura a RTVE.es que tras la intervención se necesitaba “una presencia militar para asegurar la seguridad local y apoyar la reconstrucción de las autoridades”, que según Kausch “no querían la presencia de fuerzas internacionales, pero a la vez no tenían la capacidad de defenderse solos”.

Caos y división reinante

En los años siguientes al derrocamiento de Gadafi, Libia --un país rico en petróleo-- se sumió en un caos devastador. Se convirtió en el refugio de grupos armados y militantes islámicos y, en los últimos años, ha sido el principal punto de tránsito de inmigrantes que huyen de la pobreza y la guerra en África y Oriente Próximo hacia Europa.

Libia ha estado dividida durante años entre un gobierno débil en Trípoli, respaldado por Naciones Unidas y encabezado por Fayez al Sarraj, y otro gobierno que tiene su base en el este del país dirigido por el mariscal Jalifa Hafter, jefe del autodenominado Ejército Nacional Libio (LNA). Hafter, un antiguo miembro de la cúpula golpista que aupó a Gadafi, fue reclutado a finales de los ochenta por la CIA y en marzo de 2011 se puso al frente del LNA.

Por otro lado, la creación del primer Gobierno de Transición libio, tutelado por Francia, Italia y Estados Unidos, logró una cierta estabilidad en el país hasta que se celebraron unas elecciones legislativas en 2014. La división entre el islam político y el salafismo radical contrarreformista desembocó en una guerra civil después de que Naciones Unidas impulsara un proceso de paz fallido y forzara la creación del Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA) en Trípoli.

Hafter lanzó en abril de 2019 una ofensiva que buscaba capturar Trípoli y arrebatársela al GNA, algo que evitó Turquía al intensificar su apoyo militar al gobierno ubicado en la capital con soldados y miles de mercenarios sirios.

“Hafter se vio con suficiente fuerza para hacer un asalto a Trípoli para tomar el poder sobre todo el país. El intento fracasó porque el gobierno en la capital pidió a los países europeos que le ayudaran e hizo un pacto con Turquía para intercambiar derechos de explotación de recursos naturales en el Mediterráneo por ayuda militar dentro de Libia”, explica Kaush, subrayando que la entrada de las fuerzas turcas “dio la vuelta al conflicto”.

Jesús Núñez Villaverde define a Hafter como “el principal obstáculo para llegar a algún tipo de acuerdo entre las diferentes instancias políticas”.

Haftar continúa su ofensiva militar en Libia a pesar del llamamiento a una tregua de la ONU.

En los últimos años, este país norteafricano, también se ha convertido en el punto de tránsito dominante para los inmigrantes hacia Europa, así como en uno de los focos del tráfico de armas y personas. Según la investigadora senior de German Marsahll Fund, Libia ha sido tan importante como ruta migratoria ilegal porque “no hay un sistema que funcione”. “Es más fácil pasar de forma ilegal por un país en caos que por un país con una gobernanza democrática”, detalla.

El papel de actores extranjeros

Después de que los resultados de las elecciones de 2014 desembocaran en enfrentamientos, las potencias internacionales empezaron a involucrarse más en Libia defendiendo sus intereses políticos.

Mientras Egipto, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos apoyan a Hafter en el este, en parte debido a su oposición a la organización política y religiosa Hermanos Musulmanes, Turquía y Qatar están del lado del Gobierno de Acuerdo Nacional en Trípoli por razones económicas y políticas, además de porque sus principales rivales apoyan al otro bando.

La riqueza petrolera de Libia y su potencial geopolítico han atraído a otras potencias extranjeras, como Rusia --que apoya a Hafter--, y su proximidad a bases de la OTAN también han llevado a países como Francia e Italia a entrar en el conflicto en el país norteafricano.

En los primeros días de la revolución hace diez años, ni Rusia ni Turquía estaban presentes y ahora se han convertido en los actores principales. Ambos gestaron el alto el fuego en septiembre de 2020, que ha permitido que se inicie un proceso de paz con la mediación de Naciones Unidas.

14 horas - Paz para Libia: los dos bandos de la guerra civil firman un alto el fuego en Ginebra - Escuchar ahora

La ONU pidió la retirada de todas las fuerzas extranjeras y mercenarios en tres meses, plazo ya vencido. Se calcula que en Libia había alrededor de 20.000 combatientes extranjeros apoyados por Turquía, Egipto, Rusia, Emiratos Árabes Unidos y Qatar.

Por su parte, Estados Unidos lleva cuatro años ausente en Libia y con la nueva Administración de Joe Biden, es poco probable que la situación cambie. “Tiene muchas más posibilidades de que salga mal y sumaría un fracaso. No creo que tenga ningún deseo de implicarse militarmente y no veo de qué modo pueda tener aquí un papel protagonista”, opina Núñez Villaverde.

El futuro de Libia

La Misión de Apoyo de Naciones Unidas para Libia (UNSMIL) anunció en octubre que representantes del Gobierno y el Parlamento del país habían firmado un alto al fuego permanente para todo el territorio nacional, después de estar enfrentados durante seis años en una guerra civil.

Tras diez años de inestabilidad y después de semanas de negociaciones, 75 delegados seleccionados por Naciones Unidas eligieron el 5 de febrero en Ginebra a un Gobierno de transición. Este gobierno provisional tiene como objetivo preparar al país para celebrar elecciones el próximo 24 de diciembre, fecha que coincide con el 70 aniversario de la independencia de Libia.

El gobierno interino tiene a Abdul Hamid Mohammed Dbeibah, un empresario millonario con diversos negocios en Trípoli, como primer ministro, y a Mossa al Koni, líder tribal en el sur del país, y Abdullah Hussein al Lafi, diputado del Parlamento de Tobrouk, como vicepresidentes. Por su parte, Mohammad Younes Menfi, diplomático del este de Libia y con fuertes vínculos con el golfo Pérsico, presidirá el nuevo Consejo Presidencial. En este sentido, el gobierno de transición estará representado por las tres regiones del país que se han enfrentado en los últimos diez años.

Sin embargo, Jesús Núñez Villaverde recalca que existen “muchas posibilidades de que el proceso descarrille”, como ha ocurrido en anteriores ocasiones. “Sigue habiendo muchas dificultades, muchos obstáculos. No hay partidos políticos, el islamismo radical sigue teniendo mucho peso, hay violencia alimentada tanto por actores locales como vecinos –incluyendo a Francia e Italia--, los terroristas no van a querer comprometerse en un proceso político, ni lo van a intentar…”, detalla.

Para que el gobierno interino de Libia no se rompa y las elecciones lleguen a celebrarse en diciembre, el codirector del IECAH subraya que será necesario terminar con “esa competencia entre diferentes supuestos gobiernos y que se acepte a los que ahora se han decidido en Ginebra como referentes fundamentales”, así como que haya una capacidad para garantizar la seguridad en las calles y que termine “la injerencia de actores externos, incluidos mercenarios”.

Por su parte, Kristina Kausch afirma que antes de que se celebren elecciones será necesario derribar las “dos estructuras de gobierno paralelas” que se han construido en los últimos años, porque "no puede haber gobernanzas paralelas". Además, cree que las fuerzas exteriores no deben “molestar en el proceso” y se debe asegurar que “el alto al fuego se mantenga”.