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Elecciones en Alemania 2017

Angela Merkel, la canciller tranquila

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Angela Merkel, la canciller tranquila

Angela Merkel, “das Mädchen” (la chica) como la llamaba su padre político, Helmut Kohl, personifica quizás como nadie la “Ruhe” (tranquilidad) y la estabilidad que tanto gustan a los alemanes. Y quizás ahí resida parte de su éxito y supervivencia.

Llegó a la política después de la caída del muro, en la treintena, sin ser una política de formación, sino una científica, doctora en física. Y, desde entonces, ha sabido estar en el momento justo en el lugar adecuado. Fue la cuota de mujer y del este que Kohl necesitaba para su primer gobierno de la Alemania unificada. Agazapada, supo esperar su momento. Dio un paso adelante definitivo al romper el cordón umbilical con su padre político, cuando éste fue cazado en el escándalo de las cuentas secretas del partido. Se convirtió en la salvadora, evitó la caída de los cristianodemócratas en el abismo y las bases la auparon a la presidencia de la CDU.

Fue dejando en el camino a los barones de su formación y puso la directa hacia la cancillería a la que llegaría, después de ganar por la mínima al socialdemócrata Gerhard Schroeder, en 2005. Se convertía en la primera mujer canciller de Alemania. Desde entonces, ha encadenado un mandato tras otro, tres ya, y el cuarto en ciernes para acabar siendo también la mujer políticamente más poderosa del mundo.

Discreta, disciplinada y austera

Es discreta, trabajadora incombustible, disciplinada, con fuerza de voluntad, austera incluso en el vestir, falta de carisma pero no vanidosa. Y ha sabido utilizar a su favor el que muchos la hayan subestimado a lo largo de su carrera. Ella espera y actúa.

Parece no inmutarse ante nada, ni siquiera cuando militantes de extrema derecha la han abucheado durante esta campaña y han intentado boicotear algunos de sus actos. Se mantiene firme en sus principios y en sus creencias. No ha renegado, a pesar de las críticas que le llovieron y llueven, de su decisión de abrir las puertas a los refugiados en el verano de 2015. Era un imperativo moral y constitucional para ella y repite que lo volvería a hacer, si se diesen las mismas circunstancias, aunque añade, que esto no debería volver a ocurrir.

Fue probablemente en la RDA, donde creció bajo el régimen comunista, donde aprendió a desarrollar ese arte e instinto de la supervivencia que la caracteriza: los silencios, la indecisión y la astucia. Es ese estilo de ejercicio de poder que el sociólogo Ulrich Beck bautizó como Merkiavelismo. Tiene la extraña cualidad de conseguir que parezcan suyas ideas y propuestas de otros, como el abandono de la energía nuclear, la jubilación a los 63 años, la ley de doble nacionalidad o el salario mínimo. Así acaba fagocitando a sus socios de coalición que salen baldados de la alianza con la que algunos han llegado a apodar la “viuda negra”. Y sigue sorprendiendo a propios y extraños.

Se ha encargado de que en su partido, e incluso en Alemania, se haya impuesto la convicción de que no hay alternativa a la seguridad, estabilidad, fuerza, prudencia y status quo que ella representa. Y, por eso mismo, su sucesión está completamente abierta y no será fácil. Ella, protestante y del este, se encontró con una CDU masculina, católica y renana y en todos estos años se ha dedicado a modernizar (algunos dicen, “socialdemocratizar”) al partido conservador. Es otra de sus cualidades: hacer política de un color u otro. Eso le permite gobernar con cualquiera y a cualquiera con ella, cualidad muy práctica en la Alemania de las coaliciones. Pero, con su modernización de la CDU, en cierto modo dejó el ala más a la derecha de su partido libre y eso contribuyó a la aparición de la populista de derechas, antieuropeísta y xenófoba AfD, la Alternativa para Alemania.

Política económica internacional

Y mientras otras economías, sobre todo las del sur europeo, se tambalearon ante los golpes de las crisis económica y financiera internacionales y del euro, ella mantuvo firme, con gesto tranquilo, el timón de su país. Asumió el liderazgo de la Unión Europea de forma reticente, ante la continuada incomparecencia de Francia. Y se la nota muy cómoda y con buena química en sus encuentros con Macron cuya llegada al Elíseo abría la puerta a un relanzamiento del necesario motor franco-alemán.

Ha sido objeto de las iras y el odio de muchos ciudadanos de los países europeos afectados por la crisis y por la aplicación de su medicina: austeridad y ahorro. Y ha permanecido tranquila convirtiéndose al final en el único factor de estabilidad y valor seguro en la Unión Europea ante la victoria del Brexit, la llegada al poder de Donald Trump en Estados Unidos o el aumento de la extrema derecha en diversos países europeos, como Francia, Holanda o Austria. El New York Times la llegó a llamar la “líder del mundo libre” y Barack Obama. Su anuncio, en noviembre de 2016, de presentarse de nuevo como candidata a la cancillería, dio cierta tranquilidad y estabilidad en tiempos aciagos.

Europa será, sin duda, uno de los grandes retos y desafíos para Merkel en los próximos cuatro años. La incógnita es cuál quiere que sea su legado y si decide pasar a la historia por sacar de la crisis a Europa y hacerlo con más Europa, con más integración. Porque ya hay que hablar de legado, va a superar al frente de la cancillería alemana al inolvidable Konrad Adenauer e incluso igualar a su padre político, Helmut Kohl.

Llegó a la política en 1990. De aspecto algo desaliñado y poco ducha en relaciones públicas, fue portavoz del primer y último gobierno elegido democráticamente en la antigua RDA. Ha sabido hacer frente a cuatro huracanes: el financiero, el del euro, el de los refugiados y el de Fukushima. Y sigue ahí. En las fotos de familia de las reuniones de los líderes europeos o de las bilaterales, son sus acompañantes los que cambian. Ella permanece tranquila, casi impasible, es la superviviente, la salvadora, la “Mutti” (la mami), de Alemania.