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La división interna y las dudas sobre la recuperación ensombrecen la cumbre del G-20

  • Europa recorta el gasto y EE.UU. apuesta por seguir con el estímulo
  • Las locomotoras europeas se adelantan en el impuesto a los bancos
  • Las discrepancias se extienden a la regulación financiera

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Cumbre del G-8 en Canadá
Activistas de Intermon-Oxfam sostienen caricaturas de los líderes del G-8.

La crisis de deuda soberana en la eurozona ha puesto en cuarentena la recuperación económica global, justo cuando empezaba a levantar el vuelo. Y esa misma crisis ha abierto una brecha entre los miembros del G-20 sobre las recetas adecuadas para salir del bache. La unidad se resquebraja.

Las economías más poderosas del planeta se reúnen este fin de semana en Toronto, Canadá, en la cuarta cumbre del G-20. El ambiente es bien distinto de la última, que tuvo lugar el otoño pasado en Pittsburgh, EE.UU. Entonces se respiraba optimismo y confianza al haber impedido que la recesión global se transformara en depresión.

Ahora, el borrador de declaración final reconoce que la recuperación es "frágil y desigual" y advierte que no hay lugar para la "autocomplacencia". Aunque los datos económicos son mejores que en Pittsburgh, hay señales de que la recuperación puede haber tocado techo. El paro sigue alto en EE.UU., el mercado inmobiliario continúa de capa caída y el sector servicios se ha enfriado más de lo previsto en Europa.

La crisis interminable

El responsable de Asuntos Monetarios del FMI, José Viñals, resume en una frase la coyuntura: "todavía estamos en medio de una crisis financiera". El ataque de los mercados a la deuda de varios países de la eurozona empezó en Grecia y se extendió a España, Portugal, Italia e Irlanda. Las aguas parecen haber vuelto a su cauce pero la sacudida ha secado de nuevo el crédito a familias y empresas.

El castigo tiene un recorrido más largo. Los gobiernos se han visto obligados a meter la tijera en el gasto público. Y con él, se han evaporado los planes de estímulo económico. El efecto inmediato de los recortes se traduce en contracción. Menos gasto, menos crecimiento. Las dudas se extienden a todo el mundo. Como acaba de señalar la Reserva Federal: "las condiciones financieras se han vuelto menos favorables para el crecimiento económico". Y los "préstamos bancarios se han contraído en los últimos meses".

La cocina no se pone de acuerdo en las recetas

Tres son los puntos de fricción en las recetas que debería acometer el G-20: la reforma y armonización de las reglas financieras, los impuestos a los bancos y el dilema entre estímulo económico o recorte del gasto. La semana pasada, el presidente de EE.UU., Barack Obama hacía un llamamiento público para que los países exportadores -no los citaba, pero son China, Japón y Alemania- alimentaran su demanda interna; el consumo.

La canciller alemana, Angela Merkel, ha desdeñado la petición y ha asegurado que "lo correcto" para su país es seguir impulsando las exportaciones. Este jueves, ante sus empresarios, Merkel, ha desvelado que le dijo a Obama que el recorte del gasto público es "absolutamente importante para nosotros". Alemania ha metido la tijera en el déficit en 80.000 millones de euros. La deuda de EE.UU. ha superado los 13 billones -con B, millones de millones- de dólares pero deja los recortes para más adelante, gracias a que la eurocrisis ha abaratado los intereses que tiene que pagar.

Alemania no está sola. Todos los países del sur de Europa se han visto obligados a la disciplina fiscal pero la ola ha alcanzado a aquellos que gozaban de mayor solvencia en los mercados. Francia y Gran Bretaña también han recortado el gasto. Japón, con la mayor deuda pública entre las potencias, sigue la misma senda. Y Canadá, el país anfitrión de la cumbre, trata de templar los ánimos y apuesta por elaborar planes de austeridad sin apresurarse todos al mismo tiempo. "Es cuestión de conseguir el equilibrio correcto y el ritmo adecuado" ha dicho el gobernador del Banco de Canadá, Mark Carney.

Las reformas que no llegan

Los gobiernos europeos apuestan por endurecer las normas financieras e imponer dos nuevos impuestos al sector. Es la contrapartida a los sacrificios que han exigido a sus ciudadanos. La idea original es del FMI: gravar las transacciones financieras para amortiguar los movimientos especulativos y obligar a los bancos a nutrir un fondo para que el contribuyente no vuelva a pagar los platos rotos. Al fin y al cabo, ha sido el sector financiero el responsable de la crisis.

El problema es que para que resulten eficaces, el movimiento ha de ser global. Y las perspectivas son endebles. Canadá, junto con otros países como Japón, cuyo sector financiero ha salido relativamente indemne de la crisis, se oponen al impuesto a la banca. "Lucharé" ha dicho Merkel, consciente de las dificultades. Y Alemania, junto con Francia y Gran Bretaña se han adelantado a la jugada. Pero ese mismo adelanto muestra la fractura interna en el G-20.

Obama, por su parte, se presenta con el acuerdo cerrado -que no aprobado- sobre la reforma financiera, aunque haya sido sobre la bocina. En cualquier caso, no contempla el impuesto a los bancos, una idea respaldada por el Presidente, aunque el Congreso podría introducirlo más adelante.

Tres cuartas partes de lo mismo pasa en el endurecimiento de las reglas de juego. Todos están de acuerdo en que son necesarios requisitos de capital más estrictos y una mayor transparencia en el sector financiero. El secretario del Tesoro de EE.UU., Tim Geithner, ha alabado la publicación de las pruebas de resistencia en Europa. Y hasta ahí. La primera potencia quiere aplazar los cambios al 2012. Europa quiere endurecer mucho más las normas para los fondos de alto riesgo pero retrasa la regulación de los derivados. Y Alemania se ha desmarcado de todos prohibiendo las ventas a corto al descubierto y los CDS sobre deuda soberana.